viernes, 15 de diciembre de 2017

Retorno al pasado. Manteletes móviles


Mantelete móvil para cinco fusileros de fabricación rusa que, según indica la foto, han capturado las tropas alemanas
y que puede desplazarse de un lado a otro, lo cual es bastante obvio a la vista de las ruedas que tiene. Con todo, no era
nada fácil manejar estos pesados armatostes que, además, se hundían rápidamente en los terrenos fangosos del frente

Ya hemos dedicado anteriormente a algunas entradas a las reminiscencias medievales en las que pudimos ver como los sagaces estrategas que dirigían el cotarro en la Gran Guerra desempolvaron viejos códices medievales para actualizar los más diversos chismes para impedir que los enemigos los abrasaran a tiros. Y además de corazas y cascos que parecían sacados de un museo rescataron algo tan antiguo y aparentemente desfasado como los manteletes, unos enormes escudos o barreras portátiles empleados en los asedios por parte de los sitiadores para poder hostigar a la guarnición de la fortaleza cercada sin que sus ballesteros los convirtiesen en acericos a base de virotes. 

Estos manteletes podían ser fijos o bien, como los que vemos en las ilustraciones de la izquierda, móviles, o sea, provistos de ruedas para que las tropas que se protegían tras ellos pudieran avanzar hacia el enemigo con impunidad cuasi total. Ambos son una pequeña muestra de la infinidad de diseños que se pueden ver en los tratados de poliorcética medieval, en este caso del Bellifortis de Konrad Kyeser, datado a comienzos del siglo XV. Como vemos, están provistos de varias aspilleras por las que se podía disparar tanto una ballesta como los rudimentarios truenos de mano que fueron ganando cada vez más popularidad a lo largo de ese siglo.

General Nelson A. Miles (1834-1925)
Pues de la misma forma que se empezaron a diseñar protecciones corporales para reducir el abrumador número de bajas producidos por la acción de la artillería y las ametralladoras, también se idearon escudos para francotiradores o para parapetos, que también vimos en su momento, y otros de mayor tamaño que, inicialmente, se pensó que podrían ser bastante útiles para avanzar por tierra de nadie a resguardo del fuego enemigo. Sin embargo, estos chismes en concreto no surgieron a raíz de la Gran Guerra, sino un poco antes, concretamente en un conflicto tan ajeno al uso de este tipo de armas como fue la guerra de Cuba en la que los yankees (Dios los hunda en el abismo) nos robaron impunemente nuestros últimos territorios de ultramar. El chisme en cuestión fue una idea de un veterano general de la Guerra de Secesión llamado Nelson Appleton Miles, cuyo proyecto fue publicado en el Washington Post el 15 de junio de 1898. Consistía en un parapeto portátil de aproximadamente 150 cm. de ancho por 180 de alto, fabricado con una estructura de madera de 2,2 cm. de espesor forrada por ambas caras con una chapa de 3 mm. de grosor de acero Harvey, un proceso de endurecimiento inventado en 1890 que consistía en mantener el metal a 1200º de temperatura durante 2 o 3 semanas. A ambos lados tenía montadas sendas ruedas de 137 cm. de diámetro y 18 cm. de ancho para que no se hundiera por terrenos blandos. Para su manejo llevaba incorporada una escalera de 6 metros de larga que hacía las veces de manillar con el que un grupo de fusileros podían empujar el artefacto. Cuando se llegaba a la posición deseada, se basculaba la escalera y el parapeto quedaba apoyado en el suelo, siendo a continuación colocada perpendicularmente para apuntalarlo contra el suelo, como si de un pavés de ballestero se tratase. El mantelete no llegó nunca a entrar en servicio porque, como ya anticipamos, la guerra de Cuba no era el escenario más adecuado para sacarles partido. No obstante, el general Miles aseguraba que era válido para proteger a las tropas contra el fuego de los francotiradores enemigos, así como para desalojar a los fusileros de sus pozos de tirador aproximándose sin que estos pudieran ofenderles. Sin embargo, aunque en las pruebas que se efectuaron a nivel privado resistía el fuego de fusil, el mismo inventor reconocía que no podría con el fuego concentrado de una ametralladora. 

