domingo, 30 de diciembre de 2018

El Cañón de París entra en acción



Dilectos lectores, el 2018 está a punto de irse al carajo. Pero lo horripilante es que parece que empezó ayer, así que miedo me da pensar cómo pasará de rápido el 2019 para, en un año más, empezar con la tercera década del siglo XXI. Bueno, ya sabemos que el tiempo es el enemigo inexorable del hombre y tal, así que ajo y agua. Dicho esto, comencemos.

Postal que muestra la única plataforma hallada intacta por los aliados en
Chateau-Thierry. Obsérvese que la clasifican como el emplazamiento
de un Bertha porque, simplemente, no tenían conocimiento del monstruo.
De hecho, esa en concreto no fue usada por un Wilhelm-Geschütz, sino
por un Langer Max de 380 mm. Ambos cañones usaban el mismo modelo
Aprovechando esta época gozosa en que los pequeños orcos del vecindario se dedican a alterar mi delicado biorritmo contraviniendo la normativa municipal respecto a los fuegos de artificio ante la total pasividad de la policía municipal, que en vez de mandar a sus abominables progenitores encadenarlos en algún sótano les ríen las gracias, nada mejor para finiquitar el 2018 que un petardo a lo bestia, el Lange 21 cm. Kanone Wilhelm-Geschütz, más conocido como Paris Gun o confundido por los aliados con el Langer Max e incluso con alguna nueva versión del Bertha, del que ya hablamos en su día. Porque la realidad es que el Cañón de París fue quizás el secreto mejor guardado de la Gran Guerra, hasta el extremo de que no se sabe con exactitud cuántos ejemplares se fabricaron, ni se pudo encontrar ni rastro de ellos tras el Armisticio, ni planos, ni documentación sobre su diseño, movimientos, etc. La única prueba tangible de su existencia, aparte de los testimonios fotográficos, fueron los tendidos ferroviarios que las unidades de ingenieros del ejército imperial construyeron para poner a tiro nada menos que la capital del enemigo, París. Pero la cosmopolita urbe gabacha (Dios maldiga al enano corso) no estaba a los 47 km. del frente que la pondría dentro del alcance de la artillería pesada tedesca, sino un poco más lejos. Concretamente, la distancia entre París y la zona más cercana de las posiciones alemanas era de unos 120 km. hasta el centro de la ciudad. Lejos de cojones, ¿que no?

Uno de los protagonistas de esta historia en su emplazamiento con parte del
personal necesario para ponerlo en orden de combate, que eran
unos 90 hombres
En aquella época, hablar de una pieza de artillería con un alcance semejante sería como si, de repente, todos los políticos de España se volviesen honrables y decentes y todos los cuñados buenas personas, o sea, una quimera, algo imposible, impensable. Pero, por lo que llevamos visto en las diversas entradas en las que hemos mencionado la capacidad de los tedescos para idear chismes enormemente dañinos, no era ninguna invención de la propaganda, sino una implacable realidad: la capital de la república gabacha estaba al alcance de la artillería enemiga, y ya no les hacía falta arriesgar sus valiosos aeroplanos para sembrar muerte y destrucción + IVA entre el atribulado vecindario que, inicialmente, no podía ni imaginar de qué iba la cosa. Así pues, y conforme a mi sacrosanta costumbre de hacerlo todo al revés, de forma caótica y sin método alguno, pues en vez de contar en primer lugar cómo se fraguó el puñetero cañón daremos cuenta de su puesta en escena, que ciertamente fue bastante ruidosa, casi tanto como los malditos petardos que esos malvados orientales venden a los pequeños orcos para dar el coñazo de forma inmisericorde. Pero que nadie se angustie, que el 2019 lo inauguraremos con los entresijos del Wilhelm-Geschütz, el cañón del káiser con el que el otrora poderoso ejército imperial puso las peras a cuarto a los aliados y, a pesar de estar ya extenuado y casi al borde del colapso, aún tuvo energías para acojonar sobremanera a los poilus y los british (Dios maldiga a Nelson) con aquel chisme salido de la nada y que, llegado el caso, podría incluso provocar un vuelco en el desarrollo de la contienda. 

El ataque inaugural se llevaría a cabo con tres piezas que serían emplazadas en el bosque de Saint-Gobain, concretamente en la ladera de Mont-de-Joie, cerca de la vía ferroviaria de Rheims-Amiens, al norte de un villorrio llamado Crépy-en-Laonnois. El motivo de elección era bastante simple: Mont-de-Joie, que paradójicamente significa monte de la alegría, estaba en el saliente más cercano a París tras el retroceso de las líneas tedescas después de la batalla del Somme. Durante el verano de 1917 el Oberste Heeresleitung (Alto Mando del Ejército) ordenó la construcción de tres ramales ferroviarios que partirían desde la estación de Crépy hacia Mont-de-Joie, donde se construirían las  plataformas giratorias que permitirían orientar cada pieza. Para ello había que desbrozar una superficie rectangular de unos 20 metros de ancho por 45 de largo. En el mapa superior vemos los tres emplazamientos debidamente numerados. El nº 3, el situado más abajo, era el más cercano al objetivo elegido como referencia, la catedral de Notre Dame, en la Île de la Cité, situado exactamente a 119,082 km. El nº 2, más arriba, en el centro, estaba a 119,845 km., y el más lejano, a la derecha, el nº 1, a 120,109 km. En el círculo azul señalamos la estación de Crépy. El manejo de los cañones se encomendó a la artillería naval, concretamente el 1100 Fußartillerie Bataillon al mando del contra-almirante Maximilian Rogge. El entorno boscoso permitiría camuflar sin problemas las instalaciones de forma que quedaran fuera de la vista de la aviación enemiga que, de vez en cuando, se daba un garbeo por la zona haciendo más fotos que un turista coreano a la Giralda.

Una de las tablas de cálculo de tiro donde aparecen
el alcance, la presión, la temperatura del propelente,
etc. El alcance máximo se obtenía con una elevación
de 55º. Como vemos en la tabla era de 128 km.
Trabajando a marchas forzadas, se decidió que la plataforma nº 1 debía ser terminada en primer lugar para empezar la fiesta lo antes posible y hacerla coincidir con la Kaiserschlacht, dando guerra mientras que los zapadores concluían las otras dos. Montar aquellos chismes no era ninguna tontería porque, aparte de las tropas de ingenieros, debían intervenir los técnicos de la Krupp- los fabricantes de las armas- para organizar el montaje de los cañones, más los expertos en cuestiones de balística al mando del comandante Kinzel. Disparar aquellos monstruos requería cálculos mucho más complejos que los de un simple obús de campaña ya que había que considerar multitud de factores en los que intervenía desde la temperatura de la pólvora al efecto Coriolis o la curvatura de la corteza terrestre, que hacía que la diferencia de distancia de un objetivo situado en plano a 120 km. fuese de unos 800 metros más. De hecho, tuvieron incluso que recurrir a geógrafos del ejército para señalar en cada emplazamiento el punto cero orientado exactamente al norte para poder calcular los datos de tiro con la brújula con que se equipaba a cada uno de ellos. Incluso se proveyó a los cañones de medidores de presión con los que, gracias a unas tablas, podían calcular con bastante precisión el lugar de impacto ya que con ellas obtenían la distancia recorrida por el proyectil. Vamos, que no era un tema apto para párvulos o políticos.

