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Escenas como esta se repetirían centenares de veces entre 1914 y 1918. Por la magnitud de la explosión tiene toda la
pinta de que el mercante ha sido alcanzado por un torpedo lanzado en superficie y ha partido en dos la nave enemiga |
No deja de causar perplejidad que un país como Inglaterra (Dios maldiga a Nelson mogollón de veces), que forjó su imperio a base de robar, piratear y saquear al resto del planeta y que hasta ennoblecía a escoria que cualquier país civilizado mandaría a la horca, se quedaran con la jeta a cuadros cuando los U-boote tedescos empezaron a mandarles a pique sus mercantes, y más cuando tuvieron, como es habitual en esos isleños, la peregrina idea de que imponer un bloqueo naval a Alemania quedaría sin respuesta porque ellos son los más guays de la galaxia. Bien, hecha esta cariñosa referencia a nuestros enemigos de toda la vida junto con los gabachos (Dios maldiga al enano corso), vamos al grano. Puede que muchos desconozcan qué es eso de un Q-ship, o sea, un barco Q, así que antes de entrar a fondo en la materia convendrá aclararlo para los que no estén al tanto del tema. Veamos pues...
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El U-9, un barco botado en 1910 y que ya tenía unas prestaciones que lo
hacían temible ante un enemigo que no sabía como hacer frente a este
tipo de naves |
La Gran Guerra, como es de todos sabido, fue la génesis de las armas modernas que actualmente se emplean para masacrarse más y mejor. Y, en el caso que nos ocupa, supuso el despegue del submarino, un artefacto que ya llevaba dos siglos inventado y que, como se ha mostrado en un par de artículos, ya hicieron sus pinitos en la Guerra de la Independencia yankee y la Guerra de Secesión entre los yankees y los malvados rebeldes esclavistas del sur, aunque quedó claro que le faltaban unos cuantos hervores para dar de sí todo su potencial. Esos hervores llegaron en los primeros años del siglo XX, cuando la tecnología permitió que pudieran pasearse por el mar razonablemente bien armados, navegar sumergidos algo más que el largo de una piscina y, lo más importante, no irse al fondo como una piedra por cualquier chorrada. No obstante, a pesar de que luego se convirtieron en ambas guerras en la primera potencia en lo tocante a submarinos, a comienzos del siglo los tedescos aún no consideraban estos chismes como naves verdaderamente ofensivas, sino más bien un medio disuasorio para proteger las aguas propias. El mismo almirante Tirpitz, mandamás supremo de la Reichsmarineamt por aquella época, incluso se negaba a fomentar la proliferación de los Unterseeboot, palabro de donde proviene el conocido acrónimo U-boot que todos conocemos. Solo la amenaza de que las demás potencias europeas les estaban tomando la delantera en este tema hizo que se dejaran de chorradas y se pusieran todos manos a la obra para obtener una flota submarina decente.
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El U-38 en plena acción, conminando a los tripulantes del velero mercante
que se larguen echando leches o se van a pique con su barco |
Bien, cuando comenzaron las hostilidades en agosto de 1914, los tedescos apenas disponían de una pequeña flota de 26 U-boote, cuatro de los cuales eran los primeros que se habían construido entre 1906 y 1912 y se usaban solo para prácticas. De hecho, sus enemigos iban muy por delante en la fabricación de submarinos: los gabachos disponían de nada menos que 73 unidades, los abominables british 64, y hasta la por aquel entonces neolítica Rusia les superaba con 29 naves. Pero, ojo, aunque los tedescos estaban en una teórica desventaja, nada más lejos de la realidad tanto en cuanto las prestaciones de sus U-boote superaban con creces a las naves enemigas. Por ejemplo, mientras que los amados súbditos del káiser fabricaban submarinos con una cubierta acorazada sobre el casco de presión, los demás no tenían previsto nada semejante. Esto implicaba que su capacidad para sumergirse era mucho mayor, alcanzar mucha más profundidad e incluso resistir impactos que habrían sido fatales para sus adversarios. Más aún, aunque los submarinos tedescos operativos en 1914 eran en su mayoría naves con motores de queroseno, una autonomía bastante birriosa y un armamento aún más limitado (dos lanzatorpedos a proa y dos a popa que salían ya cargados de la base, más dos torpedos de repuesto para los tubos de proa, o sea, seis en total), los british, que al cabo eran los más afectados en cuestiones navales, tenían en dotación unos torpedos tan pésimos que era habitual que se fuesen al fondo nada más dispararlos o, peor aún, que ni siquiera explotaban al impactar contra los buques enemigos. Y como arma de cubierta llevaban un cañón de 12 pulgadas que obligatoriamente tenían que disparar orientado hacia proa porque si se les ocurría hacerlo de costado el retroceso podía hacer volcar la nave. Y a todo esto, sumarle que tanto la autonomía como la velocidad de los U-boote superaba a la de los enemigos, y que antes de 1918 podían sumergirse en apenas 40 o 45 segundos, tiempo que lograron rebajar a solo 30 segundos a finales del conflicto.
