martes, 22 de agosto de 2017

Coraceros 2ª parte. Las corazas


Fotograma de la película "Coronel Chabert", dirigida en 1994 por Yves Angelo. La escena muestra los instantes
previos a la famosa carga masiva en Eylau, ambientada con una lánguida y tristona sonata de Schubert que refleja
a mi entender de forma bastante acertada el ánimo del personal que, en breve, palmaría para mayor gloria
del enano corso al que Dios maldiga AD SECVLA SECVLORVM

Continuemos con la continuación...

y para proseguir con este tema colijo que, ante todo, deberemos darle preferencia a la principal pieza del atuendo de estos belicosos ciudadanos que, además, es la que les daba nombre: la coraza.

Coracero con el 2º modelo de 1806
En primer lugar debemos tener en cuenta que, aunque en apariencia fuesen todas iguales, la realidad es que hubo varios modelos, y que dentro de cada uno de ellos había pequeñas variaciones en función del regimiento al que eran enviadas. Recordemos que en aquellos tiempos se tenía especial empeño en marcar diferencias con las demás unidades de los ejércitos aunque fuese en el troquel de un botón de la casaca o el largo de los calzones, así que había mandamases que se preocupaban de que las tropas a su mando fuesen reconocidas y diferenciadas del resto con chorraditas por el estilo. Ya saben, los "húsares de los 306 botones" o los "dragones del penacho verde pálido". Supongo que igual eran reminiscencias atávicas similares a las que impulsaban a los caballeros medievales a diferenciarse de sus compadres y cuñados para despejar dudas al enemigo, y que en todo momento supieran con quién se enfrentaban.

Coracero del 1er. Rgto. en 1802
Según comentamos en la entrada anterior, los primeros regimientos de coraceros se crearon en 1801 si bien tuvieron que esperar un poco antes de recibir las corazas, las cuales no fueron suministradas hasta el año siguiente. Se trataba del modelo que, como ya se dijo en dicha entrada, había empleado el 8º Rgto. de Coraceros del Rey, una antigua unidad de caballería pesada que había sobrevivido a la revolución y que fue fusionada con el 1er. Rgto. de Caballería pesada para formar la primera unidad de coraceros. No fue cosa baladí fabricar y suministrar los miles de corazas necesarias para cubrir la demanda de los 12 regimientos iniciales, de modo que se tardaron unos tres años en equiparlos a todos. En 1803 se sirvieron las de los regimientos 2º, 3º, 6º, 7º y 8º; en 1804 las de los regimientos 4º, 9º, 10º, 11º, y 12º y, finalmente, en 1805, las del 5º regimiento, que se quedó para el final. Supongo que sería donde iban destinados todos los cuñados de la caballería del enano (Dios lo maldiga por siempre jamás, amén).

Segundo modelo, el más conocido por lo
general, ya desprovisto del espolón inferior
y con un perfil más redondeado
Esta coraza estaba formada por dos piezas, peto y espaldar, y estaban ribeteadas por un total de 34 remaches de cobre cada una. El peto presentaba en la parte frontal un cierto grado de angulación y un espolón inferior, una reminiscencia de las añejas corazas usadas en tiempos de los reitres para desviar las moharras de la infantería enemiga en una época en que esta aún usaba armas enastadas, picas concretamente. Para colocarla sobre el cuerpo disponía de dos hombreras fabricadas de cuero beige y forradas de tela roja que eran fijadas con remaches al espaldar. En sus cuyos extremos vemos sendas piezas de bronce con dos orificios donde se enganchaban en dos remaches semiesféricos de cobre. Una vez unidas ambas partes bastaba meter la cabeza por dentro y ajustarla al cuerpo para, finalmente, abrochar la correa que unía las dos piezas por su parte inferior. Esta correa consistía en dos mitades remachadas al espaldar y provistas de una pequeña hebilla de cobre en la parte frontal. En términos generales, el mantenimiento de las corazas era bastante elemental: impedir que se oxidaran y mantenerlas pulidas a base de frotar con polvo de esmeril o, al menos, con arena fina. Sin embargo, los cinturones acababan partiéndose por el orificio que se usaba a diario, por lo que los talabarteros de los regimientos tenían que reponerlos con cierta frecuencia, así como las hombreras ya que, en este caso, la lluvia y el sol se encargaban de pudrir el cuero que constituía el material base de las mismas. En caso de tener que sustituir el forro interior, inicialmente sujeto con alambres, habría que eliminar los remaches y volverlos a colocar, lo que implicaba tener que usar otros de un diámetro un poco mayor ya que los orificios ganaban un poco de diámetro al remover los antiguos.

