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Fotograma de la película "Muerte en Roma", dirigida en 1973 por George Pan Cosmatos. El escena muestra el instante
previo al atentado de la Vía Rasella contra una unidad del ejército alemán, el cual dio lugar a la masacre de las
Fosas Ardeatinas el 24 de marzo de 1944. La escena está rodada en el mismo sitio donde se cometió el atentado,
lo que nos permite hacernos una idea bastante clara del entorno |
Uno de los más antiguos actos de venganza durante las guerras son las represalias. De hecho, dedicamos en su momento una entrada a ese tipo de acción de guerra que puede llevarse a cabo de mil formas tanto contra los miembros de un ejército enemigo como de la población civil, si bien en la Edad Media no tenía las mismas connotaciones que en nuestros tiempos. Desgraciadamente, el segundo caso ha sido siempre el más habitual porque la incurable maldad del ser humano empuja casi siempre a cebarse contra los más débiles y, de paso, fastidiamos más al enemigo exterminando a sus seres queridos y destruyendo sus hogares, tierras, etc. Está de más decir que las represalias no son ni mucho menos cosa del pasado, y que en nuestros días podemos ver a diario como los alienados con turbante y barbas sumamente pobladas llevan a cabo los más abyectos crímenes contra civiles no combatientes solo como mero acto de venganza, cometiendo encima la aberrante impudicia de filmarlo y colgarlo en las redes sociales para que todo el mundo tome buena nota de la mala leche que tienen.
Pero las represalias no solo son patrimonio de unos analfabestias fanáticos y enfermos de odio, sino también sujetos pertenecientes a sociedades cultas y modernas, lo que es una prueba infalible de que cuando dejamos aflorar nuestros más bajos instintos somos capaces de todo lo imaginable. El caso que nos ocupará hoy tuvo lugar en Roma hace 73 años, en las postrimerías de la ocupación alemana de la Ciudad Eterna. De hecho, si los aliados se hubiesen dado un poco de prisa quizás este luctuoso suceso no hubiese tenido lugar pero, como ya sabemos, el destino es inexorable. En cualquier caso, lo cierto es que la represalia que dio lugar a la masacre de las Fosas Ardeatinas sigue levantando ampollas, y a pesar del tiempo transcurrido aún es tema de debate por los motivos que veremos a lo largo de esta entrada. Así pues, vamos al grano que para luego es tarde.
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Mussolini tras ser liberado. En el centro, con prismáticos al cuello, vemos
a Skorzeny, y a su derecha a Mors. A pesar de que en realidad fue este el que
organizó la operación de rescate, el mérito se lo llevó Skorzeny, que pasó
a la historia como el libertador del defenestrado Duce. La realidad es que
su misión, muy meritoria no obstante ya que los italianos llevaban en el
mayor secreto la ubicación de la prisión, fue encontrarlo, pero su presencia
en el operativo de Mors fue, digamos, por una mera cuestión de cortesía |
El 3 de septiembre de 1943, los italianos firmaron una paz por separado con los aliados sin contar con la opinión con sus anteriores aliados alemanes, siendo oficialmente anunciada el día 8. Con Sicilia invadida y una derrota prácticamente garantizada, el rey Victor Manuel III y el mariscal Pietro Badoglio, que previamente habían mandado a hacer puñetas a Mussolini para ponerlo a buen recaudo en el hotel Campo Imperatore, en el Gran Sasso, decidieron acabar la guerra por su cuenta y se largaron a Brindisi, dejando al ejército italiano sumido en el caos y a Italia partida en dos. La zona ocupada por los alemanes quedó bajo el control del gobierno títere de la República Social Italiana una vez que Mussolini fue liberado de su encierro por los paracaidistas del mayor Harald Mors y bajo la tutela del SS-Sturmbannführer Otto Skorzeny, quien tuvo el mérito de localizar al depuesto Duce. Naturalmente, esto dio lugar entre otras cosas a que el gobierno surgido de la rendición se convirtiera en enemigo de los tedescos que, por cierto, se lo tomaron fatal.
