En nuestras andanzas castilleras habremos visto multitud de veces que la puerta de acceso de la torre del homenaje se encuentra a varios metros de altura respecto al suelo. Como seguramente todos habrán imaginado, esta peculiar disposición estaba encaminada no solo a dificultar la profanación del sacrosanto hogar a los cuñados más indeseables, sino también a los enemigos que intentaran hacerse con el control de la torre. Pero, ¿de dónde surgió la idea?
Como ya tuvimos ocasión de ver en su momento, las motas castrales dieron paso allá por el siglo XII a la aparición de la torre del homenaje en la Península, el keep en la brumosa isla de los anglosajones (Dios maldiga a Nelson) y el donjon en la tierra de los francos (Dios maldiga al enano corso). Estas torres, que en su origen apenas disponían para su defensa de una empalizada, se veían seriamente amenazadas en caso de que los asaltantes lograran traspasar su débil y única línea defensiva, por lo que a alguien se lo ocurrió que si la puerta se situaba a una altura adecuada, los enemigos lo tendrían muy difícil para invadir la torre. Sí, podrían adosar una escala al muro pero, ¿quién se sube a intentar derribar un portón de roble de 15 cm. de grosor asegurado con uno o dos alamudes mientras que desde la azotea o la ladronera que defendía la puerta le tiraban pedruscos enormes? Era virtualmente imposible, por lo que solo restaba sentarse a esperar a que los ocupantes de la torre se quedaran sin agua ni víveres, siendo por lo general más habitual que fuesen los sitiadores los que tuviesen que abandonar el cerco al quedarse sin vituallas o por la llegada del invierno.
Como ya tuvimos ocasión de ver en su momento, las motas castrales dieron paso allá por el siglo XII a la aparición de la torre del homenaje en la Península, el keep en la brumosa isla de los anglosajones (Dios maldiga a Nelson) y el donjon en la tierra de los francos (Dios maldiga al enano corso). Estas torres, que en su origen apenas disponían para su defensa de una empalizada, se veían seriamente amenazadas en caso de que los asaltantes lograran traspasar su débil y única línea defensiva, por lo que a alguien se lo ocurrió que si la puerta se situaba a una altura adecuada, los enemigos lo tendrían muy difícil para invadir la torre. Sí, podrían adosar una escala al muro pero, ¿quién se sube a intentar derribar un portón de roble de 15 cm. de grosor asegurado con uno o dos alamudes mientras que desde la azotea o la ladronera que defendía la puerta le tiraban pedruscos enormes? Era virtualmente imposible, por lo que solo restaba sentarse a esperar a que los ocupantes de la torre se quedaran sin agua ni víveres, siendo por lo general más habitual que fuesen los sitiadores los que tuviesen que abandonar el cerco al quedarse sin vituallas o por la llegada del invierno.
Reconstrucción virtual de la Torre de los Herberos (c. siglo XIII) en Dos Hermanas (Sevilla) Estas atalayas solían tener casi siempre accesos elevados como defensa para los torreros |
En la foto de la derecha tenemos lo que podríamos llamar el arquetipo del origen de los patines. Se trata de la poderosa torre del homenaje del castillo de Melgaço, el el distrito de Viana do Castelo (Portugal) construido en el siglo XIII. Estamos ante la típica torre exenta aislada en el interior del recinto, heredera directa de las torres que formaban parte de las motas castrales. Eran, como salta a la vista, edificios de gran altura en cuyos paramentos prácticamente no se abría ni un solo vano salvo alguna aspillera. La puerta se encuentra aproximadamente a unos cinco metros de altura sobre el nivel del suelo, y originariamente solo se podía acceder a ella mediante una escala removible. O sea, una escalera de mano monda y lironda que, en caso de necesidad, una vez que la guarnición se encerraba en la torre era retirada al interior, dejando a los enemigos con un palmo de narices. Obviamente, la zapa era prácticamente imposible por dos motivos: uno, porque la torre está basada en un afloramiento granítico. Y dos, porque el matacán que la circunvala impedía la aproximación. Este matacán está actualmente cegado porque antaño la torre fue usada como campanario y torre de reloj, que fueron suprimidos en buena hora cuando se restauró en 1962.
