Mark I Macho en Thiepval, en septiembre de 1916. Las ruedas traseras eran para impedir el vuelco cuando se acometían laderas muy empinadas o para ayudar a cruzar trincheras |
Mk. I abandonado durante la batalla del Somme |
Gewehr 98 con su bayoneta. Acojona, ¿que no? |
En 1915, como citábamos en el párrafo anterior, el ejército había desarrollado una bala provista de un núcleo de carburo de tungsteno, lo que todos conocemos como widia, el material con que se fabrican las brocas para llenar las paredes de casa de agujeros donde colgar las chorradas que compran las parientas en los mercadillos domingueros. La munición normal era la tipo S (Spitzer, puntiaguda) con el núcleo de plomo, pero diseñaron una con el núcleo de un material duro como el diamante destinada a los francotiradores y ametralladoras con el fin de neutralizar los observadores o tiradores protegidos por las planchas blindadas que ya vimos en su momento. Esta munición no se fabricaba bajo los baremos industriales convencionales, sino siguiendo unas estrictas normas en lo referente a todo el proceso de carga, especialmente en lo tocante en la uniformidad tanto del peso de los proyectiles como de la carga de pólvora a fin de que la precisión fuese mucho mayor que la de un cartucho convencional. Su denominación oficial era Patrone SmK (Spitzgeschoss mit Kern) o sea, cartucho de bala puntiaguda con núcleo. Abreviando, bala K. Para diferenciarla de sus hermanas, tenían pintado con laca roja el borde del pistón, y en las cajas de munición ponían también en rojo una letra K bien clarita para que nadie se liase.
Mk.II Hembra abriendo camino a tropas canadienses en Vimy, en abril de 1917. El que vemos en primer término ya no avanza más por lo que se ve |
Un Mk.II Macho capturado en Bullecourt |
Porque la cuestión no era que una munición de tan pequeño calibre destruyera un monstruo de veintitantas toneladas con la contundencia con que lo hacía un cañón anticarro, pero sí podía dejar fuera de combate a la tripulación o causar daños en los motores o, con mucha suerte, incluso alcanzar algún proyectil de la santabárbara del carro. En cualquier caso, las dudas que aún quedasen al respeto fueron resueltas el siguiente 3 de mayo, también en Bullecourt, cuando cuatro carros más fueron puestos fuera de combate a base del empleo masivo de balas K. Uno de ellos, al mando del teniente McCoull, cayó de lleno bajo el fuego de una Maxim que concentró sus disparos contra las mirillas del carro, impidiendo la visión tanto al oficial como al conductor hasta el extremo de avanzar totalmente a ciegas, cayendo en una zanja y quedando inmovilizado. Solo un miembro de las tripulación pudo volver a sus líneas. Otro de los carros al mando del teniente Knight se vio con toda la tripulación fuera de combate, acribillados a balazos. Los otros dos carros se toparon con tropas alemanas en las afueras de Arrás. El del teniente Lambert sufrió el mismo destino que el del teniente Knight, mientras que el último, al mando del teniente Smith, vio como una bala perforaba un proyectil de seis libras, incendiado la cordita de la carga de proyección, por lo que los tripulantes tuvieron que salir echando leches para no entregar la cuchara allí mismo. Como vemos, esta munición era mucho más efectiva de lo que podríamos imaginar.
