miércoles, 6 de marzo de 2019

¿QUIÉN INVENTÓ LOS YELMOS VIKINGOS?


Probos ciudadanos recreacionistas con la verdadera indumentaria usada por los vikingos. Como podemos apreciar,
no se vislumbran cuernos por ninguna parte, y si los hay están discretamente ocultos, ya me entienden...

El famoso "Yelmo de Waterloo", hallado en el Támesis en 1868 y datado
entre el 150 y el 50 a.C. Fabricado de bronce, está considerado como una
pieza destinada a fines meramente ceremoniales
Entre los muchos tópicos extendidos por el mundo y que de tanto repetirlos prácticamente todos dan por ciertos es que los yelmos usados por los vikingos tenían cuernos como si de consentidores de mancebías se tratara o incluso alas, como el famoso galo Astérix cuyas aventuras han hecho las delicias de millones de críos incluido yo (cuando era crío, naturalmente). Sin embargo, lo de los yelmos astados o alados es más falso que las promesas electorales de un político, y la realidad es que estos belicosos ciudadanos, más dados a vivir del latrocinio y el pillaje que a ganarse las habichuelas de formas más honestas, no tenían más cuernos que los que en un momento dado les pusieran sus respectivas cónyuges ni más alas que las de los capones que devoraban con hambre canina al volver de sus correrías. 


Dios del lingote, un pequeño ídolo de  bronce
datado hacia el siglo XII a.C. hallado en
Enkomi, Chipre. Como vemos, en su casco
luce dos cuernos
La cosa es que, curiosamente, mientras que los pueblos micénicos sí usaban yelmos decorados con pequeños cuernecillos, los hombres del norte no se paseaban por ahí dando cornadas, y hay constancia de que hasta en Japón o en la Europa de la baja Edad Media se empleaban como distintivo o cimera en los yelmos. Los cuernos, símbolo de poder, decoran las divinas testas de algunas deidades paganas, y se han hallado ejemplares ceremoniales de yelmos provistos de protuberancias que se consideran como tales pero lo cierto es que, como hemos comentado anteriormente, en el caso de los vikingos es el enésimo camelo repetido un trillón de veces, ergo es aceptado como verdadero. En fin, dicho lo dicho, y para derribar el falso mito, dedicaremos esta entrada a estudiar de dónde surgió eso de que los yelmos usados por los vikingos estaban por norma provistos de estos aditamentos córneos o alados. Así podremos darle un disgusto tremendo a ese cuñado que se gastó una pasta gansa cuando adquirió en "Milanuncios" una supuesta réplica provista de unos cuernos enormes o unas alas dignas de un buitre leonado y lo muestra orgullosamente a las visitas colocado en la repisa de la chimenea del salón. Ojo, no le de un avenate y se lo ponga para agredirnos en plan victorino furioso al saberse engañado.

Bien, como tantos otros camelos históricos, este también surgió en el siglo XIX, cuando el romanticismo se empeñaba en ciscarse en la Historia de verdad para propalar mitos que, aunque con una base cierta en algunos casos, en realidad eran de forma mayoritaria meras leyendas que, eso sí, solían resultar bastante molonas. Los responsables o, al menos, los iniciadores del caso que nos ocupa fueron artistas alemanes y eslavos que, siguiendo la moda de la época, se zambullían de lleno en las leyendas y mitos nórdicos, que daban morbo a un personal que pagaba de buen grado por obras que representaban escenas del glorioso y, a la par, legendario pasado de los pueblos del norte. Uno de ellos fue Johan August Malmström (1829-1901), un prolífico pintor sueco que, como hijo de su época, pintaba unos cuadros chulísimos de la muerte representando temas de la mitología nórdica, bosques nemorosos con hadas, escenas de críos verdaderamente deleitosas y cosas así. A la izquierda podemos ver su obra titulada "El mensajero de Ælla ante los hijos de Ragnar Lodbrok" (sí, el mismo de la serie televisiva), pintado en 1857. En la escena vemos que el mensajero lleva en la cabeza un yelmo con unas alas más propias de un Odín que de un simple recadero, pero bueno... No obstante, el ambiente general de la escena sí es bastante acertado, las cosas como son.

Lo de las alas ya venía de antes, concretamente de un predecesor de Malmström, Peter von Cornelius (1783-1867), un pintor que, aunque la mayor parte de su obra consistió en temas bíblicos y frescos para decorar iglesias con los que alcanzó una notable fama, también dedicó varias obras a recrear estos mitos germánicos. Este hombre, imbuido de un profundo sentimiento nacionalista y patriótico, desarrolló un estilo sencillo y propio de la corriente artística a la que pertenecía, los Nazarenos, un grupo romanticista alemán que pretendía hacer resurgir el arte cristiano de la Edad Media. En el tema que nos ocupa, a la derecha podemos ver una de sus creaciones. Representa al alevoso Hagen de Tronek, el que asesinó a traición a Sigfrido clavándole su lanza por la espalda mientras bebía de una fuente. La escena nos lo muestra arrojando el tesoro del difunto al Rin tras dar muerte al héroe.  Como vemos, el personaje aparece enteramente armado de una forma pseudo-histórica y con la cabeza cubierta también por un yelmo con alas.


Otro artista al que también debemos el favor de poder decorar con alas nuestros yelmos de vikingos fue Julius Schnorr von Carolsfeld (1794-1872), coetáneo de Cornelius y perteneciente también al grupo de los Nazarenos. Pintor igualmente muy cotizado en su época, al igual que su colega llegó a ponerse al servicio de Luis I de Baviera, recibiendo el encargo de decorar la Residenz del monarca en Munich, la capital de su reino, a base de frescos inspirados en temas legendarios germánicos. El que vemos a la izquierda, ejecutado en 1848, representa "La lucha ante las escaleras" en el Nibelungensaele. Como podemos apreciar, su estilo es muy similar al de Cornelius, y entre los combatientes se ven varios en cuyos cascos lucen las alas de rigor. 

