Bueno, con esta entrada completamos lo referente al apellido y la cabalgada que, como ya comenté, están todas ligadas entre sí al ser las unas consecuencia de la otra. El término represalia proviene del latín bajo REPRESALIÆ, o sea, represar, volver a tomar lo que a uno le han quitado.
La diferencia entre apellido y represalia radica en que el primero se llevaba a cabo de forma inmediata, más bien con el fin de impedir el saqueo y apresar, matar o ahuyentar a los invasores. Sin embargo, la represalia era una acción más espaciada en el tiempo, que podía tener lugar poco después de la cabalgada, o incluso meses o años más tarde. Todo dependía de la ocasión y de la posibilidad de reunir el suficiente número de efectivos para llevarla a cabo de forma exitosa. Alguno dirá que, al cabo, podría ser lo mismo que una cabalgada. Sin embargo, en la terminología de este tipo de acciones de guerra nos movemos en un mundo un tanto ambiguo y difuso que, a veces, da lugar a confusiones. Obviamente, la represalia en sí misma podría ser considerada como una cabalgada, ya que se trataba de introducirse en territorio enemigo, pero como consecuencia de una cabalgada llevada a cabo por el adversario anteriormente y con el fin de recuperar lo que les había robado y, a ser posible, más aún. En cierto modo, quizás se podría decir que una determinada cabalgada podía ser siempre una represalia, ya que ambos bandos se pasaron siglos haciéndose la puñeta mutuamente, llegando a un punto en que ya no se sabe quién fue el que tomó la iniciativa.
Y, como era habitual, al término de la acción no era raro que cada cual intentase coger más de lo que en teoría le correspondía alegando las razones más dispares, pero siempre buscando un mayor beneficio. Esta tónica a base de cabalgadas y sus correspondientes reacciones, bien en forma de apellido, bien como represalia, fueron la forma de vida habitual en la frontera durante siglos. Como ya se comentó en una entrada anterior, llegó incluso a ser un medio para ganarse el sustento o incluso enriquecerse. Está de más decir que robar y esclavizar al enemigo no se consideraba en modo alguno una acción deshonrosa, sino todo lo contrario tanto en cuanto era algo contemplado en el derecho de conquista imperante en aquellos turbulentos tiempos.
Bueno, ya proseguiremos.
Hale, he dicho
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