martes, 31 de diciembre de 2013

Asesinatos 11. Gaspar de Coligny




Gaspar de Coligny
Si a alguien no le suena este nombre, seguro que sí ha oído hablar alguna vez de la Matanza de San Bartolomé, cuando los protestantes gabachos fueron masacrados por orden de Carlos IX. La familia real francesa, un tanto inquieta por la proliferación del protestantismo y el odio acumulado por los conflictos religiosos en Europa, optaron por cortar por lo sano y sumieron París, Orleans, Troyes, Toulouse y otras ciudades en un baño de sangre que se saldó con unas 30.000 víctimas. Entre ellas estaba nuestro hombre, la cabeza visible de los calvinistas franceses los cuales recibían el nombre de hugonotes. Dicen que el término hugonote proviene del primer lugar donde los herejes calvinistas se reunían en Tours, un sitio cercano junto a la muralla urbana a la que llamaban Puerta del rey Hugo, en referencia a Hugo Capeto. De ahí pues que fueran denominados en tono jocoso como hugonotes, súbditos del rey Hugo. 

A modo de introducción, conviene saber que Gaspar de Coligny pertenecía a una aristocrática familia y ostentaba varios títulos nobiliarios: conde de Coligny, barón de Beaupont, de Beauvoir, de Chevignat, señor de Châtillon y almirante de Francia. Su padre, del mismo nombre, había sido mariscal de Francia bajo el reinado del alevoso Francisco I, al cual nuestro glorioso césar Carlos derrotó bonitamente en Pavía. Tras una brillante carrera militar se vio relegado al ostracismo por su mortal enemigo, el duque de Guisa, por lo que se retiró a su casa en Châtillon-sur-Loing donde se dedicó a pasar el tiempo leyendo obras sobre la reforma religiosa, a la que no sea precisamente reacio desde hacía años, y a dejarse convencer por su mujer, Charlotte de Laval, con la que se había casado en 1547 a la edad de 28 años.

Profanaciones a manos de los
hugonotes
Así pues, abrazó de forma oficial el protestantismo en 1560 y durante una década se zambulló de lleno en las guerras de religión que asolaban Francia, convirtiéndose en el líder de los hugonotes junto al príncipe de Condé. Catalina de Médicis, madre del rey Carlos IX, casó a su hija Margarita con Enrique de Navarra, protestante hasta la médula, con el fin de calmar los ánimos y en un intento de iniciar una concordia que permitiera acabar de una vez con los conflictos religiosos. Sin embargo, el temor de una nueva revuelta por parte de los hugonotes acabó por sentenciarlos: Carlos IX, apoyado por su astuta madre y sus consejeros, decidió cercenar de raíz el protestantismo en su reino, ordenando la muerte de los principales líderes religiosos excepto Enrique, que era su cuñado, y Condé, que al fin y al cabo pertenecía a la familia real. Pero el resto debían abandonar este mundo con la máxima premura, lo que selló el destino de nuestro hombre. Era el verano del año de 1572, y aquí es donde comienza nuestra historia:

Instante en que Louviers dispara contra
Coligny
El 22 de agosto, el almirante se dirigía a su casa situada en la calle de los Fosos, cuando desde una ventana del claustro de Saint Germain-l'Auxerrois partió un disparo de mosquete. Coligny, que estaba leyendo una carta mientras caminaba, fue herido en la mano con la que sujetaba la misiva, perdiendo dos dedos de dicha mano, tras lo cual la bala se alojó en su brazo izquierdo. Dos caballeros que acompañaban al almirante subieron a toda prisa a la habitación en busca del asesino, pero se había esfumado. Con todo, se sospechó de un oscuro personaje llamado Charles de Louviers, señor de Maurevert, que era conocido como "le tueur du roi", el matarife del rey. Por otro lado, nunca se supo con certeza quien había organizado el fallido atentado, si el rey, su madre Catalina instigada por el duque de Alba, enviado especial de Felipe II a la corte francesa, o el mortal enemigo del almirante, Enrique, III duque de Guisa. Lo que sí se supo es que Louviers disparó desde una habitación en la que se alojaba un clérigo que había sido preceptor del duque, y que permaneció en ella durante al menos tres días a la espera de la ocasión adecuada. En todo caso, lo más probable es que fuesen todos menos el rey los que estuvieran en el ajo ya que, por una causa u otra, estaban deseando mandar al hoyo al almirante. Por contra, el monarca estaba en aquel momento en muy buena relación con Coligny, al que llamaba "mon pére" (padre mío). De hecho, cuando Carlos IX tuvo conocimiento de lo ocurrido mientras jugaba un partido de tenis precisamente con Guisa, se agarró un cabreo de aúpa por el atentado y partió la raqueta contra el suelo mientras gritaba "¡Nunca tendré reposo!".

