martes, 16 de junio de 2020

Bayoneta mod. 1886, la famosa "Rosalie"


Heroicos gabachos en 1914 con sus pantalones rojos y sus bayonetas dispuestos a palmar como auténticos  y
verdaderos héroes. Por aquel entonces creo que los generales del ejército francés se creían que aún estaban
en los tiempos de las batallas gloriosas donde el personal caía como moscas, pero con una sonrisa en los
labios entonando la Marsellesa o musitando el nombre de su amada.  

Sin lugar a dudas, una de las bayonetas más emblemáticas del siglo XX fue el modelo 1886 para los fusiles Lebel y Berthier del ejército gabacho (Dios maldiga al enano corso). Era un arma de líneas elegantes, muy larga y estilizada y, naturalmente, tan fabulosa como los pantalones rojos que los mandameses se negaban a eliminar porque, a pesar de ser un blanco estupendo para los francotiradores tedescos, eran "el espíritu de Francia". Hay que ser memo para reducir el "espíritu" de una nación a unos simples pantalones pero, ¿qué se puede esperar de los gabachos? Y de la misma forma que mitificaron los pantalones, pues hicieron lo propio con la bayoneta bautizándola como Rosalie, a la que vemos en una postal de la época con una teta al aire para dar más morbo al personal. En el texto podemos leer: "La punzante Rosalie, la amiga del poilu". Sin embargo, y antes de entrar en materia, no estaría de más derribar el mito porque si se le pregunta a cualquier cuñado jurará por sus empastes que era el nombre que le daban los poilus a sus queridas bayonetas. Bueno, pues es el enésimo bulo que, por repetido, se lo creen hasta muchos militares.

Théodore Botrel (1868-1925)
Lo de Rosalie salió de una canción compuesta (la letra, porque de música no sabía una papa) por Théodore Botrel, un cantautor bretón que, por ser ya talludito para alistarse- el hombre lo intentó dos veces, las cosas como son-, pues optó por componer coplas enalteciendo los valores patrios y tal. Por lo visto, en 1915 fue nombrado "Chansonnier des Armées" (Cantante de los Ejércitos), desplazándose al frente y a los hospitales de campaña para animar al personal con sus actuaciones. La intención de este probo ciudadano era, entre otras cosas, que las tropas humanizaran sus armas como si fueran sus novias o mujeres para aumentar su espíritu combativo, por lo que bautizó a la bayoneta del Lebel como Rosalie igual que le podría haber puesto Maripepa, pero en fin... De hecho, otra de sus conocidas composiciones era "Ma Petite Mimi" que, en este caso, era una simpática ametralladora. En fin, el que quiera conocer la letra de "Rosalie", en San Google puede encontrarla sin problemas. Yo me limitaré a poner la primera estrofa para que se vayan haciendo una idea:

Rosalie, c'est ton histoire
Que nous chantons à ta gloire
- Verse à boire ! -
Tout en vidant nos bidons
Buvons donc !

Que en román paladino viene a querer decir: "Rosalie, es tu historia / Que cantemos a tu gloria / -¡Sirve de beber!- / Mientras vaciamos nuestras cantimploras / ¡Bebamos!". 

Bueno, por componer hubo hasta quien compuso un "Ave María" a la puñetera bayoneta: "Te saludo, Rosalie, llena eres de gracia. La victoria está con nosotros, bendita eres entre todas las armas, ¡bendita sea la punta que busca las entrañas de los boches! Santa Rosalie, Madre de la Victoria, ruega por nosotros, pobres soldados, ahora y en el momento de la revancha, amén". Muy piadoso y espiritual, ¿que no? Lo de la revancha alude al palizón que los prusianos les dieron en 1870, que aún les escocía. En fin, algo totalmente surrealista, como se puede ver en el grabado de la derecha, donde aparece un zuavo del que huyen pequeños tedescos espantados por la oración bayoneteril. Como cabras, vaya...