En las hombreras es donde se pudieron ver las primeras variaciones de un regimiento a otro ya que, mientras lo habitual era que se recubrieran con escamas de bronce, las de 9º Rgto. lo estaban con dos hileras de anillas de cobre amarillo. Sin embargo, las de 8º no llevaban ningún tipo de protección, estando fabricadas exclusivamente con cuero de color negro. Sea como fuere, escamas o anillas, el motivo de estas era impedir que la correa de la hombrera fuese cortada por un sablazo enemigo. En la foto de la derecha tenemos el modelo normal y el del 9º Rgto. y, de paso, podemos apreciar mejor el sistema de fijación del espaldar al peto. Por norma se abrochaba siempre por el primer orificio, por lo que cabe pensar que el segundo estaba pensado para poder armarse con la coraza en caso de añadir ropa de abrigo debajo de la misma.

El interior de la coraza, como ya comentamos más arriba, estaba forrado con una tela resistente rellena de crin para impedir que el roce con el metal deteriorase los carísimos uniformes de la época. Dicho relleno estaba confeccionado con tejido rojo ribeteado de blanco, y asomaba por el cuello, las mangas y el faldón de la pieza de la misma forma que vemos en la que usa el probo ciudadano recreacionista de la foto, al que se le ve una jeta de satisfacción inmensa por ilustrar esta entrada tan interesante. La coraza que viste es un modelo posterior que sustituyó al inicial en 1806, y que se diferenciaba solo en que, como se puede apreciar, era más redondeado y carecía el típico espolón de las corazas antiguas. La bandolera que le cruza el pecho era la que sostenía la cartuchera que colgaba a la espalda para cargar la trecerola que entró en servicio posteriormente a la época que nos ocupa y de la que hablaremos en su momento. Hubo un tercer modelo de coraza que se empezó a distribuir en 1809 y que tenía un perfil aún más redondeado y tenía el faldón un poco más corto para que resultase más cómoda a la hora de ir montado a caballo, pero por lo demás era igual en todo a la anterior.

Por lo demás, el peso medio de estas corazas era de 7,5 kg. y se suministraban en dos tallas dependiendo de la altura del sujeto. Estaban construidas con chapa de acero o de hierro forjado de 2,8 mm. de espesor, lo que les brindaba una buena protección contra las armas blancas del enemigo- bayonetas, espadas, espontones, etc.-, pero no contra las balas. En la ilustración de la derecha podemos apreciar además como los gruesos rebordes salientes en el cuello y en las aberturas para los brazos estaban concebidos para impedir que la punta de una bayoneta o cualquier otra arma resbalase hacia fuera, clavándose en el cuello, en un hombro o en la axila. En cuanto al borde inferior, el pliegue marcado con la flecha impedía que la punta o el filo de un arma enemiga se desplazase hacia arriba o hacia abajo, y el reborde detendría la punta de una bayoneta que acabaría perforando el bajo vientre. Lógicamente, en caso de que el jinete cayese era hombre muerto si no andaba listo, porque las bayonetas de los cabreados infantes irían derechas a su pescuezo o al borde inferior del peto para, clavándolas hacia arriba, herirlos en el estómago, lo que producía una herida mortal, extremadamente dolorosa y exasperantemente lenta.

Pero, como decimos, contra las balas eran totalmente inservibles salvo casos contados en que impactase una bala perdida que venía volando desde al menos doscientos metros. Hay datos de unas pruebas que efectuaron en 1807 tomando tres corazas: la reglamentaria de los coraceros, un modelo alemán y un antiguo peto de los que usaba la caballería durante la Guerra de los Siete Años (1756-1763) que pesaba casi lo mismo que la coraza entera del ejército gabacho, 6,5 kg. En dichas pruebas se dispararon balas de mosquete a una distancia inicial de 140 metros, que las dos segundas resistieron mientras que el elegante modelo de los coraceros fue perforado sin problema. Solo el viejo modelo fue capaz de resistir a corta distancia en la última prueba, efectuada a solo 9 toesas (16 metros). Al llevar a cabo las pruebas con pistola, pues más de lo mismo. El modelo francés fue perforado a 33 metros, la distancia inicial, mientras que los otros dos modelos se quedaron tan campantes cuando les dispararon a solo 16 metros. Así pues, los ejemplares que se conservan con abolladuras tan substanciosas como la que presenta el ejemplar de la foto superior fueron el resultado de tener una potra tremenda ya que se trataba de balas perdidas que acertaron en el pecho en vez de en plena jeta, lo que habría acabado con la mísera existencia del usuario de la coraza en cuestión.

