viernes, 27 de febrero de 2015

Los enigmáticos cortagos


El estudio de la tormentaria y la poliorcética medieval nos depara a veces pequeños enigmas que, por lo general, no son ciertamente fáciles de dilucidar. Hablamos de máquinas o ingenios que aparecen en viejos códices que debemos interpretar ya que en los mismos no se hace referencia a su manejo o incluso a su nombre. Sin embargo, la cuestión es que existieron ya que los vemos perfectamente dibujados en los tratados de la época y, como en el caso que nos ocupa, incluso hay alguna que otra mención a su uso. No obstante, eso no facilita dilucidar con exactitud todo lo necesario para conocer los entresijos del invento en cuestión, así que nos vemos obligados a estrujarnos un poco la neurona para intentar asacar algo razonablemente lógico. 


A la derecha tenemos al protagonista de la entrada de hoy, el cortago. En este caso se trata de una ilustración de la obra de Valturio  DE RE MILITARI, escrita en 1472 y dedicada al condottiero Sigismundo Pandolfo, el Lobo de Rimini. Como vemos, se trata de una bombarda cuya ánima forma un ángulo recto y es definida según se puede leer en el grabado, como "otra admirable máquina", pero sin especificar como funcionaba o para qué servía. De hecho, ni siquiera menciona su nombre. En otras obras de la época se pueden ver copias del invento, pero sin darnos tampoco pistas al respecto. 


En el Diccionario Etimológico Militar de Almirante, que se limitar a copiar textualmente la definición que da de este artefacto el conde de Clonard, se especifica que el cortago era también denominado como compago, pero si miramos la página anterior del tratado de Valturio nos encontramos con este otro artefacto en el que, como vemos, aparece ese término. Sin embargo, COMPAGO en latín significa ensamblaje o unión, por lo que es evidente que el grabado no hace referencia al artefacto en sí, sino a la forma de ensamblarlo con su afuste que, en este caso, parece ser una base de madera en la que se atornilla la culata de la bombarda para usarla como un batemuros. Así pues, a mi modo de ver, el compago no era sinónimo de cortago sino una forma de ensamblar piezas de artillería con su afuste. 


Efigie sepulcral de Francisco Ramírez
Llegados a este punto tenemos poca cosa. Solo el conocimiento de la existencia de una peculiar pieza de artillería con una forma extraña y aparentemente poco o nada útil y cuya denominación tampoco queda clara. Pero, ¿para qué servía y cómo se usaba? Solo hay una referencia, y nos la da la Crónica de los Reyes Católicos escrita por Hernando del Pulgar y citada por Clonard. En la misma, se da cuenta de como Francisco Ramírez, capitán general de la artillería regia al servicio de Castilla, hizo minar una torre durante el cerco a Málaga. La resistencia de la guarnición de la torre era enormemente enconada, por lo que convertían en un suicidio aproximarse a la misma. Así pues, "... fizo una mina que llegaba fasta el cimiento de la torre primera (eran dos torres que defendían un puente), é fizo cabar fasta que llegó á lo hueco de la torre, é allí puso un cortago la boca arriba, é armáronlo para que tirase al suelo de la torre sobre el qual estaban los moros que la defendían."


Mina explosiva. Como vemos, el hornillo debía quedar
totalmente sellado para que su efectividad fuera
máxima
Tras dejar instalado el cortago, al cual no mencionan en ningún momento como compago, la lucha prosiguió con denuedo hasta que, a la vista de que era imposible desalojar a los enemigos de la torre, "... los artilleros pusieron fuego al cortago que estaba armado debaxo del suelo de la torre, é con el tiro que fizo derribó gran parte del suelo do estaban los moros que la defendían, é cayeron quatro dellos...(por el agujero abierto en el suelo)", quedando la torre totalmente inutilizada para su defensa, teniendo que ser evacuada por sus defensores. Esta es la única referencia que podemos encontrar al uso de este tipo de piezas que, por lo que se ve, funcionó adecuadamente y no hizo necesario el enorme gasto de pólvora habitual en las minas explosivas. Para detonar la misma se recurría a una larga salchicha que era prendida en la boca de la mina. Pero la ilustración de Valturio no nos da muchas pistas acerca de la morfología interna del arma. En el grabado que vimos más arriba solo se aprecia su aspecto externo, el oído que aparece llameando en la culata y la cureña de madera formando un ángulo recto. Pero, ¿cómo sería su interior? ¿Cómo se cargaría?

