Aunque las bayonetas de cubo se usaron hasta mediados del siglo XX, como ya avancé en la entrada anterior sobre estas armas, ya a principios del siglo anterior se empezaron a diseñar bayonetas más versátiles, válidas no solo para convertir el fusil en una pica, sino también como cuchillos o espadas cortas. En un combate cerrado entre unidades de infantería, era mucho más eficaz tener en la mano un arma blanca que un pesado mosquete de unas dimensiones que prácticamente no le permitían al combatiente manejarlo con soltura. No podía disparar porque si se tomaba el tiempo necesario para recargar era hombre muerto, y si disparaba contra un enemigo, a tan corta distancia la bala lo atravesaba y podía matar a un camarada situado tras el mismo. Así pues, los cerebros grises de las matanzas de la época tuvieron la genial idea de sustituir la bayoneta de cubo por una eficaz espada que, en manos del soldado, podía herir de corte y de filo.


Finalmente, a finales el siglo XIX se desechó la costumbre de engarzar la bayoneta en el lado derecho del cañón, pasando a colocarla debajo del mismo, como más o menos todo el mundo conoce. Ello se debió a meras cuestiones de tipo práctico, a saber:
1: Al estar el peso de la bayoneta centrado con respecto al fusil, lo desequilibraba menos a la hora de tener que apuntar.
2: Por otro lado, la refracción de la hoja, muy bruñida y expuesta al sol, podía estorbar a la hora de hacer puntería al estar muy cerca del punto de mira.
3: Era más efectiva a la hora de clavar. El bayonetazo es por lo general un golpe lanzado en sentido horizontal o de arriba hacia abajo. Una hoja con el filo hacia abajo significaba, además de producir una profunda herida punzante, practicar un corte en el cuerpo del adversario. Si además, como es norma en la esgrima de bayoneta, se gira la misma una vez clavada, es más fácil hacerlo con esta colocada bajo el cañón que si está en un lateral. Este giro me da la impresión de que se realizaba, no ya para hacer más daño, que eso de que te metan 30 ó 40 cm. de acero en el cuerpo es suficiente para escabecharte, sino para facilitar su extracción. Aunque el sitio preferente para clavarla es en la zona abdominal, si el bayonetazo caía en el pecho, las costillas podían trabar la hoja. Perder 3 ó 4 segundos en poner el pie en el cuerpo del enemigo caído para tirar del fusil podía significar la muerte así que, al hacer ese rápido giro con la hoja aún dentro del cuerpo, la extracción quedaba asegurada porque la hoja partiría sin problemas la costilla en la que se había incrustado.
Aclarar finalmente que la lucha cuerpo a cuerpo con bayonetas no significaba meterse en una vorágine de cuchilladas y culatazos a lo loco, porque en la primera mitad del siglo XIX ya se habían escrito diversos tratados de esgrima con bayoneta para instrucción de la tropa, y en todos los ejércitos europeos se insistía en que la destreza en el uso con esta arma era de vital importancia. Y no ya para hacer frente a la infantería enemiga, sino también a los dragones, húsares y coraceros, a base de movimientos destinados a esquivar y herir al caballo para, posteriormente, derribar al jinete con un culatazo o una cuchillada. La mayoría de estos tratados eran fruto de la herencia dejada por escritos de la época renacentista basados en el combate con armas enastadas, aplicados al fusil armado con bayoneta. Así, tenemos las obras escritas por el alemán Selmnitz en 1825, el "Manejo de la bayoneta" del capitán Muller, editado en París en 1832, o "La esgrima de la bayoneta aplicada a la boca del fusil", de Pinette, editado en 1841, y sin olvidar el "Ensayo sobre la esgrima de la bayoneta", de Gálvez de Zea y publicado en 1855.
Y aquí acabo con este tema, porque el siglo XX se sale ya del contexto temático del blog. Si algún día me quedo sin nada que contar, que para eso aún queda muuuuuucho tiempo, ya habrá ocasión de retomar el tema bayonetero.
Y como no creo que me deje nada importante atrás, pues he dicho, hala...
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