Escuadrón de lanceros de la Guardia Real maniobrando en la Plaza de Armas del Palacio de Oriente |
Como ya comentamos en la entrada anterior, el inicio de la Gran Guerra imposibilitó el suministro de los tubos que conformaban las astas de la lanza modelo 1905, lo que supuso un serio problema a la hora de reponer las unidades que se iban deteriorando. Debemos tener en cuenta que estas lanzas estaban plenamente operativas a raíz de la guerra en Marruecos, por lo que sufrían el desgaste propio del uso en combate. Pero antes de ver como unas lanzas de Argentina vinieron a parar a España conviene conocer la historia del arma en cuestión. Al grano pues...
En 1895, el ejército argentino adoptó como lanza reglamentaria un diseño procedente de Alemania, concretamente de la firma radicada en Solingen Weyersberg, Kirschbaum & Cie., especializada en la fabricación de espadas y bayonetas principalmente. Se trataba de un arma soberbia, con un acabado espléndido, de una longitud de 3,19 metros y un peso de 2,5 kg. de las que en enero de 1896 se encargaron 5.000 unidades, siendo la primera lanza reglamentaria de la caballería argentina. En la imagen superior podemos ver su moharra la cual, al contrario que el modelo español 1905, no formaba parte solidaria del asta, sino que era una pieza aparte que se unía mediante un remache. Su sección prismática piramidal con vaceos en cada cara le daba una solidez a toda prueba.
Detalle de la empuñadura. En el casquillo de latón vemos la marca del fabricante. En el situado en el lado opuesto se punzonaba el número de serie |
Pero esta lanza debía costar una pasta gansa, lo cual es perfectamente lógico si consideramos la soberbia calidad de la misma, que hasta tenía la empuñadura fresada formando un estriado para mejorar su agarre. Por otro lado, y al igual que ocurría con la lanza española, el comienzo de la Gran Guerra supuso la suspensión de cualquier tipo de armas por parte de Alemania, así que en 1914 se empezó a estudiar un nuevo modelo que sustituyera el modelo metálico por uno que, aparte de ser de producción nacional, resultase más barato. Apenas unos meses más tarde, el 12 de enero de 1915, se aprobó el modelo presentado por la Dirección General de Arsenales de Guerra, siendo la producción inicial de diez mil unidades que fueron entregadas dos años más tarde.
En cuanto al regatón, la forma de fijarlo era diferente ya que se cerraba a golpe de martillo en vez de con una prensa. En el tramo de asta que se ajustaba en el mismo se practicaba si procedía un corte en forma de cruz por debajo del nudo que actuaba de tope interior a fin de lograr un ajuste perfecto. Para facilitar esta operación, se fabricaban regatones con tres diámetros internos diferentes - 32, 34 y 36 mm.- y antes de fijarlos definitivamente al asta se contrapesaban con plomo para equilibrar el arma, cuyo centro de gravedad debía estar entre los 1.670 y los 1.700 mm. de la punta de la lanza. El resultado es, como ya hemos comentado, un arma muy básica pero, al mismo tiempo, sólida y resistente. Su longitud admitía notables variaciones ya que dependían de la distribución de los nudos de la caña, por lo que podían tener entre 2,80 y 2,85 metros de largo. Su peso oscilaba por los 1.600 gramos. Por último, una vez terminada la lanza se limaban los nudos para igualar el asta y se le aplicaba una capa de goma-laca para preservarla de la intemperie. Una vez concluido ese proceso se le añadía el porta-lanza y lista. Como vemos, el arma era de una simpleza enorme, careciendo incluso de manguitos o encordados para mejorar el agarre si bien su mantenimiento era también muy básico: bastaba con mantener en buen estado las partes metálicas, sellar con una mezcla de vaselina y parafina las grietas que aflorasen en la superficie del asta con el paso del tiempo y, sobre todo, no dejarlas nunca apoyadas contra las paredes para evitar que el asta se combara, por lo que debían reposar por norma en armeros en los que permanecían en posición totalmente vertical.
Bien, esa es grosso modo la historia de la lanza en cuestión. Ahora toca dar cuenta de como vinieron a parar a España.
S.A.R. Don Fernando de Baviera y Borbón, infante de España, príncipe de Baviera y duque de Cádiz |
El artífice fue el infante Don Fernando de Baviera y Borbón, primo y cuñado de Don Alfonso XIII, con el que tenía una inmejorable relación. Tanto es así que, en otoño de 1920, lo envió como representante personal suyo a un viaje por diversos países de Sudamérica, donde fue recibido por todo lo alto y lo agasajaron a base de bien porque a los antiguos ciudadanos españoles de ultramar- recordemos que las posesiones españolas jamás fueron colonias, sino que tenían la consideración de territorio metropolitano como cualquier provincia de la Península- les cautivó sobremanera eso de verse honrados por la visita de todo un infante de España. Don Fernando, que en realidad era de origen germánico y tan pálido y enjuto que sus sobrinos lo apodaban "el tío muerto", volvió a España con varios kilos de más porque no había día que no acudiera a un sarao a lo largo de su periplo. En su itinerario se incluía la república de Argentina, país que visitó entre el 31 de diciembre de 1920 y el 17 de enero siguiente, siendo también recibido por todo lo alto y agasajado a base de bien. Durante su visita, el Ministro de Guerra, el doctor Julio Moreno, ofreció al infante mil unidades de su lanza reglamentaria, las cuales Don Fernando aceptó encantado ya que, además de pertenecer a la casa real, era oficial de caballería.
La entrega del material tuvo lugar el 25 de junio de 1922 en el Campamento de Carabanchel, en un evento por todo lo alto en el que el teniente coronel Francisco Méndez, agregado militar de la embajada de Argentina en España, hizo entrega de las mil lanzas al entonces coronel Gonzalo Queipo de Llano, el cual estaba al mando de las unidades presentes en el acto y que serían los destinatarios del obsequio: los regimientos de la Reina, del Príncipe, y el Grupo de Instrucción. Tras tirarse dos horas echándose discursos elogiosos y alabándose mutuamente el valor y la generosidad de ambas naciones, cada mochuelo a su olivo y aquí paz y después gloria, amén. En la foto superior vemos al tte. coronel Méndez prendiendo una banderola a una de las lanzas.
Las lanzas argentinas fueron pasando por diversas unidades a lo largo del tiempo una vez que su uso militar pasó a mejor historia, siendo empleadas para desfiles y actos castrenses por la Guardia Mora del Caudillo hasta la disolución de esta unidad en 1950, el Rgto. de Caballería Farnesio nº 12, los escuadrones de caballería de la Policía Armada, Policía Nacional y, por supuesto, la Guardia Real. En éste último caso, lo único que se ha variado es el porta-lanza que, actualmente, es de charol blanco tal como podemos ver en la foto de la derecha en la que, además, podemos apreciar la textura y la apariencia de la caña de coligüe del asta. Por cierto que esta lanza también fue reglamentaria en la caballería chilena y, actualmente, el ejército argentino también la mantiene para sus unidades de gala como el Rgto. Histórico de Granaderos a Caballo Gral. San Martín. Como añadido final, las banderolas que adornan estas lanzas no van abrochadas según el método habitual ya que, como se comentó anteriormente, la caña no debía perforarse para colocar los cáncamos o cualquier otro accesorio. Por lo tanto, dichas banderolas se fijan mediante presillas muy ajustadas que abrazan el asta tal como podemos ver en la imagen superior.
Bueno, esta es la peculiar historia de cómo, desde hace ya casi un siglo, una lanza foránea ha ido equipando a diversas unidades de caballería del ejército español.
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