El duque de Guisa contempla el cuerpo del
almirante tras haber sido defenestrado
Tras enviar a su médico personal, Ambroise Paré, a que atendiera al herido, a eso de las dos de la tarde, Carlos IX, sus hermanos Anjou y Alençon y la reina madre fueron a casa de Coligny porque había que aparentar que estaban muy abatidos por el frustrado atentado. El almirante pidió hablar en secreto con el monarca mientras la reina y sus hijos se veían de repente solos en una casa en la que había unos 200 hugonotes berreando a pleno pulmón clamando justicia, por lo que les entraron a todos unas repentinas ganas de salir de allí a toda velocidad. Al parecer, la charla mantenida entre el rey y el almirante durante largo rato hizo que el voluble Carlos decidiera investigar el asunto para lo cual se reunió al día siguiente, 23 de agosto, con su madre, que estaba siempre en el ajo, con Anjou, con los mariscales de Tavannes y de Retz, con el duque de Nevers y el canciller de Birague. En dicha reunión, el rey insistió en zanjar el asunto acabando con Guisa el cual, según su conversación con Coligny, era el responsable de todo. Pero poco tardaron en convencer a Carlos, que debía tener menos criterio propio que un crío de teta, que era una locura tener a Guisa por enemigo y que el verdadero culpable de la penosa situación por la que pasaba Francia era precisamente Coligny, y que sabían por sus espías que los hugonotes estaban reclutando 10.000 reitres en Alemania y otros tantos mercenarios de infantería en Suiza, países ambos que, además, eran sumamente protestantes y odiaban a los católicos más que a sus cuñados. Eso acojonó al rey de tal forma que cambió de parecer en un periquete, dando el visto bueno para finiquitar de una vez por todas  aquel enojoso asunto. Aullando como un  poseso ante la presión ejercida por su madre, Anjou y los demás cortesanos, autorizó la matanza echando literalmente espumarajos por la boca:

-¡Matad al almirante si así lo deseáis, pero tenéis que matar a todos los hugonotes de modo que no quede uno solo con vida para reprochármelo! ¡Matadlos a todos! ¡ Matadlos a todos! ¡ Matadlos a todos!

La reina Catalina contempla la matanza consumada
Durante la noche del 24 al 25 se empezó a preparar la masacre, organizándose grupos de católicos dispuestos a librar al mundo de mogollón de herejes. La señal para comenzar la escabechina sería el toque a rebato de la campana de Saint Germain-l'Auxerrois. Guisa no estaba dispuesto a perder la ocasión de acabar personalmente con su odiado Coligny, por lo que se adjudicó el barrio donde vivía el almirante cuando se distribuyeron las distintas zonas de la ciudad para llevar a cabo la limpieza de protestantes. Cuando Guisa y su gente se presentaron en casa de Coligny, el escándalo hizo que éste se levantara del lecho del dolor para ver qué pasaba, ya que no podía ni imaginar que el tornadizo Carlos había cambiado de opinión en menos de 24 horas. El señor de Cornaton, que junto a otros caballeros y el médico del rey acompañaban al herido, entró en la alcoba descompuesto y exclamó "¡Monseñor, Dios nos llama!", por lo que todo el personal notó como los testículos les trepaban a toda prisa a la garganta y, en menos que canta un gallo, salían todos echando leches escaleras abajo para escapar de la quema. Solo un criado de origen alemán llamado Nicholas Muss se quedó con el almirante el cual, sabedor de que no lo libraba ni la Caridad, se lo tomó con resignación.

A los pocos instantes entraron en la alcoba dos hombres de Guisa. Uno de ellos llamado Charles Behme se encaró con el almirante mientras blandía un chuzo y le preguntó:

- ¿No eres tú el almirante?
A lo que Coligny respondió:
- Joven, venís en busca de un hombre herido y anciano (curioso concepto de las edades en la época, ya que solo tenía 53 años), así que no acortaréis mi vida mucho tiempo.

Y, en efecto, Behme no estaba por la labor de alargar la vida del almirante ya que no dudó en hundirle su arma en el vientre. Coligny cayó herido de muerte, tras lo cual Behme extrajo el venablo y le golpeó la cabeza con el mismo. Varios hombres más entraron en la habitación y se ensañaron con el moribundo hasta que, desde el patio, se escuchó la voz de Guisa:

- Behme, ¿has acabado?- preguntó el noble.
-Está hecho, monseñor- respondió el asesino mientras se asomaba por la ventana con el cuerpo de Coligny en brazos y lo arrojaba al patio.
Tras caer al suelo completamente bañado en sangre, un criado le limpió el rostro para poder reconocerlo.
-A fe que es él, no hay duda - afirmó Guisa tras comprobar que, en efecto, el despojo sangrante que tenía ante sí era el otrora poderoso almirante de Francia. Sin querer demorarse más tiempo para no perderse la matanza, le soltó al cadáver una patada en plena jeta tras lo cual el duque de Nevers, que lo acompañaba, le cortó la cabeza para enviarla al rey, a su hermano Anjou y a Catalina de Médicis.

Tras la matanza, el cadáver descabezado de Gaspar de Coligny fue colgado en el patíbulo de Montfaucon, donde permaneció varios días hasta que fue descolgado por su primo el duque de Montmorency para ser embalsamado y enterrado en la capilla del castillo de Chântilly. El destino de la cabeza, que en teoría debía ser enviada a Roma, no quedó nada claro.


Algunos de los protagonistas



Carlos IX de Francia no tardó mucho en seguir a Coligny al otro mundo. Murió de fiebres o tuberculosis a las tres de la tarde del domingo 30 de mayo de 1574 en el castillo de Vincennes, aunque las malas lenguas aseguraban que en realidad fue envenenado porque eso de tener por rey de Francia a un sujeto tan memo era bastante enojoso. Hasta su último aliento pesó sobre su conciencia la gran matanza que había permitido. Sobrevivió al almirante menos de dos años.