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Herbert Kappler hacia 1943, posiblemente
recién llegado a Italia |
Tras saberse que Badoglio se había rendido a los aliados solo tardaron dos días en ocupar Roma, surgiendo constantes enfrentamientos entre el ejército alemán y las tropas italianas, que de buen o mal grado seguían combatiendo junto a ellos, contra los miembros de la nueva resistencia nutrida por diversos partidos políticos, generalmente de corte izquierdista. Y como había que disponer de una policía fiable para mantener a raya a sus antiguos aliados, enviaron al SS-Obersturmbannführer Herbert Kappler, un eficiente y meticuloso tedesco que desde 1936 ya formaba parte de la Gestapo. No nos extenderemos en las andanzas de Kappler desde su llegada a Roma, ya que eso da tema para otra entrada, por lo que nos limitaremos a comentar que a principios de 1944 era el mayor responsable del SD en la ciudad, estando bajo el mando directo del comandante militar de Roma, el general de la Luftwaffe Kurt Mälzer, que ostentaba el mando desde el 10 de octubre de 1943.
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Miembros del Bozen durante una operación en la provincia de Belluno
en septiembre de 1944. Las dos viejas no pertenecen al batallón, que conste |
Bien, así es como estaba el patio en aquella turbulenta época. El 14 de marzo de 1943, Roma fue declarada ciudad abierta por los alemanes teniendo a los aliados cada vez más cerca. En la primavera de 1944 parece ser que el mismo Kappler estaba en conversaciones con las autoridades italianas para llevar a cabo una evacuación sin derramamiento de sangre, permiténdose la salida de las tropas alemanas sin ponerles impedimentos y acabar así con la ominosa ocupación de los tedescos que, por cierto, coadyuvados por unidades paramilitares fascistas habían llevado a cabo multitud de arbitrariedades y, naturalmente, apresamientos de ciudadanos italianos de raza judía. Sin embargo, y este es precisamente uno de los temas que aún suscita grandes controversias, un grupo de partisanos comunistas denominado Gruppi di Azione Patriottica, GAP para los amigos, decidieron llevar a cabo un atentado contra una unidad de la Ordnungspolizei, concretamente el 3er. batallón del SS-Polizeiregiment "Bozen", formado en 1943 por personal originario del Tirol italiano que habían servido en el frente ruso y que habían sido enviados a Roma para combatir a los grupos de partisanos que estaban incordiando a todas horas. No obstante y a pesar de su nacionalidad italiana habían ido a parar a una unidad policial dependiente de las SS por ser de etnia germánica, e incluso sus componentes tenían todos nombres y apellidos alemanes y no italianos.
Y la controversia que citamos radica en el hecho de que los mismos italianos cuestionaron la utilidad de dicho atentado, con los aliados a punto de entrar en Roma, y sabiendo que los alemanes no dejarían impune el crimen ya que lo consideraron como un acto terrorista y no como una acción de guerra. Esto les daría la justificación necesaria para llevar a cabo las represalias que estimasen oportunas independientemente de que estuviesen condenadas por las Convenciones de Ginebra y La Haya, tratados estos que los tedescos, especialmente las SS, solían usar como papel higiénico. La cosa trajo tanta cola que hubo incluso pleitos y demandas por parte de familiares de los represaliados, que consideraron responsable al GAP de la matanza o, al menos, fautores de la misma. En 1957 y como consecuencia de un recurso del abogado de Kappler, condenado a cadena perpetua por haber organizado la represalia, más las denuncias de varios afectados por el atentado, el Tribunal Supremo dictaminó que fue un acto de guerra, lo que exoneraba de responsabilidad a los gappistas. Pero la cosa no quedó ahí, y durante décadas han surgido multitud de teorías revisionistas por parte de los mismos italianos que consideraban como un acto terrorista el atentado de la Via Rasella.
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Cadáver de Piero Zuccheretti. El cuerpo del crío quedó partido en dos
a causa de la explosión. Al parecer, trabaja de aprendiz en una óptica
cercana y salió a ver pasar a las tropas |
Incluso en épocas tan tardías como 1999, de nuevo el Tribunal Supremo se reafirmó en su clasificación como acto de guerra ante una demanda planteada contra el GAP por los familiares de Piero Zuccheretti, un chaval de 12 años que murió en el atentado. Así pues, como vemos, ha habido división de opiniones en todo este tiempo. Sea como fuere, no se ha sabido nunca con certeza qué fue lo que impulsó al GAP a planificar y llevar a cabo el atentado, si bien la teoría más extendida es que se trató de una cuestión de tipo político para ganar adeptos a su causa o incluso debido a pugnas entre grupos rivales. Bajo mi punto de vista, me sumo a los que lo consideran una chorrada que solo sirvió para que los alemanes liquidaran a un montón de inocentes, cobrándose a cambio las vidas de unas decenas de alemanes que en menos de dos semanas habrían abandonado Roma y, como les afearon incluso en el juicio a Kappler, si querían matarlos podrían haberlo hecho combatiendo fuera de la ciudad y no dentro, comprometiendo la seguridad de los ciudadanos. En cualquier caso, los hechos fueron como fueron, y eso no tiene vuelta de hoja.
