miércoles, 1 de junio de 2016

Fortificaciones del mundo antiguo. Atalayas romanas


Reconstrucción virtual del campamento fortificado construido
por los romanos junto al río Taff en 55 d.C. Este recinto
sirvió de base para el castillo medieval de Cardiff
Por norma, las "personas humanas" suelen identificar los castillos y demás fortificaciones con la Edad Media. De hecho podría decirse que, dentro de ese período histórico, el castillo está relacionado de forma sistemática con la Baja Edad Media, o sea, desde el año 1000 al 1500. Sin embargo, los castillos que todos conocemos tienen un origen muchísimo más remoto ya que, en realidad, la mayoría de las fortificaciones medievales estaban basadas sobre otras anteriores de origen árabe (en España y Portugal) o godo, que a su vez fueron erigidas aprovechando antiguas fortalezas romanas. El motivo de ese constante reciclado, por llamarlo de alguna forma, obedecía a una razón bastante simple: los puntos estratégicos eran básicamente los mismos en el año 100 a.C. que en el 1400 de nuestra era. Es más, muchas de las líneas fortificadas medievales estaban basadas en la defensa de las vías romanas que, aún en uso, constituían los únicos caminos razonablemente buenos en aquella época. Un ejemplo de esto sería la Banda Gallega, a la que ya se dedicó una entrada en su día y que estaba nutrida de fortalezas tanto de origen árabe muy anterior y otras que se construyeron ex-novo.

Reconstrucción de una parte de la muralla de Hattusa, capital del imperio
hitita. A pesar de tener una antigüedad superior a los 3.000 años, su aspecto
no difiere mucho de la cerca urbana de una ciudad medieval
Pero ojo, que nadie piense que los romanos fueron los primeros en construir castillos ya que, muchos siglos antes que ellos, los pueblos de Oriente Próximo ya construían castillos que podrían ser tomados por medievales. Egipcios, hititas, asirios, griegos o judíos se preocuparon de fortificar adecuadamente tanto sus ciudades más importantes como los puntos sensibles de sus respectivos territorios, especialmente las zonas fronterizas por donde podían entrar ejércitos enemigos con aviesas intenciones. Sin embargo, el caso de los romanos era diferente ya que ellos se vieron en la necesidad de establecer campamentos estables para sus legiones, las cuales operaban en territorios que, aunque inicialmente ocupados y luego ya enteramente romanizados, debían defender el imperio de multitud de enemigos foráneos, así como de las belicosas tribus que se negaban a aceptar la presencia de extraños en sus tierras. Con el paso del tiempo, la expansión romana dio lugar a una posterior fase de asentamiento, lo que les obligó a formar las que serían las primeras líneas fortificadas de Occidente: el Muro de Adriano, situado en la actual Escocia y destinado a detener a los fieros pictos, la hoy conocida como Gask Ridge, construida entre los años 70 y 80 en el centro de Escocia y posiblemente la primera línea fortificada de la que se tiene constancia, el Muro de Antonino, a 160 km. al norte del Muro de Adriano o las fortificaciones edificadas por Trajano en la frontera del Danubio son un claro ejemplo del empeño que pusieron los romanos por hacer impenetrables sus fronteras.

Situación de las tres líneas defensivas
construidas en la Britania
Hablamos de murallas de cientos de kilómetros provistas de fortines y campamentos fortificados para impedir a sus más enconados enemigos ir más allá de los LIMITES del imperio. Y, naturalmente, torres de vigía que controlaban tanto los posibles movimientos de tropas allende las fronteras como los cursos fluviales y los caminos. Estas torres, provistas de guarniciones permanentes, vigilaban constantemente que nada se moviera más allá del LIMES y, caso de atisbar algo sospechoso, rápidamente se ponía en marcha un simple pero eficaz sistema de señales para poner sobre aviso a los campamentos más cercanos. La morfología de las atalayas romanas está bastante bien documentada gracias a la Columna de Trajano, una verdadera enciclopedia sobre el ejército romano enrollada sobre los 40 metros de altura de la citada columna, obra del prolífico Apolodoro de Damasco, y la Columna de Marco Aurelio, construida a semejanza de la anterior para conmemorar las victorias imperiales sobre sármatas, cuados y marcomanos. Esto nos ha permitido efectuar reconstrucciones muy aproximadas a su aspecto real, así como sus dimensiones y detalles constructivos.

