Montségur |
La cruzada albigense fue un conflicto largo, demasiado quizás para la época en que transcurrió. Desde 1209 hasta 1244, la Iglesia y la corona francesa pusieron especial empeño en aniquilar el catarismo, una secta nacida en el Langedoc y que, aunque declarada herética por Inocencio III, gozó de bastante profusión tanto entre los plebeyos como los nobles de la zona. Las acciones militares desarrolladas a lo largo del tiempo contra los cátaros fueron especialmente violentas y crueles, teniendo su colofón en el cerco al castillo de Montségur, una pequeña fortificación encaramada en un risco pétreo a 1.200 metros de altitud, muy cerca de los Pirineos y a unos 80 Km. de la ciudadela de Carcassonne. Así pues, vamos a ver con detalle como se desarrolló el punto y final del largo conflicto, así como el destino que tuvieron los que sobrevivieron al asedio.
El castillo
Montségur era a comienzos del siglo XIII una simple torre en la cima de un pog, que era como denominaban en occitano a los cerros abruptos, desprovistos de vegetación y de consistencia rocosa. Su ubicación, perdido en los confines del Langedoc, habían hecho de este castillo un lugar poco frecuentado y militarmente poco valioso. En 1204, Raymond de Péreille era el señor de Montségur y, además, un fiel seguidor de la nueva religión. Aunque en aquel momento contaba con apenas 20 años y sin tener como es lógico ni idea del destino final de la fortaleza, la mandó reconstruir por estar prácticamente en ruinas desde hacía al menos 40 años.
A la derecha podemos ver un plano de su apariencia inicial, ya que el castillo que se puede contemplar actualmente no es el mismo que vio el final de los cátaros, sino fruto de una reconstrucción posterior a su caída. Como vemos, el castillo consistía en una simple torre provista de un cadalso en su contorno y, adosada a la misma, una muralla que daba cobijo a una dependencia baja y un pequeño patio de armas. Cabe suponer que el edificio primigenio era la torre, y que las obras llevadas a cabo por Raymond de Péreille consistieron en edificar la muralla. Ésta carecía del grosor habitual en este tipo de elementos, ya que por su ubicación no era posible adosar a la misma máquinas de batir. Así pues, podemos decir que la muralla en cuestión era un muro de buen grosor, pero que ni siquiera daba para coronarlo con un adarve, el cual se fabricó con una pasarela de madera.
A la izquierda tenemos un plano del castillo actual tras las obras llevadas a cabo por Guy II de Levis (1210-1247), hijo Guy I de Levis, teniente del cruel y desmedido Simón IV de Montfort y, además, señor de Mirepoix y mariscal de la fe, ostentoso título concedido por Montfort a sus pelotas y seguidores más fieles. En rojo tenemos la torre original y en verde lo que sería el pequeño patio de armas. Ambos edificios quedaron unidos formando una única torre de planta rectangular. La parte en azul fue edificada ex-novo por Levis, dando lugar a un amplio patio de armas que permitía la construcción de diferentes dependencias interiores.
He ahí una recreación ideal del castillo tras la reforma en cuestión. La nueva torre ha sido provista de un cadalso de madera que permite el lanzamiento en vertical sobre posibles asaltantes. Su entrada se realiza al nivel de la primera planta mediante una pasarela tendida desde el adarve. La muralla ya tiene el grosor adecuado y sus defensas han sido reforzadas con un cadalso sobre la puerta del lado sur, habiendo en la cortina norte otro acceso. En la cortina este vemos otro cadalso ocupando todo el recorrido de la misma. En el patio de armas se ven varias dependencias, posiblemente establos y cuarteles para la guarnición, quedando la torre como residencia del tenente. Al ser el lado norte el más vulnerable, ya desde tiempos de los cátaros se protegió la ladera con estacadas a varios niveles para, además, servir de defensa a la pequeña aldea que se levantaba al abrigo del castillo.
A la izquierda podemos ver el entorno geográfico en el que se encuentra el castillo. El pog tiene una forma alargada en dirección este-oeste, siendo la ladera norte la única medianamente accesible. La que miraba hacia mediodía era un tajo de unos 400 metros de altura. En la parte inferior de la foto se ve el arranque de la ladera este, por donde las tropas reales iniciaron el asedio a la fortaleza. Como podemos ver, el dominio visual de toda la comarca desde el castillo era formidable.
