domingo, 12 de julio de 2020

FORTIFICACIONES DE LOS INDIOS AMERICANOS


Poblado fortificado en la zona de la cultura del Sudeste. Como vemos, una densa empalizada precedida de un foso
envuelve la aldea. Los salientes de la empalizada actúan como torres de flanqueo, y el vecindario se aloja en
confortables chozas, no en los sempiternos tipis

Como es de todos sabido, el cine es el gran propagador de mentiras infundadas, bulos y estereotipos, solo superados holgadamente por los políticos que, además de mentir como bellacos, son precisamente los que crean los bulos y fomentan los estereotipos. Y uno de los camelos más extendidos es la imagen del nativo de las tribus de Norteamérica, presentados de forma sistemática como grupos de probos indígenas amerindios, antes salvajes a secas, que viven en tipis, llevan una vida nómada y se alimentan exclusivamente de carne de búfalo. 

Asentamiento de la ciudad fortificada de Cahokia, en la confluencia de los
ríos Mississippi y Missouri. En su momento de mayor esplendor llegó a
tener entre 30 y 50.000 habitantes
Por lo tanto, puede que a más de uno se le quede la jeta a cuadros cuando se entere que, en realidad, esa modalidad de indios- nos referiremos a estos sujetos como indios para que el ofendidito de turno no se ponga a echar espumarajos- era absolutamente minoritaria, y que la mayor parte de las tribus vivían en poblados por lo general fortificados. Y no por temor a las agresiones de los genocidas españoles, de los perversos ladrones anglosajones (Dios maldiga a Nelson), de los empolvados alevosos gabachos (Dios maldiga al enano corso), los herejes raspamonedas de los holandeses (Dios maldiga a Orange) o incluso los vodkarizados rusos que jamás se perdonarán haber vendido Alaska a los yankees por cuatro rublos, sino por las constantes disputas tribales que venían manteniendo desde mucho antes de que el vilipendiado Colón llegara al Nuevo Mundo en sus naves cargadas de hordas de malvados castellanos. La realidad es que la miríada de tribus- eran muchísimas más aparte de los consabidos apaches, comanches y sioux de las pelis- se llevaban fatal entre ellos, y se hacían la guerra de forma sañuda a más no poder. De hecho, en diversos yacimientos precolombinos se ha podido constatar  que el bando victorioso tenía la fea costumbre de masacrar al bando perdedor de las formas más crueles, más allá del típico afeitado capilar con pellejo incluido. Han aparecido restos de cientos de individuos que mostraban claramente amputaciones de miembros, vaciado de cuencas oculares, aplastamientos de cabezas, fracturas óseas a porrillo y demás perrerías (espero que algún ofendidito amante de los chuchos no se tome a mal usar el término "perrerías" en este caso), y sin respetar sexo ni edad ya que el brutal ensañamiento se practicaba entre los guerreros vencidos, sus parientas, sus retoños y, por supuesto, sus cuñados. En resumen, eran una gente especialmente proclive a la violencia sin necesidad de que los europeos llegasen para cabrearlos porque esta gente vivía ya cabreada desde tiempos de Noé.

Ciudadanos-indígenas manteniendo un intenso debate entre ellos. Sus
constantes guerras tribales solo sirvieron para facilitar a los europeos
adentrarse cada vez más en sus tierras
No obstante, cada zona de ese inmenso territorio tenía unas costumbres en concreto, y no solo en su forma de vida, sino de relacionarse con sus vecinos aunque la norma era odiarse una cosa mala u odiarse razonablemente, pero la cosa es que se tenían bastante asco. Por la misma razón, un territorio enorme daba a sus pobladores diversas opciones a la hora de fabricar sus poblados, y no era lo mismo vivir en una zona boscosa donde había cantidades ingentes de madera, o montañosa, donde había zonas elevadas fácilmente defendibles, que en una pradera de cientos de kilómetros cuadrados lisa como la palma de una mano, lo que obligaba a buscar métodos acordes al entorno que les rodeaba. Por lo tanto, y ya que las cuestiones bélicas del Nuevo Mundo se han tocado poco en el blog y, por otro lado, es un tema que creo interesará bastante al personal por lo desconocido del mismo, colijo que lo más adecuado es que esta entrada sea una introducción para, en sucesivos artículos, tratar con más detalle los pormenores de cada zona en concreto. Los que me leen desde allende el mar, especialmente desde los Estados Juntitos (aunque no lo crean este país está en segundo lugar en número de visitantes del blog tras España), es posible que ya conozcan esta temática, pero mis paisanos creo que ni en los documentales de Canal Historia han tenido noticia de algo semejante, así que mejor exprimirlo a tope porque merece la pena. 

