Hay dos fechas oficiales para la entrada de la primavera. Una, la astronómica y otra la del día en que me atocino de forma inusitada, este año en concreto hace dos días, la tarde del 24, cuando de repente me invadió un ataque de molicie que me dejó literalmente desmadejado en mi butaca justo cuando estaba recabando datos para una enjundiosa entrada cuyo título me reservo porque estoy convencido de que hay más de uno e incluso más de dos que la esperan con anhelo indescriptible hace varios siglos. Así pues, mientras me aclimato a los vaivenes del meteoro y ya que hace tiempo que no sale a relucir ninguna cuestión castral, pues he decidido acometer este artículo que complementaría el que hace justamente cuatro años (carajo, el tiempo vuela, blablabla..., sollozos espasmódicos, etc.) acerca del tapial.
Restos de encintado en la cerca urbana de Niebla (Huelva), fabricada enteramente de tapial. En el detalle hemos resaltado los fragmentos de encintado que aún se conservan en ese paramento |
Muralla de la cerca urbana de Silves (Portugal). Como se ve, la altura de los pseudo-sillares corresponde a la de los cofres |
Torre del Horno, una albarrana de la cerca urbana de Cáceres en la que también se conservan restos de encintado del falso aparejo que hemos resaltado para que se aprecien mejor |
El proceso para llevar a cabo el subterfugio pétreo no era nada complejo. Observemos el gráfico inferior:
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Para ayudarnos, hemos cogido un cacho de la muralla de Sevilla que se ve en su estado actual en la figura A. A continuación vemos el aspecto aproximado que tendría cuando la terminaron allá por el siglo XII tras mandar de vuelta al puñetero desierto a los almorávides a la vista de que su otrora fervor religioso se les había disipado. Así pues, en la figura B tenemos el paramento ya terminado, con las rebabas que dejaban las uniones de los cofres cuando se retiraban y la fina llaga de cal que se extendía entre tongada y tongada. Del mismo modo, vemos las agujas ya serradas que han quedado al ras del paramento y que en pocos años acabarían podridas y/o devoradas por la carcoma (con todo, hay algún castillo donde aún se conservan fragmentos). La operación final era enjabelgar el paramento con una gruesa capa protectora de cal que ocultaba todo lo anterior y, obviamente, le daba al recinto una apariencia mucho más vistosa. No obstante, a veces se fabricaba el encintado sobre el paramento sin enlucir, eliminando la madera de las agujas y rellenando el llagueado abierto con dicho encintado, tras lo cual se encalaba todo el muro. En cualquier caso, olviden la idea que suelen tener en el magín de los castillos y murallas color piedra y vayan haciéndose a la idea de que en muchos casos su aspecto era blanco como la pared de un corral recién encalada. Por último, en la figura C vemos el paramento enjabelgado y con tres tipos de encintado; de abajo arriba vemos en primer lugar un encintado simple, sin ningún tipo de adorno. En el centro aparece otro con una decoración incisa en ángulo y, finalmente, arriba otro tipo de encintado más básico pero con la misma decoración.
Como se ve, la altura del "sillar" se corresponde con la de cada lūh, el cofre de madera donde se vertía la mezcla y que, generalmente, era de entre 80 y 90 cm. La longitud la dividían de forma proporcional conforme al largo del mismo, que oscilaba por cuatro o cinco codos, palmo arriba, palmo abajo, entre los 2 y los 2,5 metros. En resumen, el encintado horizontal tapaba la unión entre cofres y las agujas, y los verticales se limitaban a cumplir su misión de engañar al prójimo. El relieve del encintado, así como su regularidad, quedaba en manos la habilidad de los operarios, como está mandado, y mientras algunos obtenían un acabado espléndido, con perfilados y ángulos perfectos y grosores uniformes, otros perpetraban un churro, pero eso siempre ha pasado y pasará, me temo. Un ejemplo de todo esto lo tenemos en la foto de la derecha, correspondiente al castillo de Burgalimar (Jaén), donde podemos ver cómo el encintado horizontal coincide con las agujas que en su día ocultaba por completo.
