martes, 13 de diciembre de 2016

Morteros pedreros



Grabado de la obra de Malthus "Práctica de la
Guerra", publicada en París en 1650, en la que
se ve a un Júpiter Tonante lanzando rayos sobre
una ciudad sitiada. Sobre las llamas se
distinguen las bombas cayendo sobre la misma
Al hilo de la entrada anterior, he caído en la cuenta de que este tipo de armas ya se trató hace unos cuantos años si bien de forma bastante breve, así que no vendría nada mal una actualización más enjundiosa por tratarse de una pieza que gozó de bastante popularidad en su época, o sea, desde el siglo XVIII hasta el tercer cuarto del XIX, cuando cayeron en la obsolescencia debido a la aparición de la artillería de retrocarga. Ante todo, no confundamos estos pedreros con los añejos morteros medievales denominados del mismo modo pero que disparaban bolaños de piedra. A modo de recordatorio, comentar que los morteros en general surgieron de la necesidad de disponer de armas capaces de efectuar disparos con trayectoria curva para que sus proyectiles alcanzaran el interior de las fortificaciones, y que los morteros capaces de disparar bombas fueron inventados en 1634 por un inglés por nombre Francis Malthus el cual estaba al servicio del rey francés como capitán general de minas y zapas, y su estreno tuvo lugar en el asedio de La Motte mientras que en España se emplearon por primera vez en el sitio de Fuenterrabía, en 1638.

En segundo término vemos un pedrero en acción
Para los que lo desconozcan, los pedreros eran una variante de los morteros convencionales ideados para disparar piedras en vez de bombas. Al sufrir menos presión durante el disparo las paredes del ánima eran de menos grosor ya que, debido a que la munición era más liviana que una bomba, precisaban de una carga inferior de pólvora, que por lo general era de dos libras, o sea, 920 gramos. Así mismo, para poder arrojar un mayor número de proyectiles sobre los enemigos su calibre era mayor, estableciéndose como reglamentario el de 19 pulgadas (44,1 cm.) en la Real Ordenanza de 1756 si bien anteriormente se fabricaron de 12 y 16 pulgadas (27,9 y 37,1 cm.). La longitud de la pieza era de entre 12 y 14 calibres, es decir, entre 53 y 62 cm. No obstante, de la misma forma que un mortero convencional podía disparar piedras, un pedrero también podía disparar bombas o polladas si bien su alcance se veía muy reducido a causa de sus limitaciones en la carga. En cualquier caso, el alcance de un pedrero con su carga de piedras era de apenas 290 metros. Debido a ello, en caso de ser empleados como pieza de sitio se los emplazaba cuando las trincheras de aproximación se encontraban a corta distancia del objetivo a batir.

Mortero de 16" de recámara cilíndrica fundido en Sevilla y bautizado
como El Búho. Era habitual darles nombres de lo más variopinto, como
Gavilán, Esphanto, El Tigre, Ícaro, etc.
Pero, antes de proseguir con los aspectos técnicos de estas armas, quizás convenga explicar algo acerca de su efectividad y de la conveniencia de su empleo ya que es posible que más de uno cuestione su eficacia. De entrada, conviene considerar que el costo de fabricación de estas piezas era inferior. Menos material implicaba menos gasto en todos los sentidos incluyendo el tipo de afuste sobre el que serían montados, en este caso de madera, mientras que los morteros convencionales precisaban de afustes de bronce. Así, mientras que el afuste del pedrero costaba durante el primer cuarto del siglo XIX 4.259 reales, uno de bronce para un mortero de 14" salía por más del doble, 9.314 reales en el caso de los de recámara cilíndrica y 11.025 los de recámara cónica. Por otro lado, las piedras eran muy efectivas contra las tropas que defendían o atacaban una plaza. Un simple guijarro de menos de un kilo de peso era más que suficiente para reventar un cráneo o para producir heridas muy serias, y si se disparaban piedras llenas de aristas o pedernales pues aún más. Por último, comentar que eran especialmente efectivos durante la noche ya que el personal, que podía ver con antelación la trayectoria de una bomba gracias a la espoleta ardiendo y ponerse a cubierto, no tenía ni idea de por donde caería la enésima lluvia de piedras, lo que debía hacer bastante inquietante pasearse sabiendo que en cualquier momento un pedrusco podía dejarlo en el sitio.

