viernes, 5 de junio de 2020

CACHORRILLOS


Estuche con una pareja de cachorrillos de pistón datado hacia 1840.
Estos estuches, cuyas armas solían tener acabados de lujo como grabados
y cachas de marfil, eran las típicas que comprada un caballero para salir
de casa sintiéndose seguro. Si además llevaba en la mano un buen bastón
estoque, pocos chorizos podrían hacerle frente
Bueno, tras el laaargo y costoso parto de mi última criatura con la musa-comadrona gritando sin parar eso de "¡Empuja, empuja que ya asoma la cabeza!", pues como que se me ha quedado la sesera un poco evanescente, así que para retomar la temática habitual del blog recurriremos a mi siempre socorrido disco duro intra-craneal. 

Es posible que haya algunos que con solo leer el título ya sepan de qué va la cosa, pero es aún más probable que haya muchísimos que crean que hablaremos de perritos, gatitos o incluso hipopotamitos. Pero no. No va de fauna adorable, sino de armas de fuego. Según el diccionario militar del coronel de ingenieros don José Almirante, un cachorrillo era una pistola pequeña, pero sin dar más detalles en lo tocante a sus mecanismos, sistema de disparo, etc., o sea, que un cachorrillo era una pistolita pequeña sin más como las que aparecen en la foto de la derecha. Como vemos, son unas armas de pequeño calibre y reducido tamaño cuya finalidad no era otra que la defensa personal. Antaño, antes de que nuestra pútrida y decadente sociedad fuera sometida por la abyecta la tiranía de lo políticamente correcto, se concebía la defensa personal como un acto legítimo. Es algo tan obvio que hasta un cuñado lo comprende, pero nuestra degenerada clase política parece que no. Con la ley en la mano, la eximente completa por legítima defensa solo la tienen en cuenta si te agreden 200 orcos armados de palos, cadenas y demás objetos contundentes y, ante la evidente diferencia entre agresores y agredido, si uno le vuela los sesos a uno de los orcos podrás salir absuelto. Eso sí, una vez que la familia de orco haya interpuesto tropocientas apelaciones para sacarte el dinero por haberlo escabechado.

Cadáveres de Antonio Jiménez Rodríguez (a) el Niño
del Arahal y de Francisco Ríos González (a) el
Pernales, abatidos a tiros por la Benemérita en
Villaverde de Guadalimar (Albacete) el 31 de agosto
de 1907. Hoy día habría manifas de los guays de
turno protestando por no haber respetado los derechos
humanos de esas dos bestias, y algún rapero hasta les
habría sacado una cancioncita victimizándolos y
poniendo a caldo a la Guardia Civil. Solo una
reseña: el Pernales castigaba a sus hijas aplicándoles
monedas calentadas al fuego. Otro "reinsertable", vaya
Sin embargo, si un psicópata entra en el sacrosanto domicilio con aviesas intenciones, como por ejemplo violar y asesinar a tu parienta y tus hijas y sales en su defensa dejándolo seco de un escopetazo, lo más probable es que acabes en el trullo por homicidio ya que el medio que se usó para repeler la agresión era "desproporcionado" respecto al bate de béisbol y el cuchillo de 30 cm. del psicópata. O sea, que o defendías la honra y la vida de tu familia con otro bate de béisbol o un cuchillo de cocina o esperabas sentado la llegada de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, antes policía y Guardia Civil a secas, y para entonces es probable que el psicópata haya huido o, en el mejor de los casos, lo atrapen, lo procesen y sea condenado a unos pocos años de los que apenas cumplirá la mitad en base a que dirá que se ha arrepentido y que está muy triste por haber violado y estrangulado o degollado a varias mujeres inocentes. Ah, y naturalmente le darán una paguita para que se "reinserte". 

