domingo, 13 de abril de 2014

Los últimos legionarios


En las mentes del personal, la imagen que prevalece del legionario romano independientemente de la época es el soldado ataviado con el equipo usado durante los dos primeros siglos de nuestra era, o sea, portando su enorme SCVTVM, con la GALEA en la cabeza, la LORICA SEGMENTATA protegiéndole el cuerpo y sus inseparables PILA y GLADII para combatir. Pero en las postrimerías del imperio, esa imagen no solo se había desvanecido, sino que se habían ido degradando hasta convertirse en un patético remedo de los hombres que habían creado el mayor imperio conocido hasta aquella época. 

En la foto inferior tenemos un ejemplo de la evolución sufrida en el aspecto del legionario desde el siglo I hasta el V que nos permitirá hacernos una clara idea de lo que hablamos:


Como vemos, las diferencias son palmarias. Del legionario de férreo aspecto del siglo I acabamos con un PEDES o peón apenas protegido con un escudo y un casco de características muy inferiores a la GALEA tradicional. ¿Cómo se llegó a este estado de cosas? Ese será el motivo de esta entrada...

Diocleciano (244-311)
En el siglo III, el emperador Diocleciano llevó a cabo una profunda reforma en todos los estamentos del imperio, incluido el ejército. Y una de las reformas más significativas fue la abolición de la obligatoriedad de ser ciudadano romano para formar parte de las legiones, las cuales fueron también eliminadas en favor de unidades menos numerosas pero más flexibles tácticamente. Era evidente que mantener todo un imperio a base de levas nutridas solo por los ciudadanos era imposible, así que no dudó en nombrar federados a todas aquellas tribus o naciones que, con el tiempo, se habían romanizado. Por otro lado, el sistema de circunscripciones que obligaba a los ciudadanos a servir en el ejército se maleó a base de bien, ya que los romanos "puros" optaban por pagar a cambio de no ir y, en realidad, los altos estamentos del ejército preferían trincar la pasta y contratar a un germano o un galo que iría de buena gana a la vista de poder obtener un buen botín.

El imperio romano a finales del siglo IV
Por otro lado, las unidades tradicionales fueron reconvertidas. Había unidades estáticas cuya finalidad no era otra que formar parte de las guarniciones que vigilaban las fronteras del imperio y que recibían el nombre de LIMITANEI si eran fronteras terrestres o RIPENSES si se trataba de limites fluviales. Estas unidades languidecían durante años y años apalancados en el mismo sitio, dedicando la gran parte del día a cuestiones ajenas al ejército como atender su granja o su negocio, lo cual les estaba permitido, yendo a sus cuarteles cuando le tocaba algún servicio o una guardia. A cambio, recibían raciones de comida para su familia, una especie de subsidio para adquirir ropa y, como las arcas del estado estaban llenas de aire en vez de oro, la paga la recibían en especie. Al acabar su contrato de 2o años obtenían una serie de beneficios y exenciones fiscales, además de la añeja dación de una parcela de tierra, semillas e incluso, en tiempos de Constantino, de una pareja de bueyes para las labores del campo.

Caballería siglos IV-V
Pero el núcleo principal del ejército lo componían los COMITATENSES, unidades formadas por unos 1.000 ó 1.200 hombres distribuidos en puntos concretos para acudir, en caso de necesidad, a repeler cualquier posible agresión de allende las fronteras. Dentro de los COMITATENSES había una serie de unidades de élite menores denominadas PALATINI, las cuales eran una especie de tropas de primera clase para acompañamiento del emperador. A fin de ahorrar adiestramientos específicos, Vegecio comentaba que se propiciaba el que las tropas se adiestraran en el uso de todo tipo de armas, desapareciendo así las unidades de arqueros, honderos, etc. Para sustituirlos, se tomaba a PEDES normales que mostraban cierta capacidad para el manejo de dichas armas y, aunque combatían como sus compañeros, se recurría a ellos en caso de necesidad con el arma específica. Así pues, había SAGITARII o arqueros, EXCVLCATORES, especialistas en el lanzamiento de jabalinas, FVNDITORES u honderos y BALLISTARII o artilleros, los cuales manejaban las balistas y escorpiones. Pero el cuerpo que sufrió los mayores cambios fue la caballería, que de ser en los tiempos de la República una pequeña unidad dedicada a la exploración, el merodeo o la persecución del enemigo, pasó a convertirse en la protagonista de las batallas en detrimento de la infantería, lo que dio lugar a que esta arma fuera posteriormente y durante siglos la decisiva decisiva en los campos de batalla, tal como hemos visto en las entradas dedicadas a este tema.


