Por norma, mucha gente asocia de forma incuestionable el sable como arma por antonomasia de la caballería a partir del siglo XVIII. Quizás porque su aspecto le da un aire como de más contundente, quizás por su propalación de las películas, o quizás porque las espadas de esa época llevaban una cazoleta o unas guarniciones similares a las del sable, el caso es que si a alguien le preguntan cual es el arma de la caballería, la mayoría responderán sin dudar: el sable. Bueno, pues no es el sable. Antes de empezar, conviene diferenciar entre las diferentes unidades de caballería de la época:
Caballería de línea, coraceros: Eran la caballería pesada. Usaban espada.
Caballería ligera: Formada por lo general por húsares. Usaban sable.
Dragones: Eran tropas de caballería que, llegado el caso, echaban pié a tierra y combatían como infantería. Usaban sable o espada y una carabina o tercerola.
Lanceros: Aunque sea de una obviedad absoluta, usaban lanzas.
Como ya se podrá suponer, las unidades más temibles, las que solían llevar a cabo la mayores escabechinas entre el enemigo, eran las pertenecientes a la caballería pesada. Y estas usaban la espada, un arma mucho más efectiva que el sable, como a continuación se explicará. Dicho esto, vamos al grano...
De entrada, conviene saber que no fue hasta 1702 cuando no se decidió dar uniformidad al armamento de las tropas en general. Hasta aquel momento, cada soldado portaba su propia espada conforme a su gusto personal, no habiendo en absoluto la más mínima uniformidad en cuando a tamaño, longitud, guarniciones, etc. Pero no fue hasta la promulgación de la Real Ordenanza de 12 de julio de 1728 cuando se concretó la morfología, dimensiones, peso, longitud, etc. de la que se podría denominar primera espada reglamentaria, especificándose además que debía ser la misma para todas las unidades, no permitiéndose, como había sucedido anteriormente, que cada regimiento o incluso compañía tuviera su propio modelo.


Curiosamente, y a pesar de la gran tradición espadera española, para la elaboración de estas armas se recurría a la producción procedente de Solingen (Alemania), hasta que en 1761, y a fin de acabar con la dependencia de armamento foráneo, Carlos III ordenó la creación de la Real Fábrica de Espadas de Toledo, que con el tiempo pasó a conocerse simplemente como Fábrica de Toledo, sobradamente conocida, creo, por cualquier aficionado al tema o que haya hecho el servicio militar.
Bien, hecha esta breve introducción, comentar someramente el por qué este tipo de espada era más temido por la infantería que los sables. Estos, por su típica hoja más o menos curvada, eran armas concebidas para herir de filo. Los jinetes que los usaban buscaban pues herir al enemigo de un tajo, dirigido generalmente a la cabeza, el cuello o los hombros. Para protegerse de semejantes golpes, la infantería de la época se equipó con altos morriones, en muchos casos con un casquete metálico en su interior. Y para proteger el cuello y los hombros, ¿nunca os habéis preguntado por qué las mochilas de la época eran tan altas, cubriendo incluso la nuca de su portador? Fijaos en las láminas que ilustran el equipo de aquella infantería. Por otro lado, a un infante que aguantaba firme la acometida, le era más fácil detener con su fusil un golpe de filo para, a continuación, desviar el sable enemigo y descargar un culatazo en la cara del jinete, o hundirle su bayoneta en el estómago.
Sin embargo, con la espada era diferente. Aunque podía producir tremendas heridas de filo, su verdadero peligro estaba en la estocada. El infante no podía detener el golpe con el fusil, sino intentar desviarlo. Pero el jinete podía fintar, desviar la trayectoria con relativa facilidad y hundir su espada en cualquier sitio. Ahí no valían para nada los altos morriones o las mochilas. Todo el cuerpo del infante era un blanco para el jinete, y una estocada en cualquier sitio desde el ombligo para arriba podía ser mortal. Pero eso no era lo peor. En este caso, hemos hablado de la estocada con la carga de caballería ya deshecha, y con enfrentamientos personales entre jinetes e infantes. Lo verdaderamente peligroso, por no decir mortífero, era el primer contacto, cuando la carga caía como una tromba sobre la primera línea de infantería que esperaba el brutal choque. En ese caso, debido a la velocidad del caballo, al clavar la espada en el cuerpo del enemigo la hoja se iba arqueando por la brusca frenada que suponía topar contra el infante. Ese arqueamiento tenía lugar dentro del cuerpo del mismo, produciendo unas lesiones internas que dejaban triturado todo lo que la afiladísima hoja iba cortando a medida que entraba por la herida. Se han realizado filmaciones con cámaras de alta velocidad en las que se ve un jinete atravesando un saco y es asombroso el arqueamiento de la hoja, y desolador el pensar el terrible efecto que produciría en un cuerpo humano. Aunque por fuera solo se viese un pequeño corte, por dentro los daños serían terribles. Y, finalmente, un corte de sable, salvo que le abriese a uno la cabeza por la mitad, o lo decapitase, siempre podía tener cura, o al menos intentarlo. Pero una estocada que lo pasaba a uno de lado a lado, produciendo una severa hemorragia interna por los cortes producidos por los dos filos de la hoja, lo escabechaba en un santiamén.
Bueno, creo que queda clara la cosa, ¿no? En fin, ya vale de momento. Ya proseguiremos con este tema, que da para más.
Hale, he dicho...
No hay comentarios:
Publicar un comentario