En esta foto, precisamente de las obras de restauración, se puede ver la torre sin la escalera metálica que actualmente permite el acceso a su interior. Sin embargo, lo mejor es que la rudimentaria escalera usada por los operarios nos permite ver con toda claridad cómo sería la forma de acceder al recinto en su forma primigenia. Cabe suponer que más de uno debió partirse la crisma subiendo o bajando por ella, pero mejor eso que verse con enemigos ávidos de vísceras entrando por la angosta puerta de la torre. Es posible, y esto es una conjetura mía, que incluso la escala podría quedar suspendida a gran altura pegada al muro colgando de una soga que se manejaba desde la azotea, lo que ahorraba el indudable trabajo de tener que estar metiendo y sacando la escalera. Con todo, cabe suponer que esto solo se haría en caso de peligro ya que no tenía mucho sentido remover la escala si no había necesidad o la perspectiva de un ataque inminente.
Este tipo de torres románicas, muy frecuentes en la mitad norte peninsular, se basaban por norma en un patrón similar. Por citar otro ejemplo mostramos la torre del castillo de Linhares, en el distrito portugués de Guarda. Como en el caso anterior, se trata de una potente torre que, en esta ocasión no es exenta sino que está integrada en el muro diafragma que parte en dos la fortaleza. Aunque el origen de la fortaleza medieval data de tiempos de Alfonso III de León, que la arrebató a la morisma, su aspecto actual se debe a Don Dinis. Como en el ejemplo anterior, la entrada está a varios metros sobre el nivel del suelo, y en este caso defendida por una ladronera que impediría la aproximación a la puerta.
La foto de la izquierda, datada en 1958, nos permite ver, como en el ejemplo anterior, el aspecto de la torre sin el adefesio de acero inoxidable que le adosaron. Además, también tiene su escala apoyada en el muro, lo que nos viene de perlas para no tener que esforzar mucho la imaginación. Si alguien se pregunta si no podría ser posible que en su época usaran una escalera como la metálica, pero fabricada de madera, diría que en este caso lo dudo por la ausencia de mechinales en el paramento de la torre. Sí, podría construirse apoyada solo en el suelo, pero dudo mucho que una gente que cuando hacían algo lo planteaban a largo plazo se molestaran en fabricar una escalera cuya vida operativa sería bastante corta. Bastarían dos o tres inviernos para que los encastres dieran tanto de sí con los cambios de temperatura y humedad que no tardaría mucho en venirse abajo, por lo que sería imprescindible contar con el apoyo de la estructura en mechinales para darle solidez y durabilidad al conjunto.
Y para concluir con este tipo de accesos más primitivos tenemos la torre del castillo de Vilar Maior, también en el distrito de Guarda. En esta ocasión podemos observar una torre adosada a la muralla y convertida además en un elemento flanqueante de la misma. El acceso a la puerta, como podemos ver, se lleva a cabo por el adarve, pero como medida de seguridad la puerta está a alrededor de 140 cm. por encima del nivel del terrado. Bastaba una pequeña escala para entrar y salir, pero esa mínima altura complicaba mucho las cosas a un enemigo que, aunque dueño del adarve, no podía emplear ni un pequeño ariete para embestir la puerta ya que carecía de espacio para ello y, como es lógico, sus servidores se verían hostigados tanto desde la azotea como desde la aspillera que se abre en la segunda planta. Así pues, como hemos visto, en principio el problema de la seguridad de la torre lo solventaban con una simple escala que, aunque incómoda e insegura de manejar, suponía una notable ventaja contra los enemigos.
Lógicamente, cabe suponer que este sistema tan elemental estaba limitado a fortificaciones puramente militares habitadas solo por la guarnición y el alcaide, lo que no quita que en un momento dado pudiera acompañarle su familia en alguna dependencia del patio de armas o en la misma torre. En todo caso, su simplicidad castrense hace pensar lo primero. Sin embargo, otras fortalezas eran el hogar de casas nobles o incluso de monarcas que, como podemos imaginar, disponían de medios para preservar la seguridad sin riesgo de partirse el cuello de una costalada. El ejemplo que mejor nos viene para este caso sería el emblemático castillo de Guimarães, reconstruido por Enrique de Borgoña en el siglo XII y que le dio parte de su aspecto actual, convirtiéndolo en su propia residencia y la de su mujer Teresa, la bastarda de Alfonso VI de Castilla y León que propició la secesión del Condado Portucalense para formar el nuevo reino. No obstante, la torre fue obra de don Dinis, por lo que debemos datarla hacia la segunda mitad del siglo XIII. Este castillo, considerado como una de las siete maravillas de Portugal, es un típico ejemplar de fortaleza románica cuya potente torre del homenaje, exenta y situada en el centro del recinto, tiene su acceso a la altura del adarve, pero para llegar al interior hay que cruzar una pasarela. La torre, que como vemos en la foto carece de elementos defensivos salvo las aspilleras que se abren en sus muros, se unía al adarve mediante una pasarela que, por lo que podemos deducir en base a lo que se conserva, podría ser retráctil, o sea, se retiraba hacia el interior de la torre en caso de peligro ayudándose quizás con una soga desde la azotea.