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Giorgio Amendola |
Bien, la cuestión es que fue un tal Giorgio Amendola, un destacado miembro del GAP y tras la guerra renombrado picatoste comunista, el que observó que todos los días, a eso de las dos de la tarde, una compañía del Bozen cruzaba por el centro de la ciudad con regularidad y precisión germánica, lo que se prestaba de maravilla a prepararles una emboscada y escabecharlos bonitamente. Tras comunicarlo a su gente, pero sin informar a ningún otro grupo para que no le pisaran la idea, varios gappistas se dedicaron a tomar buena nota del recorrido y los horarios exactos. Tras obtener los datos necesarios, decidieron que el mejor lugar era la via Rasella, una calle bastante empinada de apenas 230 metros de largo y solo 6 de ancho, lo que facilitaría cualquier tipo de acción ya que la estrechez de la calzada impediría maniobrar a los alemanes, así como defenderse adecuadamente. Para ser más claros, la via Rasella era una jodida ratonera. Vean la foto inferior, vean...
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Palazzo Tittoni |
En rojo aparece la via Rasella, que además de ser estrecha y empinada solo la atravesaba una calle, la via del Boccaccio (marcada en amarillo), situada a unos 70 metros del comienzo de la misma. La compañía del Bozen llegaba por la via del Traforo y cruzaba por la via Rasella en dirección a la via delle Quattro Fontane, por lo que disponían de unos dos minutos para llevar a cabo el ataque, tiempo que habían calculado tardarían los tedescos en atravesar la calle con su paso marcial de arios con botas claveteadas. Tras profundos y enjundiosos debates llegaron a la conclusión de que lo mejor era colocar una bomba en la parte media de la zona comprendida entre las vias Boccaccio y delle Quattro Fontane para coger de lleno a la unidad, que se componía de 152 hombres. Además, la estrechez de la calle aumentaría los letales efectos de la explosión que hemos señalado en la foto justo delante del Palazzo Tittoni, un vetusto edificio del siglo XVI que en aquella época estaba prácticamente abandonado. Para rematar la faena, varios gappistas se apostarían en el angosto callejón que formaba la via Boccaccio en dirección a via dei Giardini (marcado con un círculo blanco), desde donde atacarían a los supervivientes con bombas de mano y armas de fuego.
La bomba sería introducida en un carro de barrendero como el que vemos en la foto de la izquierda. El artefacto consistía en 12 kilos de trinitrotolueno metidos dentro de una caja de hierro colado que les facilitaron los obreros de la Fábrica del Gas. Para aumentar sus efectos, una vez dentro del carro se le añadieron otros 6 kilos más de explosivos, rellenando los huecos libres con trozos de hierro que actuarían como metralla. En total, 18 kilos de TNT cuya onda expansiva, al rebotar contra las paredes de las viviendas, era capaz de reventar a los que pillase en su radio de acción. La detonación se llevaría a cabo mediante una mecha de 50 segundos, tiempo que calcularon adecuado para que la compañía fuera cogida de lleno en el momento de la explosión.
El encargado de encender la mecha sería Rosario Bentivegna (foto de la derecha), un estudiante de medicina de 22 años que, disfrazado de barrendero, esperaría la señal de un compañero apostado en la esquina para preparar la bomba. Una vez encendida la mecha subiría en dirección a la via delle Quattro Fontane y giraría a la izquierda, donde lo esperaría Carla Capponi en la via del Tritone con un gabán para que Bentivegna pudiera pasar desapercibido y perderse entre los transeúntes sin llamar la atención. Un barrendero sin su escoba y su carro de limpieza da que pensar, ¿no? En cuanto al grupo que esperaría en la via del Boccaccio, lo formaban Mario Fiorentini, que fue el que planificó el atentado, Franco Calamandrei, que sería el encargado de avisar la llegada de los alemanes, Raul Falcioni, Franco Ferri, Francesco Curreli, Silvio Serra, Fernando Vitaliano, Pasquale Balsamo y Guglielmo Blasi. Una vez concluida la acción podrían escapar sin problema por las escaleras que comunicaban la via del Boccaccio con la via dei Giardini.