Básicamente, el patrón constructivo era siempre el mismo: una torre de dos pisos de altura construida a veces sobre una base pétrea de, al menos, la altura de uno de los niveles superiores para dificultar la entrada a posibles atacantes. Como elementos defensivos añadidos contaban con una empalizada circular precedida de un pequeño foso de alrededor de 1,5 metros de profundo similar al que solían cavar en los campamentos. A la derecha tenemos un gráfico que nos permitirá hacernos una idea bastante clara de estas pequeñas fortificaciones. Como se ha dicho la torre era un edificio de planta cuadrangular de entre 3 y 4 metros de lado, casi siempre con un tejado a cuatro aguas. La planta superior disponía de un balcón en todo el perímetro de la torre, lo que permitía mantener la vigilancia protegidos de las inclemencias del tiempo tanto en verano como en invierno. Su escaso espacio interior albergaba a su guarnición que, al parecer, se componía de un CONTVBERNIVM, o sea, ocho legionarios. Cabe suponer que dispondrían de una serie de provisiones en forma de grano, legumbres y salazones que serían repuestos con regularidad, tal vez aprovechando los relevos de la guarnición. La empalizada, formada por simples troncos aguzados, era precedida de un foso simple o doble en función de la peligrosidad del emplazamiento de la torre.



Dicho emplazamiento podía encontrarse tanto en la cima de cerros, oteros y demás posiciones que permitieran disfrutar de una amplia panorámica del territorio adyacente, así como en la orilla de cursos fluviales y caminos. Para comunicarse entre ellos- obviamente enlazaban visualmente unas con otras y con los campamentos- se recurría a las ahumadas durante el día y al fuego por las noches. Para ello podían mantener piras de leña y forraje verde en el exterior de la empalizada, o bien a braseros colocados en perchas en las terrazas. En la ilustración superior podemos ver una torre basada en una de las tipologías que aparecen en la Columna de Trajano. Se trata de un edificio que, como ya se anticipó anteriormente, está basado sobre una zapata de mampuesto que, según Connolly, posiblemente estaría formanda por cuatro paramentos rellenos de tierra colmatada y quizás con troncos intercalados en la obra. El conjunto se erguía sobre una estructura de madera cuyas paredes estaban formadas por entramados de ramas o mimbres que, posteriormente, eran enlucidos con mortero y encalados para proteger de la humedad. El mortero era esgrafiado para simular sillares, recurso este que, como sabemos, se seguía empleando en la Edad Media para engañar al enemigo. La puerta de acceso estaba separada varios metros del suelo, y se accedía a ella mediante una escala de mano. Finalmente, en la terraza podemos ver una pértiga que sustenta un brasero, tal como aparece en la Columna de Trajano, para hacer señales. Por cierto que este sistema constructivo a base de enlucir paramentos formados por entramados de ramas seguía vigente en plena Edad Media, como ya vimos en la entrada dedicada a las primeras torres feudales que dieron lugar a las motas castrales. 


En la imagen superior podemos ver la escena I de la Columna de Trajano en la que aparece este tipo de atalaya, cada una de ellas provista de su pértiga de señales. A la izquierda se ve una gran pira de leña preparada para ser encendida en caso de necesidad, así como dos pilas de forraje para las ahumadas. La hipótesis de que la sillería fuese esgrafiada en vez de real se basa simplemente en una mera cuestión de costos: fabricar una torre de piedra requería obreros especializados, aparte del acarreo del material desde la cantera. Además, una torre aislada poco podía resistir por muy sólida que fuese ya que bastaba esperar a que su mínima guarnición se rindiese, cosa que harían en breve si no querían verse fileteados. De hecho, colijo que pondrían tierra de por medio antes de verse atacados en firme por una caterva de cortadores de cabezas cabreados. Sin embargo, el método constructivo propuesto podría ser llevado a cabo por los mismos legionarios llegado el caso o, a lo sumo, por albañiles corrientes y molientes.