La foto de la derecha nos permite ver el durmiente que sustentaba la pasarela. Como salta a la vista, carece de ranguas para colocar una pasarela basculante a modo de puente levadizo, así que solo cabe pensar en dos posibilidades: una, que la pasarela fuese, como hemos dicho, retraída hacia el interior. Y otra, que fuese elevada tirando de una soga a través del orificio que se abre sobre el dintel, quedando adosada al muro y sirviendo como una segunda puerta. Los pequeños mechinales que se ven a ambos lados de las jambas no creo que sean de la época original de la torre, sino abiertos siglos más tarde para colocar una pasarela fija con pasamanos como la que existe actualmente para impedir que los turistas se caigan en un despiste, lo que sería bastante enojoso y tal. En cualquier caso, ya vemos como esta torre podía quedar totalmente aislada del resto del edificio. Su planta baja tenía capacidad para almacenar provisiones para mucho tiempo antes de que sus defensores se vieran obligados a rendirse por anorexia obligatoria.
Los accesos mediante pasarelas no fueron raros. Otro ejemplo lo tenemos en el castillo de Chaves. Debido a que a lo largo de su historia ha sufrido infinidad de reformas, nos limitaremos a poner nuestra atención en el voladizo que hemos señalado con la flecha ya que la entrada inferior, que da a un entresuelo bajo el cual se encuentra un aljibe, se abrió posteriormente. El voladizo en cuestión era lo que permitía el acceso al interior de la torre, al cual se llegaba también por el adarve, pero en este caso sin que la torre estuviera exenta, sino adosada a la camisa que la protegía y cuyo acceso vemos en el muro que aparece en primer término. Este voladizo estaba cortado, quedando vacío un espacio de más de dos metros que solo podía salvarse mediante una pasarela tendida desde el lado del balcón que quedaba unido a la torre. Las ladroneras que coronan el edificio datan de finales del siglo XIV aproximadamente, así que no debe confundirnos a la hora de identificarlos como construidos inicialmente para defender la torre, edificada hacia mediados del mismo siglo.
Pero si nos fijamos en esa vieja foto cuando la pasarela actual no existía, vemos señaladas por las flechas dos gruesas argollas que, en este caso, sí podían haber sustentado el eje de una pasarela levadiza que sería fácilmente basculada tirando con un torno instalado junto a la ladronera que hay sobre la puerta o incluso desde la azotea. Otra opción sería tirar desde el mismo balcón ayudados por alguna garrucha colocada en el muro. En fin, las opciones podrían ser muchas, pero ya vemos que con estas pasarelas podía aislarse el edificio sin verse limitados a la incomodidad de las escaleras de mano. Por cierto, el voladizo que vemos en este caso no es un matacán ni una ladronera. Las ménsulas solo sirven de sostén al balcón en sí.
Quizás nos ayude a comprenderlo mejor este grabado de Viollet-le-Duc, que presenta un tipo de torre aislada usada como atalaya o para controlar los pasos de montaña en zonas abruptas con una orografía que era necesario controlar para impedir que ejércitos enteros se adentraran en el territorio como si tal cosa. Como podemos ver, se trata de una torre protegida por una camisa cuyo acceso, situado a una determinada altura del suelo, solo es posible mediante un puente levadizo que iba desde la ménsula que lo sustentaba al durmiente colocado en el adarve. Para abatirlo o tenderlo se valía de una cadena tendida desde el torno situado en la ladronera, por lo que en caso de que el enemigo lograra traspasar la primera línea defensiva siempre se encontraría con la imposibilidad de llegar a la puerta de la torre. La ladronera y las aspilleras que cubrían los dos flancos que no daban al abismo permitirían a los defensores hostigarlos hasta aburrirlos y hacer que se largaran enhorabuena de allí.
