sábado, 31 de marzo de 2018

Cine histórico: ORO. Gazapos varios


Se siente, criaturas, pero la continuación del tabún tendrá que esperar dos o tres días, me temo. Un repentino ataque por la retaguardia de mis cuñad... quiero decir de mis odiosas cervicales me tiene atocinado por obra y gracia de los chutes de diazepam y no estoy para temas enjundiosos. Con todo, y como ayer me entretuve entre vahído y vahído viendo esta peli, pues hice varias capturas sobre los errores pasmosos en cuestiones de armamento y atrezzo que contiene. Y lo más curioso es que a estas alturas, cuando la información disponible sobre esos temas es prolija y detallada, se sigan cometiendo gazapos que captaría hasta un cuñado cuyos conocimientos de historia no vayan más allá de la alineación del Betis en el partido de hace dos semanas.

Esta película, que pasó con más pena que gloria (costó 8 kilos hacerla y recaudó apenas 600.000 pavos), está basada al parecer en un relato inédito de Pérez Reverte sospechosamente parecido al de la película de Saura "El Dorado" (1988), inspirada a su vez en la magistral novela de Ramón J. Sender "La aventura equinoccial de Lope de Aguirre". En cualquier caso, no deja de resultar chocante que, una vez más y a pesar de las gloriosas gestas hispanas acontecidas en el Nuevo Mundo, por norma solo se redunde en el cainismo, la avidez de riqueza y las alevosías de los hombres que nos dieron el mayor imperio que jamás viose. La verdad es que ya aburren los sempiternos tópicos: el fraile fanático, la soldadesca con más ínfulas que un infante de León, la chica que no se sabe qué carajo hace en plena jungla rodeada de tipos más faltos de cariño que una iguana en un terrario y, por supuesto, la imagen de malvados invasores que sólo buscan trincar oro aún a costa de pasar a cuchillo a medio continente. Si hubiesen sido yankees los venderían como héroes inmortales, y harían pelis épicas en los que los bravos soldados palmarían de perfil y obtendrían fama y gloria en vez de puñaladas traperas. Bueno, vamos a lo que nos importa y que le den por donde amargan los pepinos a estos cineastas con más complejos que un obispo en una sinagoga. Ah, por cierto, es una trama de ficción, por lo que no ha lugar a comentar errores de tipo histórico.

1. Nada más comenzar ya tenemos el primero. Las sempiternas muñequeras que, al igual que en las pelis de romanos, encontramos hasta la saciedad sin que, por otro lado, haya una sola escultura, pintura, grabado o representación artística, gráfica o testimonio escrito o físico que demuestre la existencia de este accesorio. Además, parece que estos probos y sufridos conquistadores no se las quitaban ni para dormir, por lo que solo cabe deducir que se les habían quedado pegadas a los brazos a perpetuidad, quizás a causa de la mugre. 

2. La indumentaria de de fray Vargas, el pater de la hueste, un dominico que, como no podía ser menos, es bastante fanático, observador de la pureza de las atribuladas almas y los sufridos cuerpos de los probos ciudadanos conquistadores y que, curiosamente, lleva un hábito equivocado. Según vemos en la lámina de la izquierda, el hábito de esta orden consiste en una túnica blanca, manto y/o esclavina negros y escapulario blanco. Sin embargo, al fraile que nos ocupan le han plantado el escapulario negro de los cistercienses. Bueno, en realidad parece de color azul, pero lo achacaremos a una hipotética decoloración a causa del clima. En todo caso, el color del escapulario está equivocado.

3. Hay cierta disparidad en lo tocante a la datación de las espadas que aparecen en la película. Un buen ejemplo es el que mostramos en la foto de la derecha. La flecha blanca marca una espada ropera que sería la correcta, pero la roja señala una Tipo XVII según la tipología Oakeshott que estuvieron operativas durante el último cuarto del siglo XIV y el primero del XV, o sea, sería unos 150 años anterior a la época en que están ambientada la acción. Así que ya saben, todo lo que no sea una espada ropera es un anacronismo.

4. Esas polainas, como que no. A mediados del siglo XVI se usaban los típicos gregescos o calzones, acuchillados o no, bajo los que se usaban calzas. En las Indias, debido al clima, muchos hombres solían prescindir de ellas, llevando las piernas desnudas. De calzado usaban zapatos, botas con vueltas hasta la rodilla, botas hasta el muslo e incluso sandalias como las usadas por los indios, más cómodas y fresquitas. Aparte de eso, la elevadísima humedad ambiental en la jungla hacía que el cuero se pudriese rápidamente.