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El Antwerp, uno de los primeros Q-ships |
Como vemos, los british tenían motivos de sobra para preocuparse aunque las verdaderas prestaciones de los U-boote no las conocían pero, en todo caso, optaron por curarse en salud y mandar la flota a Scapa Flow por si las moscas. Por otro lado, ni Churchill, en aquel momento Primer Lord del Almirantazgo (era un cargo político, no militar) ni el almirante John Fisher, Primer Lord del Mar (justo lo contrario, o sea, era un cargo militar) podían imaginar que el káiser ordenara atacar a las pobres e indefensas naves mercantes porque eso estaba muy feo y no era propio de países civilizados. De hecho, incluso en la marina tedesca había quien miraba con malos ojos esas prácticas tan poco caballerosas pero, tal como quedó demostrado, la época de las batallas entre caballeros eran historia (en realidad jamás ha habido una guerra caballerosa, pero bueno...). La cuestión es que, en realidad, los que abrieron la Caja de Pandora fueron los british imponiendo un férreo bloqueo naval por un lado y, por otro y a la vista de que no disponían de nada eficaz para contrarrestar la amenaza de los submarinos enemigos, empezaron a preparar pequeños mercantes, pesqueros, arrastreros, vapores, veleros y, en fin, cualquier cosa que flotase pudiera ser armada con algunos cañones y hacer lo que mejor sabe un inglés: actuar como un auténtico y verdadero pirata. Así surgieron los Q-ships.
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La tripulación del U-9. En el centro, con las manos cruzadas, aparece su
comandante, el kapitänleutnant Otto Weddingen. Estos probos súbditos del
káiser bajaron los humos a los british de forma radical |
El término Q-ship no se empezó a usar de forma oficial hasta finales de 1916, al parecer por tener su base principal en el puerto irlandés de Queenstown. Hasta aquel momento, la armada los denominaba como "buques señuelo" o "barcos misteriosos". Y ambas denominaciones eran de lo más acertado porque la idea consistía simplemente en engañar a los submarinos tedescos haciéndoles creer que se trataban de inofensivos barcos mercantes, la presa más jugosa para mandar al abismo y chinchar bonitamente a los isleños. Porque la triste realidad es que la todopoderosa Navy, con sus magníficos acorazados, cruceros y demás naves de gran porte no tenían nada con qué combatir a estos taimados y sigilosos enemigos subacuáticos. Eran pequeños, iban bien armados y eran ilocalizables cuando se sumergían. Hasta 1916 no empezó a llegar la tecnología necesaria para ello con el hidrófono, pero esos chismes tenían un alcance muy limitado, apenas 1 o 2 millas, mientras que el torpedo alemán de prestaciones más birriosas tenía un alcance de 2 km. a 32 nudos de velocidad, y de 2'6 km. a 27 nudos, por lo que antes de que lo detectaran podía mandar un regalo en forma de puro con entre 136 y 200 kilos de trinitrotolueno. Además, el hidrófono localizaba la presencia del submarino, pero no su posición. Para ello había que colocar tres naves y triangularla por su señal, y para ello tenían que parar máquinas porque el ruido de las hélices interfería una burrada. Y, para colmo, sus minas y torpedos podían mandar a hacer gárgaras a cualquier barco enemigo. El primer toque de atención lo recibieron apenas siete semanas después de entrar en guerra, cuando los arrogantes british recibieron la noticia de que un submarino tedesco, el U-9, había hundido en menos de una hora a tres de sus cruceros: el Aboukir, el Hogue y el Cressy. Se les debió indigestar el té con plum cake de calabacines y boniatos, porque no podían imaginar que una de aquellas bañeras subacuáticas hubiese podido acabar nada menos que con tres naves de superficie en un periquete.
