martes, 8 de septiembre de 2020

ASESINATOS: ISOROKU YAMAMOTO 2ª parte


El G4M donde viaja Ugaki es atacado por el teniente Holmes mientras que los artilleros de a bordo intentan
desesperadamente zafarse de la lluvia de fuego que les lanza el P-38

Prosigamos.

En la entrada anterior dejamos a los yankees sumamente contentitos, relamiéndose de gusto al pensar que el odiado ciudadano Yamamoto sería dado de baja permanente absoluta en breve. Pero planificar una operación semejante era de todo menos fácil. ¿Por qué? Muy sencillo. Los sobrinos del tío Sam conocían los puntos de partida y de destino, pero no la ruta. Veamos el mapa de abajo...




El aeródromo del Campo Henderson
Sombreado de rojo aparece el radio de acción de la aviación japonesa en la zona, que abarcaba Papúa Nueva Guinea y parte de las islas Salomón. Al sudeste vemos el punto más avanzado de los yankees en el área, la isla de Guadalcanal con su base de partida en el Campo Henderson, construido inicialmente por los honolables guelelos del mikado y conocido con el nombre en clave de RXI. Al norte de la isla de Nueva Bretaña tenemos Rabaul, desde donde Yamamoto partiría a su inspección en las islas de Bougainville, Shortand y Ballale, que hemos marcado con un círculo blanco y vemos mejor en el detalle superior. Bien, desde el punto más cercano, del Campo Henderson hasta Ballale, hay unos 530 km. que se alargaban unos 120 más si añadimos Bougainville, por lo que la distancia ida y vuelta superaría los 1.000 km., pero la realidad es que el recorrido tendría que ser mucho mayor para rodear las zonas de peligro y adentrarse en territorio enemigo por el oeste, volando sobre el mar para no ser avistados o detectados por radar. Por otro lado, no sabían por qué parte de la isla de Bougainville se dirigirían a Shortland, y a todo ello había que suponer qué avión usaría Yamamoto, porque eso no figuraba en el detallado itinerario marcado por Watanabe. Obviamente, dependiendo del aparato la velocidad podría variar, ergo el punto de interceptación también. En resumen, hacer coincidir el grupo atacante con el de Yamamoto era poco menos que lanzar un dardo de espaldas a la diana y acertar en el centro, y encima sin una segunda oportunidad. Chungo, ¿que no?


William Frederick Halsey (1882-1959)
Bien, antes de sumergirnos en la vorágine de los preparativos y la misión en sí, una cuestión: ¿quién dio la orden de matar a Yamamoto? Porque no hablamos de un pelagatos cualquiera y, como se comentó en su momento, su asesinato podría tener repercusiones de tipo político e incluso moral. Hay quien admite que fue el mismo Roosevelt quien, mediante su Secretario de Estado de Marina William Franklin Konx, envió un comunicado al 339º Escuadrón de Caza que decía que "...deben alcanzarlo y destruirlo a toda costa. El presidente da una importancia extrema a esta operación". Pero en aquel momento aún no se sabía qué unidad sería la encargada de llevar a cabo la misión y, además, en investigaciones posteriores se comprobó que Knox no había tenido contacto con el presidente ya que su último registro oficial de consultas estaba fechado el día 9 de abril. Roosevelt se largaría el día 13 a un viaje de inspección, por lo que no hubo más mensajes hasta el día 18, en el que se informaba que "...unos P-38 habían derribado a tres (sic) bombarderos el día anterior". En un segundo mensaje del día 19 se especificaba que en uno de los bombarderos podría haberse encontrado Yamamoto, por lo que actualmente se asegura que todo se coció sin que Roosevelt, y menos Knox, se enterasen de nada. La orden partió de Nimitz, que era el mandamás en aquel sector y el que encargó a Halsey que diera buena cuenta de su archienemigo. Además, el tiempo apremiaba y no convenía que hubiera dilaciones. Ya sabemos que cuando los políticos se meten por medio todo se alarga hasta el infinito y más allá y la oportunidad que acabar con Yamamoto posiblemente no se repetiría, así que se dejó de historias y dio sin más la orden para liquidarlo.


