Tumba de Luis de Nevers, conde de Flandes, muerto junto al duque de Alençon el 26 de agosto de 1346 en la batalla de Crècy. |
Pero el que la mayoría de bajas fueran peones no quiere decir que los hombres de armas, los infanzones, los nobles e incluso los monarcas se salieran de rositas y no corrieran ningún riesgo. Ciertamente, su armamento pasivo los libraba de muchas ocasiones de caer muertos, pero ninguno de ellos tenía el cien por cien de probabilidades de volver vivo a casa cargado de suculento botín o esquilmado como un borrego, según del lado que saliera victorioso en esa jornada.
De hecho, no fueron pocos los que se vieron apiolados en combate y, en muchos casos, de forma incluso un poco absurda, quizás confiados en exceso en su armamento defensivo o tal vez queriendo demostrar que eran más valerosos que nadie y que eran capaces de arrostrar el peligro sin pestañear. Y vaya si no pestañeaban cuando un virote les acertaba en pleno cráneo, o se veían con una maza enemiga incrustada en mitad de la jeta. Veamos pues algunos ejemplos de grandes señores que entregaron la cuchara en mitad de uno de los desagradables cambios de impresiones de la época. Algunos les resultarán a vuecedes conocidos, otros quizás menos o nada. En todo caso, volvieron al terruño metidos en un cajón y atufando a varias decenas de metros a la redonda, con sus porteadores deseando llegar para meterlo cuanto antes en un hoyo.
- Diego Rodríguez, infanzón castellano
Don Alfonso VI |
Puede que por ese nombre pocos lo conozcan. Pero si les digo que fue el único hijo varón del aguerrido y fiero Rodrigo Díaz ya sabrán de quién hablo. Diego Rodríguez, con apenas 19 años, fue enviado por su progenitor junto con una mesnada a nutrir la hueste con la que el rey Alfonso VI pretendía acabar con el cada vez más pujante Yusuf ibn Texufin, un almorávide muy pesado que se empeñaba en recuperar los territorios del Andalus perdidos por sus correligionarios. El encuentro tuvo lugar cerca de la población toledana de Consuegra el 15 de agosto de 1097. El rey, que no era precisamente un estratega de primera, pensó que iba a darle para el pelo al moro. Pero fue justamente lo contrario: Ibn Texufin infligió al monarca castellano-leonés una aplastante derrota en la que el vástago del Campidoctor fue muerto durante la retirada de las tropas del rey. Por cierto que Rodrigo Díaz, como ya comenté una vez, jamás perdonó a Alfonso VI la muerte de su hijo por considerarlo responsable de la misma.
- Simon de Montfort, noble francés
Muerte de Simon de Montfort |
Puede que algunos recuerden a este siniestro personaje por su implacable ferocidad durante la cruzada albiguense. Montfort era un noble de rancio abolengo: señor de Montfort - l'Amaury, V conde de Leicester, conde de Toulouse (entre 1215 y 1218), vizconde de Albi, de Béziers y de Carcassonne. Sin embargo, su impoluto linaje no impidió que muriera aplastado por un bolaño lanzado por una mangana desde la sitiada ciudad de Toulouse en 25 de junio de 1218. La disputa la mantenía con Raimundo de Toulouse precisamente por la posesión de este territorio. No imaginaba el desmedido Montfort que no solo no recuperaría jamás su condado, sino que quedaría allí muerto, chafado por un bolaño. Sepultado inicialmente en la catedral de Saint Nazaire, en Carcassonne, en 1224 fue trasladado al monasterio de Haute-Bruyère.
- Charles D'Albret, nobles francés
Blasón de los Albret |
- Reinaldo de Châtillon, noble franco
Reinaldo es decapitado por Salah al-Din mientras dos soldados se llevan preso a Guy de Lusignan, rey consorte de Jerusalén |
- Martín Vázquez de Arce, infanzón castellano
Caballero de la orden de Santiago. Más conocido en muerte que en vida por obra y gracia de la peculiar pose de la estatua que orna su tumba en la catedral de Sigüenza, éste hidalgo era miembro de una familia al servicio de la casa de Mendoza. Durante la guerra de Granada formó parte de una mesnada al mando del duque del Infantado que se internó en la vega granadina a fin de talarla a conciencia y disminuir así el flujo de víveres a la ciudad sitiada. Tras poner en fuga a un contingente de tropas andalusíes, estos abrieron la denominada "Acequia Gorda", provocando una pequeña inundación que enfangó el terreno e hizo que muchos castellanos se vieran inmovilizados tras perder sus monturas. El hecho tuvo lugar en un día indeterminado del mes de julio de 1486, y nuestro hombre contaba a la sazón con 25 años, que en aquella época se consideraba como una edad ya cercana a la madurez.
- Walter von Hohenklingen, noble germano
Caballero al servicio del duque Leopoldo de Habsburgo, pasó a reunirse con sus ancestros el 9 de julio de 1386 junto con su señor, el duque, y multitud de caballeros imperiales cuando fueron literalmente aplastados por las tropas de la confederación helvética al mando de Arnold von Winkelried en la batalla de Sempach. Al igual que en el caso de Martín Vázquez, éste personaje ha pasado a la historia más por su sepultura que por su fama en vida. Un dato curioso: aparte de su peculiar pose, abrochándose el cinturón del que pende la espada, observen vuecedes que por la posición de la misma este hombre era zurdo. Curiosamente, se trata de un personaje bastante usado como modelo en figuras de plomo en las que es siempre representado como diestro. Qué fallo más tonto, ¿no? Por otro lado, quizás la extraña forma de representarlo en una época en que las estatuas yacentes siempre ofrecían el mismo aspecto durmiente obedeciera a que lo apiolaron justo cuando se estaba armando. O igual había ido un momento a dar de cuerpo y, justo al volver al combate, lo aliñaron. Por conjeturar que no quede, digo yo...