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Pequeño mercante en pleno proceso de reconversión para hacer de él un
Q-ship. Estos barcos, que no merecían un torpedo y podían ser hundidos
fácilmente a cañonazos, eran el señuelo perfecto hasta que los tedescos
se dieron cuenta de que tenían más peligro que un cuñado sediento |
Ante semejante panorama, lo mejor que se les ocurrió fue echar mano de barcos de pequeño tamaño que, como una lombriz en el anzuelo, atrajesen de forma irresistible a los comandantes de los U-boote y los hiciera salir de las profundidades para, conforme a la Ley de Capturas, abordarlos y comprobar su nacionalidad y el manifiesto de su carga ya que, aunque navegasen bajo la bandera de un país neutral, caso de tener como destino un país enemigo era irremisiblemente hundido. La dotación de torpedos de los submarinos a comienzos de la guerra era más bien escasa, por lo general apenas seis unidades que reservaban para enfrentarse a naves de guerra y de cuyo uso debían dar cuenta al retornar a base, por lo que preferían usar el cañón de cubierta para, una vez que la tripulación del mercante abandonase el barco, echarlo a pique a cañonazos o colocando cargas explosivas en la víctima aspirante a pecio perpetuo. Por lo tanto, la estrategia consistía en engañar a los submarinos haciéndolos emerger una vez que comprobaban que lo que tenían delante era un jugoso mercante de cualquier tipo. En el momento en que salían a la superficie, mostraban de forma inmediata el armamento que llevaban a bordo y se liaban a cañonazos antes de que al sorprendido comandante le diese tiempo de hacer uso de su armamento de cubierta, de lanzarles un torpedo o de sumergirse, para lo cual necesitaban de casi un minuto durante el cual una tripulación bien entrenada podía endilgarle varios cañonazos.
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El Farnborough, un vapor de tres islas fuertemente artillado al
mando del capitán Campbell, uno de los más famosos comandantes de
Q-ships. En la imagen superior vemos su aspecto original, con las cruces
señalando la posición de su armamento. Debajo, después de ser disfrazado |
El 2 de noviembre de 1914 los british decidieron iniciar el bloqueo, lo que fue replicado por los tedescos tres días más tarde declarando los mares que rodeaban las islas como zona de guerra submarina, y la cosa es que no tardarían mucho en poner en servicio naves con la autonomía necesaria para plantarse en la costa escocesa sin problemas. Además, estaban bastante cabreados porque un mercante al que uno de sus submarinos iba a inspeccionar lo embistió, por lo que se autorizó a usar torpedos si creían que había riesgo para la nave. Y para poner las cosas más complicadas, en febrero de 1915 los tedescos se dejaron de escrúpulos y optaron por lo más cómodo: atacar sin previo aviso, o sea, no se molestarían en asomarse a la superficie, instarlos a detenerse mediante un disparo por la proa, abordarlos, etc. sino que, sin más historias, emergerían y harían uso del o los cañones de cubierta, por lo general de 8'8 y/o 10'5 cm., más que suficiente para mandar al fondo a cualquier mercante con un disparo colocado en la línea de flotación. La opción B era que si sospechaban algo raro no se andasen con miramientos, les lanzaran un torpedo y santas pascuas. Así pues, comenzó una peculiar carrera de engaños y fullerías navales en la que los Q-ships ideaban formas de tentar al enemigo, mientras que el enemigo se volvía cada vez más desconfiado y se iba aprendiendo todos los trucos para no dejarse engañar.
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Cañón de 12 libras oculto en un bote salvavidas falso. Como
vemos en la foto inferior, el bote se separaba en dos mitades
para abrir fuego por ambas bandas |
A finales de noviembre de 1914, los british tenían listo el primer Q-ship, el Victoria, cuya vida operativa fue bastante breve ya que no fue capaz de dar con un solo U-boot por lo que al cabo de un mes lo mandaron a hacer puñetas. Lo sucedió el Antwerp, un barco armado con dos cañones de 12 libras que tampoco dio el resultado que se esperaba porque, simplemente, presentaba un aspecto sospechoso a los comandantes de los U-boote. El capitán del Antwerp, el teniente comandante Godfrey Herbert, abogó por el uso de un tipo de barco denominado "de tres islas", unos mercantes de tres o cuatro mil toneladas llamados así por tener toldillas de proa y popa y con el puente de mando en el centro de la nave. Este concepto de barco era especialmente apoyado por el vicealmirante Lewis Bayly, responsable del South-Western Approaches (zona marítima que comprende el suroeste de las islas), que era precisamente donde más mercantes eran hundidos. Sus amplias bodegas permitían acumular combustible, pertrechos, municiones y provisiones para travesías de hasta un mes de duración, disponían de espacio para instalar artillería en cantidad y, lo más importante, eran lo suficientemente grandes como para poner los dientes largos al comandante de un submarino, pero no tanto como para malgastar un torpedo. O sea, el Q-ship ideal para hacer salir a la superficie al enemigo y atacarlo con el armamento de cubierta. No obstante, la armada recurrió como ya se ha dicho a todo lo que pudiera facilitar la ardua tarea de engañar a los cada vez más sagaces tedescos, e incluso ofrecían la suculenta cifra de 1.000 libras como gratificación a los tripulantes de un Q-ship que lograse hundir un U-boot. Además, por la obvia peligrosidad de su trabajo recibían una prima, la Hard Lying Money, de 6 chelines diarios para el mandamás, 2,5 para los suboficiales y 2 para la marinería.