Uno de los emplazamientos perfectamente
camuflado entre los árboles de Mont-de-Joie
A comienzos de marzo de 1918, el emplazamiento nº 1 estaba listo para entrar en acción. Como complemento, se habían distribuido en toda la zona frontal de Mont-de-Joie tubos lanza-humos para ocultar la sorpresa que estaban preparando, aparte de distribuir baterías antiaéreas para proteger los cañones y artillería de grueso calibre, esta con dos intenciones: una, protegerlos de un ataque enemigo en caso de ser descubiertos, y dos, abrir fuego al mismo tiempo que el Wilhelm-Geschütz  para que el enemigo no fuese capaz de identificarlo entre el fragor artillero. Para coordinar el fuego con la artillería de apoyo se habían previsto líneas telefónicas de forma que todas las baterías estarían conectadas con el emplazamiento nº1, desde donde partiría la orden de abrir fuego para hacerlo al unísono. Y a todo ello sumaron un cuidadoso camuflaje tanto de las piezas como de los emplazamientos, los barracones e incluso de los ramales ferroviarios que debió funcionar a la perfección, porque el 6 de marzo sobrevolaron la zona varios aviones gabachos sacando fotos y no fueron capaces de detectar absolutamente nada. El personal se escabulló bajo las redes de camuflaje, y nadie movió ni un pelo del bigote hasta que el ruido de los aparatos se alejó de la zona. 

El padre de la criatura, el profesor Fritz Rausenberger
(1868-1926), jefe del departamento de artillería
de la Krupp 
El 23 de marzo estaba todo listo para el disparo inicial. La Kaiserschlacht había comenzado dos días antes y la dotación del L/21 llevaba ya un par de semanas entrenándose en su manejo. Aunque por sus dimensiones pueda parecer que recargar semejante trasto podía ser enormemente engorroso, la realidad es que su calibre era inferior al de muchas piezas de artillería naval, y el proyectil pesaba solo 106 kilos con una carga explosiva de 7,7 kilos de trinitrotolueno. La pólvora era envasada en bolsas que se introducían en vainas de latón que, en teoría, podrían ser reutilizadas tras cada disparo. O sea, que la capacidad destructiva del Wilhelm-Geschütz no se aproximaba ni remotamente a la de un cañón naval de 380 mm. como los usados en la marina tedesca, por no hablar del obús Gamma de 420 mm. pero, a cambio, tenía un alcance casi tres veces mayor que el Langer Max, lo que permitiría a los belicosos germanos tener a tiro cualquier instalación, base de aprovisionamiento, puerto, etc. sin que los enemigos pudieran contrarrestarlo con su propia artillería, teniendo como única opción llevar a cabo incursiones aéreas que, lógicamente, podrían ser rechazadas con los cazas y los cañones antiaéreos desplegados alrededor de los emplazamientos. Por lo tanto, aunque no fuera un arma especialmente destructiva, el impacto psicológico sobre el enemigo y, en especial, entre la población civil, podía ser demoledor como hoy día lo es un misil balístico. Una de las cosas que más atacan a la moral es saber que se está dentro del radio de acción de las armas enemigas, y que en cualquier momento puede uno verse convertido en comida para peces como si tal cosa.

Maqueta de un emplazamiento con plataforma giratoria. Obsérvese que,
además de la vía para transportar el cañón, había que colocar una a cada
lado para poder mover la grúa empleada para su montaje
El día 23 amaneció con una ligera niebla que actuaría de pantalla protectora al cañón. Contrariamente en París, 120 km. al suroeste, empezaba un maravilloso día primaveral con el cielo despejado y un sol esplendoroso. A las 7 de la mañana el personal salía de sus casas para emprender la última jornada laboral de la semana, y las calles empezaban a atestarse de gente, vehículos de todo tipo, y el metro se ponía en marcha para trasladar a los currantes a sus respectivos trabajos. Recordemos que en aquella época aún no se había inventado esa maravilla de dar de mano, al menos la mayoría, los viernes por la tarde. Y mientras que los parisinos, que en aquella época andaban por los tres millones, leían en el periódico las últimas novedades acerca de la nueva ofensiva alemana iniciada dos días antes, en el emplazamiento nº 1 de Crépy se efectuaban las últimas comprobaciones para proceder a cargar el monstruo. Se ajustaron los aparatos de medición, se revisaron por enésima vez los mecanismos de disparo y elevación y, finalmente, se procedió a iniciar la carga, que se dividía en dos partes: una de 70 kilos en el fondo de la vaina contenedora y otra superior que se calculaba en base a la temperatura de la pólvora y del arma. En este caso, al estar demasiado fría, se pesaron y envasaron 50,5 kg. como carga secundaria, por lo que la vaina contendría nada menos que 120,5 kilos de nada.

Otra postal que muestra los misteriosos restos del "emplazamiento de un
Bertha que disparó sobre París
". En este caso se trata del foso de una de
las plataformas de Crépy usadas durante el bombardeo inicial.
Obsérvense el descomunal tamaño de los tornillos y las tuercas que
fijaban la plataforma a la base de hormigón
Una vez preparada tanto la carga como el proyectil, ambos fueron colocados en una vagoneta que los llevaría hasta la grúa elevadora. Mientras tanto y en base a que el parte meteorológico indicaba que la niebla matinal se iría disipando a medida que avanzase el día, se ordenó activar los tubos lanza-humos para que en ningún momento pudieran ser visibles por la aviación o los globos de observación de la artillería enemiga. Recordemos que París estaba en la gran puñeta, pero la línea de frente se encontraba a menos de 20 km. al sur, por lo que el enemigo podría localizarlos llegado el caso. En cuanto el proceso de carga concluyó se ajustó un medidor de presión en la culata del arma, se procedió a orientarla hacia el objetivo y, finalmente, se contactó por teléfono con las baterías de apoyo para abrir fuego todos a una. A las 07:17 horas, un estampido bestial acompañado de una enorme llamarada anunciaba al mundo que, en breve, caería sobre el planeta el primer objeto fabricado por el hombre a la mayor altura desde el comienzo de los tiempos. Es decir que, salvo los meteoritos, nunca antes había caído nada sobre la Tierra desde una altitud semejante.

Secuencia del disparo durante la fase de ensayos. La llamarada debió alcanzar
los 40 metros de largo. Fíjense en el personal tapándose las orejas para no
verse con los tímpanos vaporizados
El proyectil de 106 kilos había salido camino de París a una velocidad de 1.603 metros por segundo o, lo que es lo mismo, 5.772 km/h., generando una presión en recámara de 3.709 atmósferas. Para hacernos una idea de lo que significa eso podemos compararla con la presión a la que someten en los bancos de pruebas a las escopetas de calibre 12, entre 700 y 1.200 atmósferas. El oficial de tiro no apartaba la vista del cronómetro para saber cuándo habría llegado a destino el proyectil, que a los 25 segundos de producirse el disparo se había elevado ya a una altitud de unos 19 km. La densidad del aire había reducido su velocidad hasta los 900 m/seg., pero a medida que se elevaba dicha densidad desaparecía ya que estaba previsto que alcanzase una altitud máxima de unos 38 km., donde se puede decir que volaba en el vacío. En ese momento, su velocidad era de apenas 685 m/seg. que, no obstante, es el doble de la Vo. de un proyectil de 9 mm. Parabellum. A partir de ahí comenzaría el descenso en el que volvería a ganar velocidad hasta recuperar los 900 m/seg. El vuelo duró casi tres minutos. Concretamente, 176 segundos fue lo que el proyectil tardó en recorrer los 120 km. que lo separaban de su objetivo tras elevarse a casi 40 km. de altura. Una bestialidad, ¿que no?