En el mapa de la derecha podemos ver las zonas que abarcaban cada distinta cultura en lo que hoy son los Estados Juntitos y Canadá. Los españoles accedimos desde el sur hacia las zonas Suroeste, California, la Gran Cuenca, la Meseta, las Grandes Llanuras y la Costa Noroeste. Los herejes anglosajones, los gabachos y los holandeses se plantaron en las zonas Sudeste y Nordeste y, finalmente, los rusos se dieron unos paseos larguísimos por las zonas Ártica y Subártica. Bien, pues salvo en las zonas de California, la Gran Cuenca y la Meseta, donde lo más habitual era la construcción de defensas a pequeña escala consistentes en parapetos de tierra, pequeños fosos y barreras de maleza, en las demás pudieron encontrar fortificaciones en toda regla, especialmente en la zona oriental del continente. Y no hablamos de cuatro palos rodeando un puñado de tipis, sino de estructuras bastante sofisticadas si tenemos en cuenta que, cuando los europeos llegaron a América del Norte, sus probos ciudadanos-nativos estaban literalmente en la Edad de Piedra.

Estas clavas, de entre 40 y 60 cm. de largo, eran
las armas preferidas de los indios en el cuerpo a
cuerpo. Te daban en el esternón y te paraban el
marcapasos de momento
Más aún, en Sudamérica los españoles conocieron desde su llegada grandes ciudades con estructuras complejas, zonas densamente pobladas por una sociedad bien estructurada y jerarquías claramente definidas. Por otro lado, y como sabemos, dominaban perfectamente el trabajo en piedra, construyendo con ellas desde asombrosas pirámides a murallas, palacios, etc. Sin embargo, sus vecinos del norte estaban un poco más atrasados en todos los aspectos. Sus armas, por ejemplo, se limitaban a lanzas y cuchillos de sílex, arcos cuyas flechas armaban con pequeñas puntas del mismo material o, en algunos casos, de cobre y, sobre todo, de clavas fabricadas con maderas especialmente duras. Sus cajas de herramientas eran aún más básicas: para fabricar palas y/o azadas empleaban los omóplatos de los búfalos o lajas de piedra, material este que también usaban para fabricar hachas. Pero estas hachas no cortaban ni un rábano, porque ni siquiera les valían para talar árboles. En fin, que no les vendría mal una mañana entera en un Leroy Merlin de esos y salir la tribu entera con tropocientos carritos cargados de ferralla.

Vivienda comunal iroquesa
Sin embargo, sus técnicas de castramentación eran inusualmente sofisticadas para una gente que estaban aún a siglos de distancia de sus visitantes que, ciertamente, no tuvieron nada fácil irse apoderando, sin prisa pero sin pausa, de sus territorios. Así, en vez de los tipis en mitad de la inmensa pradera donde estarían literalmente vendidos ante cualquier ataque, ya fuese de una tribu enemiga o de europeos, construían poblados formados por chozas, a veces multifamiliares, que rodeaban con sistemas de empalizadas bastante sofisticados para sus escasos medios. Para talar los gruesos troncos de las mismas tenían que quemar los árboles por la base e ir eliminando las partes carbonizadas con sus hachas de piedra para acelerar el proceso hasta que, finalmente, el árbol caía. Solo para obtener un árbol debían invertir más de medio día, así que para acumular los cientos de troncos que precisaban para una empalizada llevaban a cabo una labor que se me antoja titánica, y ello sin contar el desbroce y el transporte hasta el lugar del asentamiento.

Recreación del poblado de la tribu mandan en Huff, datado hacia mediados
del siglo XV Como vemos, está rodeado de un profundo barranco menos
la parte frontal, defendida por un foso
Del mismo modo, sabían elegir muy bien dónde posicionar sus ciudades más importantes, eligiendo por norma zonas elevadas que, para dificultar la escalada a posibles enemigos, incluso recurrían a mojar el terreno para hacerlo más resbaladizo. Naturalmente, sus empalizadas disponían de torres de flanqueo, pasarelas interiores a modo de adarves, aspilleras, fosos con elevadas contraescarpas para impedir que los enemigos prendieran fuego a su muralla lignaria e incluso sistemas de canalización de agua para, a modo de los buzones matafuegos europeos, apagar conatos de incendio. Como vemos, tecnológicamente no estaban muy allá que digamos, pero sabían sacarle provecho a lo que tenían y, según los testimonios de los mismos europeos que se enfrentaron a ellos, tomar una de esas poblaciones no era tarea fácil, y menos cuando gracias al comercio empezaron a obtener armas de fuego.

Poblado zuni en Nuevo Méjico a finales del siglo XIX. Aunque ya no
había guerras, conservaban la costumbre de acceder mediante escalas
a las plantas superiores. Algo así, pero sin puertas ni ventanas bajas,
vieron los españoles en el siglo XVI. Todo el pueblo era un castillo
En otras zonas del continente incluso hacían que las casas, fabricadas con madera y barro, fueran al mismo tiempo vivienda y muralla. El interior de estas poblaciones era un dédalo por el que cualquiera que no las conociera se perdería en dos segundos y, para dificultar un posible asalto, las casas no tenían puertas ni ventanas en las plantas bajas. Para acceder al interior había que trepar por una escala de mano y hacerlo desde la azotea. O sea, un sistema similar al de las atalayas europeas. Otros, aprovechando la espesura de los bosques, construían sus chozas de forma que se confundían con el entorno, haciéndolo de forma tan realista que ni sus mismos enemigos indios, que siempre nos los ponen como poco menos que videntes que no se les escapa una, no eran capaces de descubrir. Si era necesario huir, disponían de refugios de guerra igualmente camuflados desde donde hostigaban a los invasores sin que estos pudieran echarles el guante, porque cuando se percataban de la agresión ya habían puesto tierra por medio y estaban en sus refugios esperando otra ocasión para hacerles la puñeta. 