Pero si en la guerra de Cuba no eran especialmente útiles, en el Frente Occidental se pensó que sí podrían salvar bastantes vidas, así que rápidamente empezaron a estudiar diversos diseños que pudieran ser razonablemente operativos. En 1915, los british (Dios maldiga a Nelson) ya llevaron a cabo pruebas con el chisme que vemos en las fotos inferiores y que se asemeja bastante en su forma al ideado por Miles 17 años antes.


En la foto A vemos el mantelete en posición de transporte como si de una carretilla se tratase, lo que permitía usarlo para acarrear munición o cualquier otra cosa sobre la superficie del mismo. La foto B nos muestra el mantelete en posición de tiro, para lo que disponía de seis troneras. En la foto C podemos ver como se podía usar para avanzar protegidos del fuego enemigo, y en la foto D con las ruedas desmontadas para su empleo como parapeto fijo. Con varios de ellos, tal como vemos en la foto E, se podía construir una barricada servida por un gran número de fusileros para bloquear calles o carreteras. Este tipo de artefactos se vio pronto que eran totalmente inútiles en el campo de batalla porque, como podemos imaginar, mientras que las pruebas se llevaban a cabo en un terreno uniforme, cuando llegaban al paisaje lunar martirizado por la artillería del frente se atascaban a los pocos metros. Así pues, quedó claro que la idea no era tan brillante como parecía inicialmente.

Con todo, las eminencias grises no paraban de idear cómo y de qué forma sacar provecho a los manteletes móviles. A la izquierda podemos ver uno diseñado por los gabachos (Dios maldiga al enano corso) y puesto en servicio en 1917. Sus anchas ruedas de madera eran huecas e iban rellenas de arena para darles peso y facilitar el avance por terrenos accidentados. Sin embargo, no se usó como parapeto para tiradores, sino como protección para los encargados de avanzar durante la noche previa a un ataque para cortar las alambradas enemigas. Lógicamente, el soldado que lo manejaba permanecía a salvo de los disparos de fusilería, pero era un blanco perfecto para la artillería, que podía volatilizarlo de un cañonazo o, simplemente, disparando una andanada de metralleros que estallaban sobre su cabeza.

Más práctico era el modelo que vemos a la izquierda, en este caso diseñado por los british. Fue puesto en servicio en 1917  y usado tanto por estos como por los gabachos. Consistía en una estructura enteramente metálica a base de acero al cromo-níquel con una proa en ángulo para desviar los proyectiles enemigos. El ocupante de esta especie de carro de combate unipersonal gozaba de una protección mucho mejor que en el caso anterior que que solo quedaban al descubierto, y por la parte trasera, las pantorrillas.

En esa foto podemos ver el interior del mantelete. En el frontal, a cada lado lleva dos estrechas mirilla de observación y la abertura de la tronera, que se podía abrir y cerrar desde dentro. Debajo tiene dos faldones articulados para adaptarse mejor a la morfología del terreno, y a ambos lados se pueden ver las dos asas para manejarlo. El tirador avanzaba de rodillas empujando el trasto ese, lo que no debía ser precisamente cómodo, hasta alcanzar la posición deseada para emplazarse y abrir fuego. Al igual que en el caso del parapeto británico que vimos en primer lugar, este mantelete se mostró bastante eficaz en zonas pobladas en las que era preciso avanzar a cubierto por calles batidas por el fuego enemigo ya que semejante mamotreto por un terreno fangoso y lleno de cráteres no se movía ni medio metro antes de enterrarse en el barro pútrido.