El nº 6 de Quai de la Seine donde estalló el primer proyectil
A las 07:20 el proyectil cayó en Quai de la Seine, una calle situada en el barrio de Villette, al NE de la ciudad, y que transcurre paralela al Sena a lo largo de 850 metros. La explosión tuvo lugar concretamente a la altura de la casa nº 6 de dicha calle abriendo un pequeño cráter y haciendo saltar los cristales de las ventanas de las cercanías. En una enorme ciudad en plena actividad como París solo escucharon la detonación la gente que estaba relativamente cerca y la mayoría no le dieron mucha importancia ya que varios días antes se había producido un percance en la fábrica de granadas de mano de La Courneuve, y las autoridades habían dado aviso de que habían quedado unidades sin estallar. Por ese motivo, desde el día del suceso se venían escuchando explosiones aisladas cada vez que localizaban una y los artificieros la detonaban, así que una explosión más pasaba prácticamente desapercibida. Solo los que estaban cerca del lugar de la explosión se dieron cuenta de momento que aquello era algo más gordo, así que la idea que saltó en sus magines de forma automática era que se trataba de un ataque aéreo. Todas las miradas se elevaron al cielo en busca de aviones o dirigibles, pero en el luminoso cielo parisino solo había gorriones y vencejos, y esos no solían lanzar bombas.

Así más o menos debieron verse los parisinos tras las explosiones, mirando
al cielo y dando por hecho que se trataba de una incursión aérea
Y mientras los parisinos se percataron de que algo raro estaba pasando, en el emplazamiento nº 1 ya habían colocado el cañón en posición para recargarlo. Al abrir la recámara vieron que la vaina se había fundido excepto el culote, así que de reutilizarla nada de nada. Por otro lado, se comprobó que la presión generada había sido inferior a la que habían calculado, lo que fue achacado a que el arma estaba aún fría. Como comentamos anteriormente, la presión registrada fue de 3.709 atmósferas cuando debería haber sido de 4.068, por lo que se añadieron 3,4 kilos de pólvora a la carga del segundo disparo. El oficial de balística hizo sus cálculos y dedujo que el proyectil había recorrido una distancia total de 113,05 km., aterrizando precisamente en Quai de la Seine salvo que el viento hubiese desviado en exceso el proyectil. Para cargar el siguiente, el oficial de tiro tenía que medir con un instrumento especial el calibre del ánima tras el primer disparo porque el desgaste que padecía era tan bestial que el valor de introducción del proyectil variaba de uno a otro. Es más, en previsión de este desgaste tenían preparados proyectiles de diversos calibres debidamente numerados para introducirlos a medida que fuera necesario por el aumento de calibre del cañón. Y mientras los parisinos seguían mirándose unos a otros sin entender de dónde había salido aquella cosa, a las 07:37, veinte minutos después del primer disparo, tuvo lugar el segundo.

Efectos de la segunda explosión: un pequeño cráter y un kiosko de prensa
destrozado que vemos a la derecha. Sin embargo, sí hubo que lamentar
las primeras víctimas por ser un lugar con gran afluencia de gente
En París, el vecindario ya había empezado a dar aviso a la policía, que acudieron a tomar nota de lo ocurrido. Algunos probos ciudadanos les entregaron restos de la carcasa que, por su grosor de unos 5 cm., era improbable que fuesen de una bomba de aviación. Pero como era impensable que fuesen de un proyectil de artillería, el estupor fue en aumento porque nadie tenía ni puñetera idea de qué era aquello ni de dónde habían podido lanzarlo. Lo único que se les ocurrió pensar es que se trataba de algún tipo de proyectil arrojado desde un dirigible a una altura tal que se quedaba fuera de la vista del personal. Las dudas aumentaron cuando estalló el siguiente proyectil a las 07:40 en el Boulevard de Strasbourg delante de la Gare de l'Est, la Estación del Este de París, que a aquellas horas era una zona atestada de personas que iban a sus trabajos y tal. A menos de 30 metros del lugar de la explosión había además una entrada al metro, así que esta vez sí hubo mogollón de testigos. La onda expansiva reventó los cristales de toda la zona y, por desgracia, en esta ocasión si hubo bajas civiles. Ocho personas resultaron muertas y trece heridas de diversa consideración, y esta vez la gente se acojonó y salieron echando leches en busca de refugio, pensando también que se trataba de un ataque aéreo. Porque la cuestión es que, debido a la escasa carga de explosivo del proyectil, al lejano fragor de la batalla que tenía lugar y a que hablamos de una gran ciudad en plena actividad, solo los que estaban cerca de la explosiones podían constatar que estaba ocurriendo algo fuera de los normal. Según algunos poilus que pudieron escuchar las detonaciones, las compararon con las de un proyectil alemán de alto explosivo de 7,7 cm.

Reconstrucción de uno de los
proyectiles con los fragmentos
aportados por la población
Y a pesar de que todo el mundo seguía pensando que se trataba de un bombardeo aéreo, entre los fragmentos que la población fue entregando a los gendarmes había un trozo de cobre muy caliente y lleno de acanaladuras. Era una banda de forzamiento, o sea, lo que obliga al proyectil a tomar las estrías del ánima, por lo que era evidente que solo un cañón podía haberlo disparado pero, ¿dónde leches se encontraba el cañón si el frente estaba a 100 km. de distancia? Y, por otro lado, las 21 bajas producidas ya no eran ninguna tontería. La noticia empezó a correr de boca en boca y los periodistas se acercaron a la Estación del Este a recabar testimonios para lanzar ediciones especiales (era habitual en la prensa de aquella época sacar ediciones extra cada vez que ocurría algo fuera de lo normal. No había un internet que te permite saber que un esquimal tiene urticaria al cabo de dos minutos de sentir el picor por el cuerpo). Se dio aviso al cuartel general del ejército en Provins para preguntar por qué no se había dado aviso de que aviones alemanes habían pasado por allí camino de París, pero en Provins no sabían una papa de nada. De inmediato despegaron varios aviones en busca de los supuestos atacantes, pero por mucho que ascendieron para dar con un dirigible o una escuadrilla de bombardeos no encontraron nada. Y, para rematar la cosa, la censura militar estaba de los nervios porque algunas ediciones extras ya estaban en circulación contando tropocientos bulos sin confirmar y las autoridades sin saber aún lo que estaba pasando. Los fragmentos entregados por el vecindario fueron enviados a toda prisa al Servicio de Defensa de París para que fueran examinados por expertos en artillería a ver si lograban averiguar algún dato fiable. En fin, la cosa se estaba poniendo emocionante porque, ante la duda, no se atrevían a ordenar que se hicieran sonar las sirenas de las alarmas aéreas. Tres millones de personas aterrorizadas dando carreras de un lado a otro en busca de refugio sin saber de qué se debían refugiar era para pensárselo detenidamente, así que optaron por esperar.

Proyectil de 210 mm. del Cañón de París. Su longitud era de 113 cm.
Ya hablaremos a fondo de sus entresijos en la próxima entrada
A las 08:02 tuvo lugar la tercera andanada, que cayó en la calle de Château-Landon tres minutos más tarde. En esta ocasión pasó prácticamente desapercibida porque el proyectil aterrizó en un edificio de reciente construcción fabricado de hormigón. Tras atravesar la techumbre, la enorme velocidad del proyectil hizo que la espoleta de contacto se activara cuando ya estaba dentro del segundo piso, que quedó arrasado mientras que en de la planta baja ni se rompieron los cristales. Solo los que vivían en los alrededores tuvieron constancia de esta tercera explosión. A las 08:14 se disparó por cuarta vez, y en las mediciones de desgaste se comprobó que el valor de introducción había aumentado hasta los 7 cm. nada menos, lo que permitió calcular que la vida operativa de la caña sería de unos 60 disparos, tras los cuales debería ser sustituida por otra nueva. La cuestión que planteaba este tipo de artillería monstruosa estaba precisamente ahí, en si era verdaderamente viable la relación costo/eficacia, y si la destrucción producida compensaba los enormes gastos, inconvenientes y trabajos que suponía extraer una caña desgastada de 30 metros de largo para sustituirla por otra. Además, el desgaste que se producía tras cada disparo obligaba a tener que recalcular todos los datos de tiro, desde la carga de pólvora a la elevación, deriva, etc., por lo que pretender obtener una precisión aceptable era cuasi imposible.