Marc Andrew Mitscher (1887-1947)
El 16 de abril Halsey le pasó el encargo al vicealmirante Marc Andrew Mitscher, que desde hacía apenas dos semanas estaba al mando del Comando Aéreo de las Islas Salomón. Este se puso rápidamente manos a la obra y convocó a todo el personal de su estado mayor para planificar el ataque y, tras devanarse la sesera como buenos compañeros, llegaron a la conclusión de que la ruta aproximada que deberían seguir los cazas destinados a matar al ciudadano Yamamoto carecían de la autonomía necesaria. Los aparatos disponibles en la armada eran el Vought F4U Corsair y el Grumman F4F Wildcat, y ninguno de los dos podría realizar el viaje de ida y vuelta sin acabar zambulléndose en el Pacífico. No les quedaba otra que recurrir al ejército, que disponía de los P-38  que, provistos de depósitos desechables, eran capaces de ir y volver si bien no podían dormirse en los laureles y apurar demasiado el combustible so pena de irse también al garete. Mitscher se puso en contacto con el general Henry Viccellio, comandante de la 13ª Fuerza Aérea de Cazas acantonada en el Campo Henderson, en Guadalcanal. Muy a su pesar, porque como está mandado los marinos querían toda la gloria para sí, tuvieron que aceptar la cruda realidad y recurrir a sus colegas del ejército si querían ver partir de este mundo al ciudadano Yamamoto.


Viccellio tuvo claro quién era el hombre ideal para planificar y ejecutar la misión, el mayor John William Mitchell, comandante del 339º Escuadrón de Cazas. Tras el cónclave de rigor con oficiales de la Armada en el Opium Den (fumadero de opio, nombre que daban al refugio donde se planificaban las misiones)  y tras un nuevo devanamiento cerebral considerando la ruta más viable, el pronóstico del tiempo y que la isla de Bougainville estaba atiborrada de cazas enemigos y artillería antiaérea a masalva, se calculó que el punto ideal para la interceptación del grupo de Yamamoto sería la bahía de la Emperatriz Augusta. En el mapa vemos la puñetera isla en cuya superficie se alineaban seis aeródromos en sentido NO-SE, siendo el de Kahili, en el extremo sur, el más cercano a Buin, la última parada del almirante antes de volver a Rabaul. Visto lo visto, lo más sensato sería aproximarte por el oeste, manteniéndose lo más alejados posible de los radares y los puntos de observación desde donde podrían avistar a los P-38. Como ya anticipamos, la misión no era para tomarla a broma y podían salir mal tal cantidad de cosas que el mismo Mitchell afirmó posteriormente que había calculado que "...las probabilidades de realizar una interceptación exitosa a aquella distancia eran de mil a uno. Hoy, años después de pensarlo, disminuiría el porcentaje a uno entre un millón". Y todo ello sin tener en cuenta que, por el motivo más insospechado, el viaje podía demorarse, modificarse o simplemente suspenderse. Solo un oficial mantuvo firmemente que Yamamoto acudiría a la cita, el capitán Morrison, de la inteligencia del ejército. Conocía al almirante y sabía que, como la gran mayoría de los japoneses, era un obseso de la puntualidad.


John William Mitchell (1914-1995)
Inicialmente, el itinerario lo trazó el mayor John Pomeroy Condon, del cuerpo de Infantería de Marina. Pero Condon no tenía puñetera idea de cómo calcular los tiempos, el consumo de combustible y las velocidades en un avión, que se veían afectados por muchos factores como la altitud, la dirección y velocidad del viento, etc., basando sus cálculos en términos náuticos. Tras repasar la ruta, Mitchell no pudo por menos que mostrarse totalmente disconforme con ella, asegurando que los cálculos no eran correctos y que en base a los mismos aparecerían a unas 50 millas del punto de interceptación. Mitscher decidió finalmente que, ya que serían aviadores los que llevarían a cabo el ataque, lo lógico es que fuesen ellos los que lo planificasen, por lo que el mayor Mitchell se puso de inmediato manos a la obra. Solo pidió que le entregasen una bitácora naval, mucho más precisa que la brújula que equipaba el P-38 ya que todo el trayecto se realizaría sin la más mínima referencia, volando a apenas 50 pies (15 metros) de altitud para permanecer fuera del radar enemigo. Y ojo, volar tan bajo implicaba un 25% más de gasto de combustible.


John Pomeroy Condon (1911-1996)
Los cálculos de Mitchell eran, aparte de un prodigio de exactitud, un prodigio de intuición porque, recordémoslo, no sabían en qué tipo de avión iba a viajar Yamamoto ni qué ruta seguirían. Basándose solo en la supuesta exactitud de los horarios señalados por Watanabe, supuso que volarían en línea recta desde Rabaul hasta su primer punto de destino, la isla de Ballale, y que el aparato elegido sería un Mitsubishi G4M que volaría a una velocidad de 180 millas por hora (290 km/h). En base a ese dato, trazó el itinerario de los P-38 considerando la velocidad de crucero que debía alcanzar tras ser informado de que tendrían viento de costado por la proa de entre 5 y 10 nudos (9-18 km/h) durante la primera etapa. Si a eso añadía la baja altitud calculó que debían volar a 197 m/h (317 km/h) para llegar al punto de interceptación al mismo tiempo que el grupo de Yamamoto, y para lograrlo solo disponía de una bitácora, un cronómetro y sin perder de vista el indicador de velocidad. Algo así como pretender que dos moscas choquen en el espacio, vaya...