Con todo, su primera victoria tardó un poco en producirse. No fue hasta el 23 de junio de 1915 cuando el Taranaki, un arrastrero reciclado en Q-ship al mando del teniente comandante Edwards en combinación con el submarino C-24 al mando del teniente Taylor, lograron hundir al U-40 en la costa este de Escocia. La primera victoria de un Q-ship en solitario tuvo lugar un mes más tarde, el 24 de julio, cuando el Prince Charles al mando del teniente Wardlaw aliñó al U-36 en la costa norte de las Hébridas abriendo fuego a menos de 600 metros y echándolo a pique tras recibir varios impactos. Eso sí, el palmarés del U-36 era de lujo: en mayo capturó a dos barcos y hundió otro, los tres de países neutrales, y en el mes siguiente hundió otros trece y capturó uno más. Como se ve, la diferencia entre la relación operatividad-eficacia de unos y otros era apabullante.
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Otro ingenioso subterfugio, en este caso un lanzador de
bombas anti-submarinas oculto bajo una escotilla de pozo
falsa. Bastaba quitar la lona y abatir las mamparas para
ponerlo en orden de combate |
Los ardides se basaban en una sofisticada tramoya y una tripulación que, vestida de paisano, debía aparentar en todo momento que eran atribulados marinos muy acojonados ante la presencia del submarino. Se recurría a cualquier cosa: cubiertas falsas, mamparos plegables, cabinas de cubierta también falsas y, por supuesto, banderas de otros países. A medida que los british ideaban una nueva puñetería los tedescos no solo se tornaban más cautos, sino que podían complicarles la vida a los tripulantes del Q-ship ya que los alemanes los consideraban como franc-tireurs, francotiradores, un ejército irregular creado por los gabachos durante la Guerra Franco-Prusiana que iban sin uniforme y actuaban al margen de las normas establecidas, por lo que podían liquidar a toda la tripulación sin perpetrar por ello un crimen de guerra. De ahí que se ordenara a los comandantes de los Q-ships que justo antes de abrir fuego izasen el White Ensing (Pabellón Blanco), la bandera de combate de la Royal Navy. Para agilizar el proceso y no dar ni medio segundo de tiempo al enemigo, algunos Q-ship tenían unido el cierre de uno de los cañones a la cuerda de la bandera para no olvidar izarla con la tensión del momento y, a medida que aprestaban la pieza, enarbolaban la misma. Para no dar oportunidades al enemigo, los artilleros se seleccionaban entre lo más granado de la armada ya que apenas disponían de un minuto o menos para efectuar un mínimo de tres disparos que, a ser posible, impactasen todos en la nave enemiga.
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Un Q-ship ha logrado hundir un submarino tedesco. Estos encuentros se
saldaban de forma satisfactoria al que reaccionaba con más presteza. Era
una partida siniestra que duraba un par de minutos como mucho y en la que
lo que se jugaba el personal era la vida |
Básicamente, la táctica que usaban consistía en que cuando el submarino hacía acto de presencia, parte de la tripulación simulaba huir echando al agua los botes salvavidas a toda prisa y de forma tan realista que, al parecer, en un caso incluso llevaban una jaula con un loro de peluche dentro que, en la distancia, aparentaba ser la atribulada mascota del barco. Era los que denominaban "grupos de pánico", que remarían para no colocarse entre el Q-ship y el submarino y no estorbar cuando sus colegas abrieran fuego. El resto de la tripulación que quedaba a bordo eran los artilleros y parte del personal no combatiente que era empleado para ayudar a desmontar la tramoya. Si el comandante del submarino se tragaba el anzuelo, se aproximaría al Q-ship para asegurar el tiro o bien perseguiría a los botes (en teoría el mercante señuelo estaría vacío de personal en ese momento) para trincar a la tripulación y poder identificar tanto el barco como el contenido del mismo. En ese lapso de tiempo, los botes maniobrarían para obligar al submarino a ofrecer el costado al Q-ship, momento en que saldría a relucir la artillería y abrirían fuego.
