miércoles, 23 de octubre de 2013

El desmochado, o como someter a la nobleza



Seguramente, más de uno y más de dos tengan en su pueblo o ciudad una "torre mocha". De hecho, hasta hay un apellido así, Torremocha. También más de uno se preguntará el motivo de por qué fortalezas en un estado aceptablemente bueno tienen sus murallas y torres desprovistas de parapeto y almenado. Se responderán a sí mismos diciéndose que es consecuencia del abandono o puede que recurran a algún experto, el cual les informará soltándoles una filípica chorra y más falsa que Judas. Judas Iscariote, naturalmente. El otro Judas era un sujeto decente.

Bien... como hoy no tengo muchas ganas de darle a la tecla y tal porque los cambios de estación me ponen más atocinado que un hereje al que su cuñado acaba de denunciar por brujo al Santo Oficio, pues cuento esto del desmochado, que es una cosilla curiosa y que muchos desconocen. Veamos pues...



La católica Isabel la Católica, muy dada
al desmochado.
Es de todos sabido que la nobleza era por norma rebelde, levantisca y soberbia. Y no solo en la Hispania, sino en toda la Europa. Los nobles, por lo general, tenían más dineros, más tierras y más poder que la misma corona, por lo que no desaprovechaban la oportunidad de ponerse en plan bravo con los monarcas y, si se terciaba, incluso entraban a saco en sus dominios y les talaban y saqueaban bonitamente sus tierras, ciudades y virgos de sus vasallas. El feudalismo propició estos desmanes en todas partes, y en reinos como Castilla, Inglaterra o Francia hubo reyes con menos autoridad que un quinqui en un cuartelillo de la Guardia Civil. Pero había veces en que los monarcas, hartos de tanta chulería y habiendo podido reunir medios para poner las peras a cuarto a estos arrogantes aristócratas, se preocupaban de que, una vez vencidos, no tuvieran oportunidad de volverse a poner en plan borde. Y eso se lograba desmochándoles sus castillos. 

¿Y qué era eso de desmochar? Pues desproveer a estos castillos de su principal elemento defensivo: los parapetos. Otra opción era el desmantelado, que consistía en abrir en las murallas hendiduras verticales que las debilitasen estructuralmente, si bien lo primero era lo más habitual. 



A la derecha podemos ver de qué va la cosa. Ese es el aspecto que muestra una muralla desprovista de su parapeto. Como se puede apreciar, es indefendible. ¿Quién es el guapo que se pasea por el adarve mientras los ballesteros enemigos lo abrasan a virotazos? Por otro lado, el desmochado no solo impedía a los defensores protegerse tras el parapeto, sino que la muralla podía ser fácilmente tomada al asalto. No es lo mismo trepar por una escala con el enemigo parapetado y lanzando porquerías sobre uno que hacerlo mientras que los ballesteros y arqueros los tienen a raya sin poderse acercar a la muralla. Nadie, faltaría más. Sería suicida... Ahora saldrá el curioso que me dirá:


-Sí, vale. Pero los nobles siempre podían reconstruir el parapeto. Al fin y al cabo, no era tan difícil ni tan costoso.
Y a eso respondo:
- No, no lo era, naturalmente. Pero una obra de ese tipo y en aquella época no se finiquitaba en dos peonadas, y el castillo estaba vigilado por los corregidores y justicias regios que, si veían o intuían que algo se estaba cociendo, le ponían término rápidamente.
-Pero el noble, ya puestos, podía pasarse el castigo real por el ombligo, encerrarse en su castillo y a ver quien lo sacaba de allí.
-Claro que podía. Pero si se encerraba lo mejor que hacía era tirar la llave al pozo porque, si las tropas reales establecían un cerco y el castillo caía, lo siguiente en caer sería la cabeza del noble por chulo, por alevoso y por pertinaz enemigo de la corona. Ahí no había segundas oportunidades.  Y que nadie piense que ser noble lo libraba a uno de pasar por el tajo del verdugo si llegaba el caso, que más de uno rindió cuentas de sus alevosías y traiciones sintiendo el filo del hacha en el cogote, sensación que debe ser de lo más inquietante, juro a Cristo.



En esa ilustración vemos una fortaleza desmantelada. Como se ve, conserva los parapetos, pero las aberturas practicadas en sus murallas y torres las hacen indefendibles. Bastaría con adosar un ariete a las mismas para derrumbarlas en poco tiempo. En todo caso, y como comentaba antes, esta solución era más costosa que el desmochado, por lo que era menos habitual. 





Casco antiguo de Cáceres, testigo de luchas nobiliarias
durante décadas
Conviene tener en cuenta un detalle, y es que no podemos considerar que cada muralla o torre que veamos sin su parapeto fuese consecuencia de este tipo de castigo. De hecho, la mayoría están así a causa del estado ruinoso de la mayoría de nuestras añejas fortalezas. Pero en otros muchos casos ciertamente sí sufrieron el desmochamiento de sus defensas. Por ejemplo, en Castilla, las constantes luchas entre las poderosas familias nobiliarias, que se peleaban entre ellos y todos a su vez contra la corona, dio pie a situaciones de verdadero desgobierno, especialmente en tiempos de Enrique IV. Su hermana y sucesora, Isabel I, no dudó en poner fin a ese estado de caos a base de mandar desmochar todas y cada una de las fortalezas y casas fuertes de todo aquel que no se sometiese a su autoridad. Sin ir más lejos, en 1476 mandó desmochar todas las torres del núcelo urbano de Cáceres, donde los Solís, los Golfines y demás clanes se acuchillaban antes y después del desayuno y tenían a la población con el alma en vilo por tanto desorden.

Como colofón, veamos un par de ejemplos de fortificaciones que sufrieron en algún momento de su historia esta represalia. Y sin más, me piro que es hora del yantar.

Hale, he dicho...



Casillo de Javier, en Navarra. En 1516, el cardenal Cisneros ordenó su arrasamiento total debido a las pretensiones
independentistas del marido de su dueña, Juan de Jaso. Finalmente, solo fue desmochado, su foso cegado, dos
torres derribadas y algunos destrozos más.

Castillo de Garcimuñoz, en Cuenca. Propiedad del marqués de Villena, fue mandado desmochar en 1476 por
Isabel I a causa del apoyo del marqués a la causa de la Beltraneja.

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