Francamente, cuando hablo de estos temas me empiezan a palpitar las arterias del pescuezo peligrosamente, y no concibo como la ley pretende que nos defienda la policía porque para eso tendría que haber tantos policías como ciudadanos y que, para colmo, un terrorista con varios crímenes a cuestas no cumpla ni un año de condena por asesinato mientras que un padre de familia se vea en el trullo rodeado de indeseables varios años por defender su hogar y su gente. Pero así es la España que tenemos y la España que votamos con estos políticos tan guays y tan magnánimos que protegen al delincuente y dejan en manos de los criminales a la gente honrada. Resumiendo: antes, el que la hacía la pagaba, y si no le metían un pistoletazo en la jeta acababa en el palo sí o sí y ahí se acababa a historia, como debe ser. Y tras este desahogo, procedo.

En las broncas surgidas en timbas y tabernas también
era muy saludable ir acompañado de un cachorrillo,
generalmente más eficaz que una navaja
No sabemos cuándo surgió ese tipo de pistolas tanto en cuanto eran armas artesanales que se encargaban a "medida", por así decirlo. Por los ejemplares que se conservan, podemos tener claro que al menos desde mediados del siglo XVIII ya estaban en uso ya que tenían llave de chispa. No obstante, considerando que, al menos la inmensa mayoría son armas de pistón, podríamos decir que empezaron a ganar popularidad sobre todo a partir del primer cuarto del siglo XIX, ya que el inventor de este sistema, el pastor presbiteriano escocés Alexander John Forsyth no lo patentó hasta  1807. Los motivos de la proliferación de estas armas son más que evidentes: un probo ciudadano que, por el motivo que fuese, debía deambular por las calles a horas intempestivas o viajar en diligencia o a caballo, apenas disponía de defensa contra los maleantes que infestaban las encrucijadas callejeras o los caminos, muchos de ellos con la fea costumbre de apuñalarte primero y robarte después. Algunos ciudadanos diestros en el manejo de la espada- recordemos que en aquella época se prohibió en todas partes el uso de espada a los civiles- pues se aviaban con un bastón estoque para librarse de su o sus agresores que, aunque sabían manejar un cuchillo o una navaja, no eran enemigos para un buen espadachín que, de forma sorpresiva, convertía un elegante bastón en un estoque con el que le atravesaban la garganta y lo aliñaban allí mismo.


Si se viajaba solo y los únicos refugios eran los cortijos, las ventas y las
casas de postas, o ibas armado o acababas en cualquier cuneta en pelota
picada y con una raja de oreja a oreja en el pescuezo 
Pero no todos podían o querían aprender esgrima, que generalmente estaba reservaba a hombres pudientes que pudieran pagarse las clases con un buen maestro de armas o bien a militares que la aprendían en las academias. Y como un orondo comerciante que iba de una ciudad a otra o un hombre de cierta edad que circulaba de madrugada por las calles no eran enemigos para estos malhechores, ante la perspectiva de ser esquilmados no les quedaba otra que adquirir una de estas pequeñas pistolas para, si era necesario, meterle un balazo al mangante de turno. Como lógicamente podían ser más de uno, se fabricaron cachorrillos con dos, tres e incluso hasta seis cañones si bien lo normal era portarlos de uno o dos porque abultaban poco, se llevaban disimuladamente y, sobre todo, eran baratos. Independientemente de que alguien encargara alguna virguería llena de grabados y tal, los cachorrillos habituales eran armas básicas, sin adornos y, debido a la escasa presión que generaba su carga de pólvora negra, ni siquiera precisaban de aceros especialmente sólidos, siendo el material habitual lo que se conoce como "hierro de ventana", o sea, hierro forjado pero sin acerar. Ojo, esto no significa que fuesen armas malas sino que, simplemente, para la potencia de su carga no precisaban de aceros más resistentes. Por otro lado, su uso esporádico permitía que durasen años sin que cogieran holguras por desgaste. De hecho, seguramente la gran mayoría de los que compraron un cachorrillo en su día palmaron de viejos sin haberlos disparado ni una vez o, si acaso, pegaron un par de tiros por ver como funcionaban y santas pascuas. En cualquier caso, la popularidad de estas armas hizo que estuvieran en uso hasta comienzos del siglo XX a pesar de que ya se fabricaban mogollón de modelos de pistolas semiautomáticas y revólveres de pequeño calibre.

