sábado, 11 de junio de 2016

La arquería en el ejército romano


En el ejército romano, el uso del arco y la flecha fue más una obligación que una tradición. De hecho, el empleo de este tipo de armas obedeció a la necesidad de disponer de medios para enfrentarse a determinados tipos de tropas ya que, de por sí, el legionario solo se encontraba a gusto combatiendo como infante. A esto debemos añadir que en Roma, fiel seguidora cultural y militar del mundo helenísitico, el empleo de armas que mataban a distancia no estaba bien visto por considerarse impropio del valor viril no acabar con los enemigos cara a cara, salpicándose con su sangre asquerosa. El ejemplo más característico de este punto de vista lo tenemos en como el priamida Paris acaba con el peleida Aquiles: le endilga un flechazo porque es un cobarde afeminado incapaz de enfrentarse al héroe por antonomasia en igualdad de condiciones. Ese era el modo de ver estas armas hasta que a los cada vez más boyantes romanos no les quedó otra que aceptarlas porque no les quedaba otro remedio.

Arquero sasánida
Sin embargo, una vez admitido que el arco era un arma eficaz, sobre todo a la hora de verse las caras con los pueblos orientales, muy diestros en su manejo, pues se preocuparon de disponer de unidades de arqueros si bien, como era habitual en ellos, preferían que fueran auxiliares nativos de pueblos que, al igual que sus enemigos, tuvieran tradición arquera. Esa inteligente estrategia fue la misma por la que recurrieron a reclutar tropas de caballería entre los pueblos en los que el binomio hombre-caballo era una tradición secular, como ocurría con los celtíberos o los germanos, o a tener en sus ejércitos honderos baleares porque esos belicosos isleños aprendían a tirar con una honda antes de mudar los dientes de leche. Y, por las mismas razones, reclutaron arqueros entre los pueblos de su imperio que hacían del arco poco menos que una religión, como ocurría con los nubios, escitas o sirios, que ya tiraban con arco en tiempos de Noé, o los dacios y los panonios, que eran magníficos arqueros a caballo.

Pero en esta primera entrada dedicada a la arquería en el ejército romano nos limitaremos de momento a estudiar las armas al uso así como las diversas tipologías de proyectiles empleados, dejando para mejor ocasión las unidades de arqueros que sirvieron en las legiones, así como su forma de combatir, despliegue táctico, etc. Dicho esto, al grano pues.

Debido precisamente al hecho de que los arqueros que servían en las legiones romanas procedían de diferentes naciones, no había un arco reglamentario propiamente dicho como ocurría con las lanzas, las espadas y demás piezas de la panoplia militar romana. Es decir, que dependiendo del origen de los miembros de cada unidad de auxiliares, en el ejército romano se utilizaban dos tipologías diferentes, a saber: 


Por un lado tenemos el arco de una pieza similar al que posteriormente se utilizó en Europa durante la Edad Media, concretamente el mismo que conocemos como arco largo. Para su fabricación era preciso recurrir a maderas con fibras largas, que soportasen la flexión y recuperasen su forma original tras soltar la cuerda para obtener se ese modo un máximo rendimiento. Este tipo de arcos, con el paso del tiempo, acababan perdiendo propiedades ya que la madera acababa viciándose si bien para alargar al máximo su vida operativa solo se montaba la cuerda a la hora de utilizarlo. Contrariamente a lo que se suelen pensar, estos arcos eran mucho menos precisos que los utilizados por los pueblos orientales ya que, debido a la gran longitud del arco, mínimo 180 cm., una pequeña variación en el tensado o en el ángulo de tiro podía significar un error de puntería notable. Así mismo, la gran longitud de esta tipología impedía su uso a cualquier tipo de tropas que no fuesen de infantería. De ello podemos deducir que este tipo de arcos estaba concebido para su uso masivo, tal como se siguió empleando en la Edad Media, donde un elevado grado de precisión era irrelevante ya que se trataba de lanzar andanadas de cientos o miles de proyectiles contra una masa de enemigos avanzando por el campo de batalla. Por otro lado, la longitud del arma implicaba tener que ejercer una tensión mucho mayor que con un arco más corto para obtener una buena velocidad inicial tanto en cuanto, por otro lado, la separación entre la cuerda y la empuñadura apenas excedía de los 12 ó 14 cm. Finalmente, debemos concretar que los arqueros equipados con esta tipología procedían de las provincias occidentales del imperio, especialmente los pueblos celtas. Los arqueros solían proceder de las clases sociales más bajas ya que el arco era un arma muchísimo más barata que la espada o el hacha, armas estas que, como sabemos, otorgaban a sus propietarios un estatus muy elevado dentro de su comunidad.