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Artilleros del Antwerp disparando un cañón de 12 libras emplazado sobre
una cabina de cubierta. Las paredes aparecen abatidas para permitir abrir
fuego en cualquier dirección. Como podemos ver, visten de paisano |
En otras ocasiones, el señuelo simulaba una huida navegando en zigzag mientras que con una tobera de falso vapor hacían creer al comandante del submarino que los observaba por el periscopio que iban a toda maquina cuando, en realidad, lo que hacían era ir cada vez más despacio para permitir que les alcanzara. Un mercante de vapor podía alcanzar una velocidad de 10 nudos o algo más, mientras que el submarino no pasaba de 8 o 10 nudos en inmersión, así que había que dejarse pillar. Lógicamente, los tedescos no eran tontos y también tenían sus trucos, como hacer las aproximaciones por popa para no ponerse a tiro de los cañones enemigos y, si no lo tenían claro, preparaban un torpedo con el tubo ya inundado y listo para lanzarlo si una vez en superficie y en plena actuación el comandante alemán notaba algo raro. Precisamente para aminorar el riesgo de ser alcanzados por un torpedo, los Q-ship eran por norma barcos con muy poco calado con la esperanza de que pasasen por debajo de la quilla sin llegar a impactar. Porque un torpedo era un arma de efectos incuestionables: si hacía diana mandaba al abismo al barco sí o sí. De hecho, para intentar retrasar el hundimiento muchos Q-ships llenaban el espacio disponible en las bodegas con toneles y cubas vacíos, madera o, en resumen, cualquier cosa que lo mantuviese a flote al menos el tiempo necesario para poder disparar al submarino y hundirlo o dañarlo gravemente.
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El C-24, uno de los pocos submarinos que logró acabar con un U-boot |
También llegaron a probar ataques combinados de Q-ship con submarinos propios como el que citamos antes entre el Taranaki y el C-24. Mediante un cable telefónico mantenían el contacto entre ambos cuando sospechaban de la presencia de un U-boot. Una vez que este daba la cara, el Q-ship informaba de que estaba siendo atacado, y en ese momento el submarino british emergía y hacía lo propio por lo que el tedesco se vería atrapado entre dos fuegos. No obstante, esa táctica apenas se usó porque no demostró ser verdaderamente eficaz y era imposible de llevar a cabo cuando el mar se movía un poco, para no hablar de cuando hacía mal tiempo ya que era muy difícil mantener el contacto telefónico. Por otro lado, los comandantes de los Q-ships se veían obligados a cambiar de disfraz constantemente. Si habían estado patrullando una zona durante una serie de días no podían volver a la misma mostrando el mismo aspecto ya que pondría en guardia al submarino más despistado. ¿Qué hacía un mercante solitario dando vueltas por allí sabiendo el peligro que corría? Así pues, pintaban el casco de otro color, cambiaban de posición las cabinas falsas o le daban a las cubiertas otro aspecto tendiendo lonas como si fueran mamparos, artificio este que solía darles problemas si se levantaba viento porque flameaban y el subterfugio era visible a gran distancia, por lo que el comandante del U-boot que pudiera estarlos observando no lo dudaría: torpedo y a otra cosa, mariposa.
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Un cañón oculto tras una lona sobre el puente de mando del Baralong, cuyo
comandante llevó a cabo una de las mayores villanías de la Royal Navy |
En fin, más o menos así eran y así actuaban los Q-ships. Cuando en 1917 se impusieron los convoyes, estas naves señuelo dejaron de tener sentido si bien se mantuvieron operativas el resto del conflicto incluyendo los PQ, patrulleras de la Royal Navy susceptibles de ser usadas como Q-ships por su facilidad para ser "disfrazadas". Su reducido tamaño, de unas 1.250 toneladas de registro bruto, era ideal para que los comandantes tedescos hicieran palmitas cuando les echaban la vista encima ya que eran los típicos mercantes dignos de ser hundidos a mayor gloria del káiser. Pero estas naves eran unos huesos muy duros de roer: alcanzaban los 20 nudos de velocidad, iban fuertemente armados con cañones de 4 pulgadas y 12 libras y su escaso calado, de apenas 2,4 metros, les permitía tener muchas posibilidades de salir ilesos de un ataque con torpedos.
