Bueno, heme aquí de vuelta tras un breve pero intenso periplo por tierras lusitanas. Y, por variar, esta entrada no irá ni de castillos, ni de armas ni nada similar. Va, como el título indica, de la arquitectura funeraria del país vecino y sus peculiaridades. Sí, ya se que es un tema un tanto lúgubre, pero no por ello menos interesante tanto en cuanto el culto a la muerte no deja de ser algo con gran arraigo entre los humanos. ¿O es que no van millones de turistas a ver las pirámides de Egipto, que no son sino tumbas? En este caso son plebeyas, pero muestran también la obsesión que, en mayor o menor grado, el personal tiene con, por decirlo de alguna forma, retener parte de sus seres queridos en este mundo, aunque solo sean osamentas y, sobre todo, dejar claro al personal que la familia tiene posibles y que sus muertos son de categoría. Bueno, al grano...
Siempre me ha llamado poderosamente la atención ese empeño en gastarse un dineral en fabricar suntuosos mausoleos para dar alojamiento a las maltrechas envolturas carnales de nuestros ancestros. Son una especie de apartamentos para difuntos que, en la práctica, no aprovechan más que al marmolista que los construye. Lo que hay dentro no son más que despojos de lo que una vez fueron nuestros seres queridos. Nada más. Quizás sea por la impenitente vanidad humana, quizás por el deseo abstracto y, a la par, absurdo, de que los difuntos estén confortables, el caso es que hay gente que se gasta lo que no tienen en la elaboración de dichos panteones.
Nuestros vecinos guardan celosamente sus muertos. En sus panteones familiares y nichos hasta cubren los féretros para preservarlos de la vista del personal. Sí, no hacen como en España, donde lo habitual es tapar el nicho con una lápida. Ellos no. Los dejan a la vista, pero pudorosamente tapados con las cosas más variopintas: cobertores de ganchillo, de telas más o menos lujosas... Y siempre, impepinablemente, una foto de los huéspedes. Fotos amarillentas, añejas, que casi siempre no corresponden ni remotamente a la edad aproximada del inquilino cuando pasó al Más Allá. Veamos algunos ejemplos. Ojo, las imágenes que muestro están obviamente muy retocadas. Digamos que he querido buscar un poco la esencia de las mismas: lo tenebroso y triste mezclado con la ostentación o, en algunos casos, con la simpleza. En fin, es como yo lo veo y santas pascuas...
Muchos de ellos son mausoleos tan añejos que no queda nadie que los cuide. Sin embargo, los ayuntamientos no los eliminan. Algunos datan del siglo XVIII y están bastante deteriorados, pero deben ser intocables. Fijaos en los faroles. Son muy habituales. ¿Qué o a quién alumbrarán? Posiblemente los retratos que desaparecieron vete a saber cuando. Los huecos vacíos en las lápidas son bastante elocuentes.
Y las sempiternas fotos, mostrando a todos el rostro del que abona la tierra, perpetuo recordatorio del como era. Ciertamente, pronto se borran de la memoria las imágenes, hasta las de los seres más queridos. ¿Será un mecanismo de defensa del cerebro para ahuyentar los pesares?
Ángeles que invocan al Cielo por el difunto, alojado en una "vivienda" que igual es mucho más suntuosa que la que disfrutaron en vida. Y digo yo que mejor gozar del lujo antes de palmarla, ¿no?
Sin embargo, otros se tienen que conformar con mucho menos...
Unos tienen aún quien mantenga aseado y presentable el alojamiento funerario familiar...
Otros se conforman con una simple cinta anudada en un barrote mohoso...
Y otros posiblemente jamás imaginaron que acabarían formando parte del alicatado de un muro, como si de un Porcelanosa Óseo se tratara.
En fin, estos días de asueto me ha dado ocasión para, además de solazarme con las virguerías gastronómicas del país en compañía de mi querida Pilarita, bichear en sus necrópolis. Nunca se me había ocurrido antes visitarlas y, la verdad, han sido motivo de reflexión y tal. Y no sobre lo fugaz y banal de la vida, que eso ya lo sabemos todos, sino del pertinaz empeño que tenemos los humanos por que hasta tras la muerte siga habiendo categorías, digamos, "sociales". No tenemos arreglo, qué carajo...
Bueno, sic transit gloriae mundi y esas cosas que se dicen.
Hale, he dicho...
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