sábado, 28 de octubre de 2017

Fusiles anticarro. El Mauser T-Gewehr


Ciudadano tedesco militarizado haciendo uso de su Mauser modelo 1918 T-Gewehr. Como podemos ver, no era
precisamente una carabina de aire comprimido para abatir inocentes pajaritos que, una vez fritos, están de vicio

Mark I Macho en Thiepval, en septiembre de 1916. Las ruedas
traseras eran para impedir el vuelco cuando se acometían laderas
muy empinadas o para ayudar a cruzar trincheras
Como ya hemos comentado alguna que otra vez al referirnos a la naciente arma acorazada durante la Gran Guerra, la aparición de estos artefactos en los campos de batalla no solo cogió a los belicosos germanos con el paso cambiado, es que los dejó con la jeta a cuadros. Y no ya por la visión de más de 20 Tm. de acero avanzando lentos y torpes como galápagos, pero de forma imparable, por la tierra de nadie, sino porque además escupían fuego por sus ametralladoras y cañones que daba gloria verlos. Y, para colmo, no disponían de ningún tipo de arma específica contra los carros de combate, por lo que tuvieron que echar mano a la artillería de campaña, especialmente a los cañones de 7,7 cm. modelo 1896 que, al cabo, se mostraron como unas eficaces armas anticarro.


Mk. I abandonado durante la batalla del Somme
Sin embargo, los belicosos germanos tenían, sin saberlo, medios para dejar fuera de combate a los primeros carros puestos en liza por los british (Dios maldiga a Nelson), el Mk. I, un chisme que entró en acción por vez primera el 15 de septiembre de 1916 en Flers-Courcelette, en el contexto de la batalla del Somme. La presencia de estos carros puso en un brete a los tedescos porque, caso de no haber disponibles cañones de campaña para repelerlos, las opciones que tenían si varios de ellos avanzaban hacia sus posiciones eran rendirse o salir de allí echando leches, lo que contravenía en ambos casos su elevado sentido de la disciplina y la lealtad que debían al káiser. Bueno, también podían dejarse aplastar, pero eso contravenía las ganas de seguir vivos, así que tampoco valía. Tanto acusaron psicológicamente los alemanes la introducción de estas máquinas que en el informe que el jefe del estado mayor del 3er. Grupo de Ejército afirmó que "el enemigo, en la última batalla, ha empleado nuevos ingenios de guerra tan crueles como efectivos".


Gewehr 98 con su bayoneta. Acojona, ¿que no?
Pero, como decíamos, los alemanes disponían desde 1915 de un medio para neutralizar en mayor o menor medida los Mk.I que tanto les habían impresionado. La cuestión es que tras el estreno de los carros de combate en el Somme, tuvieron tiempo de recuperarse del susto porque, al cabo, el despliegue de los Mk.I ni fue lo que se dice un éxito, sino más bien lo contrario. De los 49 carros enviados al frente, solo 32 pudieron iniciar las operaciones porque los restantes se habían averiado, y de los que permanecieron operativos apenas 9 lograron alcanzar las alambradas, así que los british empezaron a devanarse la sesera para diseñar máquinas más potentes y fiables, lo que no lograron hasta el cabo de un año. Y mientras tanto, el ejército imperial ya había descubierto como enfrentarse a los carros enemigos en caso de no disponer de artillería. El invento no era otra cosa que una simple bala para el fusil reglamentario Gewehr 98 de calibre 8x57. Sí, no se me extrañen, una puñetera bala de fusil.