Como vemos, por el hecho de disparar piedras no eran menos temibles y, a todo lo dicho, añadir que, como es más que evidente, la disponibilidad de munición era permanente y, encima, gratis salvo que uno pretendiera usarlo en mitad del Sáhara, donde hay tantas piedras como fuentes de agua cristalina y fresquita. En lo referente al proceso de carga, el cual podemos ver en el gráfico de la izquierda, era más o menos similar al de los morteros convencionales. Una vez alojado el saquillo de pólvora A en la recámara, se vertía tierra B para aumentar la compresión de la carga. Sobre la tierra se colocaba un taco C de hierba o heno, tras lo cual se atacaba el conjunto. A continuación se tapaba todo con un plato o disco de madera D cuya misión era servir de plataforma a la carga de piedras. Este plato era plano por la parte superior y curvado por la inferior para que se adaptase a la forma del ánima, con lo que se lograba una mayor velocidad en los proyectiles, así como menos dispersión de los mismos. 

En lo referente a la carga, esta podía ser de piedras de un peso de entre 2, 6 u 8 libras (aprox. 0,85, 2,8 y 3,6 kilos),  o bien añadir una de unas dimensiones superiores, llamada piedra maestra, que se colocaba en el centro. La finalidad de esta piedra era destruir techumbres, cobertizos o instalaciones de cualquier tipo en el interior de la plaza asediada. Del mismo modo se podía añadir, guardando la misma disposición, una granada para lograr unos efectos aún más letales ya que esta, al explotar en el interior de una dependencia, resultaría devastadora. Por otro lado, la carga no se efectuaba volcando dentro un cubo lleno de piedras. Antes al contrario, para lograr el máximo rendimiento debían ser distribuidas cuidadosamente sobre el plato de madera, procurando que las más pequeñas estuvieran en la parte exterior y las mayores en el centro. Así mismo, era preciso tener en cuenta que las que tuviesen aristas no fueran colocadas tocando el ánima para que esta no resultase dañada. Pero, además de su carga convencional, los pedreros podían disparar una bomba tal como se comentó anteriormente. En este caso, el proceso de carga variaba ya que había que ajustar el proyectil, siempre de un tamaño inferior, al ánima del pedrero. Según vemos en el gráfico superior, una vez introducida la bomba se podía ajustar con tierra tal como aparece en A, o mediante cuñas de madera según la figura B. En ese caso, como es lógico, el alcance se veía notoriamente disminuido ya que cargando una bomba de 12" era de solo 200 metros. Otra opción era colocar sobre las piedras entre una y tres granadas de mano, las cuales, al igual que en el caso de la bomba, debían ser prendidas antes de efectuar el disparo.

Por lo demás, en el caso de efectuarse cargas con piedras, estas podían ir sueltas como ya se ha explicado o bien contenidas en cestos de mimbre, lo que siempre resultaba más ventajoso por dos motivos: uno, porque disminuía la dispersión de los proyectiles, y dos porque no se dañaba el ánima del mortero. La dotación de platos de madera y de cestos era de entre 800 y 1.000 unidades por pieza dependiendo de la época. A la hora de emplazar las baterías se construían unas plataformas de madera levemente inclinadas hacia adelante. Estas plataformas, según vemos en el gráfico de la izquierda, estaban formadas por durmientes cubiertos de tablones de entre 5 y 6 pulgadas de grosor. Estas plataformas debían estar asentadas sobre un terreno firme ya que debían soportar el enorme peso de la pieza: 1.288 kilos el mortero y 885 el afuste, lo que hacen un total de 2.173 kilos nada menos. Las dimensiones de la plataforma eran aproximadamente de 3 metros de largo por dos de ancho. La dotación estaba formada por un artillero y tres soldados, los cuales debían fabricar la plataforma, disponer los juegos de armas, y proveer el repuesto que debía estar situado a 30 pasos de la pieza, unos 42 metros, para impedir que, en caso de que el mortero explotase, no se produjese una catástrofe al estallar por simpatía la provisión de pólvora. 