Arco escita
La otra tipología al uso era el arco compuesto, y dentro de esta las diferentes variantes en función del pueblo que lo fabricase. Así pues, podemos diferenciar dos sub-tipos diferenciados, ambos procedentes del arco huno: el arco escita y el arco turco. Estos arcos superaban al simple en todos los aspectos. Eran más pequeños, lo que permitía usarlos tanto a caballo como a pie, y por su estructura era preciso un esfuerzo mucho menor para tensarlo. Por otro lado, eran más precisos que los arcos simples ya que era posible ejercer sobre ellos una mayor tensión, lo que se traducía en una velocidad inicial más elevada y, por ende, una precisión y una capacidad de penetración de los proyectiles también más elevados. Por último, su manejabilidad y el menor esfuerzo necesario para efectuar un disparo permitían a sus usuarios una mayor cadencia de tiro.


Arco turco, el más directo heredero del arco huno. Obsérvese
la gran capacidad de flexión del arma
Como inconvenientes, estos arcos requerían una elaboración mucho más cuidadosa, eran muy caros, precisaban de muchísimo más tiempo darlos por terminados y su mantenimiento era más minucioso que en los arcos simples. De hecho, parece ser que eran necesarios nada menos que diez años para lograr dar por terminado un arco compuesto, tiempo este necesario para que los pegamentos que unían sus diferentes piezas de madera, asta y tendones se secaran lo suficiente como para permitir tensarlo sin que saltaran hechos pedazos. En la entrada que se dedicó en su momento a los arcos compuestos se explicó todo el proceso de manufactura, así como los cuidados que requerían estas armas para lograr que durasen más tiempo. Por cierto que puede que algunos se pregunten por qué motivo desde tiempos tan remotos ya se fabricaban los arcos compuestos en vez de los simples que, aunque menos precisos, para su elaboración no se necesitaban los profundos conocimientos que eran precisos para unir los distintos fragmentos de madera, asta y tendones que se requerían para fabricar un arco compuesto. La respuesta es simple: en las zonas donde surgieron estas tipologías no había precisamente abundancia de madera, lo que implicaba una gran escasez de árboles con las características necesarias para obtener un simple palo que sirviese como arco. Por ese motivo, el personal se las ingenió para obtener un arma con los materiales disponibles que, al mismo tiempo, sirvieran para ello.


Fragmento de la decoración de una vasija de electrón
procedente del ajuar funerario de Kul-Oba
En lo tocante a su manipulación, al igual que ocurría con el arco simple se conservaban con la cuerda desmontada hasta que llegaba la hora de combatir. La finalidad de esta costumbre era la misma, impedir que con una tensión constante se fuera perdiendo poco a poco la curvatura natural del arma que, caso de perderla en parte, suponía una disminución de su potencia y, por ende, de su efectividad. Para montar la cuerda era preciso colocar el arco como vemos en la ilustración de la derecha, en la que aparece un arquero escita efectuando dicha operación. Al tratarse de un arco que en estado de reposo tenía la curvatura del mismo invertida, era más complejo flexionarlo para volverlo hacia el lado opuesto, y por esa razón también se necesitaba ejercer una mayor fuerza que la necesaria para armar la cuerda de un arco simple. De ahí que el arquero que vemos tuviese que ayudarse de las dos piernas para curvar su arco y poder montar la cuerda. Por si alguien no lo ve claro, lo explico: tras enganchar la cuerda en la pala inferior, apoya esta contra el muslo derecho y hace palanca con la corva de la pierna izquierda para tensar el arco y poder enganchar la cuerda en la pala superior. Por cierto que lo que parece otro arco y asoma por el costado izquierdo del arquero es en efecto uno de repuesto que iba introducido en una funda. Y, contrariamente al caso de los arqueros reclutados en las provincias occidentales, los que usaban arcos compuestos procedían de las élites militares y sociales de sus respectivos pueblos, donde ser arquero era precisamente lo propio de las personas de rangos elevados.


