viernes, 16 de noviembre de 2012

Mitos y leyendas: caballero Vs. samurai




De un tiempo a esta parte, he podido ver que han proliferado mucho unos pseudo-documentales del tipo "caballero Vs. samurai", "espada Vs. katana" y chorradas similares, que cualquier día ponen uno de "neanderthal Vs. karateca". Y digo pseudo-documentales porque, según los veo en Youtube, carecen del más mínimo rigor. Se limitan a poner a un actor famosillo acompañado de un fulano al que no lo conoce ni su padre y al que titulan siempre como "experto" en lo que sea. Dichos documentales se caracterizan además por repetir 48 veces la misma toma y, entre toma y toma, hacer un recordatorio de todo lo explicado anteriormente, como si la audiencia tuviera memoria de pez y hubiese olvidado lo que ha visto apenas 3 minutos antes. Supongo que lo harán por hacer tiempo, porque si se limitan a poner el documental de corrido, en vez de 40 minutos duraría apenas 5. Por otro lado, es evidente que al público parece darle más morbo el tema oriental porque, curiosamente, siempre sale ganador el samurai o la katana. O incluso la arquería a caballo japonesa, que disparan contra un blanco situado a escasos metros de distancia pero sin hacer mención a los antiguos arqueros a caballo partos, por ejemplo, que eran bastante más eficaces.

La cosa es que te ponen al famosillo a hacer pruebas muy espectaculares pero que, en realidad, no se asemejan en nada a situaciones reales de combate: cortar una barra de hielo,  varias botellas de plástico llenas de agua, un haz de paja y chorradas así. Digo yo que a la guerra se iba a combatir contra hombres, no contra botellas de plástico que, además, no existían en aquella época. Lo que no dicen es que, como en todo en esta vida, habría samurais que serían verdaderos maestros en el uso de la espada, y otros más torpes que un cerrojo. Habría samurais fieros y samurais caguetas, y habría samurais fortachones y samurais canijos. Y el que manejaba la katana era el samurai, no al revés, por lo que su eficacia como arma estaba condicionada a la habilidad y la fuerza del que la empuñaba. Y en lo tocante a los caballeros medievales, pues lo mismo, habría de todo. En cualquier caso, estas pruebas de los documentales solo demuestran la habilidad del que maneja el arma. Si a cualquiera de nosotros nos dan una katana o una espada de mano y media no somos capaces de cortar ni un rábano simplemente porque no sabemos manejarlas. Un carnicero saca filetes casi transparentes si se le pide, mientras que a nosotros nos cuesta trabajo cortar una rodaja de salchichón medianamente presentable. ¿O no?

Y tampoco cuentan lo verdaderamente importante: cada arma estaba diseñada para combatir conforme a unos usos determinados, y para abatir enemigos protegidos de una forma concreta. Analicemos un poco la cuestión:


Las espadas: katanas, tachis y nodachis, los tres tipos de espada usadas por los samurais, independientemente del largo de la hoja, que difería de una a otra, todas tenían en común una cosa: estaban diseñadas para ser manejadas con las dos manos. Obviamente, esto implicaba una mayor energía en el golpe, pero también otro detalle: los samurais no usaban escudo. O sea, que o parabas el golpe con tu espada, o estabas listo si la armadura no lograba detener la hoja. La espada occidental estaba inicialmente diseñada para ser manejada con una mano. Las de mano y media surgidas posteriormente eran espadas también pensadas para una mano, con la posibilidad de usar las dos en determinados momentos. Pero el guerrero occidental, además de las protecciones corporales, contaba con el escudo. Eso le permitía, además de detener los tajos del enemigo, aguardar que éste quedara descubierto para asestarle el golpe definitivo. Básicamente, era lo mismo que hacía el samurai, pero éste debía usar su espada para todo: defenderse y atacar. Por ello, precisaba de mucha más movilidad que un guerrero occidental con un armamento defensivo más pesado.