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Carla Capponi |
El día D fue el 23 de marzo, cuando los gappistas vieron como la 11ª compañía del 3er. batallón al mando del SS-Untersturmführer (2º teniente) Walter Wolgasth salía de su cuartel a sus deberes cotidianos, por lo que solo restaba esperar a que fuesen las dos de la tarde, cuando sabían que volvían para llenar sus germánicos buches con algo nutritivo. A eso de las 13:00 horas, Bentivegna ya estaba apostado en la via Rasella con su carro, su bomba y una pipa en la mano la cual debería servirle para encender disimuladamente la mecha. Carla Caponni aguardaba la señal de que los tedescos se acercaban, pero por algún motivo empezaron a retrasarse. Pasa el tiempo y Bentivegna empieza a inquietarse pensando que los alemanes han tomado otro camino hasta que, tras hora y media esperando y con los nervios de punta, apareció por la esquina Carla Capponi para informarle de que por fin estaban llegando.
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Aspecto de la via Rasella tras la explosión |
Como era habitual en el ejército alemán, la compañía del Bozen marchaba cantando sus canciones soldadescas, en este caso "Hupf meine Model", y marcando el paso con su marcialidad de siempre. Cuando llegaron a la altura de la via del Boccaccio, Bentivegna encendió la mecha y se dirigió calle arriba, donde lo esperaba Carla Capponi. Se cubrió con el gabán y se marcharon juntos esperando oír la explosión de un momento a otro. A las 15:54 los 18 kilos de TNT volatilizaron el carro de barrendero y se llevaron por delante a la 11ª compañía. La tremenda deflagración reventó las puertas de las viviendas de la calle, e hizo saltar hechos añicos los cristales de todas las ventanas de los alrededores. El pesado portón del Palazzo Tittoni quedó reducido a astillas, y la onda expansiva alcanzó a un autobús que circulaba por la via delle Quattro Fontane justo a la altura de la via Rasella, levantándolo del suelo y lanzándolo contra la verja de entrada del Palazzo Barberini. Tras la explosión, los gappistas ocultos en la via del Boccaccio arrojaron varias bombas de mano y abrieron fuego contra los aturdidos supervivientes para, a continuación, salir echando leches y dejando a los tedescos con un palmo de narices.
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Tras el atentado, vigilando las alturas por si acaso.
Obsérvese el boquete que produjo la explosión |
La explosión aliñó allí mismo a 26 hombres, quedando el resto heridos de mayor o menor gravedad. Cuando se recuperaron un poco, los que estaban en mejor estado empezaron a disparar contra las ventanas de las casas dando por sentado que el atentado había partido de alguna vivienda. Pero no solo los tedescos salieron perjudicados. Además del pobre crío que quedó partido en dos, tras el recuento de víctimas se descubrió el cuerpo de un civil llamado Antonio Chiaretti que, casualmente, pertenecía a un grupo de partisanos comunistas llamado Bandiera Rossa que podría haber tomado parte en el atentado, si bien eso no se llegó a saber. Once transeúntes resultaron heridos de diversa consideración, e incluso un soldado italiano que acudió pistola en mano al lugar del atentado fue muerto por los alemanes pensando que era un agresor. Además, como consecuencia de los disparos efectuados por los alemanes contra las casas murieron tres personas del vecindario. En fin, una escabechina de cuidado.
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Cuerpos de las bajas alemanas alineadas en la via Rasella
tras el atentado. |
En las horas posteriores al atentado, a los 26 muertos hubo que sumar seis más, a los que habría que añadir 54 heridos de diversa gravedad si bien contando los leves la cifra rondaba el centenar. La última víctima hubo que contabilizarla al día siguiente, cuando el SS-Sturmmann (cabo) Vinzenz Haller pasó del Más Acá al Más Allá a paso de oca para reunirse en la Walhalla con sus camaradas. En total, 33 muertos alemanes, lo que suponía algo desmesurado para lo que, en teoría, era un simple atentado terrorista callejero que, además, pilló al personal totalmente desprevenido y sin imaginar ni por un instante lo que les estaban preparando.
En todo caso, la reacción de los tedescos fue fulminante. Con ayuda de tropas italianas que llegaron al lugar de los hechos, en menos que canta un gallo desalojaron todo el vecindario y detuvieron a todos los transeúntes que circulaban por las cercanías, alineando al personal ante la fachada del Palazzo Barberini (foto de la izquierda). También se personó de inmediato Pietro Caruso, questore de la policía de Roma y, al poco rato, el general Mälzer, que estaba en una comilona en el hotel Excelsior y llegó a la via Rasella con unas copas de más y un cabreo monumental, no se sabe si por el atentado, por haberle fastidiado el banquete, o por las dos cosas. La cuestión es que Mälzer, hecho una verdadera furia, ordenó que todos los vecinos sacados de las viviendas de la via Rasella fuesen fusilados allí mismo, y que todas las casas de dicha calle fuesen voladas como castigo.