Ejemplar de "Le Miroir" del 7 de marzo de 1915 en el
que vemos a Botrel dando un recital en el frente
En todo caso, no vamos a quitarle méritos a Botrel ya que su intención fue de lo más loable. Sin embargo, y contrariamente a lo que se suele creer, el mote de la bayoneta no tuvo el más mínimo éxito entre los sufridos poilus que caían como moscas gracias a sus pantalones rojos. Sirva como referencia una reseña aparecida en "Le Poilu", un periódico editado para las tropas por el 108º Rgto. Territorial de Infantería de Champagne que lo mantuvo en el mercado a 5 céntimos el ejemplar mientras duró el conflicto. En abril de 1915, tras la aparición de la canción "Rosalie" y a la vista del nulo éxito entre los combatientes por la idea de suplantar a la parienta por un pincho, emitieron una nota diciendo que "la bayoneta es llamada Rosalie solo en una canción de Théodore Botrel, que nadie canta, y en el Boletín de los Ejércitos de la República, que nadie lee". Así pues, ya pueden ir borrando el término Rosalie de su repertorio bélico ya que fue una mera cuestión de propaganda alimentada por los mismos mandamases, cuya doctrina al principios de la guerra era "... solo el movimiento hacia adelante llegando al cuerpo a cuerpo es decisivo e irresistible". Como cabe suponer, esta doctrina caducó en el momento en que las MG-08 de los tedescos segaron batallones enteros por mucha Rosalie y muchos pantalones rojos que usaran.

Es más: según el Manual de Instrucción Militar editado en 1914, en el artículo 110 nos dice textualmente:

La bayoneta es el arma suprema del soldado de infantería. Desempeña un papel decisivo en el ataque hacia el cual cualquier movimiento ofensivo debe esforzarse decididamente, y solo eso hace posible dejar definitivamente al adversario fuera de combate.

Marcha sobre el adversario, ataca con fuerza sin parar y busca ansiosamente un resultado decisivo.

Persigue sin descanso al adversario que retroceda.

Repite el ataque hasta que tenga éxito.

Proseguir el cuerpo a cuerpo implica golpear con la culata y, si es necesario, derrotar al enemigo por cualquier otro medio.

Ejecución de un poilu por cobardía ante el enemigo. 918 hombres fueron
ejecutados en el ejército francés, la mayoría en los dos primeros años de
guerra. En el ejército tedesco apenas llegaron a 48
Salta a la vista que a finales de 1914 estos conceptos, basados en tácticas totalmente pasadas de moda que los observadores militares gabachos trajeron de la Guerra de Secesión y de lo aprendido durante la Guerra Franco-Prusiana, no solo carecían ya de sentido, es que eran simplemente suicidas. No obstante, los mostachudos y tercos generales gabachos siguieron en sus trece con las dichosas bayonetas y los pantalones rojos hasta que el personal, un poco harto de ver a sus camaradas caer segados por millares, estuvieron a punto de liar el petate y mandarlos al carajo. Hubiese sido todo un espectáculo, las cosas como son... Bien, hecho este breve introito desmitificador de mitos mitificados, vamos al grano no sin antes advertir que, por mera comodidad y en honor al patriotero bardo de las trincheras Botrel, en el artículo nos referiremos a la bayoneta modelo 1886 como Rosalie. Ah, y oído al parche, porque en español solo encontrarán en la red sobre este chisme anuncios de casas de subastas, de militaria y anticuarios.


Carga de la caballería prusiana en la guerra de 1870, dónde un cuadro de
infantería disciplinado y armado con largas bayonetas como las usadas por
sus abuelos en las guerras del enano corso podían detener en seco a los
jinetes enemigos
Ya desde su nacimiento, el concepto de fusil-pica estaba empezando a quedar obsoleto. La aparición de las armas de retrocarga, la ametralladora y la cada vez más potente artillería hicieron que la bayoneta, que hasta aquel momento era ciertamente el arma que decidía un choque entre dos ejércitos, empezara a ser menos definitiva, y más si tenemos en cuenta que la caballería, el motivo más de peso para armarse con un fusil-pica, vería su ocaso absoluto a partir de 1914, cuando las gallardas cargas en campo abierto eran cuasi utópicas en un terreno lleno de cráteres y con las ametralladoras exterminando escuadrones enteros. Alguno me dirán que fue la indiscutible protagonista de los combates entre infantería en la Gran Guerra, pero respondería que no o, al menos, no de forma decisiva. Sí, cargaban con la bayoneta, pero porque era lo que decían los manuales de la época, no porque fuese especialmente útil correr 100 o 15o metros con un fusil en cuyo extremo había un pincho que daba grima mirarlo.