Bien, estos eran los arcos utilizados por los SAGITARII de las legiones romanas. Sin embargo, del mismo modo que las armas eran diferentes, las flechas usadas sí estaban fabricadas conforme a una serie de patrones que eran similares en todo el imperio, y su manufactura estaba en manos de las FABRICÆ repartidas por los distintos territorios y que proveían al ejército romano. La tipología más significativa es la que vemos a la derecha. Se trata de una punta trilobular de la que se han encontrado ejemplares repartidos por todas las zonas del imperio y que ya era empleada en los primeros tiempos de los SAGITARII de la República. Estas puntas, elaboradas mediante forja, eran bastante complejas de fabricar. De hecho, solo el personal muy cualificado de las FABRICÆ estaban capacitados para llevar a cabo los doce pasos necesarios para terminar cada una de estas puntas, pasos estos que, según se ha podido constatar en la fabricación de réplicas actuales, suponían una inversión de nada menos que una hora y cuarenta y cinco minutos de media por unidad. Una hora y tres cuartos por punta, y se trataba de fabricar decenas de miles de ellas, así que ya podemos hacernos una idea de la capacidad productiva de los herreros del ejército. Esta, y no otra, podría ser la causa de que esta tipología no fuese más allá de la duración del imperio, ya que en la Edad Media había desaparecido del mapa por otros tipos más fáciles de fabricar y con unas cualidades similares.

Porque, lógicamente, esta tipología aunaba un enorme poder de penetración en casi todos los tipos de superficie, así como una resistencia estructural notable precisamente por su sección, que se asemejaría a la de las hojas de algunas bayonetas de cubo de siglos más tarde. En cuanto a los métodos de fijación al asta, podían ser mediante pedúnculos o cubos de enmangue. El primero, de más fácil elaboración, conllevaba además un peligro añadido hacia el que recibía un flechazo ya que la de pedúnculo, que solo iba embutido en el asta, quedaría dentro del cuerpo de la víctima cuando se intentase extraer la flecha con las consecuencias que ya podemos imaginar.


Pero el surtido de puntas no se limitaba a las trilobulares. Otra tipología muy extendida la podemos ver a la izquierda, en la que mostramos varios ejemplares en los que se basaron los cuadrillos medievales. Según podemos apreciar, se empleaban puntas de sección cuadrangular, triangular e incluso circular, todas ellas destinadas a perforar las armaduras enemigas, casi siempre de escamas o de anillas. Así pues, estas puntas actuaban como cuadrillos o pasadores que, como en el caso de las trilobulares, también se armaban en las astas mediante pedúnculos y cubos de enmangue. Pero al contrario que las anteriores, estas eran muy fáciles de fabricar, y cualquier herrero podía forjar cientos de ellas sin precisar conocimientos especiales.


Algo menos extendidas, sobre todo entre los SAGITARII de origen oriental, son los ejemplares que vemos a la derecha que, por el contrario, eran mucho más populares en Occidente, sobre todo la barbada que vemos en la parte superior del gráfico, propia de los pueblos celtas. La que aparece debajo es similar a las antiguas palmelas de la Edad de Bronce con engarce de pedúnculo. Conviene aclarar que cada arquero portaba en su aljaba flechas con varios tipos de punta, las cuales se empleaban en función del enemigo a batir.  