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Kurt Mälzer |
Si la cosa no pasó a mayores fue debido a la presencia del cónsul general del Reich, Eitel Möllhausen, que le aseguró que si insistía en volar las viviendas lo tendría que hacer con él dentro, tras lo cual se metió en una casa para impedir que la dinamitaran. Finalmente, la llegada de Kappler acabó por calmar al furibundo general, que echaba espumarajos de rabia totalmente fuera de sí. Pero la implacable maquinaria germana ya estaba en movimiento, y aunque Mälzer acabó aplacándose y volviendo a su cuartel general rumiando venganzas bíblicas, la noticia del atentado ya volaba camino de Berlín a una velocidad increíble. Aparte de las personas detenidas en los momentos inmediatamente posteriores al atentado, Kappler no perdió el tiempo y puso a su gente en movimiento, inspeccionando cuidadosamente las azoteas y las plantas altas de las casas de la via Rasella para llegar a la conclusión de que, en efecto, la cosa no había partido de allí.
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Albert Kesselring |
Y mientra tanto, Mälzer llamaba desesperadamente al mariscal Kesselring, mandamás absoluto de las tropas alemanas en Italia, pero sin resultado. El mariscal estaba inspeccionando el frente y no hubo forma de contactar con él hasta que regresó a su cuartel general en Monte Soratte a eso de las 19:00 horas. No obstante, alrededor de las 18:00 horas, su ayudante, el coronel Beelitz ya había recibido una llamada de la Wolfsschanze, en Rastenburg, sede de uno de los cuarteles general del Führer, en la que el general Jodl comunicaba que Hitler había dado la orden de llevar a cabo una represalia brutal: debían ser ejecutados 50 italianos por cada alemán muerto, que a aquellas horas supondrían alrededor de 1.500 ya que aún no habían fallecido todos los que al final acabarían engrosando la lista de bajas definitivas. La cifra era escandalosamente alta incluso para alguien como Kappler ya que lo habitual en casos semejantes eran de diez a uno. De hecho, no había en las cárceles de Roma gente suficiente para culminar la represalia, que habitualmente se llevaba a cabo con condenados a muerte por lo que mataban dos pájaros de un tiro, y nunca mejor dicho.
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Eberhard von Mackensen |
Nadie quiso comerse aquel descomunal marrón, como es lógico. Kesselring llamó a Jodl para que hiciera ver al Führer que 50 por cada alemán muerto era pasarse siete pueblos, y como no sabía si Hitler acabaría cediendo optó por pasarle la patata caliente al general Eberhard von Mackensen, jefe del XIV Ejército y por ello superior directo de Mälzer. Pero von Mackensen tampoco estaba por la labor, así que llamó a Mälzer para que se buscase la vida, a lo que este se negó como es lógico. Los teléfonos echaban humo entre la Wolfsschanze y los despachos de los mandamases en Italia hasta que, finalmente, a las 22:00 horas, el jefe del estado mayor de Kesselring, el general Westphal, llamó a Jodl para decirle que von Mackensen había decidido que diez a uno era más que suficiente. Tras un rato de espera en el que Hitler debatía con sus más allegados si la represalia era justa o no, finamente aceptó la cifra. La represalia sería de diez a uno, y la debería llevar a cabo el personal del SD en Roma, uséase, el SS-Obersturmbannführer Herbert Kappler y sus muchachos. Y añadió que se pusiera las pilas, porque el Führer había ordenado además que la operación debería estar concluida en 24 horas, así que solo disponían de aquella noche y la mañana del día siguiente para juntar más de 300 desgraciados, organizar su traslado al lugar de la ejecución, matarlos y hacer desaparecer las pruebas del crimen. Una tarea abrumadora ante la que Kappler, faltaría más, no se arredraría.
Bueno, con esto concluimos, que ya he escrito bastante por hoy. Así pues, en la próxima entrada veremos como se llevó a cabo la masacre de las Fosas Ardeatinas, una cruel represalia para vengar un absurdo atentado.
Hale, he dicho
Continuación a la segunda parte pinchando aquí.
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