La imagen corresponde a un fotograma de una filmación de la época en la que se ven varios de estos manteletes rodantes
avanzando por un terreno que se asemeja poco al de un campo de batalla real. En el detalle vemos a uno de sus ocupantes
avanzando penosamente de rodillas empujando el mantelete desde el interior. Eran francamente difíciles de manejar


Versión francesa del modelo anterior. Estos manteletes podían desmontarse por completo para facilitar su transporte a
primera línea, donde eran montados en cuestión de segundos. Obsérvese en la foto como el mantelete que aparece en
primer término tiene a su ocupante en el interior, lo que nos permite hacernos una idea de lo dificultoso que debía
resultar manejarlo ahí metido y lloviendo bombazos por doquier


Este otro, también diseñado por los british, estaba concebido para operar únicamente en carreteras o poblaciones debido a su elevado peso. Como vemos, en su escudo tiene cinco troneras para otros tantos fusileros cuya misión sería, como en el caso anterior, neutralizar posiciones enemigas emplazadas en zonas accesibles. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que eran un blanco perfecto para la artillería, así que no fue más allá de algunas pruebas. Aunque fuese un artefacto pesado y con un blindaje capaz de resistir el fuego de armas ligeras, no era enemigo para un cañón de 7,7 cm. alemán.


En estas dos fotos podemos ver dos diseños gabachos. El de la izquierda es un mantelete para un tirador que, como los demás, sólo sería operativo en terrenos poco o nada accidentados. Si observamos tanto la estructura como el blindaje, debía ser enormemente pesado para un solo hombre que, además, salvo por el frente estaba totalmente expuesto a la metralla enemiga. Una simple granada de fusil podría liquidarlo explotando a unos cuantos metros a los lados o por detrás. El de la derecha es un mantelete para una ametralladora que podría ser usado para establecer una posición estática en una población o para bloquear un camino donde no hubiera defensas naturales. Como podemos imaginar, para su manejo serían necesarios al menos dos o tres hombres ya que al peso del mantelete habría que añadir el de la máquina y la dotación de municiones. Ambos diseños datan de 1916.

Para concluir haremos referencia a este singular modelo británico apodado "pedrail", que consistía en una plataforma para emplazar una ametralladora más un mantelete abatible a cada lado para cuatro fusileros cada uno que, además, contó con el apoyo de la Munitions Inventions Board (Junta de Municiones e Inventos). El escudo frontal tenía 180 cm. de ancho por 150 de alto. Con los escudos laterales abiertos adoptaba una forma de ángulo y alcanzaba los 3 metros de ancho si bien estos tenían 30 cm. menos de altura. Contando con el peso de la máquina, este era de 1.360 kilos nada menos, lo que lo hacía engorroso y lento de manejar. Para moverlo y emplazarlo eran necesarios al menos tres hombres y, al igual que sus hermanos menores, se planteó emplearlo solo como posición estática en determinados escenarios cuyo acceso fuese viable. Estos manteletes en realidad eran exactamente lo mismo y cumplían la misma función que los escudos con que las piezas de artillería estaban equipados desde hacía ya tiempo. 

Por inventar, inventaron hasta esa especie de bala gigante hueca en la que un british avanzaría contra las líneas enemigas. Su forma desviaría fácilmente los proyectiles enemigos, pero lo que olvidaron poner en el manual de uso es qué hacer cuando el trasto ese caía dentro de un cráter con un metro de agua y fango mezclado con cadáveres pútridos de cuñados apiolados dos semanas antes durante un ataque fallido. De hecho, incluso diseñaron un artefacto similar con capacidad para una camilla a fin de trasladar a los heridos a resguardo del fuego enemigo, pero tampoco decían qué pasaba si la carretera estaba llena de baches y al herido se le salían las tripas cada vez que daban un bote. En fin, hay gente que cuando se pone a idear cosas raras no tienen freno.

Bueno, para ser viernes ya he tecleado más de la cuenta. Espero que estos curiosos artefactos sirvan, como siempre, para sorprender desagradablemente a sus abominables cuñados que tanto saben de cosas bélicas.

Hale, he dicho

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