Foto comparativa que permite apreciar
las dimensiones del proyectil, la
vaina contenedora y las cargas de pólvora
Este cuarto disparo cayó a las 08:17 sobre una vivienda de la calle Charles V, matando a una persona que había en su interior y aumentando a nueve el número de bajas mortales. Finalmente, y tras varias explosiones más, las autoridades decidieron actuar. A las 09:15 se hicieron sonar las alarmas, y ya nadie en todo París puso en duda que algo verdaderamente extraordinario estaba ocurriendo porque aún se creía que se trataba de una incursión aérea, pero nadie había visto aviones o dirigibles ni se tenía noticia de que los cazas que partieron en su busca hubieran vuelto con alguna información al respecto. Ningún aparato alemán había sido avistado. A las 09:30 los artilleros hicieron saber a las autoridades que, en base a los restos que había estudiado, pertenecían indudablemente a proyectiles de artillería disparados por un arma que les imprimía una altísima velocidad inicial. Eso estaba ya fuera de toda duda, pero lo que aún era un misterio era desde dónde les estaban disparando. Por otro lado, y en base a la trayectoria de los impactos, calcularon que debían provenir de alguna zona cercana a Crépy, a más de 100 km., porque era el punto más cercano con las líneas tedescas, pero no porque la lógica indicase que pudiera ser así. Y como algo había que decir a la población para serenar los ánimos, se decidió emitir el siguiente comunicado:

A las ocho y veinte de esta mañana, algunos aviones alemanes que volaban a gran altura lograron cruzar las líneas y atacar a París. Fueron inmediatamente perseguidos, tanto por los aviones de la Defensa de París como por los del frente. Varios de los puntos de caída de sus bombas han sido reconocidos y hay algunas víctimas. En un comunicado posterior se especificarán los resultados y los detalles del ataque.”

Además, se secuestraron todas las ediciones extra que pudieron, pero con magros resultados porque nada más salir a la calle volaban literalmente de manos de los vendedores por una población ávida de noticias sobre aquel extraño suceso.

Imagen del bosque de Saint-Gobain actualmente. Los círculos señalan los
lugares de los emplazamientos en Mont-de Joie. La flecha señala la estación
de Crépy, y la línea roja el trazado del ferrocarril. Compárese con el mapa
anterior en el que se muestra la misma zona en 1918
A las 10:52 se habían realizado ya quince disparos. El cañón estaba muy caliente y el punto de asentamiento del proyectil había avanzado hasta los 30 cm. nada menos, lo que suponía un 25% de desgaste del ánima. El jefe de la pieza ordenó cesar el fuego para que los técnicos de la Krupp pudieran examinar a fondo el cañón y permitir que se enfriara. Mientras tanto, un enlace llegó hasta el emplazamiento para informar que el mismísimo káiser visitaría la posición a las 13:00, lo que suponía todo un acontecimiento como es lógico. El monarca llegó un poco antes y tras las salutaciones y peloteos de rigor, a las 12:57 se reinició el fuego. Tras presenciar varios disparos más, el káiser se largó muy sonriente de ver como aquella monstruosa pieza de artillería con su nombre pegaba unos petardazos bestiales. A las 13:30 la niebla había desaparecido, a lo lejos se atisbaban los globos de observación de los gabachos así como varios aparatos dando vueltas en busca del cañón misterioso, por lo que se decidió cesar el fuego hasta el día siguiente. El último disparo se realizó a las 14:42.

En total se efectuaron 25 disparos que causaron 45 bajas, 16 muertos y 29 heridos, y además le dieron el día a una pareja de novios que, justo cuando salían de la iglesia la mar de contentitos, les cayó uno justo enfrente sin que afortunadamente causara bajas entre los presentes, lo que no dejó de provocar cierta pesadumbre al novio, que veía como su flamante cuñado escapaba ileso. La ciudad quedó paralizada durante dos horas desde que se hizo sonar la alarma, que cesó a las 16:30. Tuvieron que pasar dos horas más para que la gente se atreviese a salir de sus refugios- a muchos hubo que echarlos de los túneles del metro porque decían que no salían de allí ni a tiros-, y todos se quedaron bastante mohínos cuando se emitió un nuevo comunicado que decía así:
El enemigo ha disparado sobre París con un arma de largo alcance, comenzando el ataque a las ocho de la mañana con intervalos de un cuarto de hora. Los proyectiles, de 240 mm. de calibre (obviamente era un cálculo basado en los restos hallados), han caído sobre la capital y sus suburbios. Hay alrededor de una docena de muertos y unos quince heridos. Se están tomando medidas para contrarrestar el arma. 
Mapa de París con los lugares donde cayeron las bombas. La línea roja marca
la trayectoria de donde procedían los disparos. La cruz blanca señala la
posición de Notre-Dame, el punto de referencia del blanco, y la flecha
negra señala el lugar de Quai de la Seine donde cayó el primer proyectil
Esto quería decir que ya no solo debían temer a la aviación tedesca, que unos meses antes, en la noche del 30 al 31 de enero, les habían hecho una desagradable visita en forma de 144 bombas, sino también a sus cañones. Con todo, tras aquel primer día de bombardeo hubo un detalle que llamó poderosamente la atención a los gabachos, y es que, a la vista de las zonas alcanzadas, parecía que no buscaban acertar en puntos concretos, ni en ningún momento se habían aproximado a objetivos de valor militar. Simplemente habían sembrado un reguero de explosiones en dirección nordeste sudoeste que, eso sí era innegable, habían producido un impacto notable en la población civil. Pero la fiesta acababa solo de empezar. Al día siguiente se retomó el ataque, que se prolongó hasta el 1 de mayo con un total de 206 proyectiles de los cuales 97 cayeron en el núcleo urbano y el resto en los suburbios. Posteriormente, los emplazamientos se trasladaron a Beaumont y a Bruyères para, finalmente, volver a Crépy, donde prosiguieron bombardeando París hasta el 9 de agosto. En total, el Wilhelm-Geschütz causó 256 muertos y 625 heridos que, en sí, fueron unas cifras ridículamente bajas para un ataque que duró 44 días, pero a nivel psicológico sus efectos fueron abrumadores. El día más negro fue el 29 de marzo, que encima caía en Viernes Santo, cuando un proyectil acertó de lleno en la iglesia de los Santos Gervasio y Protasio en plena misa, matando a 91 personas e hiriendo a 68.

Interior de la iglesia de los Santos Gervasio y Protasio. El proyectil atravesó
las bóvedas y estalló dentro del recinto atestado de fieles
En fin, así fue el estreno del Cañón de París. Como vemos, sus efectos no fueron precisamente apocalípticos, pero lo cierto es que los tedescos hicieron un verdadero alarde de tecnología al ser capaces de fabricar semejantes monstruos que, a pesar de su relativa eficacia a nivel militar, sentó un precedente que fue posteriormente retomado durante el rearme alemán y la siguiente contienda mundial con piezas monstruosas como el Leopold, el mortero Karl o el Dora, el cañón más grande jamás fabricado. Por cierto, todos los intentos por parte de los gabachos para neutralizar los emplazamientos de Crépy-en-Laonnois fueron inútiles. Ni su artillería ni su aviación fueron capaces de causarles ni una sola baja. 