En lo tocante a las maniobras previas al disparo, constaban de seis operaciones distintas llevadas a cabo por la dotación de la pieza y ordenadas por el comandante de la batería. Previamente, el pedrero había sido emplazado sobre su plataforma y colocado en el afuste mediante una cabria ya que estos chismes no eran transportados sobre cureñas rodantes como los cañones. Así pues, a continuación daremos cuenta de las citadas maniobras con una somera descripción de en qué consistía cada una de ellas:

1. ¡Promedien el pedrero!

Consistía en orientar la pieza. Para ello se valían de espeques, cuatro por arma, manejados por la dotación al completo. De ese modo se alineaba respecto a la dirección del objetivo. Para ello, el artillero se ayudaba de una pínula, que era un instrumento como el que vemos a la derecha y que, previamente colocado sobre el espaldón de la batería, permitía alinear verticalmente la pieza. El motivo de colocarla sobre el espaldón, que era el parapeto tras el que se emplazaba la batería, era simplemente porque debido a su altura los artilleros no podían ver el blanco.

2. ¡Dispónganse a cargar el pedrero!

Una vez había sido alineada la pieza llegaba el momento de cargarla, para lo cual se quitaba el tapabocas, caso de ser el primer disparo, y se traían desde el repuesto el guarda-fuego conteniendo el saquillo de pólvora, el taco, la tierra ya cernida, el plato de madera y el cesto con las piedras. Durante esas operaciones, uno de los servidores limpiaba el ánima con un rascador y un escobillón. A la derecha podemos ver el aspecto del guarda-fuego, que era un contenedor de hojalata por lo general si bien también se fabricaban de madera y cuero. Cada pieza tenía asignados dos unidades, y su cometido no era otro que transportar los saquillos desde el repuesto a la pieza sin que se mojasen en caso de lluvia o si caían cerca chispas procedentes de explosiones que pudieran inflamar la pólvora. A continuación aparece la aguja con que se perforaba dicho saquillo introduciéndola por el oído de la pieza. 

3. ¡Carguen el pedrero!

En este paso se siguen las operaciones descritas anteriormente en lo tocante a la colocación de cada elemento de la carga en el interior del mortero.

4. ¡Apunten y gradúen!

En esta operación el artillero apuntará el arma ayudándose de la escuadra. Para ello, dos de los servidores elevarán la pieza con la ayuda de los espeques hasta que, una vez calculado el ángulo de tiro, quede bloqueada colocando bajo la misma una cuña. Una aclaración: apuntar el arma era un proceso un tanto complejo ya que había que efectuar cálculos muy precisos que vamos a obviar pero, en cualquier caso, que conste que solo personal adiestrado en ese menester era capaz de llevarlo a cabo con eficiencia.

5. ¡Ceben!

Se cebará el fogón con polvorilla, que en la foto de la derecha hemos marcado en rojo. En los morteros, esta pieza saliente tenía como objeto impedir que la pólvora se derramase debido al elevado ángulo con que disparaban. Previamente, el artillero había perforado el saquillo de pólvora. Mientras tanto, uno de los servidores disponía el botafuego para prender el cebado. 

6. ¡Fuego!

Pues eso, fuego. Previamente, todos los servidores menos el artillero se habían colocado fuera de la plataforma. Se arrimaba el botafuego al fogón, se inflamaba la polvorilla y se escuchaba un fastuoso estampido precedido por una llamarada impresionante. A continuación, caso de que el comandante de la batería dispusiese que deberían seguir disparando, se ordenaba "¡entren en batería el pedrero!", lo que significaba que todo el proceso debía repetirse. Caso contrario se ordenaba alto el fuego.

En fin, así eran y así funcionaban estas piezas. Solo añadir que no debemos confundir los pedreros terrestres con los navales. Estos últimos, cuyo aspecto podemos ver en la figura superior, eran los típicos falconetes instalados sobre pivotes cuya misión era batir las cubiertas enemigas o las pequeñas embarcaciones que se aproximasen con aviesas intenciones. Conviene tener esto muy en cuenta ya que, posiblemente, muchos hayan leído que tal o cual navío estaba armado con equis cañones y dos o cuatro pedreros. Obviamente, un pedrero terrestre poco podía hacer en un barco, así que a lo que se refieren es a los cañones de pivote de la ilustración. En todo caso, ya hablaremos de ellos en otra ocasión.

Bueno, se acabó lo que se daba.

Hale, he dicho

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