Cartucho con bala K. La bala lleva una camisa de cuproníquel. Culote del
mismo cartucho con el pistón sellado con laca roja. Se pueden leer las
siglas S y K que identifican este tipo de munición. Finalmente, una bala K
en cuya parte trasera vemos parte del núcleo
En 1915, como citábamos en el párrafo anterior, el ejército había desarrollado una bala provista de un núcleo de carburo de tungsteno, lo que todos conocemos como widia, el material con que se fabrican las brocas para llenar las paredes de casa de agujeros donde colgar las chorradas que compran las parientas en los mercadillos domingueros. La munición normal era la tipo S (Spitzer, puntiaguda) con el núcleo de plomo, pero diseñaron una con el núcleo de un material duro como el diamante destinada a los francotiradores y ametralladoras con el fin de neutralizar los observadores o tiradores protegidos por las planchas blindadas que ya vimos en su momento. Esta munición no se fabricaba bajo los baremos industriales convencionales, sino siguiendo unas estrictas normas en lo referente a todo el proceso de carga, especialmente en lo tocante en la uniformidad tanto del peso de los proyectiles como de la carga de pólvora a fin de que la precisión fuese mucho mayor que la de un cartucho convencional. Su denominación oficial era Patrone SmK (Spitzgeschoss mit Kern) o sea, cartucho de bala puntiaguda con núcleo. Abreviando, bala K. Para diferenciarla de sus hermanas, tenían pintado con laca roja el borde del pistón, y en las cajas de munición ponían también en rojo una letra K bien clarita para que nadie se liase.


Mk.II Hembra abriendo camino a tropas canadienses en Vimy, en abril
de 1917. El que vemos en primer término ya no avanza más por lo que se ve
Curiosamente, los alemanes no sabían que la bala K podía atravesar la chapa de un carro de combate, y los british tampoco. Ellos se limitaban a usarla para hostigar posiciones situadas a gran distancia y para escabechar tiradores, hasta que en abril de 1917, durante la batalla de Arrás, se llevaron una gratificante sorpresa. Los british lograron reunir 65 carros de combate para esta acción, divididos de la siguiente forma: 25 Mk.II Machos, 20 Mk.II Hembras, más 15 viejos Mk.I que habían podido recuperar, 7 Machos y 8 Hembras. Los francotiradores y los ametralladores tenían por costumbre disparar contra los rudimentarios visores por donde los comandantes y los conductores de los vehículos oteaban el panorama, y a más de uno le volaron los sesos porque los visores por espejos aún no se habían inventado. O sea, que eran una simple rendija en una chapa de menos de 10 mm. de grosor a través de la cual se atisbaba una pequeña franja del campo de batalla.


Un Mk.II Macho capturado en Bullecourt
A los dos días de comenzar la batalla, el 11 de abril de 1917, un contra-ataque alemán en el sector de Bullecourt permitió capturar dos carros británicos y, oh, sorpresa, pudieron ver que las balas K había logrado perforar el blindaje. Porque, y eso era lo que los germanos desconocían hasta aquel momento, es que los Mk. I y II estaban construidos con un material denominado coloquialmente como "chapa de caldera", muy inferior en calidad y resistencia al acero que debía emplearse para estos menesteres. La escasez y la premura obligó a emplear este tipo de chapa que era fácilmente penetrable por una bala que podía perforar hasta 10 mm. de blindaje a una distancia de 100 metros, o 4,5 mm. a 900 metros. Inmediatamente se ordenó que cada soldado recibiera un peine de cinco cartuchos con balas K, y los ametralladores una cinta de 250 cartuchos que, para no confundirlas con las normales, tenían la lona teñida de rojo. Para afianzar el tiro se intercalaba una trazadora de fósforo blanco cada diez cartuchos. Las instrucciones eran disparar ante todo contra las superficies verticales, o sea, los laterales, así como las puertas y las mirillas, generalmente construidas con una chapa más fina, por lo general de 6 mm. de espesor, siendo solo la parte frontal la que estaba construida con chapa más gruesa de 12 mm.