Aspecto actual de la fortaleza |
Ante el acoso que sufrían los cátaros, cada vez más presionados en todas partes y perseguidos con saña por las tropas reales, Guilhabert de Castres, obispo cátaro de Toulouse, logró convencer en 1232 a Raymond de Péreille para que pusiera el castillo de Montségur a su disposición y estableciendo en el mismo el DOMICILIVM ET CAPVT, sede y cabeza de la secta. De ese modo, el torreón en ruinas que Péreille reconstruyó 23 años antes se convirtió en el centro espiritual de la controvertida religión. Así pues, el abrupto y casi inexpugnable pog sirvió de refugio tanto al obispo como a los perfectos que huían del acoso regio, llegando a reunirse en el castillo unas 400 o 500 personas entre hombres, mujeres y críos. Al mando estaba el yerno de Péreille, Pierre-Roger de Mirepoix, a la sazón un conocido caudillo cátaro que incluso había visto sus tierra confiscadas a raíz de la firma del Tratado de París. Mirepoix no debía ser precisamente el típico cátaro sumiso y dispuesto a dejarse putear a diestro y siniestro, sino que más bien el noble habitual de la época: arrogante, desmedido y bastante colérico. De hecho, fue el protagonista de un suceso que se puede decir fue el detonante que hizo que Montségur se pusiera en el punto de mira de la corona.
Vista aérea del castillo |
Quizás impelido por su suegro, quizás por su propia cuenta, la cuestión es que el 28 de mayo de 1242, Mirepoix, acompañado por una pequeña mesnada de 50 hombres procedentes de Montségur incluyendo algunos faidits (señores desposeídos de sus tierras y títulos por seguir el catarismo), sorprendieron en Avignonet a dos miembros de la inquisición: Guillaume Arnaud y Etienne de Saint Thibéry, los cuales fueron asesinados junto a su séquito y escolta militar. Sabiéndose desde hacía tiempo que Montségur era un refugio de herejes y al tenerse noticia del asesinato de los dos miembros del Santo Oficio, Luis IX de Francia consideró que ya era tiempo de acabar de una vez por todas con los herejes que, durante décadas, no habían parado de promover revueltas en sus dominios y de buscarle líos con la Iglesia. Era pues el momento de exterminar para siempre a los cátaros y sus simpatizantes.
El asedio
Cruzados masacrando cátaros |
Entre abril y mayo de 1243, el senescal real de Carcassonne, Hugues de Arcis, cubrió los 80 km. que separaban la ciudad de Montségur al frente de una hueste compuesta de entre seis y diez mil hombres. El castillo contaba con una cantidad exigua de defensores ya que muchos de sus pobladores eran mujeres y críos, aparte de los perfectos que no combatían por razones de tipo religioso. Así pues, solo había disponibles unos cien hombres y unos veinte caballeros con sus escuderos para contener la avalancha rebosante de fanatismo y odio que se acercaba peligrosamente para machacarlos literalmente. Lo único que nivelaba un poco la disparidad entre ambas fuerzas era el emplazamiento de Montségur si bien, como solía pasar en los asedios, los no combatientes se convertían en una pesada carga ya que eran bocas que alimentar sin poder contribuir de forma efectiva a la defensa. Con todo, el suministro de agua parecía asegurado al disponerse de varias cisternas y, por otro lado, las fuerzas de Arcis no eran suficientes para bloquear por completo el pog. Además, lo abrupto y empinado del terreno dificultaba el uso de manganas o trabucos, los cuales les habrían facilitado enormemente las cosas.
En la foto inferior podemos ver el desarrollo de las operaciones.
El primer intento de aproximación tiene lugar en mayo de 1243 (marcado con un 1) por el que en apariencia es el lado más fácil, la ladera suroeste. Sin embargo, en poco tiempo se dan cuenta de que es imposible intentar nada por ahí. Por lo tanto, el senescal opta por cambiar de táctica trasladando la fuerza atacante a la ladera nordeste, al punto marcado con un 2. Allí permanecerán bloqueados hasta la Navidad de ese mismo año sin lograr avanzar nada más.