Por otro lado, el concepto de cachorrillo perduró en el tiempo a pesar de que, a medida que fueron evolucionando los sistemas de disparo, se limitaron a adoptarlos desde los de llave de chispa a los de fuego central pasando por llaves de pistón, Lefaucheux, rolling block y fuego anular. Veamos pues las tipologías y funcionamiento de los modelos más representativos...


Ahí tenemos un bonito cachorrillo de chispa datado hacia 1770. Según vemos en la foto inferior, que nos muestra el lomo del arma, la flecha roja señala el generoso oído donde se depositaba la polvorilla del cebado. Una vez vertida la cantidad adecuada se cerraba la batería y se colocaba la llave en posición de seguro, o sea, retenida en la muesca intermedia de la nuez. Del mismo modo podemos observar que la llave no está fijada en una pletina en el costado, sino que emerge del centro del cajón de mecanismos. Esta pauta era habitual tanto en las de chispa como las de pistón, básicamente para reducir la anchura del arma. Por otro lado, observemos el resalte que aparece en la parte inferior del cañón y retengámoslo un momento en la memoria porque era de importancia vital para cargar el arma.


Porque puede que alguno ya se haya preguntado que dónde está la baqueta o piense que se salía de casa con el arma cargada y, una vez disparada, se acabó lo que se daba. Pues no, se recargaban siempre y cuando el probo ciudadano llevase encima una pequeña polvorera- recordemos que traían una boquilla dosificadora para la cantidad exacta que requería cada arma-, algunas balas y los accesorios que vemos en el gráfico de la izquierda. Porque estas pistolas no se cargaban por la boca, como cualquiera podría pensar, sino que se desenroscaba el cañón ayudándose con la llave que vemos en la figura A. Si la observamos, podemos ver que en la parte inferior del hueco lleva una pequeña muesca que era, precisamente, para encajarla en el resalte que vimos anteriormente en la parte inferior del cañón. ¿Cómo si no íbamos a desenroscar una pieza de sección circular? Y en cuanto a la figura B, nos muestra la típica aguja que se empleaba para despejar de mugre el oído del arma cada vez que se disparaba. No olvidemos que la pólvora negra genera gran cantidad de residuos, por lo que convenía limpiar el oído si no queríamos que el siguiente disparo resultase fallido. Así pues, añadiendo esos dos útiles a la polvorera y las balas cualquiera podía recargar su pistola en caso de necesidad. Obsérvese que tanto la llave como la aguja podrían ir colgando de un cordón en uno de los ojales del chaleco y llevarlas sin temor a perderlas en uno de los bolsillos del mismo. Finalmente, en la figura C vemos una llave para cañón hexagonal y en el extremo opuesto  de la misma una llave para desmontar la chimenea, que también había que limpiarlas con agua hirviendo de la mugre que se acumulaba en su interior. ¿Qué cómo se recarga una pistola a la que hay que desenroscar el cañón? Muy fácil. Veamos...


Vamos paso a paso. En este caso lo hemos ilustrado con un cachorrillo de pistón ya que el proceso era exactamente el mismo salvo que, en esta ocasión, en vez de tener que cebar el oído de la batería bastaba con colocar un pistón. 

Fig. A: Una vez vencida la resistencia inicial con la llave se terminaba de desenroscar el cañón a mano. La flecha nos señala el resalte donde debemos encajar dicha llave. Ojo, puede que debido a la suciedad hubiese que recurrir a ella para desenroscar totalmente el cañón, pero si se mantenía el arma limpia y engrasada este primer paso no tenía mayor problema.

Fig. B: Una vez desenroscado queda a la vista la recámara, precedida de un alojamiento cóncavo donde se colocaba la bala. 

Fig. C: Con la polvorera se vertía la carga, llenando la recámara.