Este era el principal objetivo de las ametralladoras y los francotiradores
alemanes: los visores frontales, a través de los cuales podían liquidar
al piloto o al jefe de carro con relativa facilidad. En este caso, la cabina
corresponde a un Mk.IV
Porque la cuestión no era que una munición de tan pequeño calibre destruyera un monstruo de veintitantas toneladas con la contundencia con que lo hacía un cañón anticarro, pero sí podía dejar fuera de combate a la tripulación o causar daños en los motores o, con mucha suerte, incluso alcanzar algún proyectil de la santabárbara del carro. En cualquier caso, las dudas que aún quedasen al respeto fueron resueltas el siguiente 3 de mayo, también en Bullecourt, cuando cuatro carros más fueron puestos fuera de combate a base del empleo masivo de balas K. Uno de ellos, al mando del teniente McCoull, cayó de lleno bajo el fuego de una Maxim que concentró sus disparos contra las mirillas del carro, impidiendo la visión tanto al oficial como al conductor hasta el extremo de avanzar totalmente a ciegas, cayendo en una zanja y quedando inmovilizado. Solo un miembro de las tripulación pudo volver a sus líneas. Otro de los carros al mando del teniente Knight se vio con toda la tripulación fuera de combate, acribillados a balazos. Los otros dos carros se toparon con tropas alemanas en las afueras de Arrás. El del teniente Lambert sufrió el mismo destino que el del teniente Knight, mientras que el último, al mando del teniente Smith, vio como una bala perforaba un proyectil de seis libras, incendiado la cordita de la carga de proyección, por lo que los tripulantes tuvieron que salir echando leches para no entregar la cuchara allí mismo. Como vemos, esta munición era mucho más efectiva de lo que podríamos imaginar.


Otro par de Mk.II puestos fuera de combate en Arrás. Como se ve, apenas
muestran daños externos
Lógicamente, los british tomaron buena nota de la debilidad del blindaje de los Mk. I y II, por lo que en el siguiente modelo, el Mk. IV la munición K ya no podía penetrar salvo en casos muy concretos y a muy corta distancia, siendo uno de los objetivos principales los laterales de la cabina, donde estaban los dos depósitos de combustible de 113 litros de capacidad que alimentaban el motor. Al estar en alto facilitaba la llegada de gasolina por gravedad al motor, pero esa disposición fue cambiada por su vulnerabilidad a un depósito blindado en la parte inferior trasera con una capacidad de 318 litros. Con todo, los alemanes siguieron haciendo uso de la munición K contra las puertas y los visores que, al cabo, seguían siendo aún vulnerables. Sin embargo, estaba claro que ante la proliferación de carros enemigos había que inventar algo mucho más efectivo ya que el Mk. IV era prácticamente impenetrable salvo para la artillería anticarro.


Dos carristas gabachos provistos con sus máscaras.
Splatter masks las llamaban los british, o sea, máscaras
para salpicaduras.
En este punto conviene abrir un paréntesis para explicar algo sobre la munición perforante y sus efectos contra el blindaje de los carros de la época. Y no nos referiremos solo al hecho en que la bala lograse penetrar dentro del carro, en cuyo caso está claro cual sería el resultado: uno o más hombres heridos porque la bala rebotaba por todas partes, impactando y atravesando todo lo que pillaba a su paso. Recordemos que hablamos de una munición cuyo núcleo era un material duro como el diamante, por lo que la mísera envoltura carnal de los sufridos carristas y sus osamentas eran como mantequilla ante un cuchillo calentado al rojo. Aparte de eso, siempre podían dañar determinadas partes del motor o la munición, como ya vimos antes. Pero la cuestión es que aún sin llegar a penetrar podía causar graves heridas entre los tripulantes, especialmente los conductores y los comandantes de los vehículos debido al efecto de astillamiento que se producía cuando impactaban sobre el blindaje sin llegar a perforarlo.


La cesión de energía del proyectil al objetivo provocaba unas enormes tensiones en el material, hasta el extremo de que por la parte interior del blindaje saltaban astillas de metal disparadas en todas direcciones. Era algo similar a lo que ocurría en los antiguos navíos de línea cuando una bala maciza impactaba contra un casco de roble de 50 o 60 cm. de espesor: no lo atravesaba, pero hacía que en el interior saltasen decenas o centenares de astillas, algunas largas y puntiagudas como bayonetas, que producían cantidades masivas de bajas entre los artilleros que ocupaban los puentes inferiores. De hecho, las dichosas astillas eran lo que producía el mayor porcentaje de bajas en un combate naval, por encima de la fusilería de los infantes de marina o la acción directa de la metralla.