En fin, ya vemos de donde surgieron las alas en cuestión. Simplemente fueron consecuencia de una idea infundada que, indudablemente, daba un aspecto más heroico a los personajes, pero que en modo alguno estaba basada en datos históricos de la misma forma que el parecido con la realidad de las panoplias de armas que recrearon ambos artistas en sus obras era pura coincidencia. Sea como fuere, lo cierto es que lo de las alas fue tomado como artículo de fe, y desde entonces no han faltado ilustradores y artistas de todo tipo que no las hayan incluido en sus obras referencias a esta temática. Pero si las alas son un aditamento emblemático, mucho más lo son los cuernos. Si le decimos a un crío, a un cuñado o incluso a un político que nos dibuje un vikingo me apuesto una docena de torrijas a que todos pondrán cuernos en sus yelmos. En este caso, la idea provino de un solo hombre,  Carl Emil Doepler (1824-1905), un probo tedesco bastante polifacético ya que, además de pintor, era ilustrador y diseñador de vestuario.

Este hombre fue el encargado de crear el atrezzo para el estreno en el primer Festival de Bayreuth, celebrado en 1876, de la ópera wagneriana "El anillo de los nibelungos", y aprovechó la coyuntura para inventar lo de los cuernos, que en este caso puso en los yelmos de los figurantes como los que vemos en la foto de la derecha. Al parecer, fue el mismo Wagner el que insistió en que el vestuario fuese algo que representara fielmente la apariencia de los pueblos germánicos. Según una carta que le envió en diciembre de 1874 dándole instrucciones al respecto, le decía que lo que necesitaba era "nada menos que un retrato característico compuesto de figuras individuales y con detalles personales extraordinariamente vívidos de un período de cultura no solo alejado de nuestra época sino que no tiene asociación con ninguna experiencia conocida". 


Wotan, según el boceto de Doepler para el estreno.
En este caso lleva alas, que para eso es un dios
Wagner quería ante todo dar el mayor realismo a los personajes siguiendo la pauta de aquel momento, marcada por una búsqueda extrema del rigor histórico en los vestuarios y decorados de las obras de teatro y las óperas. Los dos personajes más señalados de esta corriente eran Franz Dingelstedt, director de la Ópera de la Corte de Viena desde 1867 y el duque Jorge II de Sajonia-Meiningen, un aristócrata que dedicó gran parte de su vida al mecenazgo y la producción artística teatral y musical. Mientras que el primero procuraba dar además de rigor un gran impacto visual a sus creaciones, el duque, un erudito historiador y notable dibujante y pintor, daba a sus producciones tal grado de verosimilitud que incluso hacía que los actores vistieran armaduras auténticas cuando actuaban. Por todo ello, Wagner insistió a Doepler en que no hiciera mucho caso a las representaciones mitológicas de Cornelius, von Carolsfeld o Malmström porque no le parecían en modo alguno fiables a  pesar de haberse empeñado al máximo en reflejar la apariencia medieval de los nibelungos.

Otro de los bocetos originales de Doepler, en este
caso el vestuario para Hunding, uno de los
personajes de la obra. Obsérvese que tanto la espada
como el puñal son de tipologías etruscas
Así pues, en vez de seguir la estela de los pintores románticos del momento le exhortaba a centrarse en los historiadores romanos que, a su modo de ver, hacía ya siglos habían tenido contacto o información de primera mano con los pueblos germánicos. Doepler tomó buena nota y se empapó de todas las fuentes habidas y por haber sin caer en la cuenta de un detalle, y es que las referencias históricas a las que recurrió daban cuenta de una indumentaria de tipo ceremonial propia de druidas, sacerdotes o régulos tribales, y no la empleada en realidad en combate por guerreros. Es más, en algunos casos debió confundir churras con merinas porque llegó a dar por válidas panoplias y objetos ceremoniales de pueblos que no tenían nada que ver con los germanos como, por ejemplo, los etruscos, los aqueos o, como comentábamos al principios, los micénicos. Al parecer, a Wagner no le agradaron los bocetos que le presentó inicialmente Doepler, por lo que se hicieron algunos cambios que tampoco acabaron de convencer al compositor porque representaban justamente lo contrario que tenía in mente. Incluso Cósima, la mujer de Wagner, se mostraba claramente insatisfecha porque, según anotó en su diario, los bocetos de Doepler se habían mostrado como "una fantasía arqueológica en detrimento de elementos trágicos y míticos", añadiendo que le "gustaría algo más simple, más primitivo". Sin embargo, la cuestión es que los cuernos quedaron oficialmente inventados, y desde entonces han quedado unidos de forma indeleble en el imaginario popular a estos fieros mangantes del norte.

En fin, criaturas, de este modo nació y se empezó a divulgar la creencia de que los vikingos decoraban sus yelmos con alas y cuernos. Todo proviene de la imaginación de pintores del romanticismo alemán y de errores de interpretación de un diseñador de vestuario pero bueno, cosas más pintorescas se han visto. Y con esto concluimos por hoy. En la próxima entrada veremos como eran en realidad los cascos de estos ciudadanos nórdicos, y de paso nos servirá para actualizar a fondo una entrada bastante generalista que ya se publicó hace ocho años (carajo, como pasa el tiempo, etc...)

Hale, he dicho

Continuación dando un leve cornada aquí

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