Por último, a la izquierda podemos ver las puntas para flechas incendiarias. Esta tipología, que ya se ha mencionado en las entradas dedicadas a las armas incendiarias durante la Edad Media, consistían en puntas con tres o cuatro brazos que formaban un hueco donde se introducía estopa impregnada en brea, aceite o aceite de roca. Su uso no era otro que intentar propalar incendios en las máquinas, estructuras o edificios lígneos de los enemigos, y no como suele salir en las películas de romanos, en las que aparecen en plena batalla campal porque mola mucho eso de clavársela a un germano en plena jeta y dejarlo tirado en el suelo con el cráneo atravesado, como si una flecha ardiendo fuese más letal en un caso así que una trilobular de las que vimos al principio.


En cuanto a las aljabas, cada unidad usaba la propia de su cultura. No obstante, según se pueden apreciar en la Columna de Trajano, la aljaba normalizada del ejército romano era una pieza de cuero cilíndrica como la que aparece en la ilustración de cabecera. Ojo, el cuero podría ser el forro de una estructura de madera de la que no tenemos noticia ya que nadie se preocupó en dejar escrito como estaban fabricadas. En todo caso, este tipo de aljaba iba colgada de la espalda y fijada al BALTEVS para que no oscilase al caminar. En el caso de los arqueros a caballo la llevaban colgando de la parte trasera de la silla o bien de la cintura. Pero también se usaban fundas para los arcos, como en el caso de las unidades nutridas por sasánidas como el que vemos en la foto de la derecha. En la misma se aprecia dicha funda, que recibía el nombre de kamandan, colgando del costado izquierdo. En el lado opuesto, oculto por el caballo pende la aljaba, la cual era denominada como tirdan.


Por el contrario, los escitas (ilustración de la izquierda) y los partos utilizaban una funda en la que se guardaban tanto el arco como las flechas. Estas fundas se fabricaban, según se ha deducido por restos hallados en ajuares funerarios, con corteza de abedul forrada de cuero a las que se les añadían con fines decorativos motivos de bronce. Cada arquero, perteneciese al pueblo que fuere, iba equipado con unas flechas cuyos astiles tenían la longitud adecuada para su arco. Para los que lo desconozcan, cada arquero tiene que usar un arma acorde a sus dimensiones corporales, o sea, que su nivel de tensión máximo debe ajustarse a la longitud de sus brazos. Por ese motivo, cada arco tendrá un tamaño concreto, así como las flechas que disparaban las cuales no podían ser ni demasiado cortas, lo que obligaría a tensar menos el arma mermando así su velocidad y alcance, ni demasiado largas ya que les restarían precisión y alcance por resultar demasiado pesadas. Para fabricar las astas se solían emplear neas, juncos y espadañas, las cuales no podían usarse hasta que estuviesen bien secas y rectas. Estos materiales eran muy ligeros, flexibles y resistentes, y absorbían los impactos sin saltar hechas añicos incluso cuando golpeaban contra una armadura. 


Por último, sólo nos resta mencionar los estabilizadores, los cuales se montaban en número de tres y se fabricaban con plumas de aves. Estos estabilizadores, cuya morfología conocemos gracias a los hallados en Dura Europos (gráfico superior), solían ir pegados al astil, y a veces con la unión reforzada por una fina tira de tendón. Como ya se comentó más arriba, cada arquero llevaba su provisión de flechas conforme a las dimensiones de su arco si bien parece ser factible que, tras agotarlas, recurriesen a recuperar las que había sobre el terreno aunque no tuviesen el tamaño adecuado.

En fin, con esto damos por concluida la entrada de hoy. En sucesivos artículos ya iremos hablando de otras cuestiones referentes a la arquería en los ejércitos romanos, que dan para mucho tema.

Hale, he dicho


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