Bueno, criaturas, ya'tá. El año que viene proseguiremos con esta historia, amén y esas cosas que se dicen.

Hale, he dicho

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El Cañón de París


sábado, 22 de diciembre de 2018

Disciplina, delitos y castigos en el ejército romano 2ª parte


El ANIMADVERSIO FVSTIVM, las penas de azotes, eran las más frecuentes en casos de indisciplina. Se administraban
en presencia de toda la unidad para humillación y escarmiento del que la recibía y ejemplo para sus compañeros

Bien, prosigamos con el tema disciplinario de estos probos y belicosos ciudadanos.

Golfos y chorizos ha habido siempre. Ahí vemos al alevoso Catilina en
una estampa que parece sacada del actual congreso de los diputados. Al
menos, en aquella época el que la hacía la pagaba, y bien pagada.
En la entrada anterior pudimos ver como para el militar romano la disciplina no consistía en sí misma en un código escrito, sino en una serie de usos y costumbres que debía aprender y observar rigurosamente para no perder su honorabilidad. Sin embargo, pretender que absolutamente todos los miembros de una sociedad fuesen honorables era un quimera hace 2.500 años y hoy día, como demuestran a diario los políticos, los cuñados, los traficantes de drogas, etc. En una legión nutrida por varios miles de hombres siempre había alguno que se saltaba esas normas en forma de faltas o delitos que debían ser castigados por tres motivos: uno, como escarmiento para que lo volviera a hacer; dos, como aviso al resto de lo que le ocurría al que se saltara las normas, y tres, porque con  su mala acción había puesto en peligro la vida y/o la libertad de sus camaradas. De hecho, en las legiones no había verdugos designados ejecutar la sentencia, sino que esta la hacían efectiva sus propios compañeros precisamente como un acto de venganza por haber traicionado la FIDELITAS que les debía. Por otro lado, hemos mencionado los términos "delito" y "falta" para diferenciar lo grave de lo leve, si bien ambas son denominaciones modernas conforme a nuestros códigos penales. En aquellos tiempos no existían esas distinciones semánticas, y podía ser un delito desde desertar a robarle el tabaco y el mechero a un colega si bien, como es lógico, cada uno de esos delitos conllevaba un determinado castigo que, aunque como ya comentamos en la entrada anterior, no fueron debidamente enumerados por Mauricio en su STRATEGIKON a finales del siglo VI d.C. 

Pandataria, resort vacacional para personas non gratas a los césares
En el ejército romano no se contemplaba la privación de libertad como castigo. Ese tipo de penas, como ya comentamos alguna vez, son un invento moderno, y solo determinados personajes eran puestos a buen recaudo porque no interesaba matarlos debido a su popularidad o a que su muerte no interesaba al estado, recurriendo entonces al destierro o al confinamiento en lugares aislados donde no pudieran seguir haciendo la puñeta al personal. ¿Recuerdan la isla de Pandataria? Por lo tanto, los castigos que recibían los infractores de las normas eran, en función de la gravedad del delito, la muerte, administrada de formas diversas según la tradición o el capricho del que la ordenaba; castigos físicos con un surtido bastante extenso para delitos tanto mayores como menores; humillaciones, también de varios tipos para que el reo sintiese sobre sí el olímpico desprecio de sus compañeros e incluso la sociedad y, finalmente, castigos de tipo pecuniario. Faltarían por mencionar los simples bofetones, collejas o estacazos que administraban los centuriones por chorraditas de la misma forma que hasta hace no muchos años aún se le daban dos hostias al guripa que se había puesto chulo con el cabo de cuartel, llegaba tarde a pasar lista o se hacía el enfermo para escaquearse de una tercera imaginaria, las más asquerosas de todas.

Pero, ¿qué delitos se contemplaban contra la DISCIPLINA MILITAR tan preciada por los romanos? Veámoslos de más a menos grave...

La pérdida de las águilas y demás enseñas eran más que un delito. Eran un
pecado, una ofensa a los dioses, una traición al senado y al pueblo de Roma.
Ni un cuñado se atrevería a dejarse arrebatar la insignia sin antes dejarse matar
Los más abominables eran los que atentaban contra la seguridad del conjunto, ya fuese toda la legión, una cohorte o una simple centuria. Por ello, la deserción (DECEDERE) era quizás la peor de todas porque, en sí, comprendía toda una serie de delitos a cual más horripilante. Un desertor traicionaba a sus compañeros, a sus mandos y al pueblo de Roma, y si encima se pasaba al enemigo en plena batalla ni te cuento porque entonces se les consideraba como enemigos de Roma. También se consideraba deserción largarse del campo de batalla, o sea, huir y, por supuesto, facilitar información al enemigo que pudiera comprometer la seguridad del ejército dando cuenta de los puntos flacos de un fuerte o campamento, cómo se desarrollaban las guardias, etc. La deserción podía ser individual o bien en grupo, es decir, cuando una unidad completa ponía tierra de por medio y, para colmo, permitía que las insignias cayeran en manos del enemigo que era el más monstruoso delito concebible. Una unidad que perdía sus estandartes, desde el águila a la SIGNA de una centuria, quedaba marcada por la ignominia para siempre salvo que posteriormente llevasen a cabo una acción tan absolutamente heroica que les permitiese ser rehabilitados. Ojo, el simple hecho de que una unidad flaqueara en batalla o no se hubiese comportado conforme a lo que el legado de la legión consideraba digno de ellos ya podía suponer un castigo colectivo.

El robo o la pérdida de una bestia de carga era un delito contra
el bien común, o sea, contra toda la legión
Otro delito considerado de extrema gravedad es, como sigue ocurriendo en los ejércitos modernos, perder las armas. Mientras que el nivel de uniformidad era menos tenido en cuenta, y más en caso de alarma, lo que no se toleraba era la pérdida de armas, tanto ofensivas como defensivas, durante la batalla. En estos casos, dependiendo de las circunstancias en que se habían perdido y conforme a los testimonios de los compañeros, podía suponer la diferencia entre una condena a muerte o a un castigo físico. Curiosamente, estaba igual de penado perder o robar una acémila, ya fuese burro o mula tanto en cuanto varios hombres saldrían perjudicados por ello ya que lo que transportaba el animal tendrían que llevarlo sobre sus sufridos lomos. Como vemos, el tema del bien común siempre prevalecía hasta en esos detalles. 

Los siguientes en la escala de abominabilidad eran: fomentar motines, conspirar contra los mandos, dar falso testimonio o aportar pruebas falsas durante una investigación, la insubordinación o llegar a maltratar de obra o palabra a los mandos, escaparse del campamento para irse de jarana y volver saltando por los parapetos o los muros, el robo, tanto de bienes como de objetos, la sodomía o cualquier relación de tipo homosexual, recaer por tres veces en delitos menores y, el más grave de todos en esta escala, quedarse dormido durante una guardia tanto en cuanto dejaba vendidos a sus compañeros. Todos los enumerados hasta ahora eran merecedores de la pena de muerte, la cual solo podía ser ordenada por el comandante de una legión o un ejército. La investigación de los hechos era encomendada a uno de los tribunos militares que podía recurrir a la ayuda del  QVÆSTIONARIVS, un interrogador que podía ejercer de torturador para apretarle las clavijas a los sospechosos. Con los resultados de la investigación, el tribuno informaba a otro que sería el encargado de dar cuenta de todo al comandante supremo. Con la unidad a la que pertenecía el culpable formada, el tribuno tocaba con una vara al reo y, como ya se ha dicho, recibía el castigo de manos de sus propios compañeros a los que había puesto en peligro con su delito. Aunque cada cohorte tenía su propio QVÆSTIONARIVS, en las legiones no había verdugos.