El duque de Anjou sucedió a su hermano Carlos bajo el nombre de Enrique III. Fue, junto a su madre Catalina, el principal instigador de la masacre, lo cual no le supuso a su conciencia ni el peso de una cagada de mosca ya que al día siguiente se largó a ver unas obras en las cuadras de palacio. Murió en 1589 a manos de un fraile dominico y, al no dejar herederos, supuso el fin de la dinastía de Valois y permitió el ascenso al trono de su cuñado Enrique de Navarra y el advenimiento de la Casa de Borbón.




Enrique de Guisa tampoco pudo morirse de viejo en su piltra ya que fue asesinado por orden de Enrique III en 1588. El motivo del asesinato es que el buen duque era un conspirador de tomo y lomo que incluso llegó a ponerse de parte de España para derrocar al monarca. Por cierto que incluso tuvo tiempo de procrear a mansalva ya que de sus dos mujeres tuvo nada menos que 14 retoños.



Charles de Teligny, yerno del almirante, fue arcabuceado por la gente de Anjou mientras intentaba escapar de la quema por los tejados. Se había criado en la casa de Coligny, tomando la carrera de las armas hasta llegar a ser teniente del mismo. Por cierto que en la película "La reina Margot", de Patrice Chéreau (bastante fiel a la realidad en casi todo), esa escena la recrean pero con un personaje distinto y que es el protagonista de la cinta, el señor de La Môle.


Enrique de Borbón, príncipe de Condé. Como ya se comentó antes, se libró de la escabechina por pertenecer a la familia real a pesar de ser un protestante fanático, si bien fue obligado a abjurar si no quería compartir el triste destino de Coligny lo que en principio se negó a aceptar. Sin embargo, cuando el monarca le dijo en su cara que era un loco, un sedicioso y un rebelde y que si en tres días no se avenía a abjurar lo estrangularía con sus propias manos, aceptó sin dudarlo más, que una cosa era ir de puritano anti-católico y otra morir por cabezota. Murió en 1588, al parecer envenenado por su amada esposa. 

Ambroise Paré, el médico real, tuvo una larga y provechosa vida en la que legó multitud de obras y fue reconocido como un gran científico. A pesar de ser hugonote y encontrarse en la casa de Coligny cuando sus asesinos se presentaron en la misma, logró escapar de los furibundos católicos y murió octogenario en 1590. Por cierto que fue el que trató a Enrique II de Francia, padre de Carlos IX, cuando fue herido de muerte durante un torneo, como se narró en la entrada dedicada a este deporte marcial. Su ciencia no fue capaz de salvar la vida al monarca.

Bueno, así se coció y se consumó la ominosa muerte de Gaspar de Coligny y, de paso, la de miles de calvinistas. Por cierto que la matanza no solucionó nada, y los conflictos religiosos continuaron asolando Francia hasta que el advenimiento de Enrique de Navarra aplacó las cosas. 

Ya está. 

Hale, he dicho...


Fotograma de la película "La reina Margot", donde se narran con bastante fidelidad y una ambientación fabulosa
los terribles acontecimientos ocurridos durante el mes de agosto de 1572. Muy recomendable para los amantes
del cine histórico de verdad

lunes, 30 de diciembre de 2013

Etimologías y supersticiones curiosas


Casi todo lo que hablamos o los miedos que padecemos en nuestros días tienen, no les quepa duda, los orígenes más añejos, variopintos y, en muchos casos, hasta de matiz religioso. Así pues, y porque hoy no tengo muchas ganas de narrar cosas enjundiosas, dejaré una relación de algunas palabras con orígenes curiosos o de supersticiones que provienen desde mucho más allá que los abuelos. PAX IN VNIVERSA TERRA y esas cosas que se dicen en ésta época del año, así que veamos pues...

Las coronas cornudas

O cornudas coronas más bien, ya que el origen de las mismas está en los cuernos. Estos aditamentos de naturaleza córnea que lucen en sus testuces muchos animales y, de forma simbólica, muchos cuñados, compadres y políticos, han sido desde los tiempos más remotos símbolo de poder. Los bichos que los lucen representan siempre animales agresivos y/o poderosos en el imaginario popular: el toro, el buey, el carnero... y en la Edad Media, muchos guerreros se los plantaban en sus yelmos como aviso de que gastaban muy mala leche y estaban lo bastante cachas como para apiolar al más bravo. Precisamente porque los cuernos eran símbolo de poder surgieron las coronas para indicar a la peña quién era el que mandaba. La raíz etimológica de corona es el palabro indoeuropeo "sker-2-", que da origen en latín a corona y cornu. O sea, que aunque su significado es diferente, están unidas por la misma raíz. Los primeros en usar corona tal como la entendemos fueron los romanos las cuales, como vemos en la foto, eran unas diademas (o sea, coronas, derivadas a su vez del griego korone) con radios que simbolizaban los cuernos, la representación ancestral del poder. Por cierto que el término corona no se empezó a usar en la lengua castellana hasta el siglo XIII. 

La herradura de la suerte

¿Quién no ha tenido alguna vez una herradura mohosa guardada como oro en paño, convencido de que la diosa Fortuna se dejará caer un día con una Primitiva o la esquela del cuñado más abominable? Aún recuerdo la que tenía la tía Maripepa tras la puerta del comedor de verano (las casas sevillanas tenían uno en la planta baja y otro en la planta alta según la época del año, con sus correspondientes cocinas) y que estaba terminantemente prohibido tocar. Bueno, la cuestión es que esta superstición viene de sus usuarios, los caballos. Estos animalitos han tenido una aureola relacionada con la magia y las divinidades desde tiempos de Adán. Incluso en la Edad Media se representaba al signo zodiacal Géminis no como dos gemelos, sino como dos caballos, uno blanco y otro negro como símbolo de dualidad. Así pues, el personal dio por sentado que encontrar una herradura perdida (no vale ir al herrero a comprarla, naturalmente) de un caballo era señal de buena fortuna, ya que era el "zapato" de uno de esos animales que, además, tenían el poder de la clarividencia e incluso de prevenir a sus jinetes. Ojo, no valen las de mulos, asnos y bueyes. Las fetén son las de caballo.