Las armaduras: La armadura japonesa o keiko era más básica que la occidental. Dejaba muchas más partes del cuerpo indefensas, especialmente las articulaciones. Ello era debido, como ya se ha dicho, a la necesidad de disponer de más movilidad a la hora de combatir. Estaban construidas a base de láminas de metal o cuero unidas unas a otras mediante cordones de seda, lo que facilitaba enormemente la sustitución de piezas deterioradas y, además, las convertía en piezas mucho más flexibles que las construidas en occidente, que iban remachadas unas a otras. Sin embargo, apenas estaban provistas de protección para brazos y piernas, y bajo ellas no vestían ningún tipo de lóriga o jubón acolchado, sino su ropa normal. El guerrero occidental, por el contrario, iba casi enteramente cubierto de hierro, dejando pocos resquicios por donde ser vulnerado, y dichos resquicios iban protegidos por mallas cosidas al jubón. Ciñéndonos a una parte concreta del cuerpo, las piernas, en el caso de los samurais apenas iban protegidas si las comparamos con las de un guerrero occidental. En el primer caso, los muslos iban cubiertos por unas piezas llamadas kusazori, similares a las escarcelas de las armaduras europeas. Pero las rodillas quedaban al descubierto, y las antepiernas apenas contaban con unas grebas. Los pies del samurai solo iban cubiertos por unos calcetines o tabi y unas simples sandalias, mientras que en occidente iban con zapatos de cuero protegidos por el escarpe enteramente metálico. O sea, que una estocada o un mazazo en el pie del samurai y lo dejabas cojo de por vida. En definitiva, la armadura europea era mucho más eficaz y una katana, por muchas barras de hielo que rompa en un documental chorra poco podría contra ella. Por cierto, un detalle: el color de las armaduras japonesas era debido a que las lacaban para protegerlas del óxido.


En fin, coligo que, en el improbable caso de que un caballero occidental se hubiese enfrentado a un samurai, la victoria habría sido para el más diestro y el más fuerte, que no necesariamente tendría que ser el samurai. Me da la impresión de que esta creencia favorable a lo oriental es más bien debida al misticismo que rodea todo cuanto hace esta gente: esos maestros espaderos que se encierran 3 meses para fabricar una katana seleccionando cada trocito de hierro, las oraciones y varitas de sándalo para encomendarse a Buda y demás parafernalia contrastan bastante con la imagen del espadero europeo, un sujeto representado en el imaginario popular como barbudo, sucio, sin varitas de sándalo y sin rezar antes de empezar a batir el metal. Por otro lado, la esgrima japonesa, con esos movimientos tan medidos, tan precisos y meticulosos que convierten en algo digno de verse hasta los movimientos para envainar la espada (estaban ideados para limpiar de sangre la hoja antes de envainarla), dan la impresión de que estos samurais eran superhombres invencibles, y contrastan con el caballero europeo aparentemente torpón embutido en su armadura y atacando a ciegas y golpeando de cualquier forma al adversario. Pero es que estos que atacan a ciegas en los documentales de Conquista que emite el Canal Historia son un grupo de amiguetes que, con el calvo ese que los dirige y sabe mucho de todo, no han manejado un arma en su puñetera vida.

En definitiva, la cuestión es que estos documentales, bajo una apariencia de rigor histórico, solo sirven para que el personal que no entiende una papa del tema se crea a pie juntillas lo que dicen y, lo que es peor, se pongan a discutir con denodada pasión y a llevarte la contraria porque "lo vieron en un documental".


En fin, que paso de estos documentales. Y de los doblajes mejor ni hablar porque, como no tienen ni idea de nada, te confunden pulgadas con centímetros, libras con kilos, etc., y te sueltan que tal espada pesaba 5 kilos, cuando en realidad se referían a 5 libras, y se quedan tan panchos. Y luego te viene el listo de turno jurando que la dichosa espada pesa 5 kilos porque lo vio en el documental y también se queda tan pancho. Bueno, para qué hablar...