Demostración de un combate con bayonetas que, obviamente,
sería imposible dentro de una trinchera
Cuando se producía un ataque y uno de los bandos en liza alcanzaba las posiciones enemigas e intentaba expulsar al adversario de sus trincheras, la bayoneta era en realidad un estorbo. En una zanja de metro y medio o menos de ancho, un fusil que con la bayoneta sobrepasaba el metro setenta no era especialmente cómodo de manejar. Sin espacio para moverse, las armas más útiles eran los granadas de mano, los cuchillos, mazas, rompecabezas y demás monadas de creación propia para aniquilar enemigos con rapidez y eficacia. Un Lebel que con su bayoneta medía 1,82 metros sería un arma temible en un combate cuerpo a cuerpo en la tierra de nadie, pero en un hoyo bastaba fallar la primera estocada para que el malvado tedesco bloquease el fusil enemigo con la mano izquierda y, antes de que el gabacho pudiera recuperar la iniciativa, le incrustasen en plena jeta una maza erizada de clavos de herradura o le metía la pala de trinchera bien afilada por debajo de la barbilla, dejándolo en ambos casos listo de papeles. Si nos atenemos a lo puramente práctico, un ataque debería llevarse a cabo con el fusil a la espalda, y empuñando una maza y un cuchillo porque era lo que el infante usaría cuando llegase al contacto. El fusil y su bayoneta no servían absolutamente de nada mientras recorría la tierra de nadie batida por el implacable fuego cruzado de las ametralladoras.

Ahí vemos varios ejemplos de cuchillos bayonetas anteriores
al siglo XX con unas dimensiones muy inferiores a la Rosalie. De
arriba abajo tenemos: Mod. 1876/84 alemán, con hoja de 244 mm.
Mod. 1895 austriaco, con hoja de 244 mm. Mod. 1892/93 español
con hoja de 254 mm. Mod. 1896 sueco, con hoja de 213 mm., y
mod. 1889 suizo con hoja de 300 mm. Ojo, no están a escala
Pero, como ya sabemos, eso de la carga de bayonetas seguía siendo condición sine qua non en los magines de los mandamases aún a costa de perder batallones enteros en cuestión de minutos aunque, eso sí, se les saltaban las lágrimas contemplándolo con una mezcla de emoción y gloria al ver el impagable sacrificio de sus valerosas tropas. De hecho, en las postrimerías del siglo XIX la mayoría de los ejércitos occidentales ya habían optado por la combinación de cuchillo bayoneta que, aunque también de hoja bastante larga en algunos casos, al menos tenían la justificación de que también servía de herramienta. Con todo, incluso había ejércitos como el español, el alemán, el austriaco, el portugués, el sueco y varios más cuyas bayonetas se habían visto notablemente recortadas. Por otro lado, la Rosalie, tanto en cuanto partía del concepto de fusil-pica, su uso se limitaba a pinchar ciudadanos. No servía para otra cosa, mientras que, por ejemplo, la bayoneta alemana modelo 1898/05, con su hoja de 37 cm. - 15 cm. menos que la Rosalie- era un arma más versátil que, además de eviscerar enemigos, servía para cortar leña, desbrozar maleza y, en fin, para cualquier uso habitual en un cuchillo. Pero los inconvenientes de esta estilizada y bonita arma- porque bonita era a rabiar- surgieron cuando llegó la hora de dejar de pasearlas en los saraos y paradas militares cuarteleros y fueron enviadas al frente donde, tras muchos "mon Dieu!" y "sacrebleu!" se dieron cuenta de que la elegancia de sus líneas no solventaban las papeletas habituales en combate.