5. Ese probo ciudadano conquistador debió heredar el yelmo de su tatarabuelo por lo menos, porque ese tipo de casco estaba ya más trasnochado que Drácula por aquellos años. Aparte del clásico y característico morrión, las tropas españolas usaban borgoñotas, celadas góticas, almetes y cervilleras, que es el que vemos en el detalle. El morrión y la cervillera eran especialmente útiles para los arcabuceros y ballesteros ya que permitían hacer puntería apoyando la mejilla en el arma, y no limitaban la visión en modo alguno. Obviamente, el uso de yelmo suponía sudar a chorros, pero era de las pocas protecciones de las que no se solían privar por razones obvias ya que los indios hacían uso de una panoplia de armas contundentes de forma de macanas de piedra o cobre, así como sus potentes macuajuitl y cuauhololli, una especie de bates de cricket con los cantos festoneados de lajas de pedernal. 

6. La malvada serpiente coral que mata en un periquete a la abnegada criada de doña Ana es en realidad una falsa coral, una bicha inofensiva pero que es tan lista que supo evolucionar con una librea similar a la de la venenosa. De ese modo, sus enemigos se acojonarían al verla por confundirla con su cuñada y la dejarían en paz. Cuando la criada siente la mordedura aparece la serpiente bajo su falda, y como vemos es la misma especie que la que mostramos en la foto superior. La chunga, la que te deja listo de papeles, es la de abajo. Como se ve, los colores están invertidos, y la parte blanca entre bandas negras la tiene negra entre bandas amarillas. Por otro lado, los efectos de su mordedura no son ni remotamente tan fulminantes, y menos en una zona del cuerpo tan alejada del cerebro como es el tobillo. Los primeros síntomas tardarían en aparecer entre 5 o 30 minutos dependiendo del lugar de la mordedura, la edad y peso de la víctima; la muerte sobrevendría unas horas después. O sea, que no palmaría de inmediato, como vemos en la peli. Para eso habría quedado tal vez más creíble un infarto, digo yo...

7. Curiosamente, ningún personaje lleva la daga envainada, sino metida en el cinturón sin más. Esta práctica, aparte de errónea, es absurda tanto en cuanto expone al que lleva así un arma cortante y punzante a tropocientos accidentes, desde algo tan simple como cortar el cinturón a caerse y clavarse la daga en cualquier sitio. El simple tirón que se daba para empuñarla bastaría para quedarse uno sin el ceñidor que sujeta la espada. 

8. Desde que el inefable Braveheart se pasó media película portando un enorme mandoble en la espalda, parece que esa moda ha proliferado bastante. No sé vuecedes, pero este menda ha visto cientos, por no decir miles de miniaturas, ilustraciones, dibujos, etc. de la época y no se ve en uno solo a nadie que lleve la espada en la espalda en plan ninja. Aparte de lo incómodo a la hora de desenvainarla, una caída de espaldas podría producir una severa lesión, así que es la enésima chorrada que se puso de moda y ahí sigue. Por otro lado, los arcabuces no estaban provistos de anillas para una correa portafusil. Ese accesorio no hizo su aparición hasta siglos más tarde. Los arcabuces se llevaban en la mano o al hombro junto a su correspondiente horquilla que, curiosamente, también han omitido en la película. Apuntar con un chisme de más de 7 u 8 kilos de peso a pelo no era precisamente fácil, y menos aún a la hora de hacer una puntería medianamente decente.

9. Tampoco sé de dónde han sacado esa especie de corazas  escamosas de cuero, la verdad. El armamento defensivo consistía en los típicos coseletes o medias armaduras que, por lo general, eran sustituidos por el ichcahuipilli, un jubón acolchado sin mangas muy similar a los perpuntes usados en Europa. Estas prendas se convirtieron en las más habituales en aquella época ya que proporcionaban una protección aceptable a cambio de no licuarse dentro de una armadura a causa del calor y la humedad. Además, esta última obligaba a tener un especial cuidado con ellas a causa del óxido que no paraba de producir.

