viernes, 17 de febrero de 2023

LA VIDA SANA

 

Los símbolos de la vida sana: mucha verdurita, mucha agüita, mucha cinta métrica para mantener un cuerpo chachi a costa de indescriptibles sacrificios, y mucha mancuerna para dejarte los cuernos en el intento

Sí, aún no termino de recuperarme de mi enésimo ataque de molicie. De hecho, llevo varios días dando forma a un articulillo artillero bastante molón, pero se me resiste, juro a Cristo. Así pues, y según acostumbro, para no dejar este ilustrativo blog tanto tiempo inactivo, hoy hablaremos de uno de los mantras más extendidos en nuestra decadente, aborregada, patética y pútrida sociedad: la vida sana. Por cierto, si algunos de los que me leen son ciudadanos especialmente entusiastas con esto de la vida sana, mejor será que se pongan a ver series del Necflis ese o a resolver crucigramas, porque lo que viene a continuación les resultará una profanación de sus elevados principios. Bueno, a lo que vamos...

De unos años acá, lo de la vida sana se ha convertido en uno más de los múltiples dogmas que nos han metido por cojones en nuestro devenir cotidiano. Antaño, la vida sana era comer buenos potajes con su chorizo y su morcilla y buenos filetones regados con deleitosos caldos, dormir la siesta, fornicar con una regularidad razonable y fumar de los cuarterones de picadura selecta de Tabacalera Española. Ahora, la vida sana es comer como un conejo, echar los bofes corriendo por ahí como si te persiguiera la Benemérita, echar como mínimo siete polvos a la semana porque, de lo contrario, la vida marital se resiente y, por supuesto, nada de beber, nada de fumar, nada de nada... Te machacan a diario con imágenes como la que vemos a la derecha, en la que se pretende incrustar en los magines del personal que solo comiendo forraje se puede estar sano. Nunca aparecen carne o chacinas, raramente pescado o huevos, y de higos a brevas te añaden un mendrugo de esos panes asquerosos tan de moda que sirven para que el organismo funcione- dicen- como un reloj.

Del mismo modo, te restriegan constantemente imágenes como la de la izquierda, en la que dos ciudadanos talluditos se miran arrobados como adolescentes y aseguran que se refocilan con más ímpetu que cuando tenían 20 años porque, naturalmente, llevan una vida sana. Comen forraje a espuertas, galopan con gentil trote cochinero varios kilómetros al día, se machacan en un gimnasio o escupen trozos de hígado en las cunetas cuando se hacen sus 50 km. ciclistas de rigor. Y, por supuesto, no padecen los achaques propios de la edad. Él mantiene la tensión en 13-7 aunque reciba un burofax de la empresa en la que le informan de un inminente ERE, enarbola poderosamente el pabellón sin necesidad de química azul, no le duele nada y se ha olvidado de lo que es ir al ambulatorio porque, desde que adoptó la vida sana, se ha metamorfoseado en un nuevo primate al que los gurús de turno le han asegurado que llegará a los cien años gozando de una salud de hierro. Ella no le va a la zaga, por supuesto. Han desaparecido los dolores de osamenta derivados de la menopausia, que le ha dejado el esqueleto con menos calcio que los huevos de una gallina estresada por ser violada constantemente por los gallos; las pérdidas de orina ya son historia, y su vagina lubrica de nuevo como la de una quinceañera, ávida de albergar el miembro viril de su maromo que, desde que hace vida sana, se ha tornado en un ariete.

Y de estos dos, qué decir... Si de por sí el ser joven te da bastantes probabilidades de estar sano, si encima llevas vida sana, pues más aún. Él no pierde la sonrisa ni aunque esté estreñido porque, entre otras cosas, desde que se apuntó a la vida sana da de vientre con la regularidad del recibo de la hipoteca, derrocha alegría y buen humor. No se da de baja jamás de los jamases. Es un empotrador que tiene muy contentita a la parienta porque es incasable como un león del Serengueti, y encima se ha vuelto feminista y no permite que su compañera realice ninguna tarea doméstica, enviándola al sofá donde, tras poner la lavadora, fregar los platos, planchar una montaña de ropa y coser el botón del cuello de la camisa le echará un casquete que le hará dar alaridos de placer. Y ella, pues más o menos lo mismo. Devora más forraje que un elefante africano, y a diario se va al gimnasio con una de esas planchas de gomaespuma campera, donde un guaperas siempre bronceado y sonriente la exhorta a machacarse más y mejor mientras una música atronadora no la deja oír por los auriculares las edulcoradas canciones de Julio Iglesias que tanto le gustan. Y, al igual que su maromo, lleva una vida sexual arrolladora gracias a la ingesta de algas y yerbajos convertidos en barritas que cuestan un riñón, pero que hacen que su libido no solo no decaiga, sino que se despierte por la mañana de buen humor y anhelante de sentir los cálidos restregones de su compañero del piltra. Y todo, está de más decirlo, gracias a la vida sana.