Pero no siempre se recurría a pasarelas para alcanzar vanos abiertos por encima del nivel del suelo. En este otro grabado podemos ver como una puerta situada a menos de dos metros de altura podía convertirse en inaccesible como el caso del castillo de Vilar Maior que vimos al principio. Se trata de la poterna de la torre de Saint-Nazaire, una barbacana situada al sur de la cerca urbana de Carcassonne. Esta poterna, a la que actualmente se accede por una rampa de fábrica, en origen contaba con una rampa retráctil similar a la que aparece en el grabado. Solo había que tirar de ella hacia dentro, bajar el rastrillo, cerrar la puerta y allí no entraban ni los ratones. No se podía usar un ariete ni tampoco intentar meterle fuego porque los defensores situados en el cadalso superior se encargarían de mantener a raya tanto a los posibles servidores de un ariete como a los que intentaran arrimar algo ardiente. Así pues, cuando vean este tipo de puertas situadas a escasa altura no significa que el nivel del suelo haya bajado, sino que en su día disponían de estas pequeñas rampas retráctiles para facilitar el paso.
En cuanto a los patines, se trataba de obras de fábrica, generalmente adosadas al muro de la torre o, en algunos casos, exentos para dificultar aún más el acceso. Un ejemplo lo podemos ver en el castillo de Olvera (Cádiz). Este edificio, construido tras su conquista a los malditos agarenos en 1327, tiene su entrada al nivel de la primera planta, con una inferior que se usaría como almacén aunque actualmente se puede acceder a ella mediante un vano a ras del suelo. Para la extracción de agua se valían de un amplio bajante abierto en el grosor del muro por el que se podía descolgar un balde hasta el aljibe que se abre al pie de la torre. Este patín podría incluso haber tenido pequeños merlones para mejorar su defensa, aunque eso es una conjetura mía. Sea como fuere, lo cierto es que su angosta escalera y el mínimo rellano que quedaba libre en su parte superior no permitía otra cosa que ser machacado desde la azotea porque apenas cabrían dos personas más bien canijas. Este tipo de patín de fábrica adosado es bastante habitual en muchas fortificaciones que lo añadieron en fechas posteriores a la edificación de la torre.
Un tipo de patín más sofisticado lo podemos ver en la torre de los Velasco, en Espinosa de los Monteros (Burgos). En este caso, el patín no da acceso directo a la puerta situada en el primer piso, sino a una pequeña torre o borje cuadrangular provisto de su propia puerta y merlatura aspillerada para facilitar su defensa además de dos buzones. Este edificio, mandado edificar por Pedro Fernández de Velasco en la primera mitad del siglo XV, se vio añadido con el patín y el borje hacia finales del mismo siglo y es además un ejemplo muy ilustrativo sobre lo que eran las torres señoriales de la época: pequeños castillos palaciegos fortificados que, aunque con las comodidades de una casa solariega y sin las carencias de un castillo puramente militar, no por ello dejaban de lado los elementos defensivos que permitiesen a sus ocupantes resistir las agresiones de vecinos con mala leche, villanos levantados en armas contra su señor o, ya puestos, incluso a los mismos reyes que la nobleza no paraba de fastidiar con sus interminables exigencias, su insufrible arrogancia y sus insaciable voracidad por poseer más tierras y más poder.
Bien, estos serían grosso modo los sistemas de acceso más habituales en las puertas elevadas al uso en la Edad Media. Lógicamente, como en tantas otras cosas, la variedad o el estilo no estaban marcados por una norma fija, sino por el capricho del constructor si bien, como vemos, más o menos se solían ceñir a un patrón común. La creatividad de los constructores medievales rayaba a veces en lo diabólico, así que podemos encontrarnos las cosas más variopintas. Por último, conviene tener en cuenta que, como tantos otros elementos defensivos de la Edad Media, estos no desaparecieron cuando estas añejas fortificaciones cayeron en la obsolescencia. Tal como ocurrió con los matacanes y las ladroneras, los accesos elevados siguieron en uso durante mucho tiempo más. En la foto vemos una de las poternas que se abren en la escarpa del foso principal del fuerte de Graça, en Elvas (Portugal), a las que se accede mediante unas escaleras exentas conectadas con la puerta mediante una pequeña pasarela levadiza. Estas poternas, de las que se cuentan dos por cortina, una en cada extremo, estaban ideadas para permitir a los defensores de las obras exteriores evacuar el foso en caso de verse rebasados. Una ver subida la pasarela y cerrada la gruesa cancela que hay tras la misma, la defensa quedaba en manos de los fusileros situados en la escarpa y la contraescarpa, más los cañones que batían de flanco las cortinas desde las cañoneras que vemos sobre la pasarela.