Secuencia de impacto de una bala convencional contra una chapa de acero.
Como vemos, acaba convertida en una lluvia de metal que sale despedida
en todas direcciones
Por otro lado, aún usando munición convencional con el núcleo de plomo, un impacto cerca de una mirilla o cualquier rendija podía tener efectos devastadores. Cuando una bala de ese tipo impacta contra una superficie dura se aplasta y el núcleo sale en forma de lágrimas de plomo fundido mezcladas con esquirlas de cobre de la envuelta, formando una especie de estrella radial en la zona del impacto cuyo rebote podía ser mortal hasta una distancia de 30 o 40 cm. Quizás recuerden vuecedes cuando se comentó que un impacto de bala de plomo contra el borde superior del peto de un coracero podía casi decapitarlo precisamente por los fragmentos de metal que salían despedidos en todas direcciones. Bueno, pues esto es algo similar, pero producido por una bala que viaja al triple de velocidad. Por ese motivo, si algún fragmento de la envuelta de la bala o de plomo entraba por una rendija o una mirilla, las heridas que producían podían ser mortíferas.


Vista del interior de una de estas máscaras en la que se aprecia el grueso
relleno que, en teoría, ayudaría a detener las esquirlas de metal
Para minimizar los daños, que casi siempre se producían en la cara, el cuello o los ojos, se fabricaron unas rudimentarias máscaras de cuero de las que colgaba un trozo de malla para proteger el cuello y la parte inferior de la cara. Los ojos quedaban tras unos oculares ranurados que limitaban la visión aún más. Sin embargo, y a pesar del indudable riesgo que suponía no usarlas, muchos tripulantes prescindían de ellas por dos motivos principalmente. Uno de ellos era, como decimos, por la notable reducción de visibilidad, muy limitada de por sí por las estrellas mirillas de los visores. Otro era las elevadas temperaturas que se alcanzaban dentro de estos vehículos cuyos motores, colocados en el centro del casco sin ningún tipo de aislamiento, ponían el interior del vehículo a unos 30ºde temperatura nada más arrancarlos, ascendiendo hasta los 50º o incluso más al poco tiempo de ponerse en marcha. Obviamente, llevar la cabeza embutida en un casco de acero o cuero freía los sesos a más de uno, por lo que preferían arriesgarse ante la perspectiva de sufrir un desmayo por la falta de aire o por un golpe de calor.  De hecho, no era raro que al salir de los carros cayesen redondos al suelo por el brutal cambio de temperatura de calor infernal a frío invernal.


A la derecha podemos ver varios ejemplos de los usados por los carristas aliados. En la foto A vemos un francés con su casco Adrián en el que luce el emblema de la artillería. El rostro lo lleva cubierto con una de estas máscaras que se fijaban simplemente anudando una cinta en la nuca. La foto B es británica con un casco Brodie más una máscara metálica. Como podremos imaginar, llevar eso puesto en la cabeza con 50º de temperatura podría achicharrarle a uno la jeta sin problemas. La foto C muestra el casco de carrista canadiense, construido de una pieza de grueso cuero moldeado. Por último, en la foto D vemos otro modelo para carristas británicos construido con trozos de cuero unidos mediante remaches a fin de hacerlo más ligero y soportable que el Brodie que hemos visto más arriba. En cuanto a las máscaras, como vemos tienen todas un diseño similar y si observamos los oculares ya podemos hacernos una idea de la pésima capacidad visual que ofrecían. Al parecer, también se fabricaron unas gafas provistas de gruesos cristales, pero eran inservibles porque con la temperatura interior de los vehículos se empañaban y no se veía literalmente un carajo.

Aclarado este tema, cerramos el paréntesis y proseguimos.