En enero de 1244, unos gascones ocuparon una posición defensiva cercana llamada Roc de la Tour, la cual arrancaba desde el fondo del abismo la cual, según Guillaume de Puylaurens, fue escalada de noche porque de día era tan terrorífico que nadie se hubiera atrevido. Los gascones consiguen aniquilar a los defensores de dicha posición, dejando libre el camino de la ladera. Inmediatamente, Hugues de Arcis ordena subir por ella un trabuco desmontado con el cual pensaba batir la barbacana del castillo y destruir las empalizadas que precedían al recinto. A principios de febrero de 1244 el trabuco ya estaba operativo, comenzando a bombardear la zona con bolaños de hasta 80 kilos de peso. Nos encontramos en el lugar marcado con un 4. A mediados de ese mes, las tropas del senescal logran ocupar la barbacana que les cerraba el paso, instalando en el lugar otro trabuco con el que ya pueden bombardear sin descanso el castillo. Antes no era posible por estar las máquinas a una cota muy inferior y no tener por ello ángulo de tiro. Es el lugar marcado con un 5.
Dominicos en el refectorio. Esta orden, fundada por Domingo de Guzmán, fue especialmente influyente en el Santo Oficio |
A finales de febrero, los daños producidos por las máquinas en las murallas eran ya notables, y el tiempo se acababa (marca 6). Pierre-Roger de Mirepoix, en un postrero intento por cambiar el curso del asedio, lleva a cabo una espolonada con el propósito de prender fuego a las máquinas, pero no lo logra y es rechazado por las tropas del senescal. Así pues y a la vista del inminente colapso, Mirepoix entabla conversaciones para una capitulación honrosa. Es el día dos de marzo de 1244. Contrariamente a lo que Mirepoix podía imaginar, las condiciones que le ofrece el senescal no son precisamente draconianas. La población no combatiente del castillo no sufriría ningún tipo de represalias, y la guarnición podía abandonar la fortaleza con sus armas. Los declarados como cátaros solo tenían que someterse a un interrogatorio con el Santo Oficio y renegar de sus heréticas creencias. Para decidir si aceptaban esas condiciones, de Arcis les ofreció una tregua de dos semanas.
Pero tras las dos semanas de espera, el senescal se encontró con que casi todos los pobladores de Montségur se negaron a abjurar de sus creencias. Aparte de la jerarquía de la orden refugiada en el castillo, unos 230 hombres y mujeres fueron apresados y puestos a buen recaudo en una de las estacadas a la espera de decidir que hacer con ellos. Pero la cosa estaba muy clara: un hereje relapso que se negaba a reconocer lo falso de su fe y a abjurar de la misma era carne de hoguera. Incluso les acompañaron al suplicio varios de los defensores de la fortaleza que, siendo laicos, optaron por celebrar el CONSOLAMENTVM y unirse a ellos. El senescal ordenó apilar cien cargas de madera de haya para fabricar una pira capaz de contener a los 250 reos, los cuales bajaron mansamente por la ladera y se entregaron a sus verdugos. Era el 16 de marzo de 1244. Al resto de la guarnición, incluyendo a Raymond de Péreille y a los asesinos de los inquisidores, se les permitió abandonar la fortaleza sin más mientras que los sufridos cátaros eran convertidos en torreznos.
La quema tuvo lugar al pie de la montaña, en un lugar que desde ese día recibió el nombre de prat del cremats (campo de los quemados en occitano). En dicho lugar se ha erigido el monolito que vemos a la izquierda para conmemorar la masacre. En la fría piedra podemos leer la siguiente inscripción:
Als catars, als martirs del pur amor crestian
16 de març de 1244
Su traducción del occitano sería: "A los cátaros, a los mártires del puro amor cristiano. 16 de marzo de 1244".
Bueno, esta es la terrible historia que aconteció en Montségur hace ya casi ocho siglos. La escabechina de herejes fue la estocada en todo lo alto al catarismo. Solo faltaba la puntilla, la cual recibieron unos años más tarde, en 1255, con la caída del castillo de Quéribus. Pero eso ya lo contaré otro día.
Hale, he dicho
Hale, he dicho
El impresionante castillo de Quéribus, último bastión del catarismo |
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