De hecho, incluso se conservó el primitivo sistema de escalas, particularmente en las torres de defensa costeras que se edificaron en el siglo XVII para prevenir los ataques de los piratas berberiscos que infestaban el Mediterráneo en aquella época. Estas torres estaban generalmente basadas en un patrón similar: una planta principal donde se abría el acceso, y la planta baja usada casi siempre como aljibe que se alimentaba de las aguas pluviales que llegaban al mismo mediante conductos abiertos en la azotea. Por lo general, en estas se emplazaban una o dos bocas de fuego para intentar persuadir a los piratas que aquel sitio no era adecuado para llevar a cabo sus rapiñas pero, no obstante, en caso de verse asediados sus escasos defensores disponían de agua y provisiones para resistir, así como de leña para hacer una fogata con la que avisar a las torres cercanas y a la población de que había moros en la costa, y nunca mejor dicho. En muchas de ellas se construyeron ladroneras para defender el acceso, que como vemos estaba a una altura más que respetable. Debido a ello, es más probable que usaran escalas de cuerda en vez de madera. En la azotea, sobre la puerta, se pueden observar los restos de las dos ménsulas que sujetaban la ladronera que defendía el acceso a la torre.
Para concluir, veamos el peculiar patín exento que permitía el acceso al fuerte de San Sebastián, en Castro Marim (Portugal). Este fuerte, construido durante la Guerra de Restauración a mediados del siglo XVIII, tenía su único acceso por el terraplén del recinto, al que se llegaba por esa angosta escalera que ponía a prueba el equilibro del personal. Una vez arriba solo se podía cruzar mediante la pasarela levadiza que había en la puerta que, curiosamente, era la espadaña de la antigua ermita situada donde se erigió el fuerte y que se desmontó para este uso. En el siglo XIX se abrió una puerta de paso al piso inferior cuando se usó como acuartelamiento para el Batallón de Cazadores nº 4, que permaneció en el fuerte entre 1819 y 1829.
Bueno, hijos míos, no creo que olvide nada importante, así que vale por hoy.
Hale, he dicho
ENTRADAS RELACIONADAS:
LAS MOTAS CASTRALES
CASTILLOS DE MADERA
Bien, estos serían grosso modo los sistemas de acceso más habituales en las puertas elevadas al uso en la Edad Media. Lógicamente, como en tantas otras cosas, la variedad o el estilo no estaban marcados por una norma fija, sino por el capricho del constructor si bien, como vemos, más o menos se solían ceñir a un patrón común. La creatividad de los constructores medievales rayaba a veces en lo diabólico, así que podemos encontrarnos las cosas más variopintas. Por último, conviene tener en cuenta que, como tantos otros elementos defensivos de la Edad Media, estos no desaparecieron cuando estas añejas fortificaciones cayeron en la obsolescencia. Tal como ocurrió con los matacanes y las ladroneras, los accesos elevados siguieron en uso durante mucho tiempo más. En la foto vemos una de las poternas que se abren en la escarpa del foso principal del fuerte de Graça, en Elvas (Portugal), a las que se accede mediante unas escaleras exentas conectadas con la puerta mediante una pequeña pasarela levadiza. Estas poternas, de las que se cuentan dos por cortina, una en cada extremo, estaban ideadas para permitir a los defensores de las obras exteriores evacuar el foso en caso de verse rebasados. Una ver subida la pasarela y cerrada la gruesa cancela que hay tras la misma, la defensa quedaba en manos de los fusileros situados en la escarpa y la contraescarpa, más los cañones que batían de flanco las cortinas desde las cañoneras que vemos sobre la pasarela.
Torre de las Palomas (Málaga) |
Para concluir, veamos el peculiar patín exento que permitía el acceso al fuerte de San Sebastián, en Castro Marim (Portugal). Este fuerte, construido durante la Guerra de Restauración a mediados del siglo XVIII, tenía su único acceso por el terraplén del recinto, al que se llegaba por esa angosta escalera que ponía a prueba el equilibro del personal. Una vez arriba solo se podía cruzar mediante la pasarela levadiza que había en la puerta que, curiosamente, era la espadaña de la antigua ermita situada donde se erigió el fuerte y que se desmontó para este uso. En el siglo XIX se abrió una puerta de paso al piso inferior cuando se usó como acuartelamiento para el Batallón de Cazadores nº 4, que permaneció en el fuerte entre 1819 y 1829.
Bueno, hijos míos, no creo que olvide nada importante, así que vale por hoy.
Hale, he dicho
ENTRADAS RELACIONADAS:
LAS MOTAS CASTRALES
CASTILLOS DE MADERA
No hay comentarios:
Publicar un comentario