El gato negro

Los gatos en general y los de pelaje negro en particular han sido y, de hecho aún son, motivo de ciertos recelos entre la peña, especialmente los últimos. Justo es reconocer que ver a uno de esos animalitos apalancado en una ventana y clavándonos sus ojos amarillentos con olímpico desprecio es un tanto desconcertante, pero quizás ese temor provenga del medioevo, cuando eran asociados de forma inapelable con las tinieblas, la brujería, las brujas y, está de más decirlo, con el propiciador de tanta maldad: Satanás. Sin embargo, en tiempos anteriores estos bichos eran considerados como benéficos y relacionados con las divinidades más reconfortantes. ¿Acaso no momificaban los egipcios a sus gatos domésticos cuando agotaban sus siete vidas con el pastizal que costaba dicha intervención? Pero, para su desgracia, los gatos habían estado casi siempre relacionados con entes o divinidades femeninas, lo que los convirtió en la diana perfecta de la misoginia implacable de la Iglesia, que no paraba de buscar cuestiones mujeriles para que simbolizaran por sistema todo lo malo, lo sucio, lo perverso y lo pecaminoso del mundo. Y si alguien me dice que qué tendrán que ver los símbolos de los egipcios o los griegos con el cristianismo les diré que todo. Al cabo, los protocristianos no hicieron sino acaparar las simbologías paganas para que las conversiones fueran un trágala más asumible.

El gallo veleta

Aunque ciertamente hoy día se ven veletas que no tienen nada que ver con estas madrugadoras volátiles, carecen del caché que posee una veleta reglamentaria desde que Noé plantó la vid. ¿Nadie se ha preguntado nunca por qué han sido por norma los gallos los que con su silueta han recortado los cielos de medio mundo? Pues la cosa viene de antiguo, como digo. El gallo es un bicho asociado como símbolo solar desde siempre, precisamente por ser el primero que anuncia la llegada del astro rey. En el cristianismo medieval tomó un gran protagonismo simbólico por ese mismo motivo, ya que se asociaba el Sol con Cristo. Así pues, el gallo, con su canto tan desagradable, recordaba al personal todas las mañanas que el Redentor, tras la Muerte, resucitaba e iluminaba al mundo entero. Por otro lado, y como también se le asociaba con la vigilancia por aquello de madrugar tanto, era por lo que se los colocaba en las partes más elevadas de las iglesias y, posteriormente, de las casas. Vigilaba los lugares sagrados y los hogares, y les anunciaba la llegada diaria de la luz. Actualmente se está perdiendo esta bonita tradición, siendo sustituidos los ancestrales gallos por horteradas tan abrumadoras como el escudo del equipo de balompié preferido o incluso la silueta de la suegra.

El cancerbero o, mejor dicho, el can Cerbero

Esta quizás la sepan muchos, pero como supongo que aún serán más los que la desconocen pues la incluyo. Todos hemos escuchado alguna vez a los comentaristas deportivos mencionar a los porteros de balompié como "el cancerbero", ¿no? Bueno, esto es en cierto modo insultar un poco al sufridor de los goles del adversario ya que denominarlos así es llamarlos "perros infernales". Así pues decir "Casillas, el perro infernal de la selección española" como  que queda fatal aunque a uno no le guste ese deporte, como es mi caso. El verdadero chucho Cerbero era un bicho mitológico hijo de la víbora Equidna y de Tifón y cuyo era aspecto bastante desagradable ya que tenía varias cabezas (dependiendo de quien contara la historia, hasta cien), cola de dragón y el cuello erizado de serpientes. Este perro tan asqueroso guardaba la entrada al Tártaro junto al palacio de Plutón para impedir que las almas de los muertos, tras ser trasladadas a través de la laguna Estigia, decidieran largarse de aquel sitio tan feo y volver al mundo de los vivos. Lo que no se es de donde leches viene la comparación entre porteros y perros diabólicos, la verdad...

 La importancia de calzar espuelas

Es de todos sabido que el acto de calzar las espuelas era uno de los más importantes durante el rito de armar a un caballero. De hecho, debían ser de oro y no de otro metal porque formaban parte de la esencia caballeresca que diferenciaba su estatus del resto de los mortales. ¿Por qué pues estos meros instrumentos para aguijonear caballos tomaron tanta relevancia en la simbología de la Edad Media? Las espuelas no eran nada nuevo en aquella época. Se tiene constancia de que ya los romanos las usaban, si bien formando parte integrante de las CALIGÆ que usaban los jinetes que nutrían las TVRMÆ de caballería en forma de simple púa de hierro. Pero si los romanos adoraban los símbolos, los hombres del medioevo no les iban a la zaga, ya que comparaban las espuelas con la fuerza activa, con las alas de Mercurio que, como sabemos, las tenía en los tobillos, y servían de protección del talón, lo cual debió echar de menos el peleida Aquiles cuando el priamida Paris lo aliñó con una flecha en ese mismo sitio. Así pues, este caballeresco complemento albergaba, como vemos, más connotaciones además de hacer la puñeta al caballo.