Fig. D: Se colocaba la bala y se volvía a roscar el cañón. Como sabemos, en las armas de avancarga era habitual usar proyectiles sub-calibrados para facilitar la recarga, y más cuando la suciedad acumulada tras varios disparos dificultaba la introducción del proyectil. Con este sistema, que por cierto recibía el nombre de box lock, se usaban bolas levemente sobre-calibradas ya que no había que empujarlas a golpe de baqueta y, más importante aún, se obtenía una mayor compresión al reducirse al mínimo la fuga de gases, logrando así una mayor velocidad inicial, ergo mayor energía.


La adopción del pistón agilizó bastante el proceso de carga. Ya no había que cebar el oído- para lo que había que llevar generalmente una segunda polvorera con polvorilla- y además correr el riesgo de que el disparo fallase ya que el punto flaco de las llaves de chispa estaba en las piedras, ya fuera de sílex o ágata, estas últimas de mayor calidad. Bastaba que el ángulo de la piedra en la mordaza no fuese el correcto o que se hubiese desgastado para que no fuese capaz de sacar chispa al rastrillo, por lo que solo quedaban dos opciones: volver a intentarlo o tirarle la pistola a la cabeza al agresor y salir corriendo. Obviamente, algunos armeros tuvieron en cuenta ese posible inconveniente, así que dotaron a sus armas de pequeñas bayonetas plegables para, caso de fallar el disparo o que este no fuera lo suficientemente contundente, desplegarla y arremeter con furia visigoda contra el enemigo de lo ajeno y coserlo bonitamente a puñaladas. En la foto superior vemos un cachorrillo de chispa con su bayoneta plegada en el costado derecho, y en la inferior uno de pistón con la bayoneta en la parte inferior del cañón. También se conservan ejemplares que la llevan arriba del mismo. En fin, cualquier sitio era bueno siempre y cuando la punta mirase hacia adelante.


En lo tocante a los mecanismos de estos primeros cachorrillos, ya fuesen de chispa o de pistón, eran más básicos que el contenido de la bóveda craneana de un político, que por lo general están llenas solo de aire o, en el mejor de los casos, un pequeño porcentaje de dióxido de carbono. Solo precisaban de cuatro piezas para funcionar: el martillo, el gatillo, el muelle real y el muelle del gatillo aparte de los tornillos que fijaban ambos resortes al armazón. Como ven, la nuez está integrada en el martillo y el fiador en el gatillo. Veamos la secuencia de disparo, que sería la misma tanto para chispa como para pistón.

Fig. A. Vemos el martillo en posición de reposo apoyado en la chimenea. Por cierto, no era nada conveniente disparar en vacío sin pistón por hacer el gamba o asustar a un cuñado, ya que el martillo podría deformar la embocadura de la chimenea hasta el extremo de no poder colocarle el pistón. El gatillo permanece inmóvil, impulsado hacia adelante por su muelle, mientras que el martillo está en la misma situación empujado hacia adelante por el muelle real.


Cachorrillo de pistón provisto de palanca de seguro. Como veremos en el
gráfico de abajo, bloqueaba martillo
Fig. B. Tiramos hacia atrás del martillo hasta que el fiador del gatillo se encaje en la posición intermedia de la nuez. En esta posición el martillo queda bloqueado en el seguro. Es la que generalmente se adoptaba para colocar el pistón o cebar el oído, no fuese a apretar el gatillo sin darse cuenta con los nervios y soltar un tiro o chingarse un dedo. Aunque sean armas pequeñas, sus muelles reales tienen una potencia suficiente como para arrancarte una uña si te pilla de refilón.

Fig. C. Una vez cebada el arma con polvorilla o empistonada, se amartilla llevando el martillo hacia atrás, hasta que el fiador se enganche en la segunda muesca de la nuez. A partir ya solo queda apuntar y disparar.

Fig. D. Hemos apretado el gatillo, liberando la nuez, por lo que el martillo avanza hacia adelante impulsado por el muelle real y disparando el arma. Y ya está, así de simple.


