Bueno, seguimos con el tema artillero, que si mucho se ha hablado ya de las fortificaciones pirobalísticas, habrá que explicar los medios y tácticas usados tanto para defenderlas como para rendirlas o, al menos, intentarlo. He dedicado tres entradas a los tres tipos de piezas destinadas a guarnecer tanto las fortificaciones como a ofenderlas por ejércitos sitiadores. Pero aún no se ha dicho nada de como distribuían las bocas de fuego dichos sitiadores para hacer todo el daño posible: abrir brechas en los muros, causar mortandad entre los defensores y causar el mayor destrozo posible en las dependencias internas de la fortificación a fin de, si no acelerar su rendición, tenerlo menos difícil a la hora de tomarla por asalto. Así pues, hoy toca hablar de las baterías de cañones, piezas cuyo fin primordial era batir las espesas murallas de fuertes, plazas de guerra o plazas fuertes. Vamos a ello...
Una vez establecido el cerco y cavada la línea de contravalación, se iniciaban los aproches para formar la primera paralela. Para mejor comprensión de ello, os remito a la entrada al respecto que se publicó en su momento. Así pues, una vez terminada la primera paralela, se emplazaban diversas baterías de cañones con dos fines: uno, comenzar la lenta labor de destrucción de las obras exteriores, así como de los baluartes de la fortificación sitiada. De ese modo, ya bajo la protección de fuego amigo, los zapadores proseguían avanzando, cavando trincheras para formar la segunda paralela.
Una vez estudiada a fondo la orografía del terreno, así como las zonas a batir, se elegían los sitios adecuados para emplazar cada batería que, por si alguno lo desconoce, era un determinado número de bocas de fuego agrupados para lograr una mejor concentración de los tiros. Así pues, al oficial de cada batería le era asignado un emplazamiento y una determinada misión, tras lo cual, éste procedía a trazar dicho emplazamiento y se esperaba a la caída del sol para comenzar los trabajos, a fin de pasar desapercibidos por los sitiadores y no los barriesen a cañonazos hasta poder tener sus defensas a punto. No se tardaba mucho en completar el emplazamiento; dependiendo del número de piezas, en un día o dos se podía tener culminada la obra, que consistía en lo que vemos en el gráfico inferior:
Ahí tenemos una vista en sección de una hipotética batería para dos cañones (podían ser más, lógicamente). Se ha cavado un foso por delante y por los lados, a fin de facilitar su defensa en caso de verse sorprendidos por una inesperada salida por parte de los sitiados. La tierra extraída del foso se ha usado para formar un parapeto. Obsérvese que en el fondo de dicho foso se ha añadido una berma, que era una pequeña zanja de algo más de un metro de ancho para que, caso de caer tierra o cascotes del parapeto por la acción de la artillería enemiga, no cegara el foso. Ante el foso, como defensa extra, se podían añadir estacadas o caballos de frisia. El parapeto ha sido cubierto por salchichones a fin de aumentar la protección y de compactar la tierra extraída. En el mismo se han abierto dos cañoneras cuyos merlones, de forma trapezoidal, tienen en su lado interior unos 70 cm. de apertura, y alrededor de 2,70 metros en la exterior a fin de que el rebufo de los cañones no deteriorase las ramas con las que estaban formadas los salchichones.
En esta vista en planta podemos ver el mismo emplazamiento. Como se puede observar, el talud cubierto de salchichones envuelve toda la posición menos por la parte trasera. Las cañoneras, para cubrir al máximo las piezas, disponen de una rodillera de unos 70/80 cm. de altura. La rodillera es la parte baja de la cañonera. Cubriría la parte inferior de la cureña, permitiendo que solo la boca de fuego quede expuesta al enemigo. Para impedir que por la poca consistencia del terreno, o bien porque por las lluvias se anegase, se han instalado unas plataformas para mejor sustentación de las bocas de fuego, a base de gruesos tablones embutidos en el suelo. Dicha plataforma tiene cierto ángulo de inclinación hacia abajo y hacia adelante a fin de contrarrestar el retroceso de la pieza.
Caso de que, debido a una composición rocosa del terreno, no se pudiera llevar a cabo el foso, se obviaba este y se fabricaba el parapeto a base de salchichones o gaviones rellenos de tierra como aparece en la ilustración de la izquierda. Para reforzar al máximo la posición, se superponían tres hileras, dejando un hueco para cada boca de fuego. Una vez concluida la construcción de la batería se procedía a emplazar los cañones que formarían parte de la misma, generalmente de 24 y 16 libras, los más potentes al uso en la época. Cada cañón precisaba de una dotación de dos artilleros y seis servidores, los cuales se encargaban de tener dispuestos en todo momento todos los útiles necesarios para el buen funcionamiento de las piezas, incluyendo incluso una cabria para, caso de resultar dañada una cureña, poder reemplazarla en el menor tiempo posible. El emplazamiento se realizaba amparados en la oscuridad de la noche por la misma razón que se comentó anteriormente, de forma que, al abrir el día, estuvieran las piezas dispuestas para abrir fuego. El parque de municiones quedaba instalado a una distancia de 60 varas de cada batería ( unos 50 metros), para impedir que, caso de ser alcanzada, aniquilase a la batería entera.
Para intentar abrir una brecha en las murallas, se cargaban las piezas con pelotas macizas y una cantidad de pólvora de 2/3 del peso del proyectil. Así, una pelota de 24 libras debía llevar una carga de 16 libras de pólvora, o sea, nada menos que 7,36 kilos. Dicha carga debía reducirse una vez el cañón se iba calentando, ya que la misma temperatura del ánima suponía un notable aumento de la presión de la pólvora cuando deflagraba. A pesar de que, tras cada disparo, se refrescaba el ánima con la esponja, llegaba un momento en que había que detener el fuego por un sobrecalentamiento peligroso. Para aumentar sus efectos destructivos, los cañones tiraban todos a una, apuntando al mismo sitio a fin de abrir una brecha cuanto antes. Otra opción era tirar balas rojas, un tipo de munición muy usado en la marina destinado a provocar incendios. Eran simples pelotas calentadas al rojo vivo en un hornillo situado junto al cañón. Para proceder a su carga había que actuar a toda prisa por razones obvias, o sea, se introducía la carga de pólvora, un taco de madera, otro de hierba verde para preservar al máximo la pólvora, se apuntaba el arma y, cuando todo estaba a punto, se introducía la bala al rojo y se disparaba sin más demora.
Otra opción era el tiro de rebote, muy útil para hostigar a los defensores de fosos, obras exteriores o incluso de los baluartes. El tiro de rebote consistía en reducir la carga para que la pelota, cuando impactase contra el suelo, en vez de enterrarse en el mismo saliese despedida y rebotase varias veces hasta detenerse. Para entendernos, algo similar a cuando tiramos una piedra plana contra el agua. El tiro de rebote era especialmente eficaz cuando la batería disparaba fuego graneado, de forma que no se daba descanso a los defensores, que venían llover sobre ellos bolas de hierro macizo de 11 kilos dando saltos por todas partes y arrancando de cuajo miembros de sus compañeros, o simplemente partiéndolos en dos. Para lograr un mejor efecto, se reducía ostensiblemente la carga de pólvora y se elevaba el ángulo de tiro.
Bueno, con esto vale de momento. Para la próxima entrada hablaremos de las baterías de las segundas y terceras paralelas. Hale, he dicho...
Continuación de la
entrada pinchando aquí
No hay comentarios:
Publicar un comentario