miércoles, 29 de febrero de 2012

Cabalgada lusitana

Bueno, como cierre del paréntesis abierto con la entrada anterior, antes de retornar a la temática habitual no quiero dejar de mostrar de algunas cosillas que me llamaron la atención en esta cabalgada. Más que nada por aquello de "no te acostarás sin saber una cosa más". Helas ahí:





No, no es una composición ni una foto trucada. Coincidiendo con una visita a una iglesia de Faro, contemplo asombrado a lo que ha llegado la tecnología aplicada a la religión: un karaoke eclesiástico. Sí, dilectos contertulios, la pantalla muestra a los fieles reunidos la "letra" de lo que se va dificiendo en la misa. Así nadie mete la pata, nadie desafina a la hora de entonar salmos y hasta te ponen de fondo de pantalla unos paisajes molones para elevar la espiritualidad. Para que luego digan que la Iglesia está anticuada...




La luna estaba ese día en cuarto creciente, así que la pelambrera manual del organista debe ser debida a cuestiones genéticas y no por una licantropía galopante. O igual era que el pelo de la cabeza se le había mudado a las manos, porque el hombre estaba ya un tanto calvo, así que vete a saber...





Esta tampoco procede de un avenate creativo con el Photoshop. Es el aspecto que ofrece el claustro del antiguo monasterio que actualmente es el museo municipal de Faro, invadido por una manada de elefantes de colores. No sé qué leches pintaban allí, pero unos letreros informaban a los visitantes que cada elefante costaba la friolera de 6.000 del ala cada uno. Las cosas como son: los elefantes pegaban allí lo mismo que a un santo dos pistolas, así que supongo que el autor de los paquidermos polícromos debe ser algún colega de alguien del ayuntamiento, o vete a saber. El vil mercantilismo y tal, ya saben...





Esta imagen no corresponde a la famosa Capela dos Ossos de Évora, sino a otra capilla ósea situada en una iglesia de Faro, concretamente la situada en el Largo do Carmo. Y, que yo sepa, aún hay otra más alicatada con osamentas en Alcantarinha (Silves). La verdad, no entenderé nunca esa necrofilia osamental porque esos sitios, más que al recogimiento y a la oración, lo impulsan a uno a salir echando leches de allí. Manda cojones enterarte que, en un momento dado, el bisabuelo João o la tatarabuela Miguelina están en la cuarta fila empezando por abajo, ¿no? 





Ese sitio pasa un tanto desapercibido, pero es sumamente interesante. Se trata del cementerio judío de Faro, recuperado tras una serie de donaciones realizadas por Isaac Bitton el cual, aparte de ser muy rico, era de esa atribulada raza. Lo vigila un guarda que, por una aportación voluntaria, te puede tener más de una hora contándote con pelos y señales las constumbres, usos y toda la historia de los judíos de la ciudad. Avdertencia: si os invita a ver el DVD, decidle que tenéis prisa u os tiene allí otra hora larga. En todo caso, merece la pena la visita porque te enteras de mogollón de cosas curiosas, entre ellas que antes de salir hay que purificarse lavándose las manos de la siguiente forma: por tres veces hay que verter agua de una mano a otra, echándola sobre el dorso de las mismas.





Y una de esas cosas curiosas se ve en esa foto. Como se ve, es un simple túmulo de tierra. Según explicó el locuaz guarda, la tradición hebrea dicta que, si el cuerpo es enterrado sin féretro, la lápida se pone inmediatamente, pero si es en un ataúd, hay que dejar pasar un año, hasta que se considera que la madera se ha podrido y el cuerpo ya esté en contacto con la tierra. Por cierto que también me enteré de por qué los judíos ponen sobre las lápidas piedras: sustituyen a las flores. Ignoro si es por ahorrar pasta, la verdad. Por cierto, observad la fecha de la lápida de la derecha: el año del fallecimiento del ocupante es 5665, o sea 1904.

En fin, con esto concluyo. Ahí dejo una imagen de una de las incomparables playas del Algarve en plena puesta de sol. Los hoteles en Portugal, con esto de la crisis, están a unos precios asombrosamente baratos, así que recomiendo al personal que aprovechen algún fin de semana para darse un garbeo por allí. Francamente, merece la pena y más si te sale el viaje por cuatro duros, que no están las cosas para muchos dispendios.

Hale, he dicho...




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