Algunos fabricantes optaban por añadir un mecanismo de seguro que permitiera llevar el arma amartillada sin temor a volarse las partes nobles o meterse una bala en la vejiga de la orina. Tal como hemos visto en la foto superior, era una simple palanca corrediza cuyos entresijos podemos estudiar en el siguiente gráfico:

Fig. A. El mecanismo constaba de una palanca corrediza hacia adelante o hacia atrás que, en la parte inferior, tenía un espolón que se introducía por una ranura abierta en el muelle real que le hacía las veces de guía. Según vemos en la flecha azul, cuando la palanca estaba en posición avanzada impedía que el martillo cayese. Para mantener la pieza del seguro bien asentada, dentro del armazón llevaba un muelle de fleje atornillado al mismo y que reposaba sobre un tetón.

Fig. B. Para quitar el seguro bastaba deslizar la palanca hacia atrás. El resorte de bloqueo pasaba por encima del tetón, dejando la pieza bloqueada en su posición más atrasada para impedir que un movimiento brusco volviera a asegurar el arma, dejándolo a uno con la jeta a cuadros y apretando el gatillo hasta doblarlo hacia atrás sin que saliera el disparo. 


En 1846, un parisino llamado Benjamín Houllier patentó una mejora basada en el cartucho que unos años antes, concretamente en 1834, patentó a su vez Casimir Lefaucheux (tranquis, en breve hablamos de este peculiar sistema de percusión). Este cartucho estaba totalmente fabricado de latón, lo que mandaba al baúl de los recuerdos a la lenta y penosa avancarga si bien muchos siguieron usando sus cachorrillos de pistón porque ya sabemos que los humanos le tenemos especial repulsión a las novedades aunque sean cojonudas. Pero los que vieron claro la bondad de la retrocarga, o bien los que hasta aquel momento no habían adquirido ningún arma, rápidamente se agenciaron una pistola para este sistema. El Lefaucheux o, como lo conocen algunos, el cartucho de espiga, consistía en una vaina enteramente metálica que contenía tanto la carga de pólvora como el pistón en su interior. Como podemos ver en el gráfico de la derecha, la cápsula fulminante se situaba mediante un taco en el centro del interior de la vaina con la espiga reposando sobre la mezcla detonante. Cuando el martillo golpeaba la espiga, detonaba el pistón y este, a su vez, iniciaba la carga de propelente.


El sistema era bastante cómodo para su época porque, además de agilizar el proceso de recarga, los cartuchos permanecían sellados y, por ende, inmunes a la humedad, y aunque lloviera a cántaros podía uno endilgarle un pistoletazo en el esternón a cualquier bellaco sin preocuparse de si la pólvora estaría mojada. Básicamente, para este tipo de armas se fabricaron cuatro calibres que podemos ver en la foto de la izquierda: 5, 7,9 y 12 mm. Por el tamaño de estos cachorrillos ya podemos suponer que no eran especialmente contundentes, pero sí lo suficiente para las distancias habituales en las que se usaban estas armas, a bocajarro o escasos metros de distancia, y en esos casos tenían potencia suficiente para meterle una bala en el cráneo a cualquier criminal sin opción a "reinsertarse" para trincar la paguita. Por otro lado, este sistema eliminaba el incordio de tener que ir cargado con la polvorera, la bolsita de balas, los pistones o la llave para regular la posición de la piedra en la mordaza, la otra llave para de enroscar el cañón, etc. Bastaba echarse un puñado de cartuchos al bolsillo y santas pascuas. No obstante, el cartucho sistema Lefaucheux tenía un pequeño inconveniente: si se te caían uno o varios al suelo y lo hacían sobre la espiga, se producía el disparo con las consecuencias que podemos imaginar. Con todo, tampoco tuvieron una vida operativa muy larga ya que no tardaron muchos años en hacer acto de presencia los cartuchos de fuego anular y central, mucho más seguros en ese aspecto.