A estas alturas, puede que algunos se pregunten si no era más fácil dibujar el sillar en la superficie fresca del enjabelgado. Nada más fácil que coger una caña, sacarle punta y, tras marcar las referencias oportunas, ir dibujando el falso aparejo a mano alzada. ¿Que por qué no se hacía así? Pues porque las uniones entre las piedras de los paramentos de sillería o mampostería, basta o careada, se rellenaban con mortero precisamente para impedir la entrada de agua, lo que hacía que el aspecto de uno de estos sillares falsos fuera más convincente con su encintado ya que era precisamente la apariencia que ofrecería una muralla de piedra. En la foto de la izquierda tenemos un ejemplo en la puerta del castillo de Trujillo, con las uniones de su basta sillería encintada y donde asoman los ripios usados para nivelar cada piedra.
Curiosamente, el encintado dio lugar a la introducción de elementos decorativos de lo más variopintos, todos encuadrados en la misma época del fin del imperio almohade y que los reinos cristianos retomaron en algunas de sus fortificaciones cuando pudieron mandar a los moros a hacer puñetas al otro lado del Estrecho. Un ejemplo básico lo tenemos en el castillo de Vila Viçosa, en Portugal, comenzado en 1270 por don Afonso III tras la reconquista de la ciudad. Como vemos, el encintado se realizó de una forma bastante básica: se limitaron a enjabelgar el paramento y luego quitaron la parte sobrante, dejando a piedra a la vista.
Esta técnica, denominada esgrafiado, pasó de ser un mero trampantojo a un elemento decorativo que se acabó extendiendo por toda la Península, dando lustre a suntuosos palacios y casas solariegas que se podían permitir pagar el coste del mismo. Un ejemplo lo podemos ver en la foto de la izquierda, correspondiente al alcázar de Segovia. Como salta a la vista, en este caso no se pretende ocultar el material con que está construido el edificio, sino simplemente decorar sus muros y aminorar la masiva austeridad del recinto. Acabados de este tipo podemos verlos en palacios y casonas de Salamanca, Zamora y demás poblaciones que, en su día, fueron sede de grandes casas nobiliarias.
Por añadir una tipología más, podemos hacer referencia a algunas fortificaciones en las que no se completaba el falso aparejo en la totalidad del paramento, sino solo en la parte inferior del mismo o bien en la superior y la inferior pretendiendo con ello un fin más bien ornamental que otra cosa ya que, obviamente, no tendría mucho sentido construir la base y el coronamiento con sillares y el centro de tapial. Debemos tener en cuenta este detalle porque puede inducirnos a confusión y permitir que el cuñado al que hacemos de cicerone se tome cumplida venganza. En la foto vemos un ejemplo, la torre Bofilla, en Bétera (Valencia), una torre refugio situada en una alquería y cuya misión era dar cobijo a sus ocupantes y peones si a los aragoneses les daba por hacerles una inesperada visita que, generalmente, solían acabar con todo adecuadamente talado, saqueado, y con los que no pudieron meterse en la torre a tiempo descabezados o marchando como cautivos para pedir rescates por ellos si eran personas de calidad o ser vendidos como esclavos si eran unos currantes a secas.
Ah, una advertencia final: el falso despiece de sillería también podía llevarse a cabo en paramentos de mampostería, aparte de para los fines de engaño descritos para darle más prestancia al edificio. De hecho, el enjabelgado era de vital importancia en este tipo de obras, tanto o más sensible al meteoro que el tapial y cuyo llagueado debía estar en todo momento en perfecto estado ya que si se desprendía el mortero detrás irían los ripios que nivelaban los cantos, y finalmente se venía abajo un tramo de paramento dejando el migajón al descubierto. En la foto de la izquierda tenemos un muro de la Alhambra donde se ve que, bajo la capa de mortero y el esgrafiado, aparece la cantería con que está construido el edificio. Por cierto que esto me acaba de recordar que aún no se ha dedicado ningún artículo al mampuesto, así que tomo nota y lo añado a la lista de temas pendientes.
Bueno, criaturas, quedo a la espera de aclimatarme a la maldita primavera para resurgir por enésima vez de mis vapuleadas cenizas.
No obstante, esta pequeña entrada les será de bastante utilidad si visitan algún castillo y, de paso, encontrarán explicación a esas estrechas franjas de mortero blanquecino que no sabían para qué eran.
Hale, he dicho
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