Como ya hemos comentado muchas veces, los centuriones podían hacerle
literalmente la vida imposible a sus subordinados. Más de uno y más de dos
acabaron linchados por su propia centuria, hartos de sus abusos
Conviene hacer una puntualización respecto al delito de deserción ya que se consideraban una serie de atenuantes en base a determinadas circunstancias. Con el paso de tiempo se pudo comprobar que se producían deserciones por simple miedo a ser castigados por delitos menores. El pánico que inspiraban los centuriones y a recibir una buena somanta de palos hacía que más de uno prefiriera largarse, por lo que en este caso la deserción no estaba considerada en sí como un acto de traición. Así pues, si el fugitivo decidía volver mottu proprio a su unidad antes de que las patrullas que le buscaban le echaran el guante, el castigo recibido sería mucho más indulgente. En caso de ser varios hombres los que habían decidido desertar, si regresaban lo primero que se hacía era destinarlos a cada uno a diferentes unidades, donde al carecer de amigos con los que tramar otra huida y al sentirse vigilado por sus nuevos compañeros se lo pensarían dos veces antes de volver a las andadas. 

El OPTIO, ayudante del centurión y su sucesor cuando
éste ascendiera o palmara en combate, también sabía
imponer la disciplina llegado el caso
Y, como ya avanzamos en la entrada anterior, a la hora de reprimir un delito se podían considerar algunos atenuantes como el buen historial del legionario, su antigüedad, siendo más indulgentes con los novatos, haber cometido la falta bajo los efectos del vino (en España, sin embargo, cometer una fechoría bajo los efectos del alcohol o las drogas es un agravante, lo cual me parece cojonudo porque nadie te obliga a beber o a drogarte). Al parecer, Marco Antonio hizo establecer una especie de fichero con los nombres y detalles de los delitos perpetrados por los individuos más problemáticos de las legiones a sus órdenes, de forma que se convertían en los primeros sospechosos en casos de robos, trapicheos, murmuraciones y de otros delitos que, tras pasar por el QVÆSTIONARIVS, solían acabar siendo los culpables. Ya sabemos que los que no tienen arreglo, no hay forma de corregirlos. Así mismo, la deserción contemplaba algunas atenuantes cuya aplicación también quedaban al arbitrio del tribuno que investigaba el tema. Podían ser el no reincorporarse después de un permiso por caer enfermo, por algún asunto familiar de gravedad exceptuando fallecimientos de cuñados o por tener que perseguir a un esclavo de la familia que había tomado las de Villadiego. Todo ello, lógicamente, aportando los testimonios necesarios para demostrar que lo dicho era verdad. En casos así y en base a la graduación y el historial del legionario pues igual la cosa quedaba en nada o, a lo sumo, en una multa o algo por el estilo.


En todo momento, el legionario debía mantener su armamento
en perfecto estado de conservación ya que de ello dependía,
además de su propia vida, la de sus compañeros
Por último, restan solo las típicas chorraditas militares que los centuriones y los OPTIONIS reprimían a estacazos: no mantener la formación, ser el típico negado que metía la pata a todas horas, no trabajar con el ímpetu y la dedicación adecuados y, en fin, todas las cosas que en todos los ejércitos de todas las épocas han sido motivo para que a uno le den dos leches o te metan una imaginaria o una guardia extra. Una observación: los centuriones no tenían potestad para juzgar y condenar delitos. Su férrea disciplina se basaba en hacer de ogros corruptos para tener al personal a raya, pero en caso de delitos como los arriba mencionados los que intervenían eran los tribunos, y el que condenaba o perdonaba era el legado o, en su defecto, el TRIBVNVS LATICLAVIVS o el PRÆFECTVS CASTRORVM, que era el tercero en orden de jerarquía. Finalmente, solo restaría hacer referencia a los abusos contra la población civil, ya fuesen ciudadanos romanos o meros provincianos y que, como comentamos en la entrada anterior, eran por desgracia víctimas de la brutalidad o la codicia de los legionarios. Obviamente, este comportamiento estaba penado, pero era muy difícil de controlar por los mandos de un ejército. ¿Quién demostraba que el legionario Penis Magnus había violado a la parienta y a las tres hijas de un aldeano de la Galia o de Egipto? ¿Quién testificaba ante todo un legado que el OPTIO Ávidus Pecuniam no había arramblado con los ahorros de un humilde labriego?  En fin, era complicado controlar al personal que merodeaba en busca de suministros para su legión, y más si al mismo legado le daban diez higas que Penis Magnus se calzase a 200 galas o que Ávidus Pecuniam robase a calzón quitado mientras no lo hicieran en las arcas del ejercito.

Los abusos contra los civiles eran el punto flaco de
la proverbial disciplina. Al considerarse a sí mismos
como pertenecientes a un estamento superior, los
legionarios se pasaban tres pueblos con los paisanos
Bien, estos eran, grosso modo, los delitos perseguidos en el ejército romano. Como hemos visto, prácticamente los mismos que se siguen castigando en los ejércitos actuales, si bien los castigos ya no son lo mismo. Antes eran un poco más... estrictos. Veamos cómo metían en cintura al personal. La potestad para imponer el COERCITIO o castigo fue variando a lo largo del tiempo. Así, mientras que en la República las penas de muerte o IVS GLADII solían imponerla los tribunos con el visto bueno del cónsul o el legado que estuvieran al mando de la legión, con la llegada del Principado era el Senado el que podía condenar a muerte si bien, de facto, era el emperador el que daba el beneplácito. En caso de ser penas que no supusieran la muerte del reo, la responsabilidad de imponerla era del legado pero, insistimos una vez más, no había un código que dictase qué pena correspondía a un determinado delito, por lo que el alcance, la duración o la mera aplicación de las mismas era por lo general arbitraria, habiendo comandantes que castigaban con extrema severidad delitos que otros pasaban con más benevolencia, o se enseñaban con la tropa mientras que con los centuriones o sus ayudantes eran menos estrictos o, simplemente, se dejaban guiar por la simpatía que les inspirase el acusado.

DECIMATIO reglamentaria, en la que no solo tardabas un ratito en palmarla,
sino que ese ratito debía ser extremadamente desagradable
De todos los COERCITIONIS, el que quizás sea más conocido y más terrible de todos era el DECIMATIO, aplicado en contadas ocasiones ante casos de deserción en masa ante el enemigo o motines especialmente graves. Este castigo podía ser aplicado desde a unidades pequeñas como una o varias cohortes a una legión o a un ejército entero llegado el caso, y consistía en dividir al personal en grupos de 10 hombres, y entre ellos echaban a suertes quién pagaría el pato. En el caso de ser una cohorte, pues 48 de sus miembros acababan ejecutados por sus propios compañeros, bien a estacazos o a pedradas. En el muy improbable caso de que, una vez terminado el castigo, alguno quedara vivo, se le prohibía volver a Roma para siempre jamás, quedando su nombre marcado por la ignominia de forma perpetua. Pero ojo, que los que no habían sido señalados por el destino para ser ejecutados también recibían su castigo, que por lo general consistía en verse sometidos al FRVMENTVM MVTATVM (cambio de raciones, literalmente) y a pernoctar EXTRA VALLVM, o sea, que les retiraban la carne de sus raciones cotidianas y se les daba cebada en vez de trigo para elaborar el pan. Obviamente, con esta medida se pretendía humillar a los culpables ya que se les asimilaba a las bestias de tiro y los caballos, que era lo que consumían. Pernoctar EXTRA VALLVM significaba tener que trasladar sus CONTVBERNII fuera del campamento, lo que podía significar la muerte si estaban en territorio hostil. La duración de estas penas accesorias quedaba al arbitrio del legado, y podían pasar meses o incluso años antes de que se considerase que la unidad castigada ya había purgado su falta. Además, de les obligaba a repetir el SACRAMENTVM, o sea, el juramento de fidelidad ya que consideraban que al perpetrar el delito lo habían roto.