Otro par de Mk.II puestos fuera de combate en Arrás. Como se ve, apenas muestran daños externos |
Dos carristas gabachos provistos con sus máscaras. Splatter masks las llamaban los british, o sea, máscaras para salpicaduras. |
Secuencia de impacto de una bala convencional contra una chapa de acero. Como vemos, acaba convertida en una lluvia de metal que sale despedida en todas direcciones |
Vista del interior de una de estas máscaras en la que se aprecia el grueso relleno que, en teoría, ayudaría a detener las esquirlas de metal |
A la derecha podemos ver varios ejemplos de los usados por los carristas aliados. En la foto A vemos un francés con su casco Adrián en el que luce el emblema de la artillería. El rostro lo lleva cubierto con una de estas máscaras que se fijaban simplemente anudando una cinta en la nuca. La foto B es británica con un casco Brodie más una máscara metálica. Como podremos imaginar, llevar eso puesto en la cabeza con 50º de temperatura podría achicharrarle a uno la jeta sin problemas. La foto C muestra el casco de carrista canadiense, construido de una pieza de grueso cuero moldeado. Por último, en la foto D vemos otro modelo para carristas británicos construido con trozos de cuero unidos mediante remaches a fin de hacerlo más ligero y soportable que el Brodie que hemos visto más arriba. En cuanto a las máscaras, como vemos tienen todas un diseño similar y si observamos los oculares ya podemos hacernos una idea de la pésima capacidad visual que ofrecían. Al parecer, también se fabricaron unas gafas provistas de gruesos cristales, pero eran inservibles porque con la temperatura interior de los vehículos se empañaban y no se veía literalmente un carajo.
Aclarado este tema, cerramos el paréntesis y proseguimos.
La prueba innegable de que la bala K había dado de sí todo lo que pudo y más la tuvieron en Messines, en junio de 1917, cuando entraron en acción los Mk. IV y vieron que, en efecto, los disparos de ese tipo de munición no les afectaban para nada ya que, aunque el blindaje frontal se mantuvo en los 12 mm. de modelos anteriores, el de los laterales aumentó hasta los 8 mm., quedando solo los bajos y la parte trasera con la chapa de 6 mm. con que estaban construidos casi la totalidad de los Mk.I y II. En todo caso, los alemanes no se durmieron en los laureles y encargaron a la firma Mauser un arma dotada de un calibre lo suficientemente poderoso como para vulnerar los nuevos modelos. El resultado lo vemos en la foto inferior:
Se trata del modelo 1918 T-Gewehr. La T eran en referencia a Tank, y este sería el primer fusil anticarro de la historia tanto en cuanto el Gewehr 98 no había sido más que un arma de infantería que supo aprovechar un determinado tipo de munición, pero ni el uno ni la otra estaban concebidos originariamente con la única finalidad de destruir carros de combate. Como vemos, el T-Gew, que era su denominación abreviada, era una versión a gran escala del Gew-98 salvo el cañón, mucho más largo, de 984 mm. nada menos. La longitud total del arma era de 169,1 cm., y su peso de 15,9 kilos o de 18,5 incluyendo el bípode, accesorio imprescindible para manejar semejante mamotreto salvo que pudieran apoyarlo en un saco terrero. Obsérvense las dos generosas picas de que disponía para fijarlo al suelo y poder así aminorar un poco el tremendo retroceso del arma ya que no había sido previsto equiparlo con amortiguadores o con frenos de boca.
La culata era como la del Gew-98 pero aumentada de escala, lo que obligó a colocarle un pistolete porque el grosor de la garganta de la misma era imposible de abarcar con la mano. En cuanto al cerrojo, casi tan largo como el antebrazo de un hombre, era la típica acción 98 provista de 2 tetones traseros y dos delanteros para producir un sólido acerrojamiento. El arma carecía de depósito de munición, por lo que los cartuchos debían introducirse uno a uno. Los dos servidores del arma, ambos entrenados para el manejo de la misma, iban provistos de unas cartucheras especiales con capacidad para 20 cartuchos.
