jueves, 24 de octubre de 2013

A cal y canto




Ese tipo de pasadizo eran especialmente susceptible de convertirse en un coladero de enemigos. De ahí que, tal como
se ve en la imagen, dispusiera para su defensa de una puerta y una tronera. Llegado el caso se tapiaba para impedir
sorpresas o traiciones por parte de alguien de la guarnición


En alguna entrada creo recordar que ya se mencionó el origen de esta expresión. Cerrar a cal y canto tenía un sentido totalmente literal, ya que no era otra cosa que tapiar las puertas y/o poternas de una fortificación o cerca urbana en caso de asedio para impedir o dificultar el acceso a la misma. Pero la cosa es que la mención radicaba solo al origen de la frase, y no de la forma de llevar a cabo ese tipo de obra así que, como hoy está lloviendo más que el día en que enterraron a Bigote y me invade una molicie brutal, pues me deleitaré narrando esta curiosa forma de bloquear puertas. Veamos...



Poternas como la de la imagen eran las
primeras candidatas a ser cerradas a cal
y canto en caso de asedio
Cuando se establecía un asedio a un castillo o una ciudad, no solo había que prever los posibles intentos por parte de los sitiadores para vulnerar los accesos, sino también el que dentro del recinto hubiera enemigos infiltrados que abriesen las puertas en plena noche dando paso a una horda de asaltantes con grandes deseos de acuchillar, robar y violar a mansalva. Otra opción era tomar la fortaleza a furto, haciendo que un mínimo grupo de hombres ágiles como gatos y bragados como osos cabreados entraran de forma furtiva escalando la muralla tras lo cual procedían en el mayor sigilo a rebanar el gañote de los centinelas medio adormilados y, a continuación, abrir rastrillos y puertas para permitir a sus compañeros entrar a saco. Sí, como en las pelis. Aunque entrar a furto en una fortaleza o una ciudadela no era moco de pavo, había tipos con las suficientes dosis de testiculina como para llevar a cabo estas acciones de guerra de forma exitosa.

Así pues, en prevención de verse en plena noche con una espada enemiga apoyada en la nuez sin saber de qué iba la cosa, veamos qué se hacía para que el personal no llevarse el último gran susto de sus aperreadas vidas...



Una puerta cerrada a cal y canto
El tapiado a cal y canto consistía, como ya se explicó en su momento, en tapiar por dentro cualquier vano o pasillo susceptible de convertirse en un coladero de enemigos. Para ello solo era necesario reunir los materiales adecuados: ripios y mortero de cal. Un alarife condenaba un postigo en una mañana, así que la consecución de la obra era bastante rápida. Sin embargo, el fraguado del mortero la hacían vulnerable hasta pasados varios días, cuando dicho mortero se hubiera endurecido lo suficiente. Una vez pasado el peligro solo había que echar mano de una palanca de hierro y eliminar la obra de circunstancias para dejar el paso expedito. Pero si tapiar un postigo o un estrecho pasillo ya suponía unos días de espera hasta lograr la resistencia adecuada, cuando se trataba de una puerta de grandes dimensiones la cosa se ponía más difícil ya que el fraguado podía tardar semanas en alcanzar la dureza necesaria y, aparte de eso, no se podía realizar de una vez porque, debido al peso de los materiales, había que dejar pasar varios días entre tongadas a fin de que alcanzasen la resistencia necesaria para que el peso no echara por tierra la obra.




Sin embargo, había un método bastante eficaz para, en caso de andar con prisas, bloquear un vano de forma rápida y sin necesidad de obras de ningún tipo. Consistía en dos acanaladuras situadas a poca distancia de la puerta y en las cuales se encastraban unos gruesos tablones. El espacio libre entre la puerta y estos se rellenaba con tierra mezclada con cantería menuda, la cual se compactaba con agua y pisones. De esa forma, tal como vemos en la ilustración de la izquierda, se lograba macizar totalmente el interior del vano con varias toneladas de material que, además, absorbía perfectamente los golpes propinados por máquinas de batir y, por otro lado, gracias al agua usada para compactarlo se empapaba la madera de la puerta, impidiendo o dificultando enormemente el prender fuego a la misma. Una vez alejado el peligro solo había que vaciar el encofrado y retirar los tablones para dejar libre el paso. 

En muchas puertas de castillos y murallas perduran los bloques de piedra o mármol usados para este fin. Ojo, no confundirlos con las ranuras para los rastrillos. Se distinguen de una forma fácil: las de los rastrillos llegan hasta más arriba de la puerta y se observa en en techo la abertura para el mismo.

Bueno, supongo que ha quedado más o menos claro, ¿no?

Hale, he dicho...

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