Si llevar una vida sana implica privarse para siempre de esta ambrosía,
a la vida sana le van a dar por donde amargan los pepinos

La vida sana se ha convertido en la gota malaya de nuestras atribuladas existencias. En las reuniones sociales es un tema recurrente, y todos aseguran llevar una vida sanísima e intercambian experiencias y conocimientos. Que si has probado el aceite de waratah, que te pone el colesterol a niveles de neonato... Que si el pasado finde te hiciste 150 km. en la bici y solo sufriste dos amagos de angina de pecho en vez de los ocho habituales... Que si tu marido ha mandado al carajo a sus dos queridas porque, con tu ardor renovado, ya no necesita aplacar sus humores en catre ajeno... Que si gracias a la ingesta de esporas de helecho ártico las almorranas han desaparecido como por ensalmo... En fin, la vida sana te cambia la vida, y eres tan feliz que te da una higa que el gobierno te fría aún más a impuestos, que el litro de gasofa valga más que el litro de leche o que tu primogénito haya decidido cambiar de género cuatro veces en lo que va de año para, finalmente, sentirse gladiolo y dormir en una maceta con mantillo de palomina y estiércol de caballo que hiede una cosa mala, pero todo sea porque el nene no se acompleje y pueda tener una vida sana, plena y feliz sintiéndose cada día una cosa distinta. Da igual que no aprueba una sola asignatura y que tenga un futuro laboral más negro que un judío bajándose del tren en Auschwitz. Lo primero es que lleve una vida sana. La vida sana le abrirá todas las puertas pero, aunque viva debajo de un puente, será la hostia de feliz. Y de sano, naturalmente.

No se mientan a sí mismos. ¿Con cuál de las dos
se quedan?

Pero la vida sana no solo es positiva para mejorar nuestra calidad existencial. La vida sana incluso permite la creación de puestos de trabajo gracias a la proliferación de establecimientos dedicados a la nutrición sana donde un "experto/a en dietética" te asesora acerca de lo más ventajoso para llevar a cabo una vida sana que, por supuesto, requiere el consumo de los productos que venden en la tienda y que son inexplicablemente caros a pesar de que son matojos que crecen hasta en las escombreras. Protestas vehementemente en la pescadería porque el kilo de bacaladillas se ha puesto a un precio que las convierte en artículo de lujo, pero pagas sin rechistar 4 o 5 euros por cada barrita energética de alpiste con alcaparras y harina de habas porque el "experto" te ha asegurado que cada una equivale a dos bocatas de mortadela de la buena, pero libres de las nocivas toxinas que contienen los productos procesados y el venenoso pan de trigo de siempre. Tu padre, que es un resentido de la vida y un amargado, te dice que eres un/a imbécil/imbécila porque te están tomando el pelo y la pela, pero qué sabrá él, que tiene hipertensión, algo de sangre en el colesterol y todas la papeletas para sufrir cualquier día un ictus que lo deje medio paralizado y se convierta en una carga para sus hijos aunque se haya deslomado trabajando para sacarlos adelante. La fautora es mamá, una de tantas víctimas del heteropatriarcado y una machista traidora que ha impedido con su buena mano en la cocina que papá lleve una vida sana y lo ha atiborrado de carnaca, de huevos fritos con chorizo y de picatostes espolvoreados con azúcar en cantidad para merendar.