Hale, he dicho




Héroes I. Von Richthofen


Héroe.
(Del latín heros, -ois, y éste del griego  ἥρως)
1. m. Varón ilustre y famoso por sus hazañas o virtudes.
2. m. Hombre que lleva a cabo una acción heroica.

Ésta es la definición que nos da el DRAE del término héroe. La historia está llena de héroes pero, curiosamente, más bien son héroes aclamados por sus hazañas que por sus virtudes. A estos últimos los llaman santos por lo general. Diría que el término héroe ha quedado casi relegado a los protagonistas de hazañas militares si bien, últimamente, también a los que ponen en riesgo sus vidas por salvar a otros: policías, bomberos, médicos...

Pero esos son solo héroes de un día. Llenan un titular de la prensa y, al cabo de poco tiempo, nadie les recuerda. De hecho, incluso muchas veces, la mayoría, ni siquiera se llega uno a enterar de sus nombres aunque su heroísmo les haya costado la vida. Los tomados por auténticos y verdaderos héroes son aquellos que pasan a los libros de historia, y son tenidos como ejemplo de viril arrojo, de temeridad, desprecio al peligro y a la muerte.

Así pues, diría que el término dado por el DRAE es contradictorio. Si se es un héroe en una batalla, se es poco virtuoso debido a que cuanta más gente matas, más héroe eres, y matar tiene poco de virtud, digo yo.

En cualquier caso, los héroes han sido hombres como los demás, con sus defectos, pasiones, cualidades y miserias, si bien de eso se habla más bien poco a fin de no oscurecer mucho su aureola. Este es pues el motivo de esta serie de entradas de tipo biográfico, en las que se irán mencionando héroes más o menos conocidos pero haciendo también referencias a su carácter y defectos. Serán héroes de todas las épocas, si bien de los que más datos disponemos es de los héroes relativamente modernos. De los antiguos se omitió prácticamente toda referencia a otra cosa que no fueran sus supuestas virtudes. Ojo, no pretenden ser biografías exhaustivas, sino más bien un repaso a la vida de cada uno de ellos, haciendo especial hincapié en el lado humano de cada cual. 

Así pues, hecho este introito aclaratorio, comienzo con el que quizás haya sido siempre mi héroe predilecto: el Barón Rojo.


Éste sujeto de rasgos distinguidos y mirada penetrante es el rittmeister Manfred Albrecht, freiherr von Richthofen, que traducido sería el capitán de caballería Manfred Albrecht, barón von Richthofen. Sí, era oficial de caballería, concretamente de ulanos, donde inició su carrera militar. Al cambiar de cuerpo por la naciente arma aérea, se conservaba la graduación original. Un capitán de infantería era un hauptmann, pero uno de caballería era un rittmeister, palabro que podríamos traducir como maestro de monta.

Nuestro hombre nació en Kleinburg (Baja Silesia) en 1892, siendo el segundo vástago de una aristocrática familia prusiana. Sus hermanos eran Ilse, la mayor, Lothar, que siguió los pasos de Manfred y fue también un destacado as de la aviación si bien su gloria fue siempre ensombrecida por la de su hermano, y Bolko. En 1903, a los once años, fue enviado a la academia militar para graduarse como oficial en 1911 y ser destinado al 3er. escuadrón del Regimiento de Ulanos Kaiser Alejandro III. Su hermano Lothar fue destinado a un regimiento de dragones. Recordemos que la caballería era, junto con la Armada, los cuerpos elegidos por la aristocracia. Sin embargo, al comenzar la guerra, los vistosos regimientos de caballería fueron reconvertidos en simple infantería ante la obsolescencia de dichas unidades, y el joven Manfred se vio apeado de su caballo y metido hasta las cejas en el fango de las trincheras.