La Muerte con su guadaña

Es otra imagen típica que hasta los críos de teta conocen. Sin embargo, la guadaña en manos del siniestro esqueleto encapuchado no se empezó a usar hasta el siglo XV. Anteriormente, la herramienta de la Parca era una hoz y, en tiempos más remotos del paganismo, las deidades asociadas con la muerte portaban un pequeño cuchillo curvado llamado harpé. En todo caso, si preguntamos a cualquiera qué simboliza la guadaña casi invariablemente nos responderán que es lo que usa la Muerte para segar vidas. Sí, pero no. Para segar vidas valdría cualquier otra cosa más manejable que una engorrosa guadaña, ¿no? De ahí que lo que verdaderamente simbolice sea que, al hacer uso de esta címbara para cortar las vidas, la Muerte nos iguala a todos tal como la hoja de la guadaña iguala la altura del pasto cuando se corta. La Muerte hace lo que nada en el mundo puede hacer: igualarnos a todos porque todos, inexorablemente, moriremos alguna vez: ricos, pobres, nobles, plebeyos, cuñados e incluso suegras, aunque estas últimas parezca que van a durar más que un martillo en manteca, juro a Cristo...

Las pelis de dos rombos

Los que ya peinen canas o incluso ni siquiera tengan necesidad de peinarse recordarán que en la tele, cuando iban a poner una película "moralmente dudosa", no se echaba mano de las "X's" que surgieron posteriormente y cuya máxima expresión del recochineo y la flagrante inverecundia de la carne eran las "XXX". Ponían uno o dos rombos, dependiendo de que la protagonista enseñara un muslo o, en el colmo de la indecencia, se diera un morreo feroz con el chico de la peli. Naturalmente, eran las féminas las que inducían a la indecencia, eran las inductoras al pecado de la carne y eran las malvadas que perdían con malas artes el alma pura del hombre. Y ya que era la mujer la causante del escándalo, qué mejor que avisar al personal con uno de sus símbolos: el rombo. Sí, no es coña. El rombo representa desde muy antiguo el órgano sexual femenino y era capaz de acrecentar las pasiones viriles. O sea, que una película de dos rombos equivalía a dos potorros, jejeje... Y para los que no peinan canas y crean que esas cosas no pasaban, básteles saber que, por ejemplo, el doblaje inicial de la famosa cinta "Mogambo" se modificó para que Grace Kelly fuera hermana del que en realidad era su marido en la ficción para ocultar el infamante adulterio que perpetra con el protagonista masculino, Clark Gable, ya que eso de que hubiera cuernos sin más no era aceptado por los mojigatos catedráticos de ética que nutrían la censura de antaño. Que tiempos aquellos, carajo...

En fin, ya está.

Hale, he dicho

viernes, 27 de diciembre de 2013

7 curiosidades curiosas sobre la Orden Teutónica





No cabe duda de que esta orden germánica tiene un morbillo especial que, aunque no alcanza al de los controvertidos templarios, provoca curiosidad entre los aficionados a estos temas belicosos. Y si encima uno ha visto la peli aquella de "Alexander Nevski" de Eisenstein, cuando el landmeister Hermann von Balk, con voz profunda y siniestra, ordena escabechar a los sufridos rusos de Pskov haciendo incluso arrojar a los niños a una pira para que se quemen vivos, pues más aún. Obviamente, la película era una apología del heroísmo ruso y ponían a los freires como sádicos asesinos germanos, pero no deja de reflejar como las gastaban los monjes guerreros a la hora de imponer su voluntad con todo aquel que les hiciera frente y si encima era infieles enemigos de Dios ni les cuento.

Mitos y tópicos aparte, la orden teutónica no solo ganó protagonismo en Tierra Santa sino que alcanzó lo que ninguna otra orden militar pudo obtener: su propio estado, con unas dimensiones más o menos similares a las de la península itálica. Veamos pues algunas curiosidades curiosas sobre estos poderosos freires...

Asedio de Acre en 1190
Curiosidad 1. El origen de la orden se remonta al cerco de Acre (1190), durante la Tercera Cruzada. En dicha expedición, que resultó un desastre completo tanto para el emperador del Sacro Imperio Federico Barbarroja como para su ejército (el emperador murió ahogado al cruzar el río Saleph), las tropas germánicas crearon un hospital de campaña bajo la advocación de la Virgen María, el cual estaba bajo el mando de un prior. El 5 de marzo de 1198, el papa Celestino III reconoció la orden creada por los esfuerzos del Canciller del Sacro Imperio Conrad von Querfurt, la cual adoptó la regla agustina y tomó el nombre de FRATES DOMVS HOSPITALIS SANCTÆ MARIÆ THEVTONICORVM o, lo que es lo mismo, Hermanos de la Casa Hospital Germánica de Santa María. Su primer MAGISTER HOSPITALIS o gran maestre fue Heinrich Walpot, que gobernó la orden apenas dos años, hasta 1200.

Ruinas del castillo de Montfort
Curiosidad 2. Se establecieron en Cilicia, en el reino de Armenia. Su cuartel general lo ubicaron en la fortaleza de Montfort, un castillo inexpugnable construido años antes por Joscelin de Courtenay al norte de Palestina. Los árabes le daban el nombre de Qala't  al-Qurayn, castillo del Cuerno, por estar situado en un espolón rocoso cerca de un río con ese mismo nombre. Este castillo fue tomado por el gobernador mameluco de Egipto en 1271, por lo que el cuartel general de la orden fue trasladado a Acre hasta la caída de esta ciudad en 1291.