Permitir que el enemigo lograra introducirse en el campamento era también
un delito por el que una legión entera podía verse diezmada
El primer caso conocido de DECIMATIO lo llevó a cabo el cónsul Apio Claudio Sabino en 471 a.C. durante las guerras con los volscos. Sabino era un aristócrata de carácter desmedido y soberbio al que sus tropas se negaron a seguirle tras haber visto su propio campamento casi desbordado por los enemigos. Tras acceder a batirse en retirada, el ejército se disponía a prepararse para la marcha cuando, de forma repentina, un nuevo ataque de los volscos sembró el caos en la retaguardia de las tropas romanas. Según Livio, "la confusión así producida se extendió a las filas de vanguardia y produjo tal pánico en todo el ejército que fue imposible que se escuchasen las órdenes o que se formase una línea de batalla. Nadie pensaba en nada más que huir. Se abrieron paso sobre montones de cuerpos y armas con tan apresurado salvajismo que el enemigo cesó en la persecución antes de que los romanos dejasen de huir. Por fin, después de que el cónsul hubiese tratado en vano de seguir y reunir a sus hombres, las tropas dispersas se reunieron de nuevo y asentaron su campamento en un territorio no alterado por la guerra".

La revuelta de Espartaco fue un verdadero desafío al orgullo de Roma. Los
enemigos no eran naciones vecinas, sino meros esclavos que les estaban
poniendo las peras a cuarto. Craso tuvo que imponer la disciplina más
rigurosa para estimular a sus tropas incluyendo la DECIMATIO
Está de más decir que Sabino se agarró un cabreo de los que hacen época. Tras restablecerse el orden, "convocó a hombres a una asamblea, y tras lanzar invectivas, con perfecta justicia, contra un ejército que había faltado a la disciplina militar y abandonado sus estandartes, les preguntó por separado dónde estaban sus estandartes, dónde estaban sus armas. Ordenó que azotasen y decapitasen a los soldados que habían arrojado sus armas, a los portaestandartes que habían perdido sus insignias, y además de éstos a los centuriones y duplicarios que habían desertado de sus filas. De cada diez hombres, se eligió uno por sorteo para recibir suplicio". De este CASTIGATIO también dio cuenta Polibio, si bien de forma menos prolija, cuando afirmaba que "si es un grupo grande, se apedrea una décima parte del grupo, se les hace acampar fuera de la empalizada y se les da de comer cebada". No se volvió a conocer un DECIMATIO hasta cuatro siglos justos más tarde a manos de Craso durante la revuelta de Espartaco, pero no fue la última. Marco Antonio, Octavio Augusto, Galva y Lucio Apronio también llegaron a poner en práctica este cruel y expeditivo castigo porque, al cabo, podían suponer cientos de ejecuciones en caso de tratarse de una legión. En todo caso, como vemos, no fue habitual, y tanto el FRVMENTVM MVTATVM como el EXTRA VALLVM eran penas accesorias que, por otro lado, sí era habitual aplicarlas por delitos menores. 

FVSTVARIVM SUPPLICIVM
Lo habitual en casos de deserciones, pérdida de armas o dormirse en una guardia eran castigados de forma habitual con la decapitación de reos a nivel individual o mediante el FVSTVARIVM, una soberana paliza aplicada con bastones o FVSTIS. Polibio lo describe como "el que no transmite una orden o hace mal su guardia es tocado por una vara por el tribuno y enseguida las tropas lo apalean y apedrean hasta la muerte. Si se salva no tiene derecho de volver a su patria. Se garantiza de esta forma que se hagan bien las cosas en el turno de noche". Como vemos, lo habitual era aplicarla hasta la muerte del reo si bien en caso de sobrevivir quedaba, como se ha dicho, desterrado de por vida, deshonrado y, naturalmente expulsado del ejército. En sus primeros tiempos, el FVSTVARIVM se aplicaba como en los ejércitos de los siglos XVIII y XIX la carrera de baquetas, en las que el reo debía pasar por una doble fila formada por sus propios compañeros mientras lo breaban con las baquetas de sus mosquetes. Este caso era similar, pero con bastones. El primero en golpear era el tribuno, que se situaba en el extremo de la fila por donde el atribulado legionario empezaría a recibir más palos que una estera. Otro instrumento para practicar esta pena era la VIRGA, una fina vara de olmo o abedul que, si llegaba el caso, se elegía entre las más nudosas y con púas para que hicieran más daño, en cuyo caso eran denominadas como SCORPIO. Según el visigodo Isidoro, la VIRGA era la vara que nacía de las ramas de un árbol. Su nombre provenía de VIRTVS porque poseía en sí una enorme fuerza para resistir los embates del viento y tal. Pero que nadie se engañe, porque una paliza a base de VIRGÆ podía ser tan mortífera como la que se propinaba con el FVSTIS

Probo ciudadano recreacionista-cónsul escoltado por sus lictores.
Obsérvense como están formados por un haz de VIRGÆ donde
está unida el hacha
A título de curiosidad, las FASCIES que portaban los LICTORES no eran sino haces de VIRGÆ unidos por una cinta que, con la hoja del hacha, simbolizaban el poder de los magistrados para castigar a los delincuentes. A ser un instrumento honorable, en la República y los primeros tiempos del Principado los tribunos que por cualquier causa eran condenados a muerte eran decapitados con el LICTOR y no con el GLADIVS, y por supuesto nada de ser molido a palos, que las clases son las clases.

El que quizás fuera el castigo físico más habitual era el ANIMADVERSIO FUSTIVM o FLAGELLO, los azotes, una costumbre al parecer heredada de los etruscos y que se llevaba a cabo delante de toda la unidad del reo para escarmiento del personal. El FLAGELLO podía administrarse de muchas formas y con diversos instrumentos, desde palizas hasta la muerte a simples tandas de latigazos que le dejaban a uno inconsciente y con el lomo en carne viva unas cuantas de semanas pero, eso sí, sin que hubiese una infección de por medio. Decenas de heridas abiertas en la espalda podían acabar degenerando en una septicemia galopante que finiquitase al legionario castigado en un periquete. El látigo más básico y menos dañiño era la SCVTICA, un simple mango de madera del que pendían varias finas correas elaboradas con piel de buey. Debía doler de cojones, pero sus heridas eran de ínfima gravedad si las comparamos con las resultantes de un FVSTVARIVM. Pero había instrumentos infinitamente peores que la SCVTICA que podían matar a un hombre en menos que canta un gallo.

Jarabe de FLAGELLUM para redimir las culpas
El siguiente en capacidad destructiva era el FLAGELLVM, un látigo similar a la  SCVTICA pero con las tiras de cuero anudadas, lo que producía cortes y heridas abiertas bastante peligrosas, pero el FLAGELLVM era en realidad el diminutivo del que quizás fuese el instrumento más terrorífico y dañino de todos los que se han usado para flagelar al personal, el FLAGRVM. Los había de varios tipos, a cual más demoledor y que, en cualquiera de los casos, podían dejar inconsciente a un hombre fuerte con pocos golpes y hasta matarlo llegado el caso. De hecho, los estudiosos de la Síndone afirman, y no van precisamente descaminados a la vista de las marcas que se observan en el cuerpo que envolvió, que fue este el tipo de látigo que se usó para brear a Jesucristo antes de su ejecución, y no deja de ser asombroso que un hombre sometido a semejante castigo fuese luego capaz de caminar cosa de kilómetro y medio desde la fortaleza Antonia al Gólgota, y encima cargado con un travesaño que debía pesar lo suyo.