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La goleta Mary B. Mitchell, un Q-ship que se enfrentó con el U-17 en junio
de 1917. El submarino abrió fuego a 4.500 metros, lo que demuestra que a
aquellas alturas de la guerra no se fiaban ni de una beatífica morsa. En esta
ocasión y tras un intenso intercambio de disparos la cosa acabó en empate
debido a la nula visibilidad. Ambos barcos salieron ilesos |
Con todo, como se ha dicho ya, los convoyes se convirtieron en la principal herramienta para proteger el tráfico marítimo que, no obstante, costó a los aliados la friolera de 11.948.702 de toneladas enviadas al fondo del mar en forma de 6.394 naves. A cambio, los Q-ships solo lograron hundir 12 submarinos de los 187 que perdió Alemania en toda la guerra, y causaron daños de diversa consideración a otros 60 que, naturalmente, fueron reparados y puestos nuevamente en servicio. Como vemos, un balance sumamente magro por no decir ridículo a pesar del empeño puesto en este tipo de naves, del riesgo que corrieron sus tripulantes y de las sumas de dinero invertidas en su compra, armado y mantenimiento. De hecho, en fechas tan tardías como abril de 1918 aún se alistaron seis veleros equipados con un motor auxiliar cada uno para no verse inmovilizados en caso de una calma chicha y que iban armados con dos cañones de 12 libras, uno de 4 pulgadas y un obús de 7'5 pulgadas. En todo caso, los encuentros entre Q-ships y U-boote eran cada vez más escasos ya que los primeros eran ya empleados principalmente para escoltar convoyes, y en 1918 solo tuvieron lugar once encuentros entre submarinos alemanes y Q-ships. El último fue el 30 de julio de aquel año, y salió triunfante el U-boot.
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Los convoyes tampoco pudieron acabar con la amenaza de
los U-boote. En este caso vemos al U-93 a punto de mandar
al fondo a una goleta. Estos barcos, que en muchas ocasiones
se quedaban atrás si el viento no era propicio, se convirtieron
en una presa fácil en cuanto se quedaban solos en el mar |
En fin, creo que con esto ya tenemos un avance general de lo que fueron los Q-ships y del papel que desempeñaron en la guerra naval. Por cierto que los british aprendieron poco de ello, mientras que los tedescos tomaron buena nota de todo para volver a las andadas en el siguiente conflicto, en las que sus "manadas de lobos" siguieron contaminando el océano con cientos de miles de toneladas de acero, fuel-oil y munición de todas clases y cebando a los peces con miles de marineros, dejando un reguero de osamentas roídas por todo el Atlántico. En otra entrada ya hablaremos con más detenimiento del armamento y demás chorraditas interesantes sobre estos barcos. Por cierto, para los amantes de las estadísticas: el porcentaje más elevado de pérdidas de U-boote, un 40% nada menos, fueron provocados por accidentes o por causas desconocidas. El siguiente, un 20%, por las minas. Los 12 hundidos por los Q-ships apenas llegaron a un 7%. En cuanto a los Q-ships, no se sabe con exactitud la cifra de unidades operativas ya que hasta 1917 no hubo un mando generalizado que se encargase de las operaciones de estos barcos, por lo que se dieron muchos casos de capitanes que requisaban un mercante que les parecía chulo y se limitaban a disfrazarlo y trasladar el armamento a bordo. Digamos que tenían pocas limitaciones a la hora de acometer sus misiones, y se movían de un lado a otro según su intuición. En cualquier caso, las cifras oscilan entre los 113 y casi 200 unidades, de las que se perdieron 59 en total. De ellas, 36 fueron hundidas combatiendo contra los U-boote, 6 se fueron a pique por accidentes, 16 por torpedos o minas, y una fue capturada por los tedescos.
Bueno, con esto vale de momento. Ya seguiremos hablando de las andanzas de estos barcos y de la guerra contra los mercantes que, las cosas como son, fue de todo menos caballerosa y honorable. Más aún, las fechorías que se perpetraron dejó claro que las guerras las ganaba el que ponía más cadáveres sobre el tapete, y que tampoco servía de nada perdonar hoy la vida de un enemigo que mañana no dudaría en liquidarte sin pararse a pensar que le permitiste seguir vivo.
Hale, he dicho
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Uno menos... |
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