- Alvar Fañez, infanzón castellano
Señor de Villafañe, Zorita de los Canes y Sotragero, es mucho más conocido por su apodo de Minaya, que posiblemente signifique "hermano" o "mi hermano" en la extraña lengua de los vascones, y por sus andanzas junto a su primo Rodrigo Díaz. Aunque se suele creer que toda su vida militar la desempeñó junto a su ilustre pariente, en realidad estuvo casi siempre al servicio del rey Alfonso, siendo un encumbrado personaje en su curia y siéndole confiado el mando de tropas en multitud de batallas. Tras la muerte del rey, mantuvo su fidelidad a su hija, la reina Urraca. Precisamente eso le costó la vida ya que, acudiendo a someter una revuelta contra su reina en Segovia, cuya milicia se había puesto del lado del rey de Aragón en uno de los interminables líos dinásticos de la época, cayó en combate en una escaramuza que tuvo lugar en abril de 1114. No deja de ser paradójico que un avezado guerrero, muy alabado por sus virtudes castrenses y que había pasado su vida combatiendo dejase el pellejo en una batalla birriosa contra unos milicianos de tres al cuarto, ¿verdad?
Y, como decía al principio, no solo los nobles la diñaban como héroes en las batallas, sino también las testas coronadas. Veamos un par de ejemplos...
- Don Sebastián I, rey de Portugal
Este monarca puso especial empeño en invadir Marruecos, dando lugar de ese modo a una cruzada contra el sultán de Fez quizás en un intento de devolverles la visita del año 711. Sin embargo, las cosas se le torcieron definitivamente cuando murió en la batalla de Alcazarquivir el 4 de agosto de 1578. Su cuerpo no fue hallado, lo que dio lugar a la leyenda de turno que convirtió al extinto monarca en una especie de mesías que retornaría a Portugal cuando la nación se viera sometida a grandes tribulaciones para sacar al pueblo de las mismas. Felipe II, I de Portugal, hizo enterrar en el monasterio de los jerónimos de Lisboa un cuerpo asegurando que era el del rey Sebastián, si bien nadie le hizo caso porque, aparte de no tener certeza de ello, molaba más eso de tener un rey mesías a quien echar mano cuando las cosas viniesen mal. Por cierto que buena falta le haría a nuestros vecinos que don Sebastián retornara a ver si los libra de estar cuatro generaciones pagando intereses del rescate producido por la maldita crisis. Por cierto que en la nefasta jornada de Alcazarquivir se largaron de este mundo en compañía de su rey no menos de 200 nobles e hidalgos portugueses. Les dieron para el pelo, vaya...
- Ricardo Plantagenet, rey de Inglaterra
Y además, duque de Aquitania, conde de Anjou y duque de Normandía por ser descendiente del duque Guillermo, que instauró la monarquía normanda tras derrotar a Harold el sajón en Hastings. Figura mítica, legendaria, archiconocida... pero puede que muchos ignoren que murió a los 41 durante el asedio a un castillo birrioso en Francia, concrétamente el castillo de Châlus. En marzo de 1199 tuvo a acudir a someter al levantisco Aimar, conde de Limoges, poniendo cerco a su fortaleza. El día 25 de ese mismo mes, durante un reconocimiento de las defensas de la misma, fue abatido por un ballestero que le metió un virote en el hombro, y todo porque le llamó la atención la actitud de aquel hombre que estaba plantado en lo alto de la muralla y se detuvo a observar como desviaba las flechas que le lanzaban los sitiadores con la ayuda de una sartén. El ballestero, un tal Pierre Basile, no desaprovechó la ocasión y le acertó de pleno. Tras ser llevado a su pabellón, un cirujano le extrajo el proyectil, si bien la infección derivada de la herida acabó con su leonino corazón el 6 de abril siguiente. Como es de todos o casi todos sabido, murió sin descendencia. Las malas lenguas aseguraban que, a pesar de su indómito carácter y su temerario arrojo, tenía especial predilección por los efebos. En fin, vete a saber...
Bueno, la lista sería obviamente muchísimo más larga, siendo los mostrados apenas un mínimo ejemplo de que la muerte no hacía en aquellos tiempos muchas distinciones en lo tocante al linaje del personal. Los físicos y cirujanos no tenían conocimientos para tratar adecuadamente las heridas, como ya se ha explicado varias veces, y había ocasiones en que era peor caer en sus manos que ser curado tras la batalla por el compadre bondadoso de turno. En lo que sí se diferenciaban nobles de plebeyos era en que a los primeros los metían en lujosas sepulturas y a los segundos en un hoyo en mitad del campo envueltos en su capote, pero en semejante estado dudo mucho que al finado le diera una soberana higa lo que hicieran con sus despojos que, en el caso de los monarcas, eran literalmente descuartizados porque dejaban ordenado en sus testamentos que su corazón fuese enterrado en tal sitio porque allí nació, que su hígado fuese a parar a ese otro lugar porque allí se casó, que su cabeza la llevaran a la iglesia de san Fulano porque se lo había prometido al prior y que lo que quedara de su cuerpo lo metieran en la abadía de tal sitio porque su mujer se había empeñado. En fin, literalmente cuarteados como reos de alta traición. Paradójico, ¿no?
Bueno, ya está.
Hale, he dicho
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