Tipis sioux rodeados por una barrera de arbustos y maleza como defensa
Por último, lo más básico era el poblado de tipis que sale en las pelis, pero con una serie de añadidos que no salen en las dichosas pelis. Para resistir a posibles atacantes los rodeaban individualmente con pequeños parapetos de tierra y/o piedras que fabricaban en un periquete. A eso podían añadir barreras de arbustos especialmente desagradables si uno se acercaba, como zarzas o brezo. Cualquiera pensará que no sería muy complicado acabar con los defensores de un tipi, pero el puñetero tipi impedía ver dónde estaban situados sus defensores. Eran, por así decirlo, una pantalla que obligaba a disparar a ciegas, y podían estar dos días acribillando a flechazos una de estas tiendas de piel de búfalo sin acertar una sola vez. Pero, para ponerlo aún más difícil, incluso cavaban el interior formando una especie de trinchera interna, asomándose por el borde inferior solo el tiempo preciso para apuntar y disparar su arco o su mosquete. 

Porque eso de mogollón de indios a caballo formando una especie de carrusel dando alaridos es otra gilipollez cinematográfica. Los atacantes de un poblado planificaban una estrategia tanto de acercamiento como de ataque, sabían cómo agotar las municiones de los sitiados a base de un hostigamiento constante y, por supuesto, no solían llevar a cabo asaltos a pecho descubierto así como así porque sabían que podían liquidarlos a todos. Por lo tanto, más de una y más de dos veces tenían que largarse con el rabo entre las patas porque el asedio había sido imposible de culminar con éxito, y lo peor era que, a veces, los sitiados salían en busca de ellos para tomarse cumplida venganza y llevarse de recuerdo sus cabezas, sus cabelleras o cualquier cacho de su anatomía para adornar la choza del Gran Espíritu. 

Interior de una vivienda comunal iroquesa. A los cuñados los dejaban
fuera, a ver si palmaban de una pulmonía
En fin, con esto imagino que ya se les habrán resquebrajado seriamente sus conceptos sobre estos ciudadanos-indígenas, que no tienen nada que ver con los apaches gritones de las pelis del Oeste. De hecho, incluso había tribus que pasaban de los caballos del mismo modo que otros no eran cazadores, sino recolectores, labradores o pescadores, o si cazaban eran animales de cualquier tipo, que parece que esta gente si no les daban solomillo de búfalo pasaban de comer. Estos individuos, como todo ser humano, mataba al bicho que fuera si sentía las tripas rugiendo llenas de aire, y los conejitos, las ardillitas, los pajaritos y los salmones eran platos suculentos. Así mismo, igual que sembraban calabazas o habichuelas- frijoles, como los llaman por aquellos lares- tenían a su disposición una amplia variedad de bayas, frutos secos y demás productos de la despensa natural que recolectaban para su sustento. 

Otra recreación de un poblado fortificado, en este caso en las Grandes
Llanuras. Todo el perímetro está rodeado por una empalizada con
torres de flanqueo y un foso
Bueno, pues si sus conceptos se han resquebrajado, en sucesivas entradas espero que queden totalmente demolidos cuando vean detalladamente que sus fortificaciones y sistemas defensivos no eran moco de pavo, y que los mismos hombres que tuvieron que combatirlos dejaron testimonio de lo endiabladamente difícil que era apoderarse de ellos, incluso a veces disponiendo de artillería. Y, del mismo modo, que nadie crea que su saña con los inofensivos colonos era su respuesta a una invasión del ojo blanco, sino que ya eran así desde mucho antes de que en Europa se tuviera la más mínima sospecha de que existían. Los europeos no hemos sido precisamente una raza pacífica, pero en el continente se dio una agresividad terrorífica que tuvo como respuesta otra aún peor porque, eso sí, cuando sale a relucir el instinto vengativo y el odio, entonces los europeos son los peores enemigos que se pueden tener porque no paramos hasta lograr el exterminio del adversario, sea quien sea, y de eso sabemos de sobra a lo largo de las guerras que hemos tenido en Europa desde poco después de que Caín apiolase a su bondadoso hermano.

En fin, vale por hoy, que jase una cosa mala de caló, cohone, y ehtoy atosinao der tó.

Hale, he dicho

Poblado mandan, en las Grandes Llanuras. Sus chozas estaban recubiertas de tierra para impedir que posibles atacantes
las incendiaran. Al fondo se puede ver la empalizada que protegía el poblado

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