Bien, como ya dijimos, la aparición de los cartuchos de espiga supuso un verdadero pelotazo para la venta de estos cachorrillos que no requerían ningún tipo de destreza o habilidad para recargarlos bien y rápido. De hecho en Eibar se produjeron miles de estas armas que no solo se vendieron en España, sino que se exportaron por todo el mundo. Bastaba bascular el o los cañones- la inmensa mayoría eran de dos cañones-, introducir los cartuchos teniendo en cuenta que la bala debía quedar mirando hacia la punta, cerrar los cañones, amartillar y disparar. En la foto de la derecha podemos ver el aspecto que presenta un juego de cañones vistos desde la recámara. Al carecer de pestaña, el tope de introducción lo hacía la misma espiga, que quedaba alojada en las muescas que vemos en la parte superior. Carecían de extractor, por lo que si por un pico de presión o una elevada temperatura la vaina se dilataba más de la cuenta pues había que recurrir al ingenio fugaz y meter un lápiz o un palito por la boca de fuego para, emulando a una baqueta, poder expulsar las vainas servidas. Conviene aclarar por otro lado que, por lo general, muchas de estas armas, salvo las de una calidad superior, carecían incluso de estriado. Total, a la distancia a la que iban a disparar tampoco hacía falta una precisión apabullante, y más debía preocuparse su usuario por no disparar sobre partes del cuerpo donde se llevara encima mucha ropa o una cartera en un bolsillo interior, porque eso podía llegar a, sino a detener, si restar mucha potencia a la bala, produciendo una herida superficial en vez de dejar al sitio al "reinsertable" de turno.


Estas armas usaban dos tipos de cierres. El más habitual era el de resorte que vemos a la izquierda. En la foto A tenemos una vista del costado derecho del arma. La flecha señala el resorte que presionaba el pulsador que bloqueaba los cañones. En la foto B podemos ver el costado izquierdo y, marcado por la flecha, el pulsador que liberaba el tetón que aparece en la foto C. Como se puede observar, dicho tetón está provisto de una muesca que encajaba en el orificio de la pletina que corría por en interior del cajón de mecanismos. Era un cierre bastante fiable y sólido, al que solo había que ajustar muy de tarde en tarde o sustituir el resorte que lo comprimía si es que perdía tensión. 


El otro cierre, menos común, era el denominado "tipo francés", que por cierto también usaban las escopetas para cartuchos de pólvora negra. En este caso, bajo el cajón de mecanismos vemos una llave que se giraba hacia la derecha, liberando el cierre que se puede apreciar en el detalle. Una vez recargada el arma se basculaban hacia arriba los cañones y se giraba de nuevo la llave hasta dejarla en su posición original. Y ya que tenemos esta foto, conviene reparar en que tiene dos gatillos superpuestos como las escopetas de caza para no apretar ambos a la vez. Este era un inconveniente habitual en las pistolas de dos cañones ya que un guardamontes tan pequeño no dejaba sitio para andar metiendo y sacando el dedo, así que a algún cerebrillo se le ocurrió eliminar el guardamontes y hacer los gatillos abatibles de forma que solo emergían si el arma era amartillada. Esto, además, evitaba posibles enganchones a la hora de sacar el arma del bolsillo. ¿Qué cómo funcionaba? Po mu fási... Veamos este maravilloso gráfico que me ha tenido sumamente ensimismado dos horas largas...



Figura A. Ahí podemos ver la estructura del arma con sus mecanismos. Hemos eliminado las cachas de madera porque solo nos ocultarán partes de los mismos. La flecha roja señala el pulsador que libera los cañones y nos permiten bascularlos. La flecha negra señala el gatillo, que permanecerá oculto mientras que no amartillemos la pistola. La flecha azul señala el muelle del gatillo, y la blanca el muelle real. Como en los modelos más antiguos, la nuez y el martillo forman una misma pieza, así como el gatillo y el fiador. En ambos casos, los martillos también emergen de sendas ranuras en la parte superior del cajón de mecanismos. 

Figura B. Comenzamos a amartillar el arma. La nuez empuja hacia fuera el gatillo, que a su vez es presionado por su muelle ya que, de lo contrario, se saldría solo. Tenemos una primera posición de seguro que hará que el gatillo asome un poco, pero al quedar enganchado en la nuez se retraerá de nuevo. De ese modo se evitaban enganchones al sacar el arma. Si el arma acaba de ser cargada nos saltamos este paso y amartillamos del tirón.