Bien, cuando el ejército gabacho decidió jubilar a sus viejos fusiles Gras modelo 1874 de 11 mm., se estudió la posibilidad de adaptar su bayoneta al nuevo fusil Lebel, un arma novedosa que usaba cartuchos de pólvora nitrocelulósica que permitía usar calibres más pequeños que mataban tanto o más que los calibres gordos. Sin embargo, por mucho que se empeñaron, la bayoneta del Gras, que además se encastraba en el lateral derecho del cañón, no había forma de reciclarla para el Lebel. Esta bayoneta, que podemos ver en la foto superior junto al fusil que armaba, era un arma de generosas dimensiones, con una hoja de 52 cm. y sección triangular, con un lomo plano para darle más rigidez y el típico galluelo destinado a trabar y partir las hojas de las bayonetas o espadas de la caballería enemigas en en cuerpo a cuerpo.

Pero, como decía el eximio diestro Rafael Guerra, lo que no pué sé, no pué sé, y ademá é imposible, pues tuvieron que diseñar un modelo nuevo partiendo de cero pero, eso sí, basado en los mismos conceptos de la bayoneta Gras, o sea, un arma dotada de una hoja larga y fina que, unida al fusil, permitiera ofender al enemigo antes de que el enemigo lo fastidiara a uno.

La criatura primigenia

La decisión de fabricar esta nueva espada-bayoneta fue tomada por el general Georges Boulanger, que en aquel momento detentaba el Ministerio de Guerra, mientras que el desarrollo del nuevo diseño lo realizaron los inspectores de la fábrica de Châtellerault Louis Verdin y Albert Close. El modelo inicial estaba provisto de una hoja de 520 mm. de sección cruciforme con profundos vaceos. Se suponía que, aparte de aligerarla de peso y tal, una vez que se clavaba en el cuerpo del enemigo se debía efectuar un cuarto de vuelta hacia la izquierda, lo que provocaría una intensa hemorragia interna. Francamente, eso suena a chorrada sin fundamento por una sencilla razón: la Rosalie era un pincho redondo sin filos. Sí, te podía atravesar de lado a lado, podría interesar órganos vitales, pero cortar no cortaba ni un nabo.

En la hoja, un centímetro más arriba de donde empezaban las acanaladuras, se fijaba mediante un pasador una cruceta con el resorte de retención, que consistía en una pieza pivotante originariamente formada por un botón redondo cuadrillado. Al igual que su antecesora, estaba provista de un generoso galluelo que, además de servir para partir las hojas de las armas enemigas, se usaba para formar pabellones tres armas. Lo más crítico era su unión a la empuñadura, una pieza hueca fabricada de alpaca, una aleación a base de níquel, cobre y zinc que se usaba y se usa mucho por su similitud con la plata para cuberterías y demás zarandajas domésticas de los que no tienen para darse pisto pero se lo quieren dar como sea. Como vemos en el gráfico, la hoja tenía una rosca para unirla a la empuñadura, quedando bloqueadas mediante un tornillo. El extremo de la empuñadura, que era enteramente hueca, se cerraba con un tapón del mismo material. El resultado final era un imponente espetón de 64 cm. de largo y 460 gramos de peso ideal para asar chorizos en una candela. Veamos su funcionamiento:

En la figura A tenemos la empuñadura vista desde el costado izquierdo. La flecha amarilla marca el botón cuadrillado del retén que bloquea el arma en el cañón del fusil. La azul señala el pasador que unía la hoja a la cruceta, y la marrón es el tornillo que asegura el roscado de la hoja a la empuñadura. En la figura B podemos ver una vista superior de la empuñadura, donde se aprecia la acanaladura que la recorre de un extremo a otro. La flecha roja marca la uña del retén. En este caso es de una variante posterior a 1890. La original era un poco más pequeña. Finalmente, en la figura C vemos el cañón del fusil Lebel: la flecha blanca señala el raíl por donde transcurría la acanaladura de la empuñadura que acabamos de ver, y la verde el tetón donde enganchaba la uña del retén. Aparte de eso, en la empuñadura se aprecia el ojo de la bayoneta por donde se introduce el cañón que, en este caso, tiene además una muesca para alojar el punto de mira. Nunca he tenido un Lebel armado con bayoneta en mis manos, pero colijo que el bloqueo debía ser extremadamente sólido, sin holguras de ningún tipo.

