martes, 28 de marzo de 2017

Métodos de decapitación. El patíbulo de Halifax


Grabado que muestra el patíbulo de Halifax
hacia 1650
Prosiguiendo con esta ilustrativa temática acerca de los métodos empleados por nuestros ancestros para enviar al Más Allá a los malvados que contravenían las leyes en el Más Acá, hoy hablaremos de otro artefacto concebido para descabezar al personal con limpieza y rapidez, quizás inspirado en la mannaia empleada en Alemania e Italia que vimos en la entrada anterior. Pero antes de nada debemos aclarar una cuestión importante respecto al nombre del chisme que nos ocupa para que no haya lugar a equívocos. Como vemos, la entrada la hemos titulado como "el patíbulo de Halifax" tomando una acepción distinta de su nombre original en inglés (Dios maldiga a Nelson), Halifax Gibbet. Gibbet significa horca en la odiosa lengua de los anglosajones, pero sería de necios denominar horca a una máquina que no ahorcaba ni a un gato sino que más bien le cortaba la cabeza. Por lo tanto, he preferido tomar una acepción diferente, en concreto patíbulo, ya que colijo que en nuestro insigne idioma define mejor el concepto con que se pretendía identificar al artefacto que, por cierto, durante toda su larga vida operativa estuvo siempre ubicado en un patíbulo de fábrica de forma permanente, y no de esos construidos de madera para la ocasión. Aclarado esto, procedamos.

Ahorcamiento en la Inglaterra del siglo XVI
Como es de todos sabido, y si no lo saben da lo mismo porque yo les informo, en la Inglaterra medieval la decapitación, ya fuese con hacha o con espada, estaba reservada a personajes de fuste. O sea, que al resto de súbditos los ahorcaban o, si el delito era especialmente grave, los ponían en manos de los virtuosos verdugos de la época para ser enrodados o sometidos a cualquier otro sistema especialmente doloroso y agónico. Sin embargo, en Halifax todos los delincuentes pasaban por esta curiosa máquina que, a la vista de su aspecto, podríamos considerar como el verdadero prototipo de la guillotina. Así pues, antes de dar cuenta del funcionamiento de este artefacto, no estaría demás relatar sus curiosos orígenes ya que fue un caso único en toda la Inglaterra (Dios maldiga a Nelson por enésima vez).

Grabado que muestra la Halifax Gibbet y una
reproducción de la cuchilla original
Halifax es una población situada en el condado de Yorkshire, al norte del país. Sus nulos recursos agrarios obligaron a la población desde muy antiguo a dedicarse a la industria, concretamente la manufactura de la lana y la confección de tejidos, de lo que se tiene constancia desde 1150 aproximadamente. Debido al enorme movimiento de mercaderías que se producía en una ciudad donde hasta los ratones le daban al telar, los pícaros y cacos de toda la comarca se daban cita en la población para robar las preciadas telas que luego vendían para sacarse un buen dinero. De hecho, lo tenían muy fácil ya que tanto en la población como en sus alrededores había centenares de bastidores en los que los industriosos vecinos de Halifax colgaban y ponían a secar las piezas de tela terminadas tras recibir el tinte. A tanto llegó el expolio que los vecinos, muy cabreados y hartos de tanto latrocinio, exigieron a las autoridades locales que los ladrones atrapados in fraganti, o bien a posteriori pero con el producto del robo encima, o incluso siendo simplemente identificados, debían ser condenados a muerte con el fin de, además de hacerles pagar por su crimen, quitarles las ganas a otros chorizos de merodear por allí. Esto dio lugar en 1286 a la Halifax Gibbet Law, que traduciríamos literalmente como Ley de la Horca de Halifax, siendo su primera víctima un tal John Dalton, ejecutado aquel mismo año.

Libro datado hacia 1761 que muestra el patíbulo "en su emplazamiento
real". Al fondo se ven las casas de Halifax
Pero en Halifax no había nadie dispuesto a ejercer como verdugo, oficio ruin y vil como ninguno y reservado a los individuos de más baja extracción social, como cuñados, políticos y compadres gorrones. En Halifax toda la población estaba formada por laboriosos burgueses a los que llenaba de espanto y asco tener que dar muerte a una persona humana aunque fuera un criminal, así que se vieron en un grave problema. No se sabe quién inventó la máquina decapitadora, pero una balada compuesta en 1600 por un tal Thomas Deloney daba detalles bastante precisos al respecto. En dicha historia narraba como un fraile que acababa de llegar a la ciudad ideó una forma de ejecutar a los reos sin que nadie tuviera que pringarse y, menos aún, sentirse como responsable directo de la muerte del condenado. No sería ninguna locura pensar que, en efecto, este fraile hubiese llegado de algún lugar de Europa Central donde pudo ver una mannaia en funcionamiento, surgiendo de su propio ingenio la forma de hacer que la máquina funcionase sin la acción directa de un verdugo que tenía que golpear con un mazo la cuchilla.