Escena de la batalla de La Forbie procedente de un
manuscrito de la época. Obsérvese el soldado de la derecha
con el Bausant del Temple que huye del campo de batalla
Curiosidad 3. El encono y el valor de los teutones quedó claramente demostrado en la nefasta jornada de La Forbie, librada entre los días 17 y 18 de octubre de 1244. En dicha batalla, las tropas egipcias al mando de Baybars infringieron una aplastante derrota a los cruzados, de forma que de los 400 caballeros teutones que formaban parte del contingente cristiano murieron en el campo de batalla 397. Entre los tres supervivientes se encontraba el hochmeister o gran maestre Gerhard von Malberg el cual, por cierto, fue obligado a renunciar al cargo ese mismo año, tras lo cual ingresó en la orden del Temple. Le sucedió en el cargo Heinrich von Hohenlohe, uno de los más poderosos y acaudalados señores feudales alemanes.

Hermann von Saltza, el más legendario
maestre de la orden, la cual gobernó
entre 1209 y 1239
Curiosidad 4. La organización de la orden era más o menos similar a la de otras, tales como el Temple o el Hospital si bien en este caso las particiones territoriales eran bayliatos. El hochmeister era el gran maestre, cuya elección se llevaba a cabo mediante nominación y posterior votación por el capítulo general de la orden. Los demás cargos eran los siguientes:

El grosskomtur o gran comandante
El oberster marschall o mariscal supremo
El oberster splitter o hospitalario supremo
El oberster trappier o pañero supremo
El tressler o tesorero

Mientras la sede estuvo en Tierra Santa, el hochmeister nombraba a un deutschmeister para dirigir las posesiones de la orden en el Alemania, que en aquella época era un bayliato. Así mismo designaba los landmeisters de Prusia y Livonia, los cuales debían enviarle anualmente un informe detallado de su gestión y, cada tres años, debían acudir en persona a rendir cuentas a Tierra Santa. 

Turcopolo
Curiosidad 5. Debido a que la orden no contaba con un gran número de caballeros de linaje como ocurría con los templarios, debían recurrir a aceptar entre sus contingentes a tropas de lo más dispar. Por un lado estaban los diener o sirvientes, similares a los servants del Temple, y que combatían como hombres de armas a caballo o como ballesteros. También contaban con turcopolos, mercenarios de origen turco, armenio, sirio e incluso árabe convertidos al cristianismo y que combatían como caballería ligera. Por cierto que el término turcopolo proviene del griego τουρκόπουλοι, que significa "hijo de los turcos". Finalmente estaban los witinges, los cuales eran hombres libres y nobles originarios de Prusia, de religión anteriormente pagana y cristianizados. Obviamente, el mantenimiento de estas tropas a sueldo no era precisamente barato, pero el poder económico de la orden podía permitirse eso y más. Sirva de ejemplo el hecho de que en 1346, el rey de Dinamarca vendió a los teutones sus posesiones en el norte de Estonia por 19.000 marcos de plata, que equivalían a 980 kg. de ese metal. Al precio actual de la plata, unos 458.000 € de hoy día que para mí los quisiera, juro a Cristo...

Caballero teutón del principios
del siglo XIII

Curiosidad 6. Desde la fundación de la orden hasta el año 1244 no se implantó un hábito como ocurría en las demás órdenes militares. Sin embargo, en la fecha antes señalada se dictaminaron una serie de normas de uniformidad entre las que se prohibían expresamente las ropas suntuosas que denotasen "esplendor mundano". Así pues, el papa dictaminó que el hábito debía ser blanco, así como el manto, como señal de pureza. Los miembros de la orden tenían absolutamente prohibido vestir otras ropas que no fueran las que el trappier o pañero les entregaba cuando ingresaban en la misma. El equipo consistía en: dos camisas, dos calzas, dos pares de calcetines, un hábito, un saco de dormir, una sábana, un breviario y un cuchillo. A ese parco vestuario se le añadía una pelliza barata de piel de cabra o de oveja. Los caballeros debían dormir en camisa, calzas y calcetines, y no podían cerrar con llave el arca donde guardaban la ropa. Podían tener barba, pero el pelo había que llevarlo muy corto. No podían usar su cota de armas ni entretenerse con ningún tipo de juego. Solo les estaba permitido como distracción tallar la madera.




Dominios del Osdensstaat a mediados del siglo XV.
Su existencia se prolongó desde 1244 hasta el siglo XVI
Curiosidad 7. La orden aceptaba a cualquier sujeto capacitado para el servicio de las armas fuese noble o no debido al peculiar sistema social del Sacro Imperio en el que la gran parte de la población eran ministerialis. Los miembros de este estamento eran considerados legalmente como dienstmann o siervos. Sin embargo, esta "servidumbre" no tenía el mismo significado en Alemania que en el resto de Europa ya que estos hombres eran considerados en el siglo XII como auténticos nobles. En fin, reminiscencias de las añejas leyes romanas. La cosa es que la segunda mitad del siglo XIII un 75% de los efectivos de la orden procedían de los ministerialis, mientras que solo un 12% de sus miembros pertenecían a la alta nobleza y un 7% a familias hidalgas. De hecho, quince de los maestres habidos a lo largo del tiempo procedían de familias de origen ministerialis. En todo caso, los aspirantes debían responder, como ocurría con otras órdenes, a una serie de preguntas para ser admitidos. En el caso de los teutones eran diez, debiendo responder negativamente a las cinco primeras y afirmativamente a las cinco segundas si no quería ser enviado a hacer puñetas allí mismo. Estas eran las preguntas:

  • ¿Perteneces a alguna otra orden? Esta pregunta era habitual en todas las órdenes para impedir que miembros expulsados de mala manera de una de ellas se refugiaran en otra. 
  • ¿Estás casado? Está de más decir que el celibato se observaba a rajatabla, castidad aparte.
  • ¿Tienes algún defecto físico oculto? Obviamente, un hombre cuya misión sería combatir debía estar sano y en perfecto estado físico. 
  • ¿Tienes deudas? Eso de deber dinero estaba muy feo y, además, solo imaginar que se presentase el acreedor en uno de sus castillos a reclamar la pasta les producía vahídos de vergüenza.
  • ¿Eres un siervo? En esta condición no se contemplaban los ministerialis ya que, como se ha dicho, legalmente no se consideraban como tales.
  • ¿Estás preparado para luchar en Palestina? Pregunta un poco chorra. Decir que no suponía terminar allí mismo su vida como teutón.
  • ¿Estás preparado para luchar en cualquier otro sitio? Ídem de ídem.
  • ¿Estás preparado para cuidar a los enfermos? Evidente. Para eso el origen de la orden era un hospital. Y ojo, que eso no era agradable porque igual te tocaba un nene con catarro que un viejo con lepra al que la carne se le caía a pedazos.
  • ¿Estás preparado para ejercitar cualquier oficio tal como está ordenado? Debían ser autosuficientes, vaya...
  • ¿Estás preparado para obedecer la orden? La pregunta parece obvia, pero tras ella había toda una vida dedicada a acatar las órdenes de tus superiores, a luchar y dar la vida si fuera necesario, a renegar de familia y amigos, a no saber qué era ser padre o marido (tampoco es que se perdieran nada fastuoso con eso, pero bueno...) y a acabar tus días metido en un hoyo envuelto en tu hábito sin más.

Acojonan, ¿eh?
Una vez cumplimentado este paso inicial, se procedía a profesar diciendo las siguientes palabras:

"Yo, Fulano, profeso y prometo castidad, renunciar a las propiedades, y obedecer a Dios, a la bendita Virgen María y a ti, hermano Mengano, maestre de la Orden Teutónica, y a tus sucesores conforme a la regla e instrumentos de la orden y te obedeceré a ti y a tus sucesores hasta la muerte.

La orden teutónica aún existe, si bien ya no se dedican a matar gente sino a obras de beneficencia. Su maestre desde el año 2000 es el abad Dr. Bruno Platter. Bueno, con estas siete curiosidades curiosas vale por hoy, que me duele la cabeza de forma proverbial, amén.

Hale, he dicho




jueves, 26 de diciembre de 2013

La cimera, el DNI del caballero



Hacia finales del siglo XIII, con la aparición de los yelmos cerrados que cubrían completamente la cabeza y el rostro de los combatientes, se hizo necesario un método para identificarse unos a otros, que no era plan de apiolar al cuñado y tener luego que darle explicaciones a la parienta para convencerla de que no lo odiaba, sino que simplemente lo había confundido con un enemigo.

Así pues, aparte de surgir la heráldica para el mismo fin, en Centroeuropa se puso de moda adornar el yelmo con una figura que representase algo o bien relacionado con su escudo de armas, o bien con una empresa o divisa que permitiese tanto a sus camaradas como a la tropa identificarlo perfectamente. En realidad, el uso de distintivos en la cabeza es antiquísimo porque desde los tiempos más remotos era necesario poder identificar al jefe de la tribu, la tropa, la legión, etc., bien con plumas, cuernos, tela de colores o penachos de plumas si bien esta entrada estará dedicada a la cimera medieval, que mola una burrada. Veamos pues...

Iluminación del Códice Manesse que
muestra a un caballero teutón con su
escudo de armas y el yelmo con la
cimera.
El término cimera proviene al parecer del latín CHIMÆRA, que a su vez lo tomó del griego χίμαιρα (pronúnciese kimaira), que significa animal fabuloso o monstruo. La comparación es más que evidente ya que los caballeros decoraban sus yelmos por lo general con amenazadoras figuras de terrible apariencia tanto para acojonar al enemigo como para anunciar que era poseedor de las cualidades o la fiereza del animal o monstruo en cuestión. Esta moda proliferó por toda Europa Central rápidamente porque, cuestiones meramente estéticas aparte, era un complemento bastante práctico a la hora de la batalla. En Castilla se importó desde Francia hacia mediados del siglo XIV, al parecer en tiempos de Alfonso XI, cuya crónica indica que los caballeros gabachos que acudieron en ayuda del castellano en el cerco de Algeciras (1342-1344) plantaban ante sus pabellones, una vez más con fines identificativos, sus yelmos adornados con su cimera en lo alto de un poste. La crónica especifica que ..."algunos yelmos avía que tenían alas de águila, et otros tenían cuervos, et destos avía fasta seiscientos yelmos".



En Aragón, por mera proximidad geográfica, apareció unos años antes a raíz del casorio entre Pedro IV y María de Navarra cuyo padre, Felipe III de Navarra, portaba una cimera con forma de animal con alas. De ahí posiblemente el adoptar el aragonés un dragón alado que se convirtió en el distintivo de la corona aragonesa y que es conocido como drac-pennat. A la izquierda podemos ver una ilustración en la que aparece el rey de Aragón en su corcel, el cual va cubierto con un caparazón con sus armas, y sobre su cabeza el yelmo coronado con el dragón alado. Al parecer, se alternó esta figura con la de un grifo que, al cabo, no dejaba de ser también un dragón con alas.