La respuesta podemos tenerla en un detalle aparentemente sin importancia que aparece en una lámina del Códice Latino 197. Abajo podemos verlo, dentro del ovalo rojo:




El protagonista de la ilustración es, obviamente, el jinete que va armado con uno de los primitivos truenos de mano que iban unidos al arzón de la silla. Sin embargo, a la derecha tenemos lo que obviamente son dos cortagos, dos bocetos que el artista plasmó como aprovechando el espacio libre que le quedaba en el folio. Conviene aclarar que las ilustraciones de este códice son en parte diseños y bocetos dispuestos de forma un tanto caótica y con algunas anotaciones acerca de su manejo. Por lo tanto, solo tendríamos que interpretar el boceto que nos legó el anónimo dibujante que ilustró el códice, lo que nos da la pieza que podemos ver en la ilustración superior. Tal como aparece en el boceto del códice, la pieza de mayor tamaño es desmontable: por un lado tenemos la recámara y por otro la caña. Dicha recámara sería cargada y atacada de la misma forma que una bombarda tras lo cual se le enchufaría la caña, se aseguraría el conjunto a la cureña y solo restaría añadirle la salchicha que dispararía el bolaño o la pelota de hierro con que estaba cargado. Es posible que se sellara la mina de la misma forma que las explosivas para aprovechar al máximo la presión desarrollada por la detonación.


En cuanto a la pieza de menor tamaño, en apariencia es un artefacto similar. En este caso, la recámara no forma un ángulo recto, sino que está encastrada directamente en la caña. En el detalle se ve como el proyectil sale disparado hacia arria, por lo que queda demostrado cual era su uso, su forma de emplazamiento y su efectividad. Así pues, ya hemos avanzado bastante. Tenemos que el cortago era una pieza de artillería destinada exclusivamente a actuar contra fortificaciones en sustitución de las minas, que fue empleado con éxito a finales del siglo XV, y que su existencia era conocida en al menos España e Italia. Solo nos quedaría por resolver una duda: ¿por qué este invento no prosperó mientras que se extendió por todas partes el uso de las minas explosivas, las cuales requerían grandes cantidades de pólvora y trabajo para que resultaran verdaderamente efectivas?


Colijo que la respuesta es simple. Un bolaño disparado hacia arriba no tenía poder destructivo suficiente para derribar una muralla de dos o tres metros de espesor. Lo mismo podríamos decir sobre una torre cuya base era maciza hasta la altura del adarve, lo que se traduciría en varios metros y, por ende, muchas toneladas de piedra y tierra para ser perforados por un simple bolaño. Así pues, solo cabe una respuesta posible, la cual he interpretado conforme podemos ver en la ilustración de la derecha: los cortagos solo eran utilizables contra torres si previamente se vaciaba la mayor parte del cimiento para que el bolaño pudiera ascender y, tal como narra Pulgar, perforar el suelo y destruirlo para inutilizar la torre en cuestión. Pero, ¿no era más fácil no andarse con tantas historias y volar sin más el objetivo? Evidentemente, creo yo. Por eso, los enigmáticos cortagos fueron una más de las tantas armas que apenas alcanzaron difusión por su escasa efectividad y la complejidad de su manejo para unos resultados poco contundentes. 

Bueno, creo que con esto quedaría aclarado este pequeño enigma, y que hemos podido dilucidar el funcionamiento de estas peculiares máquinas.

Hale, he dicho...

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