Raphael Holinshed
El funcionamiento de este artefacto ya fue detallado con gran precisión por Raphael Holinshed (1529-1580), un historiador que tuvo la gentileza de legarnos cantidad de crónicas sobre todos los reinos de la brumosa isla. En una de dichas crónicas daba cuenta del excepcional caso de Halifax, donde se decapitaba a los reos por cualquier delito que en el resto del país se castigaba con la horca, la hoguera, etc. Así mismo, daba cuenta de los motivos por los que un delincuente podía acabar en el patíbulo: si el valor de las mercancías robadas excedían de trece peniques y medio, adiós muy buenas. No obstante, en un alarde de garantismo judicial, cuatro alguaciles debían constatar que, en efecto, el importe de lo robado superaba dicha suma, tras lo cual el reo era irremisiblemente condenado a morir en día de mercado, que era cuando aquello se ponía de bote en bote y toda la comarca acudía a Halifax a sus negocios. En la ciudad había tres días de mercado, los martes, los jueves y los sábados. Así pues, si la condena tenía lugar precisamente en día de mercado no perdían el tiempo y lo apiolaban sin más demora. Caso contrario esperaban a uno de esos días para amputar la cabeza del ladrón.

El reo era conducido al patíbulo u horca situado en las afueras de la población. Esta construcción era una obra de sillería de cuatro pies de alto por trece de lado, o sea, unos 120 cm. de altura y 4 metros de lado. La descripción que Holinshed hizo de la máquina se corresponde con la réplica que se fabricó en 1974 y que se conserva actualmente en el patíbulo, también restaurado, de Halifax, si bien a la vista de diversas ilustraciones su diseño sufrió algunas reformas a lo largo del tiempo. El modelo que vio el cronista consistía en un bastidor formado por dos vigas de unos 4,5 metros de alto con sus caras internas acanaladas para que pudiera deslizarse un enorme bloque de madera de unos 130 cm. de largo cuya finalidad era lastrar la hoja de hacha colocada en su parte inferior y, de ese modo, imprimirle la energía suficiente para cortar el cuello del reo. Este bastidor se asentaba sobre una base y estaba apuntalado por unos largueros para dar estabilidad al conjunto. El reo se situaba tumbado boca abajo apoyando su cuello en un pequeño tocón desprovisto de cualquier sistema de sujeción que le impidiera moverse o incluso apartarse. En la foto superior vemos la réplica antes mencionada desprovista de sus mecanismos, los cuales hemos recreado en la ilustración de la derecha en base a las descripciones de su funcionamiento. Al parecer, el bloque de madera era alzado tirando de una larga cuerda mediante la polea que vemos bajo el travesaño superior. La cuerda está anudada a una argolla embutida en el bloque y retenida mediante un pasador que, al ser retirado, liberaba el citado bloque, que caía desde una altura de unos 2 metros aproximadamente. 


Grabado aparecido en The Picture Magazine en 1894. En este caso, el
encargado de hacer las veces de verdugo es un caballo. Cabe suponer que
los probos ciudadanos que están alineados en el patíbulo eran los
que tiraban de la soga que liberaba la cuchilla
Sin embargo, lo más peculiar radicaba en el hecho de que, ante la ausencia de verdugo, todos los hombres presentes colaboraban en el ajusticiamiento del reo. La fórmula era en plan "Fuenteovejuna, todos a una", ya que los presentes agarraban la soga que sujetaba el pasador y tiraban al unísono de la misma. De esa forma, todos y ninguno se habían pringado ya que incluso los que no tenían sitio para agarrarla alargaban el brazo hacia la soga de forma simbólica. Pero la cosa no quedaba ahí, ya que ese protocolo solo se llevaba a cabo con los ladrones de tejidos, dineros o cualquier objeto inanimado. Si por el contrario el ladrón había robado un caballo, una vaca o cualquier otra res, entonces era el animal el encargado de tirar de la soga. No obstante, suponemos que si lo que había robado era una gallina los vecinos le echarían una mano a la plumífera, ya que esta carecía de la fuerza necesaria para culminar la ejecución.