10. Y ya que hablamos de protecciones corporales, también son algo extrañas esa especie de hombreras de cuero o metal que usan varios personajes y que, además, llevan en el sitio equivocado ya que cualquier golpe enemigo irá dirigido al hombro izquierdo salvo que el atacante sea zurdo. No tengo ni idea de dónde se las habrá sacado el "maestro armero" de la película, la verdad. Como dijimos en el párrafo anterior, el clima acabó por obligar a muchos de usar el ichcahuipilli o, simplemente, a prescindir de cualquier tipo de defensa de ese tipo que, por lo general, era sustituida por una rodela o una adarga, de lo que sí hay cantidad de testimonios gráficos de la época. Y lo mismo digo de esa especie de SVBARMALIS de cuero que lleva el probo ciudadano conquistador de la foto inferior izquierda. En un clima como el de la jungla no tardaría mucho en pudrirse y caerse literalmente a cachos. 

11. Las ballestas. Las ballestas son sumamente cutres, con una pala metálica en plan ballesta de coche reciclada y que se tensan apoyando la culata en la barriga, sistema recién descubierto al parecer y que ha sido bautizado por los "expertos" como "ballesta abdominal", en plan gastraphetes griego. Pero lo mejor son las flechas, que no virotes, con que las cargan. Vean, vean la que hemos señalado en el detalle, que asoma medio metro. En la foto grande vemos como cargan la ballesta abdominal dando un simple tirón de la cuerda, muy fina y sin nada que ver con las gruesas vergas de tendones de este tipo de armas. A la espalda, el probo ciudadano conquistador lleva una aljaba propia de arquero galés más que de ballestero castellano, que como sabemos portaban los virotes en un pequeño carcaj que pendía de un costado.

12. ¿Qué pintan ahí los escudos de Aragón y Navarra? Ah, misterio... Aunque ciertamente hubo navarros y vizcaínos en la conquista tanto en cuanto eran súbditos castellanos, los aragoneses eran "extranjeros" en Castilla. Como es de todos sabido, la unión de todos los reinos peninsulares menos Portugal bajo un mismo cetro era ya un hecho en aquella época, pero las tierras del Nuevo Mundo eran de Castilla, y las que se descubrían se iban a engrosar el patrimonio territorial castellano. Fueron pocos los aragoneses que tomaron parte en la gesta, y solo durante el reinado de Felipe III fue cuando se abrieron las Indias para todos los españoles fuese cual fuese su lugar de origen. Con todo, los barcos que partían hacia el Nuevo Mundo lo hacían desde puertos castellanos, y no por proximidad, sino por obligación. La católica reina lo dejó bien claro en su testamento cuando dijo que "...está mandado que las alcaydias e tenencia e gobernación de las cibdades e villas e lugares e oficios que tienen añeja jurisdicción alguna, en qualquier manera, e los oficios de la hacienda e de la casa e corte, e los oficios mayores del reyno, e los oficios de las cibdades e villas e lugares no se den a estrangeros". En resumen, que de momento allí solo mandaban los castellanos, y si había que sacar un pendón era el del reino de Castilla o, en todo caso, las armas del emperador Carlos.

13. Respecto a la protagonista, iba bien pertrechada de vestuario, cómo no podía ser menos. A pesar de lo penoso de la expedición, nos deleita no con uno ni con dos, sino con tres modelitos que no solo realzan su esbelta figura, sino que en todo momento aparecen sin una mácula de mugre a pesar del asquerosillo ambiente en que se desarrolla la acción. De hecho, el personal masculino aparece en todo momento sumamente guarreado, llenos de sudor, fango, manchas de todo tipo, etc. Y conste que a la criada le muerde la bicha a poco de empezar la peli, por lo que el lavado de la ropa le correspondía a ella. Un soldado jamás haría de sirviente, y menos para esos fines.

En fin, dilectos lectores, ya tienen material para humillar por enésima vez a sus cuñados más irreductibles. Aparte de los gazapillos estos pues bueno, la película vale para pasar el rato. Para mi gusto, lo mejor es la ambientación sombría y agobiante de la jungla, con sus ruidillos sospechosos y la sempiterna amenaza latente de los probos indígenas que, de forma siempre sorpresiva, caían sobre los belicosos hispanos. Ah, por cierto, un detalle a valorar es el poderoso alano que lleva el alférez para acojonar a los indios. Para finalizar, ahí dejo como imagen de cierre un cuadro de mi siempre admirado Ferrer Dalmau que permitirá a vuecedes tener una idea más acertada del aspecto que tenían los conquistadores precisamente en la época en que transcurre la película. Bueno, es hora de un nuevo chute para aplacar a mis enemigas. 

Hale, he dicho

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