Aunque los duelos a pistola comenzaron a difundirse en el siglo XVIII, fue a lo largo del siglo XIX cuando se generalizaron con profusión. Las armas de fuego, contrariamente a las armas blancas, requerían menos entrenamiento y destreza para salir con la honra y la vida a salvo de semejante brete. Debía ser bastante enojoso verse desafiado por un sujeto conocido por su habilidad con la espada ya que las opciones eran dos: o no responder al desafío y quedar marcado de por vida como un cobarde, o aceptarlo sabiendo que uno tenía todas las papeletas para acabar con una cuarta de acero en la barriga.
En cualquier caso, los caballeros decimonónicos tenían aún un elevado concepto de la honra, y eso de batirse en duelo por una mala palabra o un comentario desafortunado era cosa corriente. No voy a entrar en los detalles concernientes al desafío, o los diferentes tipos de duelos que podían concertarse entre padrinos en función de la gravedad de la ofensa, sino más bien en algunos detallitos curiosos destinados a salir indemnes del reto porque, las cosas como son, el honor era altamente valorado, pero la vida lo era aún más. De hecho, solo en casos de ofensas verdaderamente graves se llegaba a los duelos a muerte, pero la mayoría se quedaban en poco más que disparar al aire, con lo que todos, duelistas y padrinos, se volvían a su casa la mar de contentos por haber obtenido satisfacción. Veámoslos...
Ante todo, no se permitía portar bajo la ropa carteras, petacas o cualquier objeto que pudiera suponer un freno a la bala. Por ello, a veces, los caballeros se batían en mangas de camisa. Por otro lado, para ofrecer menos blanco al adversario, la postura que adoptaban era de perfil, con el brazo derecho doblado para que el codo protegiera el costado. También podía uno cubrirse el pecho con el antebrazo izquierdo, colocando el puño cerrado ante el corazón. En el grabado de la izquierda podemos ver como ambos tiradores apuntan con el brazo doblado, como se comentó antes. Además, la mano que empuña el arma cubría la cabeza y hasta se subían los cuellos de las levitas que, elaboradas con grueso paño, podían servir de protección. Como se ve, ponían bastante esmero en no ofrecer partes vitales al contrario, que un tiro en una pierna en aquella época ya era chungo, pero en el estómago o el tórax tenía bastantes probabilidades de ser mortal.
Pero lo más significativo eran las armas de duelo, verdaderas virguerías de la armería de la época que hoy día hacen las delicias de cualquier coleccionista que pueda pagar lo que se pide por un estuche completo, con todos sus accesorios como el de la foto, muy difíciles de encontrar. Dichas armas solían tener el ánima lisa, sin estriar, ya que no se consideraba caballeresco usar armas rayadas. En realidad, lo que no se consideraba adecuado era la terrible precisión de estas últimas, por lo que se optaba por las antiguas armas de cañón liso, mucho más imprecisas. Eran una magnífica opción para satisfacer la honra con pocas probabilidades de resultar herido o muerto. Por otro lado, era habitual usar cargas reducidas para que, en caso de acertar al contrario, produjesen una herida leve. De hecho, en muchos casos incluso se pactaba disparar al aire sin más, con lo que se consideraba haber recibido satisfacción.
Está de más decir que estos duelos eran ilegales, perseguidos y condenados por las leyes desde hacía mucho tiempo y de ahí celebrarlos en lugares aislados, lejos de miradas indiscretas. Los participantes en los mismos, ya fueran los duelistas o los padrinos, se guardaban muy mucho de que la cosa trascendiera, y una tácita ley del silencio obligaba a todos a no decir una palabra a las autoridades, aunque hubiera heridos o muertos de por medio. Como es evidente, a los muertos en duelo la iglesia los consideraba suicidas, por lo que les era negada la sepultura en sagrado. Eso sí, siempre y cuando se supiera, al menos "oficialmente". Ya nos entendemos, ¿no?
Hale, he dicho
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