Probos ciudadanos sanísimos de la muerte en una moderna cámara
de tortura. Estos chismes harían babear de éxtasis religioso a los
más despiadados inquisidores

Y qué me dicen de los gimnasios. Antes había solo unos cuantos en Sebiya, y su clientela se solía limitar a los aficionados a las artes marciales, la halterofilia y, de forma eventual, a los que se iban a presentar a las pruebas de ingreso en la policía, la guardia civil o la academia militar. Ahora, cualquier villorrio de chichinabo tiene dos o tres (doy fe), donde un fulano titulado como "entrenador personal" se erige en una especie de cómitre de galeras, un despiadado HORTATOR que abruma a su masoquista clientela para correr más, pedalear más o hacer más abdominales. Para ello, es auxiliado por una serie de sotacómitres especializados en refinados tormentos en forma de bailoteo interminable, pedaleo como para llegar a Burgos en media hora o mover más pesos que un estibador del muelle, y todo ello al ritmo de una "música" a más decibelios que una turbina a toda pastilla. Pero como sufrir sin límites es sano, pues la gente paga religiosamente sus cuotas gimnásticas y salen muy sonrientes del gimnasio aunque, en su interior, se estén cagando en los muertos del cómitre y renegando de su falta de valor para no darse de baja ipso-facto. Porque, ¿qué dirán los colegas si saben que te has rendido y has dejado de lado la vida sana? Antes la muerte que la deshonra...

Finalmente, la vida sana ha puesto las cosas fáciles a los becarios que se dedican al socorrido "copy-paste", copia y pega en la lengua cervantina, para elaborar "artículos de relleno" como el que ven a la derecha y donde se asegura que la vida sana te cambia la vida. Llevar una vida sana te hará vivir más años, no padecerás enfermedades y no te dolerán las articulaciones ni las cervicales. El ejercicio y el yoga, esto último instituido como la panacea que vale hasta para mejorar la presbicia, te devolverán las ganas de vivir, la alegría, el estrés será historia y ya no te levantarás más cansado que cuando te acostaste. La verdad, no acabo de entender cómo es posible que la humanidad en pleno no se haya decidido de una vez a adoptar una vida sana tan prometedora. Quizás, digo yo, muchos hemos visto o tenido noticia de que Fulano, que llevaba una vida sana, palmó anteayer de un infarto fulminante mientras pateaba una cinta de esas para correr sin moverse del sitio. O que a Mengano, que jamás había fumado, le han diagnosticado un EPOC y tendrá que ir acompañado el resto de su vida por una bombona de oxígeno porque se asfixia hasta cuando recorre los 4 metros que le separan del aseo donde acude a mear. Y ojo, que como le sobrevenga un apretón y tenga que acelerar el paso tendrá que aplicarse a sí mismo el desfibrilador portátil que le han recomendado que tenga siempre a mano. ¿Y qué me dicen de Zutano, que tiene el hígado convertido en paté a pesar de que nunca ha bebido ni comido pringue? Algo no cuadra en esto de la vida sana... Ah, y no olvidemos al cuñado que, seguidor a ultranza de la vida sana, se convirtió en un fervoroso ciclista y anteayer lo arrolló un tractor cuando pedaleaba por un camino rural que, para más inri, no solo lo despachurró y lo estampó en el suelo como una tagarnina , sino que con la grada lo dejó con un aspecto aún más asquerosillo que cuando estaba vivo.

Y yo, que soy asquerosamente pragmático y tengo la fea costumbre de cuestionarlo todo, me pregunto:

-¿Por qué te repiten hasta la saciedad que hay que beberse sí o sí dos litros de agua al día? ¿En base a qué estudio que no haya sido pagado por las empresas embotelladoras se afirma semejante estupidez? ¿Cómo pretenden que necesite la misma agua todo el mundo, independientemente de que peses 50, 80 o 100 kilos, vivas en un entorno cálido o frío o trabajes en una oficina con aire acondicionado o cavando calicatas con 40º a la sombra?

-¿Por qué te insisten una y otra vez con eso de que el consumo de carne es poco menos que letal, cuando somos una especie omnívora que debe precisamente nuestro elevado desarrollo cerebral al aporte proteínico de la carne?

-¿Qué cifras tan astronómicas moverá la vida sana para que tanto vividor profesional se apunte de inmediato a la fiesta y monte un chiringuito que, como está mandado, cuenta con canonjías estatales por promover la vida sana?

-¿Por qué los fanáticos de la vida sana exigen que los que no han llevado una vida sana no reciban tratamiento médico gratuito si contraen enfermedades derivadas de la vida insana? Sin embargo, ¿por qué los que llevan una vida insana no exigen que no se trate de forma gratuita a los que se lesionan por correr, pedalear o retorcerse como una anguila con el dichoso yoga cuando no tienen ya edad para correr, pedalear o retorcerse como una anguila sino para pasar las tardes apaciblemente en el casino contando chismorreos o jugando al dominó, o merendando con las amigas y dedicándose al deleitoso ejercicio de poner a caldo a sus maromos y sus yernos/nueras?