Cimeras diversas que, como se ve, van pintadas con los
mismos colores que el escudo de armas
Sería imposible realizar un compendio de cimeras porque las hubo a miles y a cual más estrambótica. Es de todos sabido que en aquellos tiempos gustaba mucho eso del simbolismo, el misterio y las cosas de arcano significado, de forma que igual se veía una cimera que representaba un nido de pájaro del que emergía una arpía a unos simples cuernos con plumas. En todo caso, los reyes de armas sí que se sabían de memoria, sino todos, sí los de los personajes de más relumbrón de Europa y, además, su ciencia les permitía interpretar el significado de sus escudos de armas así como de las cimeras que portaban sobre sus yelmos.

Los complementos de la cimera eran los lambrequines y los bureletes, si bien estos solían ser más propios de torneos y paradas militares que para su uso en batalla. El lambrequín, que también es un adorno heráldico, tuvo su origen en los velos que portaban sobre el yelmo los cruzados para aliviar el recalentamiento producido por el ardiente sol de Tierra Santa. Dichos velos se sujetaban a, yelmo mediante el burelete, que era un rosco de tela trenzada y, generalmente, del mismo color que el escudo de armas. El lambrequín se solía usar o representar como una tela hecha jirones para simbolizar el desgaste sufrido en combate aunque el dueño no hubiese visto en su vida más combate que las reyertas a garrotazos entre sus vasallos, pero quedaban tela de molones cuando se iba a algún sarao de la época. En la foto de la izquierda podemos verlos con más claridad. El yelmo porta sobre sí una cimera con forma de león coronado bajo el cual tenemos el burelete asegurando el lambrequín que, en algunas ocasiones, se exageraba de tal forma que caía sobre la grupa del caballo. Obviamente, este complemento no era nada útil en batalla ya que podría servir, tirando del mismo, para descabalgar al caballero o arrancarle el yelmo de la cabeza.

Cimera original de Eduardo,
el Príncipe Negro
Y ahora, lo que muchos se estarán preguntando: ¿cómo se fabricaban las cimeras? Pues no era nada complicado. Se usaba cuero, el cual se moldeaba con la forma deseada, yeso, telas, madera y cartón-piedra básicamente. Los materiales, como se ve, estaban destinados a hacer estos adornos lo más ligeros posibles a fin de no aumentar demasiado el peso de estos yelmos que podían alcanzar tranquilamente los 3-4 kg. o incluso más. Por lo general, el motivo principal de la cimera se fabricaba con cuero fresco siguiendo el siguiente método: se elaboraba un muñeco con la forma adecuada como si de un peluche se tratase. A continuación se rellenaba con arena y se apelmazaba bien para que adoptase la forma requerida tras lo cual se ponía al secar al sol varios días. Una vez seco se vaciaba de arena y se cubría con varias capas de lino encolado para darle más resistencia tras lo cual se añadía una capa de yeso que debía ser lijado hasta que quedase una superficie lisa y pulida. Finalmente, se pintaba con pintura al temple o se aplicaba un dorado o plateado. Por último se añadían los detalles como plumas, cintas, etc. En algunos casos incluso se usaban cristales de colores para simular los ojos de los animales o monstruos representados. Obviamente, bastaba un mazazo o un tajo de espada para dejar la cimera hecha cisco, por lo que debían estar constantemente reparándolas o fabricando otras nuevas.

Por último, veamos como se fijaban. Dependiendo del yelmo, el método variaba. Los yelmos del siglo XIII solían ir provistos de orificios y/o pivotes perforados para tal fin. De ese modo, se colocaba la cimera y bastaba anudarle unos cordones de cuero o cintas de tela resistente. Si se colocaba el burelete, éste simplemente se ajustaba sin más. En los bacinetes o yelmos de justa posteriores, un buen referente lo tenemos en esa ilustración del "Libro de los Torneos" de Renato de Anjou. En el centro aparece el yelmo al cual se le ha fijado una especie de capacete de cuero del que emerge un vástago. Dicho capacete se ha asegurado sólidamente al yelmo mediante cordones de cuero. A continuación se coloca la cimera la cual se une al capacete también mediante cordones. En este caso, en vez de burelete lleva una corona sujetando el lambrequín ya que la categoría del personaje se lo permite. 

En esas otras dos fotos podemos ver los dispositivos de fijación en dos yelmos diferentes: a la izquierda tenemos un gran yelmo en cuya calva dispone de cuatro tetones perforados (dos delante y dos detrás) donde se anudarán los cordones que sujetan la cimera. En el crestón  del almete de la derecha, dentro del círculo blanco, podemos ver una muesca similar a la del yelmo de la imagen superior. A través de la misma emergerá un vástago, también similar al anterior, que servirá de soporte a la cimera.




Las cimeras perduraron en los blasonarios europeos tras la desaparición de las armaduras y de los vistosos torneos como elemento decorativo de los escudos de armas. De hecho, en muchos de ellos aún podemos verlas tal como eran hace siglos, conservando la misma morfología que antaño. A la derecha tenemos el escudo de armas de los monarcas del Reino Unido en cuyo timbre podemos ver la misma cimera que ya lució el Príncipe Negro y que pudimos ver más arriba.


En fin, ya está.

Hale, he dicho