Pero lo que no era tan sólido era el sistema de unión de la hoja a la empuñadura, que en 1890 hubo que cambiar por otro más fiable. Simplemente se sustituyó la pequeña espiga roscada por otra que atravesaba toda la empuñadura, como vemos en el gráfico de la derecha. La fijación de la cruceta era igual, mediante un pasador, mientras que la de la empuñadura seguía siendo mediante un tornillo, que en realidad tenía como misión que la empuñadura no girase sobre la espiga, mientras que el extremo de esta se roscaba con una tuerca para destornilladores Spanner. La parte de rosca que sobresaliera se limaba, quedando rasada a la empuñadura tal como vemos en la figura A. Este sistema, bastante habitual en muchas armas blancas de la época, permitía el cambio de piezas averiadas sin tener que eliminar soldaduras y actuaciones previas más complejas. Ah, una chorradita sin importancia, pero siempre viene bien saberlo: los números de serie y la letra asignada al fabricante se estampaban en el galluelo.

En cuanto a la vaina, consistía en un tubo de acero de 15 mm. de diámetro interno rematado por una bola a modo de contera. Tal como vemos en el detalle, llevaba un ojal rectangular para fijarla al tahalí. Este tenía una correa de la misma anchura (flecha roja) que se pasaba por el ojal para, finalmente, abrocharla en la hebilla. A la derecha podemos ver el aspecto de la bayoneta envainada con su tahalí. Posteriormente, una vez empezada la guerra, se observó que en el húmedo clima de Flandes las vainas se llenaban de agua con bastante facilidad, así que se hizo un poco más grande el botón de la contera y se les practicó un orificio por donde poder evacuar el agua acumulada en el interior. Por cierto que estos tahalíes tan chulos con doble costura también dieron paso a otros más cutres cuyas piezas iban simplemente remachadas para abaratar y acelerar el proceso de manufactura de los mismos.

Defender esa zanja angosta y pútrida a bayonetazos era misión imposible.
Ahí sólo valían las armas de trinchera 
Así llego nuestra Rosalie a la Gran Guerra, que era el momento de comprobar si verdaderamente estaba a la altura de las circunstancias. De entrada, quedó clara su obsolescencia en lo referente a manejabilidad. La Rosalie era una bayoneta muy larga para usarla con la presteza necesaria durante un asalto. Una de sus principales trabas, según las opiniones de los poilus, era que debido a su gran capacidad de penetración y su longitud ensartaban tedescos que daba gloria verlo, pero a cambio tardaban demasiado en extraerla, y esos instantes bastaban para que el compadre del que acababan de pasar de lado a lado le metiese su "cuchillo de carnicero" por la boca del estómago o le reventara la cabeza de un mazazo. Otro problema, y este salía a relucir con una frecuencia irritante, era la cantidad de hojas rotas o dobladas que resultaban de cada acción. Como ya hemos dicho, era muy larga y muy fina, y si el daño solo estaba a pocos centímetros de la punta, en la misma unidad la recortaban y santas pascuas. Sino había que enviarla a retaguardia para que fuese reparada, y la escasez de material no permitía tirarla sin más.

La guerra conllevó otra serie de modificaciones, como es lógico. En octubre de 1914, apenas dos meses después de empezar la fiesta se cambió el material de la empuñadura. El níquel de la empuñadura de alpaca original era escaso y caro, así que se sustituyó por el bronce. De hecho, y a instancias de la fábrica de Châtellerault, en julio de 1917 incluso se recurrió a hierro fundido que, para evitar la oxidación, se pintaban de negro. En este caso se realizaron contratas con empresas privadas que tenían más facilidad para producir piezas de fundición.