La prueba innegable de que la bala K había dado de sí todo lo que pudo y más la tuvieron en Messines, en junio de 1917, cuando entraron en acción los Mk. IV y vieron que, en efecto, los disparos de ese tipo de munición no les afectaban para nada ya que, aunque el blindaje frontal se mantuvo en los 12 mm. de modelos anteriores, el de los laterales aumentó hasta los 8 mm., quedando solo los bajos y la parte trasera con la chapa de 6 mm. con que estaban construidos casi la totalidad de los Mk.I y II. En todo caso, los alemanes no se durmieron en los laureles y encargaron a la firma Mauser un arma dotada de un calibre lo suficientemente poderoso como para vulnerar los nuevos modelos. El resultado lo vemos en la foto inferior:


Se trata del modelo 1918 T-Gewehr. La T eran en referencia a Tank, y este sería el primer fusil anticarro de la historia tanto en cuanto el Gewehr 98 no había sido más que un arma de infantería que supo aprovechar un determinado tipo de munición, pero ni el uno ni la otra estaban concebidos originariamente con la única finalidad de destruir carros de combate. Como vemos, el T-Gew, que era su denominación abreviada, era una versión a gran escala del Gew-98 salvo el cañón, mucho más largo, de 984 mm. nada menos. La longitud total del arma era de 169,1 cm., y su peso de 15,9 kilos o de 18,5 incluyendo el bípode, accesorio imprescindible para manejar semejante mamotreto salvo que pudieran apoyarlo en un saco terrero. Obsérvense las dos generosas picas de que disponía para fijarlo al suelo y poder así aminorar un poco el tremendo retroceso del arma ya que no había sido previsto equiparlo con amortiguadores o con frenos de boca.


La culata era como la del Gew-98 pero aumentada de escala, lo que obligó a colocarle un pistolete porque el grosor de la garganta de la misma era imposible de abarcar con la mano. En cuanto al cerrojo, casi tan largo como el antebrazo de un hombre, era la típica acción 98 provista de 2 tetones traseros y dos delanteros para producir un sólido acerrojamiento. El arma carecía de depósito de munición, por lo que los cartuchos debían introducirse uno a uno. Los dos servidores del arma, ambos entrenados para el manejo de la misma, iban provistos de unas cartucheras especiales con capacidad para 20 cartuchos.


Dos oficiales neozelandeses mostrando orgullosamente un T-Gewehr capturado en una posición alemana

Los elementos de puntería eran los clásicos de cualquier fusil Mauser si bien el alza, de tipo tangencial, estaba graduada solo hasta los 500 metros. El punto de mira estaba encastrado mediante una cola de milano tal como podemos ver en la foto inferior izquierda, lo que permitía correcciones de tiro laterales si bien este tipo de operaciones solía llevarlas a cabo un armero provisto de una herramienta que tenía un tornillo para poder apretar y desplazar el punto con precisión micrométrica porque eso de liarse a martillazos no era precisamente la mejor forma de hacerlo. Obsérvese un detalle curioso, y es el fino estriado de la cara trasera del poste donde se asienta el punto. Este estriado tenía como finalidad impedir las reverberaciones habituales cuando se calentaba el cañón o debido a la incidencia directa del sol, lo que dificultaba enormemente la puntería.


La pieza más peculiar de este fusil era el bípode, un trastro de más de 2,5 kilos de peso que se fijaba en una placa metálica colocada bajo el extremo del guardamanos mediante una abrazadera. Como vemos en la foto, el bípode carecía de articulaciones, o sea, no era plegable, y estaba conformado por dos gruesas patas rematadas por dos topes de generosas dimensiones para usarlo sin problema en terrenos blandos, más las dos picas que vimos anteriormente. Para montarlo en el arma se colocaba perpendicularmente a la misma, se encastraba con una pestaña y se giraba hacia adelante, quedando así sólidamente unido al fusil. Como es obvio, sin este accesorio era muy difícil, por no decir imposible, manejar un arma de más de 15 kilos de peso salvo que se dispusiera de un apoyo en forma de sacos terreros, lo que solo sea posible cuando se disparaba desde una trinchera y no desde cualquier cráter en tierra de nadie.