Así pues, la protección que brindaban estos chismes era relativa ya que una descarga de fusilería se llevaba por delante a cualquiera de ellos, y solo mostraban su verdadera utilidad cuando, una vez llegados al contacto, protegían a los hombres de los bayonetazos, sablazos y puntazos de los espontones de los sargentos pero, eso sí, siempre y cuando permanecieran sobre sus briosos pencos los cuales, pobrecitos, eran acuchillados sin piedad para derribar sí o sí al jinete y, una vez en el suelo, masacrarlo bonitamente en justa venganza por haber dejado vivo al cuñado en vez de al colega de toda la vida. Y que nadie piense que solo palmaban los coraceros rasos porque los oficiales, tanto en cuanto cabalgaban al frente de sus unidades, eran los primeros en sentir los efectos del fuego enemigo. Un buen ejemplo lo tenemos en el ejemplar de la foto. Se trata de un peto de oficial del modelo inicial de 1802 con un suntuoso boquete similar al de la famosa coraza del carabinero Fauveau, que entregó la cuchara en Waterloo para encabezar la lista de hombres más agujereados de la historia.

Y ya que mencionamos las corazas de la oficialidad, comentar que estas no eran de mejor calidad que las de la tropa, y solo se diferenciaban de ellas en cuatro detalles destinados simplemente a, como era y es norma en todos los ejércitos, marcar las diferencias entre los que mandan y los que obedecen. Como podemos apreciar en el ejemplar de la izquierda, la única diferencia radicaba en una profunda acanaladura grabada en todo el contorno de ambas partes, a tres centímetros del borde y sirviendo de margen a los 34 remaches de latón que contorneaban cada pieza de la coraza. Las diferencias más evidentes las encontramos en las guarniciones. El cinturón era de cuero rojo bordado con hilo de plata en vez de cuero negro mondo y lirondo, y las hombreras, también elaboradas con cuero rojo o de cuero normal forrado de terciopelo del mismo color, estaban ribeteadas con cordones de plata, siendo sustituidas las escamas habituales por hiladas de dos o tres anillas de bronce imbricadas de forma similar a las antiguas cotas de malla. Esto no significa que brindasen más protección tanto en cuanto el peto y el espaldar estaban unidos, por lo que un sablazo en el hombro no implicaría ser herido ya que, como comentamos anteriormente, su verdadera utilidad radicaba en impedir que un tajo propinado por el enemigo cortase la hombrera y abriese la coraza por ese lado. En cuanto al ribeteado del forro de la coraza, en este caso era de plata, y los coroneles llevaban dos franjas en vez de una.

Así pues, y como vemos, las corazas de la oficialidad eran muy similares a las de la tropa. Solo los mandamases supremos de las divisiones de coraceros o los mariscales se encargaban corazas con repujados más o menos vistosos en los contornos de peto y espaldar o incluso algún adorno en el frontal del pecho, que para eso eran los jefazos y había que dejar claro a propios y extraños quién era el que cortaba el bacalao. Conste que esta práctica era habitual en todas partes, e incluso pasaban de usar las espadas o sables reglamentarios por otros elaborados a su gusto. Total, como no solían usarlos mucho tampoco tenía importancia. En el grabado superior tenemos dos ejemplos. El de la izquierda es una coraza de general, y en el de la derecha vemos el perfil de la coraza del mariscal Berthier, cuyo contorno estaba enteramente repujado con hojas de laurel en plan victorioso (en el casco también se hijo repujar una corona similar, qué menos...).

Bien, con esto concluimos. Solo resta añadir que los timbaleros y los cornetas eran los únicos personajes que no usaban coraza. Según vemos en las ilustraciones de la izquierda, los timbaleros iban vestidos a la turca, moda muy en boga en aquellos tiempos (recordemos la entrada dedicada a los mamelucos) porque la cosa arabesca daban un toque exótico. En todo caso, cabe suponer que a estos les daba una higa no usar protección porque los timbales no se usaban en combate. Otra cosa eran los cornetas, que iban junto al oficial al frente del escuadrón y que, para colmo, en vez de cargar espada en mano se tenía que dedicar a tocar su instrumento para dar las órdenes, así que lo tenían verdaderamente crudo porque no podían defenderse salvo que la emprendieran a trompetazos con el enemigo. Por cierto que sus uniformes eran distintos a los de sus camaradas, que también variaban de uno a otro regimiento como está mandado. Para ser más visibles llevaban los colores invertidos respecto a los de su unidad y, en algunos casos, solían usar unas casacas festoneadas de vivos colores para ser fácilmente identificables. Lo malo es que el enemigo también los veía a la legua, así que ya sabemos quién se convertía en blanco preferente porque, de la misma forma que los enlaces eran objetivo principal, los cornetas también encabezaban las listas de los buenos tiradores ya que un oficial sin su turuta lo tenía complicado para impartir las órdenes en mitad del estruendo de la batalla.

Bueno, ya continuaremos con la continuación de esta pequeña monografía coracera.

Hale, he dicho

Entrada anterior pinchando aquí.
Tercera parte pinchando aquí.

Las cosas como son: contemplar una escena similar al natural en su época debía ser todo un espectáculo. Eso sí,
desde lo alto de un cerro o cualquier otro lugar prudentemente alejado, por si acaso.

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