Así pues, en 1915 pidió ser trasladado al arma aérea, que era más elegante y se luchaba más lejos de la mugre, siendo destinado como observador. Para este cometido no era necesario saber pilotar, ya que la misión de los observadores no era otra que hacer fotos del frente, arrojar bombas sobre el enemigo y defender el aparato con una ametralladora instalada en un afuste giratorio en la zona trasera del fuselaje, tras el piloto. Curiosamente, fue como observador cuando logró su primer derribo en otoño de ese año, aunque no pudo ser confirmado.

En octubre de ese año conoce a Oswald Boelke, quien le induce a hacerse piloto, lo que consigue al año siguiente. Con todo, no fue inicialmente piloto de caza, sino de bombardeo en el frente ruso, dejando escrito en su diario que "me divertía muchísimo lanzar cosas sobre aquellos tipos de allá abajo". Obviamente, las "cosas" que lanzaba eran bombas. Esto ya es un dato interesante sobre la personalidad de nuestro héroe, que se tomaba eso de triturar ciudadanos como algo muy divertido. 

Sin embargo, las cosas dejaron de parecerle divertidas cuando el 6 de julio de 1917, una bala procedente de la ametralladora de un Vickers británico le acertó en la cabeza, produciéndole una brecha de 10 cm. que, aunque no le llegó a romper el cráneo, lo dejó bastante tocado del ala, teniendo que sufrir varias intervenciones quirúrgicas y una larga convalecencia tras la cual padecía cuando volaba vómitos y dolores de cabeza. Su carácter se tornó sombrío, y ya no se ponía contento cuando retornaba a la base con uno o más derribos en su haber. Por el contrario, se encerraba en su habitación y, dicho por él mismo, "...me apresuro a encerrarme entre mis cuatro paredes para no ver a nadie ni oír nada". 



Su final le llegó el 21 de abril de 1918, cuando fue alcanzado durante un confuso combate en el que se atribuyó el derribo al capitán Brown, cuando al parecer la realidad es que fue alcanzado por una bala desde tierra que lo atrevesó por el costado, si bien pudo descender de mala manera hasta tomar tierra. Su palmarés fue de 80 derribos confirmados (máximo as de toda la guerra,) aunque pudieron ser más de 100 si se incluyen los probables, tenía apenas 25 años cuando murió y fue enterrado con honores por tropas australianas. Incluso su muerte estuvo rodeada de misterio, ya que mientras unos decían que cuando tocó tierra ya estaba muerto, otros afirmaban que aún respiraba y que su última palabra fue "kaputt", cosa que queda muy dramática pero, la verdad, cuestiono seriamente.

Bueno, esta es de forma muy abreviada la vida de nuestro héroe. Es evidente que, habiendo sido educado en un ambiente nobiliario y siendo su padre militar, sus conceptos de la guerra eran los propios de la época, asimilándola a un juego entre caballeros donde el honor y la valentía de uno debían quedar patentes. Sin embargo, a medida que el conflicto avanzaba, nuestro hombre se percataba cada vez más que la guerra moderna era de todo menos caballerosa y honorable. Hasta él mismo empezaba a sentir cierto estremecimiento cuando veía caer un avión envuelto en llamas al que previamente había incluso podido vislumbrar la cara del piloto. Con todo, sus mismos compañeros afirmaban que era un cazador implacable, que no paraba de acosar a su objetivo hasta verlo caer para poder adornar sus aposentos con un nuevo trofeo, unas pequeñas copas de plata en cuya peana mandaba grabar el modelo de avión abatido y la fecha. Pero incluso llegó un momento en que, aparte de no quedar en Alemania ni plata para fundir, ni siquiera él mismo mantuvo la costumbre al volverse cada vez más taciturno. Al parecer, su temor a no ver el final de la guerra era cada vez mayor, y estaba cada vez más convencido de que cualquier día lo matarían.