En la misma escena se puede ver otra tipología de torre mucho más básica pero, como la anterior, destinada a controlar el tráfico fluvial por el río Danubio. En este caso se trata de un edificio de solo dos plantas con la primera a nivel del suelo. Carece de terraza, pero dispone de una ventana abatible en cada una de sus caras tanto para dar luz al interior como para hostigar a posibles agresores desde las mismas. El techo es de dos aguas, y como sus hermanas mayores cuenta con una empalizada que rodea enteramente el recinto de la torre. Así mismo, dicha empalizada estaría precedida del foso de rigor. Su sistema constructivo sería el mismo que en el caso anterior y, a pesar de que en la Columna aparecen ambas tipologías con las puertas de acceso de las empalizadas y las torres una tras otra, lo más probable es que no estuvieran enfrentadas por razones obvias. Era una norma en los principios de fortificación de cualquier pueblo de la época que las puertas debían estar en ángulos o posiciones distintas para dificultar al enemigo invadir el recinto.

En la foto de la derecha vemos la torre anterior. Mucho más simple y sin posibilidad de vigilar a distancia al carecer de terraza, lo más probable es que este tipo de torre fuera empleado como un simple puesto de vigilancia fluvial como ya se comentó en el párrafo anterior. Así mismo, sus reducidas dimensiones no darían para el CONTVBERNIVM habitual, sino quizás para una guarnición aún más reducida. Por otro lado, algunos autores sugieren que ni siquiera estarían construidas mediante el sistema comentado más arriba, sino con simples bloques de tepe rematados por una estructura de madera para colocar la techumbre y un entresuelo de tablas.

A la izquierda tenemos la escena LX de la Columna que muestra a un pelotón de legionarios dedicados a la construcción de un recinto, precisamente usando bloques de tepe que extraen del terreno circundante, material este al que estaban habituados a manejar ya que se prestaba a muchas aplicaciones de tipo defensivo. Además, para construir pequeños edificios, parapetos, muros o torres con este tipo de material no se requería más que una correcta delineación, la cual era proporcionada por el ingeniero militar que siempre acompañaba a cada legión. Por cierto que no deja de ser llamativo el hecho de que estos probos ciudadanos no se quitaran la coraza ni para currar, lo que sería un claro indicio de que trabajaban sujetos a una gran presión y aprestados para entrar en combate en cualquier momento.

Por último, a la derecha podemos ver otra tipología, en este caso basada en la Columna de Marco Aurelio. Se trata de una torre construida enteramente de madera si bien sus dimensiones y morfología son básicamente las mismas que en el primer ejemplo que hemos mostrado: dos pisos sobre una base, terraza y tejado a cuatro aguas. Sin embargo, la empalizada no ha sido empleada en esta ocasión, sino una muralla de circunstancias recurriendo a materiales disponibles sobre el terreno. La base de dicha muralla la conforman bloques de tepe con una anchura suficiente como para permitir un camino de ronda sobre el mismo, lo que facilitaría a la guarnición establecer una primera línea defensiva antes de verse obligados a encerrarse en la torre. El parapeto lo conforma una estructura de maderos con entramados de ramas formando un almenado bastante eficiente. La puerta de acceso se encuentra en el mismo talud de tepe y, como está mandado, alrededor del cual se habría cavado un foso. Por los materiales empleados, es evidente que ninguna de ellas ha llegado a nuestros días. Sin embargo, sus dimensiones y estructura aún son perfectamente identificables gracias a los fosos y perforaciones para los postes que aún perduran.

Bueno, como hemos visto las atalayas no son ni mucho menos cosa de la Edad Media, y ya desde muchos siglos antes estaban diseminadas por el imperio para controlar sus fronteras. Y su importancia no era precisamente baladí ya que, por ejemplo, se sabe que Cómodo mandó reconstruir todas las que había distribuidas en la Mauritania, además de edificar otras nuevas para no perder de vista a los pérfidos habitantes de aquella provincia. En fin, vale de momento con esto. Ya hablaremos en otra ocasión de las demás fortificaciones construidas por estos belicosos sujetos.

Hale, he dicho

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