En 1915 se efectuó otra reforma consistió en la eliminación del galluelo, al parecer por especial insistencia de las tropas. Esta pieza, que ya se había mostrado inservible porque la esgrima de bayoneta que enseñaban en los cuarteles no tenía uso práctico en el frente, era un inconveniente cuando llegaba la hora de arrastrarse entre alambradas que, como está mandado, se enganchaban constantemente en ese gancho, así que se eliminó. El resto del arma permaneció tal cual salvo en ese detalle y, de paso, aprovecharon para un cambio menor: sustituir el botón del retén redondo por uno semicircular, más fácil de fabricar. Este modelo recibió la denominación de 1886/15. En la foto de la derecha podemos comparar el acabado de ambas versiones: la 1886 original y la 1886/15.

Desde su entrada en servicio, la producción de estas bayonetas había sido encomendada a las fábricas de Châtellearult, Saint-Etienne y Tulle, pero la constante demanda obligó al gobierno francés a recurrir a fabricantes foráneos, en este caso a la Remington, que llegó a producir 200.000 unidades siguiendo las especificaciones del ejército francés. Es decir, no realizaron el más mínimo cambio, sino que se limitaron a fabricarlas tal como les dijeron salvo una leve variación en el perfil de la empuñadura, y al parecer ni siquiera las punzonaron en origen. De hecho, el ejército había llegado a un extremo en que no se podía permitir desaprovechar ni un botón, por lo que se ofrecieron primas de 2 francos por fusil y de 25 céntimos por cada bayoneta abandonados que se devolvieran a las líneas propias, lo que permitió recuperar hasta 6.000 unidades diarias que eran enviadas a la fábrica de Tulle para su reparación y puesta a punto. Con todo, incluso las que estaban aparentemente inservibles las mismas tropas les daban nuevo uso como cuchillos de trinchera. A la izquierda tenemos un par de ejemplos: arriba, una reconstrucción basada simplemente en un resto de hoja y una empuñadura. La de abajo es una bayoneta completa con todos sus mecanismos que, al haber perdido más de la mitad de la hoja, ha bastado con sacarle punta para convertirla en un eficaz estilete. Esas dagas eran increíblemente eficaces si se metían por el cuello hacia arriba, buscando el cerebro, bien desde la mandíbula inferior o por detrás, penetrando a través del foramen magnum.

Mosquetón Lebel mod. 1835 y su bayoneta 1886/93/35 (No están a escala)
La última versión operativa de la Rosalie fue el modelo 1886/93/35, que no era más que una bayoneta con la hoja acortada a 40 cm. y con las vainas igualmente recortadas a esa longitud para usarlas en el mosquetón Lebel modelo 1935. En realidad no es que fuera un modelo creado ex-profeso, sino una simple forma de reciclar los cientos de miles de bayonetas que sobraron de la Gran Guerra, bien recortándolas, bien aprovechando las que estaban rotas pero daban la longitud deseada. En la foto podemos ver tanto la bayoneta como su vaina y el arma a la que estaba destinada.

Las tres empuñaduras usadas: alpaca, bronce y hierro
Bueno, con esto acabamos no sin antes concretar algunos aspectos importantes. Que nadie se líe si ve en la red modelos que no cuadran con las descripciones que se han dado ya que, como se ha dicho, el reciclaje fue la tónica dominante durante la guerra, por lo que se encuentran ejemplares con, por ejemplo, empuñadura de alpaca y guarnición sin galluelo, o un poco más cortas de lo habitual, o con los mecanismos de retenida cambiados. Por otro lado, la saga del modelo 1886 era en realidad más extensa ya que abarcaba versiones destinadas a la gendarmería, tropas coloniales, etc. pero que, al ser denominadas bajo otro modelaje, he preferido omitirlas para mejor ocasión y, además, ya me he enrollado más de la cuenta. 

Así pues, y como diría un abominable gabacho, s'est finit.

Hale, he dicho

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Espada-bayoneta modelo 1886-15 con empuñadura de hierro. Al parecer, por su escasez son especialmente
codiciadas por los coleccionistas

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