En fin, la lista de incongruencias sería inacabable, y ya quiero acabar por hoy.

Probos senectos tomando el sol apaciblemente. Salta a la vista que
ninguno llevó una vida sana, pero son incombustibles

Pero, me pregunto, cómo es posible que mi venerable abuelo paterno palmara con 103 años sin haber llevado una vida sana. Curiosamente, jamás tuvo que ir en busca del médico. Jamás padeció nada más grave que el típico catarro invernal. Tenía la tensión arterial perfecta, subía las escaleras que se las pelaba, y solo en las postrimerías de su existencia se convirtió en un viejo chocho, uséase, contrajo demencia senil aunque, eso sí, se acordaba de cosas de su juventud como si las hubiera vivido el día anterior. Y el abuelo comió como un lobo porque la abuela, que habría sido digna cocinera pontificia o regia, lo cuidaba como un bebé y le dio varios hijos, señal de que el abuelo cumplía como Dios manda el débito conyugal sin necesidad de vida sana. Además, fumó hasta los 70 tacos (ojo, yo lo dejé hace años y soy el primero en afirmar que el puto tabaco es veneno), por su trabajo se veía obligado a alternar mucho en una época en que el alterne era a base de vino, no de refrescos o de cerveza sin alcohol, y no hizo ejercicio jamás de los jamases. Una mañana amaneció más tieso que la mojama porque, simplemente, se le paró el reloj, y eso que no llevó una vida sana tal como la entendemos hoy.

Abuelas de antaño. Una vida trabajando como mulas, pariendo nenes
uno tras otro y, al final, duraban más que un martillo en manteca

Me pregunto también cómo es posible que la madre de un conocido haya cumplido ya los 95 tacos mientras sigue devorando grasas saturadas en cantidad, está gorda como una mesa camilla y ha parido trece veces como si tal cosa sin necesidad de llevar una vida sana, sino todo lo contrario. Su hermana mayor entregó la cuchara con 105 primaveras, y lo primero que hacía cuando salía de la piltra era empinarse un copazo de Zalamea seco, un aguardiente de 50º que vale hasta como combustible de reactores. Luego desayunaba un mollete marchenero tostado con manteca colorá y un vaso de café negro. También me pregunto cómo es posible que un fulano que conocía del Tiro Olímpico palmase con apenas 47 años de un cáncer galopante que se lo llevó en menos de dos semanas, y eso que era un firme defensor y practicante de la vida sana. No fumaba, no bebía, tenía un cuerpo fibroso y atlético, hacía mogollón de ejercicio y tal, pero eso no le permitió cumplir ni medio siglo birrioso. Tampoco acabo de tener claro lo de la vida sana cuando veo a esas candorosas y aparentemente frágiles abuelitas, pequeñas, con piernas como alambres y más de 80 tacos y varias preñeces a cuestas, cargadas como porteadores melaninos de peli de Tarzán con las bolsas de la compra y caminando a paso de legionario, mientras que sus hijas, nueras y nietas practicantes de la vida sana tienen que pedir que les lleven la compra a casa o llevan ya catorce sesiones de rehabilitación porque se torcieron un tobillo haciendo el gamba en el gimnasio.

En fin, por todo lo dicho, colijo que lo de la vida sana es el enésimo proyecto de ingeniería social cuya finalidad es muy distinta a la que en apariencia nos quieren hacer creer, que es vivir más y con más calidad de vida. ¿Qué cuál es la intención real? Pues no lo sé, la verdad, pero tengo el suficiente sentido común como para tener muy claro que, cuando se pone tanto empeño en convencer de cualquier cosa a la gente y los gobiernos lo promueven con tanto interés, no tiene visos de ser algo que beneficie al personal, sino que de alguna forma contribuya a someternos aún más hasta que llegue el día en que seamos ganado con una etiqueta remachada en la oreja y un chip insertado bajo el pellejo, como esas vacas y gorrinos que tanto defienden los cansinos de la vida sana de los cojones y que pretenden equiparar en derechos- pero no en deberes- con los humanos.

En fin, ya he despotricado bastante.

Hale, he dicho

El inquilino del cajón se irritó bastante cuando vio que las promesas de longevidad por llevar una vida sana se fueron al carajo cuando le sobrevino un derrame cerebral causado por un aneurisma congénito del que solo tuvo constancia un segundo antes de palmarla. No le sirvió de nada llevar una vida sana porque, como todos, tenía marcados el día y la hora

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