Figura C. Seguimos tirando del martillo hasta que llegue al final de su recorrido. Dentro del círculo podemos ver como el fiador ha enganchado la muesca de la nuez, estando listo para abrir fuego.

Figura D. Apretamos el gatillo y se produce el desenganche, como vemos en el círculo rojo. El martillo caerá con fuerza sobre la espiga del cartucho y se producirá el disparo.


Figura E. Al bajar el martillo, el muelle del gatillo empuja a este hacia arriba, quedando retraído y volverá a la posición que vimos en la figura A. En caso de ser necesario recargar el arma  bastará con pulsar el cierre, extraer las vainas servidas e introducir uno o dos cartuchos. Una observación más: no era preciso amartillar ambos cañones, y para no pegar dos tiros a la vez era incluso recomendable amartillar y disparar primero uno y luego el otro. No obstante, si queríamos chinchar más al "reinsertable" también se podían amartillar ambos y apretar los dos gatillos al mismo tiempo, disparando al unísono. Por lo demás, y ante la posibilidad de que la puñetera espiga del cartucho produjera un accidente, se diseñó un seguro manual que, como vemos en la foto  de la derecha, se fijaba al lomo de los cañones mediante dos tornillos como vemos en la imagen superior. Los tornillos estaban apretados lo suficiente como para que no quedara la pieza suelta, ni tanto como para que hubiera que echar el bofe para deslizarla. En la foto vemos perfectamente como se interponen entre los martillos y las peligrosas espigas de los cartuchos. En la foto inferior podemos ver la pieza del seguro en cuyo extremo está la pestaña que permitía empujarlo y, al mismo tiempo, hace las veces de alza. No parece que tenga mucho sentido poner un alza en un arma sin punto de mira, y para tirar a bocajarro tampoco es que fuera necesario pero, en fin, una pijadita más para encarecer el producto, digo yo...


A partir del último cuarto del siglo XIX se acabaron imponiendo para la
defensa personal armas como este Smith & Wesson mod. 1½ con
capacidad para cinco cartuchos de fuego anular de calibre .32. Eran
pequeños, eficientes y, lo más importante, dejaban seco a un fulano
sin más historias
Bueno, criaturas, con esto terminamos. La aparición de pistolas de dos o cuatro cañones como la Derringer convirtieron poco a poco estos cachorrillos en armas obsoletas ya que, aunque los cartuchos Lefaucheux se fabricaron hasta los años 20 del pasado siglo, es evidente que su peligrosidad latente hacía más atractivos los de fuego anular. Del mismo modo, hacia finales del XIX ya se empezaron a fabricar pistolas y revólveres de pequeño calibre con cargadores para 5 o 7 cartuchos que, obviamente, eran mucho más eficaces. A más tiros, más posibilidades de mandar a "reinsertar" al delincuente al puñetero infierno. No obstante, la creatividad de los fabricantes se estiró al máximo para poner en el mercado los chismes más variopintos, desde armas con varios cañones que se giraban a mano, de un cachorrillo con sistema rolling block para cartuchos de fuego anular o central, o algunos chismes raros como la Gaulois o el Protector, con los que poco se podía hacer salvo liquidar al gato del vecino que se come los canarios que tenemos en el patio. Ya hablaremos de esos un día de estos.

En fin, con esta filípica, que al final me he enrollado más de la cuenta, no creo que nadie tenga duda alguna de qué eran y cómo funcionaban los peculiares cachorrillos que, a lo tonto a lo tonto, a más de uno le libró de ser desvalijado, cuando no vilmente apuñalado.  

Ahí queda eso.

Hale, he dicho

Cachorrillo sistema Lefaucheux con gatillos plegables y una persuasiva bayoneta situada en el lomo del arma. Si el
"reinsertable" no acusaba los dos tiros y se ponía más pesado que un cuñado en una marisquería, se le metía la hoja
por un ojo y quedaba dado de baja AD ÆTERNVM del gremio de golfos y demás morralla

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