PEDES del siglo V
El reclutamiento, como vimos más arriba, suponía una serie de beneficios para que el servicio militar resultase atractivo al personal. Pero los tiempos habían cambiado y muchos romanos no tenían el más mínimo interés en entregar la cuchara en la otra punta del mundo o verse relegado a morirse de asco en una guarnición en las fronteras del norte. De hecho, la férrea disciplina de antaño tuvo que ser substancialmente aminorada, y una vez reclutado el personal había que marcarlos en una mano o un brazo para dificultarles una hipotética deserción. La monolítica uniformidad de las legiones antiguas desapareció ya que, aunque el estado tenía en teoría que suministrar el equipo al soldado y disponían de fábricas estatales para este fin, en la práctica cada cual optaba por adquirir la ropa en las tiendas locales con el dinero que le daban para ello, así que se podían ver las indumentarias más variopintas ya que cada cual se compraba la ropa conforme a sus gustos. Por otro lado, cada unidad podía estar formada por individuos de diversos orígenes; germanos, celtas, galos, isaurios, ilirios, etc., por lo que cada cual optaba por una moda acorde a su cultura en lo tocante a colores y dibujos.

De hecho, el proverbial espíritu de sacrificio que había distinguido a las legiones romanas del resto de los ejércitos de su época, así como la disciplina impuesta por los centuriones a golpe de bastón, se quedó en nada. Mientras que un legionario era obligado a cavar una zanja con la armadura y el casco puestos por si el enemigo atacaba de repente, los PEDES de los siglos IV y V solo se ponían la armadura cuando partían hacia primera línea de combate, y en vez del casco usaban un gorro de origen panonio para no sentir el peso de la GALEA. En vez de portar todo su equipo (unos 30 kilos) ellos mismos en la FVRCA, lo cargaban en carros que acompañaban al ejército, de forma que la tropa caminaba solo con las armas y el escudo.

En cuanto a las posibilidades de ascender, es evidente que un ejército que sufría pocas bajas lo tenía crudo. En las unidades fronterizas, salvo por las jubilaciones, morirse de una disentería o algo similar, no había forma de que quedaran plazas vacantes. Así pues, el personal se veía pasar toda su vida militar como soldado raso y, como mucho, podía optar si tenía medios para ello por sobornar a su tribuno. En el ejército de campaña dichas posibilidades aumentaban, pero ni remotamente como en los tiempos en que Roma vivía en un constante estado de guerra.

En resumidas cuentas, aunque a pesar de su declive el ejército romano seguía siendo una máquina de guerra respetable, la falta de motivación por parte de los romanos nativos y su nulo interés por la milicia, que antaño se consideraba como un honor solo digno para los ciudadanos, obligó a tener que recurrir a los que en otros tiempos fueron sus enemigos más enconados. O sea, se pusieron simplemente en manos de los temidos bárbaros. Incluso tuvieron lugar motines, como ocurrió con el ejército galo de Juliano durante la desastrosa campaña de Persia, que habrían sido simplemente impensables en tiempos de César o de Tiberio. Pero, como siempre sucede y sucederá, los imperios los crean hombres decididos y ambiciosos y los pierden sus sucesores, que prefieren entregarse a la molicie y a disfrutar de lo ganado por los que les precedieron.

En la próxima entrada hablaremos de su equipamiento y organización interna así que, de momento, 

hale, he dicho

Estos probos recreacionistas ofrecen un aspecto bastante convincente de lo que serían los últimos legionarios: tipos mal o nada uniformados, nada aguerridos, barrigones y, en resumen, todo lo opuesto a sus abuelos, que los habrían breado a palos por dejar que la molicie y la incuria les hiciera perder lo que a ellos tanto esfuerzo les costó ganar



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