A la derecha vemos el FLAGRVM más básico que se despachaba. Como vemos, constaba de tres tiras de piel de vacuno en las que se alternaban una, dos, tres o más bolas de plomo cuyos efectos al golpear la espalda y los costados del reo ya podemos imaginarlos. Una variante la vemos en el detalle superior, en la que las bolas se han sustituido por una pareja del mismo material unidas por un travesaño, quedando unidas a la tira de cuero al término de la misma. Su forma es idéntica a la de una palanqueta de artillería naval de las usadas en los siglos XVIII y XIX, pero en miniatura. Las tiras se unían a un pequeño mango de madera con un fino cordel o un cordón de cuero. Los alaridos que debían soltar los que eran golpeados con ese chisme se oirían en Birmania lo menos. Pero esta era la versión "light", como se dice ahora los pijos cursis y los fabricantes de bebidas y alimentos que engordan una burrada para que el personal crea que esos engordan menos. Los había mucho peores. 

A la izquierda podemos ver el FLAGRVM TAXILLATA, que según otros fue el que sufrió Jesucristo. Como vemos, también consta de tres correas pero que, en vez de esferas de plomo, contienen TAXILLVS o dados, o sea, pequeñas piezas cúbicas que, lógicamente, debían causar un destrozo mucho mayor en las carnes de las víctimas de sus trallazos. Hay diversas teorías acerca de la traducción correcta de este tipo de látigo ya que según el cronista recibe un nombre diferente, habiendo quien los denomina como FLAGRVM TESSELATVM (por TESSELA, como las diminutas piedrecitas que conforman un mosaico) o FLAGRVM TALARIA (diminutivo de TALVS) en referencia a que, en vez de pequeños dados, usaban astrágalos, o sea, pequeños huesecillos que, en este caso, eran de animales. Estos pequeños huesos se anudaban o se perforaban y pasaban a través de las tiras de cuero, produciendo heridas aún más profundas y desgarradoras en la carne. La energía cinética que podía producir uno de estos chismes sería capaz incluso partirle las costillas del reo. En fin, algo muy desagradable que, además, provocaría unas hemorragias bestiales. Pero esta era la versión "medium". Aún quedaba la "heavy", que debía ser la descojonación.

Lo que vemos a la derecha son dos reconstrucciones basadas en sendos ejemplares que se conservan en el Museo Vaticano. En ambos casos se prescinde de tiras de cuero, que son sustituidas por finas cadenas retorcidas de bronce. En la figura A tenemos un FLAGRVM formado por cuatro ramales que, a su vez están rematados por parejas de pequeños pendientes con forma de pera, todo elaborado de bronce. La figura B presenta un ejemplar que consta de una cadena principal que se divide en tres ramales rematados también con piezas esferoidales de bronce. No hace falta ser Doctor en Verduguez con dos másteres en latigazos y palizas para hacerse uno a la idea de lo que debía ser recibir un solo golpe con uno de esos artefactos. Cabe suponer que no eran usados con otra finalidad que matar al reo, porque para dejarlo inconsciente y con la espalda llena de cicatrices de por vida bastaban y sobraban los modelos anteriores. Cada uno de estos FLAGRI podía literalmente dejar las costillas al aire con menos de una docena de golpes, y reventar la caja torácica o clavar las costillas rotas en los pulmones del reo con pocos golpes más. Nunca dejaré de sorprenderme como un pueblo que legó su cultura al mundo entero y por cuyos valores nos regimos en muchos aspectos aún en nuestros días podían llegar a usar este tipo de instrumentos tan bestiales para matar al personal.

Bien, estos eran los castigos físicos, que como vemos eran surtidos y sumamente persuasivos porque ver incluso a un cuñado con la espalda literalmente desollada a golpe de látigo debía ser un tanto inquietante. Ya solo nos restan los, por así decirlo, castigos de tipo administrativo que, por lo general, se basaban en cuestiones económicas y en la humillación del legionario.

Letrina cuartelera. Solo tener que cambiar o limpiar las esponjas que usaban
a modo de papel higiénico debía ser muy estimulante
El más grave de todos era la IGNOMINIOSA MISSIO, que era el equivalente a la actual licencia deshonrosa. Era aplicable tanto a legionarios rasos como a oficiales, y a nivel individual o colectivo. La IGNOMINIOSA MISSIO suponía, además de la deshonra de ser expulsado del ejército, perder todos los derechos acumulados en lo referente a la PRÆMIA EMERITORVM, la prima o pensión en forma de tierras o dinero que recibían los militares cuando se jubilaban. Un castigo de menos relevancia era el GRADVS DEIECTO, o degradación, por el que cualquier oficial podía verse relegado a un rango inferior o incluso a legionario raso. Ya podemos imaginarnos lo bien que lo pasaría un centurión de esos que se ensañaban con el personal viéndose de la noche a la mañana como los que ayer puteaba al día siguiente era igual a ellos. Un castigo similar era el MILITÆ MVTATIO, por el que se podía ser trasladado a una unidad menos prestigiosa o, en el caso de ser legionario, a una unidad de auxiliares y un EQVES  una COHORS EQVITATA. Otra opción podía ser, por ejemplo, que un manípulo de HASTATI fuera degradado para servir como VELITES. Escipión castigó a las legiones derrotadas en Cannas enviándolas a Sicilia, donde permanecieron varios años y fueron obligadas a vivir en los CONTUBERNII sin que se les permitiera construir barracones hasta que, una vez trasladados de nuevo a África, fueron redimidos por su bravura en combate Estos castigos no eran permanentes, pudiendo ser rehabilitado si el afectado optaba por hacer heroicidades a mansalva para lavar su maltrecho honor. De no ser así, pues se quedaba como estaba e iría ascendiendo si podía, aunque como ya sabemos el historial era tenido en cuenta tanto para lo bueno como para lo malo.

Legionario sin cinturón con la túnica suelta que más
bien parece un saco de patatas
Para castigar faltas leves se recurría a MVNERVM INDICTIO, o sea, trabajos extraordinarios que, por norma, debían ser especialmente asquerosillos y desagradables, como limpiar las letrinas del campamento o los establos. Un castigo accesorio a este, pero que también podía aplicarse de forma individual era el PECVNIARIA  MULTO, o sea, una simple multa que se detraía de la paga. Finalmente quedaba el CASTIGATIO, o sea, el bofetón o  bastonazo propinado por el centurión con el VITIS a los malsines o a los díscolos, así como los castigos que se imponían simplemente para humillar al personal y para los que no había otra norma que la creatividad del mando que lo imponía. Ya vimos en la entrada dedicada a la túnica militar que uno de ellos consistía en obligar al legionario castigado a pasearse por el campamento desprovisto de cinturón, por lo que su aspecto con la túnica suelta era feminoide y provocaba las burlas del personal. El mismo Augusto ordenó a uno de sus hombres a permanecer todo el día delante de su CONTVBERNIUM  con la túnica suelta sosteniendo un terrón de tierra en la mano, y hay constancia incluso de haber obligado al personal causante del enojo de sus mandos a vestirse de mujeres ante la rechifla de sus compañeros. 

En fin, así se las gastaban los probos romanos. Como hemos visto, tonterías las justas porque te jugabas una paliza de órdago por cualquier chorrada. Obviamente, no podemos dejar de reconocer que fue esa disciplina férrea la que les permitió enseñorearse el mundo.

Bueo, ya'ta, que es viernes y tampoco creo que haya olvidado nada relevante.

Hale, he dicho

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