Por otro lado, el bípode tenía una capacidad de giro de 60º en cada dirección para facilitar la puntería sin tener que andar moviendo el arma constantemente. Se habla bastante sobre lo molesto que resultaba el retroceso de este fusil, y que incluso los dos tiradores que formaban el equipo se solían turnar cada 3 o 4 disparos pero, la verdad, eso me suena a la enésima leyenda urbana por varios motivos, principalmente porque el elevado peso del fusil absorbería gran parte del retroceso y, por otro, la fijación del bípode al suelo impedía un retroceso excesivo. Por último, y eso lo puede comprobar cualquiera, en Youtube hay algunos vídeos en los que gráciles señoritas se lo pasan pipa disparando uno de estos chismes sin que en ningún momento muestren algún tipo de molestia, y hablamos de que efectúan varios disparos seguidos. Así pues, dudo mucho que un tedesco fortachón y curtido en tantas batallas acusara tanto el dichoso retroceso. Intuyo, y esto es una mera suposición mía, que eso de turnarse obedecía más bien a compartir el riesgo que suponía asomarse a un parapeto para abrir fuego, momento en que las ametralladoras del carro enemigo o incluso un francotirador apostado vete a saber donde podía volarle la tapa de los sesos.


En cuanto a la munición, se trataba de un cartucho de 13,2x92 mm. TuF (Tank und Flieger, para tanques y aviones) que, además de servir al fusil, estaba previsto para una nueva ametralladora que sería denominada como MG-18, si bien esta máquina no llegó a entrar en servicio. Sus dimensiones podemos apreciarlas en la foto de la izquierda, donde aparece comparado con un cartucho británico de calibre .303 British. El núcleo de la bala de este cartucho seguía siendo de acero endurecido, lo que le daba una capacidad perforante de 25 mm. a 250 metros sobre superficies verticales, lo que tampoco era un problema ya que los carros de la época lo que menos tenían eran superficies inclinadas. 


Tropas británicas ante un T-Gewehr capturado al que su dotación instaló
en una carretilla de circunstancias para facilitar su transporte
El proyectil, con una velocidad en boca de 770 m/seg., desarrollaba una energía cinética de entre unos 17.000 julios, que si los comparamos con los 3.800 de un 8x57 nos permitirá hacernos una idea de la potencia bestial que desarrollaba este cartucho que, por cierto, fue desarrollado por la Polte Armaturen und Marchinenfabrik OHG de Magdeburgo bajo las especificaciones de la Mauser, que tuvo que adquirir maquinaria y utillaje nuevos para poder fabricar el T-Gew ya que la que disponían en sus factorías no servía para manufacturar un arma de semejantes dimensiones. En lo tocante a su eficacia, ya podemos imaginar que no era para tomarla a broma. Si una bala K de 177,5 grains podía herir a varios hombres rebotando en el interior de un carro, pues una que pesaba 750 grains debía ser devastadora.


Tirador alemán protegido por una
sappenpanzer. La foto nos permite
hacernos una idea de las dimensiones
del T-Gewehr, similar a la altura
de un hombre
En fin, este fue el primer fusil anticarro de la historia y, de hecho, el único operativo durante la Gran Guerra. Su producción alcanzó las 15.800 unidades que, si tenemos en cuenta que no llegaron a estar ni un año operativas, fue una cantidad considerable para un arma con un propósito muy específico. Tras la guerra, muchos de ellos  permanecieron en servicio hasta bien entrados los años 30. Posteriormente surgieron otros modelos como el Boys británico, el PTRS 41 soviético o el Pzb 39 alemán, pero con las corazas desarrolladas en aquellos tiempos estas armas solo pudieron actuar eficazmente contra blindados ligeros. No fue hasta la aparición de los lanzagranadas capaces de disparar proyectiles de carga hueca cuando la infantería dispuso un arma anticarro ligera y, al mismo, tiempo, contundente para escabechar los más poderosos blindados enemigos. Pero ese tema ya corresponde a otra época, así que mientras tenga repertorio para la que nos ocupa no hablaremos de ellas. 

Bueno, creo que no olvido nada, así que se acabó lo que se daba.

Hale, he dicho


Foto de propaganda en cuya leyenda se nos informa que, proveniente del oeste (del frente occidental se entiende) tenemos
un arma construida para destruir tanques

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