Dos oficiales neozelandeses mostrando orgullosamente un T-Gewehr capturado en una posición alemana |
Los elementos de puntería eran los clásicos de cualquier fusil Mauser si bien el alza, de tipo tangencial, estaba graduada solo hasta los 500 metros. El punto de mira estaba encastrado mediante una cola de milano tal como podemos ver en la foto inferior izquierda, lo que permitía correcciones de tiro laterales si bien este tipo de operaciones solía llevarlas a cabo un armero provisto de una herramienta que tenía un tornillo para poder apretar y desplazar el punto con precisión micrométrica porque eso de liarse a martillazos no era precisamente la mejor forma de hacerlo. Obsérvese un detalle curioso, y es el fino estriado de la cara trasera del poste donde se asienta el punto. Este estriado tenía como finalidad impedir las reverberaciones habituales cuando se calentaba el cañón o debido a la incidencia directa del sol, lo que dificultaba enormemente la puntería.
La pieza más peculiar de este fusil era el bípode, un trastro de más de 2,5 kilos de peso que se fijaba en una placa metálica colocada bajo el extremo del guardamanos mediante una abrazadera. Como vemos en la foto, el bípode carecía de articulaciones, o sea, no era plegable, y estaba conformado por dos gruesas patas rematadas por dos topes de generosas dimensiones para usarlo sin problema en terrenos blandos, más las dos picas que vimos anteriormente. Para montarlo en el arma se colocaba perpendicularmente a la misma, se encastraba con una pestaña y se giraba hacia adelante, quedando así sólidamente unido al fusil. Como es obvio, sin este accesorio era muy difícil, por no decir imposible, manejar un arma de más de 15 kilos de peso salvo que se dispusiera de un apoyo en forma de sacos terreros, lo que solo sea posible cuando se disparaba desde una trinchera y no desde cualquier cráter en tierra de nadie.
Por otro lado, el bípode tenía una capacidad de giro de 60º en cada dirección para facilitar la puntería sin tener que andar moviendo el arma constantemente. Se habla bastante sobre lo molesto que resultaba el retroceso de este fusil, y que incluso los dos tiradores que formaban el equipo se solían turnar cada 3 o 4 disparos pero, la verdad, eso me suena a la enésima leyenda urbana por varios motivos, principalmente porque el elevado peso del fusil absorbería gran parte del retroceso y, por otro, la fijación del bípode al suelo impedía un retroceso excesivo. Por último, y eso lo puede comprobar cualquiera, en Youtube hay algunos vídeos en los que gráciles señoritas se lo pasan pipa disparando uno de estos chismes sin que en ningún momento muestren algún tipo de molestia, y hablamos de que efectúan varios disparos seguidos. Así pues, dudo mucho que un tedesco fortachón y curtido en tantas batallas acusara tanto el dichoso retroceso. Intuyo, y esto es una mera suposición mía, que eso de turnarse obedecía más bien a compartir el riesgo que suponía asomarse a un parapeto para abrir fuego, momento en que las ametralladoras del carro enemigo o incluso un francotirador apostado vete a saber donde podía volarle la tapa de los sesos.
En cuanto a la munición, se trataba de un cartucho de 13,2x92 mm. TuF (Tank und Flieger, para tanques y aviones) que, además de servir al fusil, estaba previsto para una nueva ametralladora que sería denominada como MG-18, si bien esta máquina no llegó a entrar en servicio. Sus dimensiones podemos apreciarlas en la foto de la izquierda, donde aparece comparado con un cartucho británico de calibre .303 British. El núcleo de la bala de este cartucho seguía siendo de acero endurecido, lo que le daba una capacidad perforante de 25 mm. a 250 metros sobre superficies verticales, lo que tampoco era un problema ya que los carros de la época lo que menos tenían eran superficies inclinadas.
Tropas británicas ante un T-Gewehr capturado al que su dotación instaló en una carretilla de circunstancias para facilitar su transporte |
Tirador alemán protegido por una sappenpanzer. La foto nos permite hacernos una idea de las dimensiones del T-Gewehr, similar a la altura de un hombre |
Bueno, creo que no olvido nada, así que se acabó lo que se daba.
Hale, he dicho
Foto de propaganda en cuya leyenda se nos informa que, proveniente del oeste (del frente occidental se entiende) tenemos un arma construida para destruir tanques |
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