La cuchilla no era precisamente una pluma. Su peso es
 de tres kilos y medio
El golpe que imprimía la cuchilla al caer era tan bestial que las cabezas del personal salían disparadas a gran distancia, habiendo varias anécdotas un tanto truculentas al respecto, como una que relata como la cabeza de una condenada acabó en el regazo de una de las asistentes al evento, mordiendo la ropa de la susodicha sin que esta pudiera quitársela de encima con el evidente cabreo, cuando no espanto. Es de todos sabido que una cabeza cortada de un fulminante tajo conserva ciertos reflejos durante unos instantes, como ocurrió con la de Carlota Corday, de la que se dice que puso gesto de enfado cuando el verdugo la sacó del cesto y le dio una bofetada. Que acojone, ¿no? Por otro lado, la cuchilla no estaba especialmente afilada ya que bastaba la energía cinética que acumulaba al asestar el golpe para cercenar el cuello del reo, si bien no de una forma limpia como ocurría con la guillotina, sino más bien por aplastamiento. En la foto superior podemos ver la última cuchilla empleada, la cual estaba depositada en la mansión del Lord de Wakefield. Como se ve, no era precisamente un prodigio de la industria metalúrgica local, pero daba el avío. Los orificios son para los pasadores que la sujetaban al bloque de madera.


Por cierto que en el grabado del caballo-verdugo vemos una máquina diferente a la descrita por Holinshed ya que carece del enorme bloque de madera que actuaba como lastre. Podemos suponer que este artefacto no era eterno y que su permanente exposición a la intemperie obligaba de vez en cuando a repararla, así que no sería absurdo pensar que en algún momento se sustituyó el tocón por otro de menor tamaño que, llegado el caso, podría lastrarse con plomo. A la derecha vemos una recreación de esa versión que, además, está armada con una cuchilla cuyo filo es más curvado ya que, con el paso del tiempo, se pudo comprobar que los filos rectos efectuaban un corte mucho menos limpio. Quizás solo bastó el cambio de cuchilla para que no fuera necesario lastrarla tanto. Sea como fuere, esta que vemos se corresponde con las que aparecen en los grabados del siglo XVII, que aparte del hacha y la polea no contenían ningún otro cambio en su morfología. En todo caso, la presencia de la máquina tuvo su efecto disuasorio ya que a partir de 1600 se hizo bastante popular un estribillo llamado "Letanía de los Mendigos" que decía que "from hell, Hull and Halifax, Good Lord deliver us", que viene a querer decir que "del infierno, de Hull y de Halifax, Buen Señor líbranos". La referencia a Hull, otra población de Yorkshire, se debía a la existencia en la misma de una prisión especialmente dura de aquellos tiempos.


Foto coloreada del patíbulo después de su hallazgo.
Actualmente está reconstruido
Como colofón, comentar que esta máquina dejó de funcionar a mediados del siglo XVII con la ejecución en abril de 1650 de Abraham Wilkinson, acusado de robar 16 yardas de paño rojo (el tejido rojo era muy caro en aquella época por lo costoso del tinte) por un valor de 16 chelines (un chelín equivalían a 12 peniques, así que estaba listo) y un tal Anthony Mitchell, que robó dos potros. Se desconocen las causas por las que la máquina fue desmontada y arrumbada en cualquier sitio, si bien algunos autores sugieren que fue debido a que la ejecución el año anterior del rey Carlos I a manos de los parlamentaristas hizo que las decapitaciones empezaran a resultar asquerosillas. Otros afirman que fue por orden de Cromwell, que quiso con esta medida igualar a todos los reos de muerte con la horca, que por lo visto le resultaba como más democrática. 


Tras el desguace de la máquina solo permaneció en el lugar el patíbulo que le dio nombre, el cual fue quedando poco a poco sumergido en el terreno circundante por las basuras y el follaje hasta que en junio de 1839 fue descubierto a raíz de unas obras. Anteriormente todo el mundo pensaba que se trataba de un mero montículo natural cubierto de hierba donde, curiosamente, se siguieron instalando los patíbulos temporales de madera para efectuar los ahorcamientos a partir de la época en que fue abolida a máquina. Cuando los más viejos del lugar palmaron y el recuerdo del emplazamiento de la Halifax Gibbet era una nebulosa en la memoria del personal, sin darse cuenta aún seguían usando el mismo lugar que sus tatarabuelos para apiolar legalmente a los criminales. Por último, concretar que se desconoce el número exacto de víctimas de la máquina ya que hasta 1541 no se empezó a llevar un registro de las mismas. Pero si descontamos al que la estrenó en 1286 nos queda constancia de 52 reos, lo que nos da como resultado que, durante los 109 años en que se contabilizaron los ajusticiamientos, apenas se produjo una ejecución cada dos años, lo que era todo un logro en una época en que al personal lo liquidaban por robar un pito. Cabe suponer que, en efecto, la presencia de la máquina tuvo un notable efecto disuasorio.

En fin, esta fue la madre de la guillotina. Pero también tuvo una hermana menor, surgida por deseo de James Douglas, IV conde de Morton y regente de Escocia, cuando éste personaje pasó por Halifax allá por 1563. Nos referimos a la Scottish Maiden, la Doncella Escocesa, pero de esa hablaremos en la próxima entrada. 

Bueno, ya'tá.

Hale, he dicho


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Los restos del patíbulo hacia los años 60, antes de su reconstrucción

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