Por las notas que dejó en su diario, es evidente que no sólo ya no se tomaba la guerra como un deporte, sino que cada vez se veía más sumido en una profunda depresión, y eso que, mientras no combatían, los pilotos vivían en confortables palacetes y con unos lujos impensables para los que se pudrían en las trincheras.   "...pienso en lo que pasará un día, cuando vea la muerte cara a cara." "Ahora, después de cada duelo aéreo, me siento un desgraciado". Frases como esas delatan que tras el héroe condecorado, espejo de sus camaradas y ensalzado por todo el mundo, en realidad había un hombre atormentado, deprimido, asqueado de sí mismo. Su heroísmo se limitó a echar a tierra 80 aviones enemigos, tras lo cual cada vez su mente se derrumbaba más y más, y temiendo que cada día fuese el último para él. Aunque se achaca a la egolatría propia de los de su clase social el pintar su avión enteramente de rojo para desafiar al enemigo, la realidad es que ese color tan llamativo servía para ser mejor identificado por sus propios pilotos. En todo caso, cuando no volaba no era más que un joven de veintipocos años que sabía que su vida acabaría pronto, y que apenas había podido disfrutar de la misma y de sus aficiones (era un apasionado de la caza mayor). Así pues, ¿es verdaderamente un héroe un hombre cuyas hazañas llegan a asquearle y a sumirle en un depresión imparable? Y si liquidar 80 enemigos es un acto heroico, muchos infantes anónimos acabaron posiblemente con muchos más sin que su nombre haya pasado a la historia. ¿Por qué entonces uno es considerado como héroe y los otros no? Curiosa forma de diferenciarlos, ¿no?

Bueno, concluyo con algunos datos curiosos sobre este personaje.

1. Aunque se asocia por lo general a su persona el triplano Fokker Dr.1, de sus 80 derribos solo 16 fueron logrados con éste aparato. El resto los realizó pilotando Albatros D.II (17), Albatros D.III (22), Albatros D.V (8), Halberstadt (12) y Fokker F1 (5).

2. La Orden Pour le Mèrite le fue concedida en enero de 1917, tras lograr su 16ª victoria. Otros ases, como Boelke, la lograron con solo 8 derribos.

3. La herida en la cabeza le dejó un trozo del tamaño de una moneda sin piel, a través del cual se le veía el cráneo.

4. Aunque por la importancia de la unidad a su mando, el  Jagdgeschwader 1, le correspondía un grado mayor al de capitán, era costumbre en aquella época en el ejército alemán no ostentar un rango mayor que el del padre, y en éste caso el suyo era mayor de la reserva.

5.Tras su muerte, el mando lo tomó el capitán Wilhelm Reinhardt, el cual falleció poco después de un accidente aéreo, siendo sustituido por Hermann Göring, el que luego fue jerarca nazi y jefe de la Luftwaffe.

6. Aunque su mote más conocido es el de Barón Rojo, en realidad era conocido por los franceses como "le petit rouge", por su pequeño Albatros D.V pintado enteramente de rojo, y "Le diable rouge". Los británicos lo conocían como "Red Knight".

7. No pilotaba siempre el mismo avión aunque fuese del mismo modelo. De hecho, usó cuatro Fokker Dr.1 diferentes.

8. Aunque se cree que estos iban enteramente de rojo, parte del fuselaje y las alas iban de verde. No solo Richthofen lo llevaba de ese color. Udet, por ejemplo, también lo había pintado de rojo.

9. Su unidad, conocida como "el circo volante", no solo era llamada así por los vistosos colores de los aparatos, sino porque era constantemente destinada de una parte a otra del frente, conforme a las necesidades del momento.

10. Durante su entrenamiento como piloto debía realizar aterrizajes en campo abierto, para lo cual elegía un prado cercano a la finca de un conocido y poder así pasar la tarde cazando.

Bueno, espero que haya sido del agrado de vuecedes. Ya seguiremos hablando de más héroes.

Hale, he dicho...



Tropas australianas disparando salvas de ordenanza durante el entierro de von Richthofen en Bertangles, el 22 de abril de 1918