Mitchell dividió el itinerario en cuatro etapas que podemos ver en el mapa superior, considerando de antemano que en todo momento debían permanecer a una distancia mínima de 50 millas de la costa. En cuanto al punto de interceptación y en base al horario de llegada al primer destino, el avistamiento debía producirse a las 09:35 horas (07:35 hora japonesa), cuando el avión de Yamamoto hubiese comenzado el descenso de aproximación. Haciendo el recorrido a la inversa, calculó que la hora de salida serían las 07:20, que sumándole 15 minutos para reagruparse los 18 aparatos suponía que la hora de partida hacia destino serían las 07:35, hora de Guadalcanal. Veamos el itinerario:

Etapa 1: Rumbo 265º. Recorrido de 183 millas en 55 minutos incluyendo los 15 minutos de espera para el reagrupamiento
Etapa 2: Rumbo 290º. Recorrido de 88 millas en 27 minutos
Etapa 3. Rumbo 305º. Recorrido de 125 millas en 38 minutos
Etapa 4. Rumbo 020º. Recorrido de 16 millas en 5 minutos más 16 para ascender.

Como vemos, los cálculos eran de una precisión de neurocirujano rebuscando la mononeurona de la inteligencia en la sesera de un político y las probabilidades de que saliera bien eran ínfimas pero, si Mitchell acertaba, era para atiborrarle la pechera de medallas y regalarle una calculadora chula de las buenas. Además, el vuelo se realizaría manteniendo un silencio de radio absoluto, pudiendo solo comunicarse a través de señales visuales entre los pilotos. Dicho silencio de radio solo se rompería cuando se iniciase el ataque.

Thomas George Lanphier (1915-1987)
En cuanto a la elección de los pilotos, también fue encomendada a Mitchell. Para tripular los 18 P-38 disponibles seleccionó a 17 hombres procedentes de los escuadrones 339,  70 y 12, integrándolos en el 347º Grupo de Cazas al mando de Viccellio. El escuadrón se dividiría en dos grupos: uno de 12 aparatos al mando de Mitchell cuya misión era, una vez avistado el objetivo, elevarse y permanecer vigilantes para repeler los posibles cazas que les salieran al encuentro procedentes de cualquiera de los aeródromos situados en Bougainville, sobre todo de Kahili. Cuatro aviones formarían el "flight killer", el grupo asesino, con la evidente misión de convertir en un colador el avión donde viajaba el almirante. Dicho grupo estaría al mando del capitán Thomas George Lanphier, acompañado de los tenientes Rex Theodore Barber, Thomas MacLanahan y Joseph Moore. Finalmente, se nombraron a dos pilotos y sus respectivos aparatos como suplentes porque, como está mandado, a última hora siempre surge algún problema. Para ello se eligió a los tenientes Besby Frank Holmes y Raymond K. Hine. Estos ocuparían el puesto de cualquier piloto que tuviera que abandonar la misión, ya fuese en el grupo de cobertura o el grupo asesino. De lo contrario, permanecerían en el grupo de cobertura.


Maqueta que muestra al Miss Virginia con la configuración de depósitos
desechables empleados en esta misión
Mientras tanto, el general Viccellio dio orden de aprestar los 18 aparatos disponibles. Como la autonomía con los 306 galones (1.158 litros) de los depósitos internos no daban ni remotamente para completar la misión, dio orden de equiparlos con los dos depósitos desechables que admitía el P-38 en soportes sub-alares. Los que había disponibles en Henderson eran de 165 galones (624 litros), pero no era suficiente cantidad. Era preciso colocar al menos uno de 310 galones (1.173 litros) para disponer de autonomía suficiente, pero lo más cerca donde había depósitos de esta capacidad era en la base de la 5ª Fuerza Aérea, en el Pacífico sudoeste, por lo que Viccellio contactó con su comandante, el general Kenney, para que le enviase 18 unidades sin demora, llegando la noche del día 17 a bordo de varios bombarderos B-24 del 90º Grupo de Bombardeo con base en Port Moresby, en Nueva Guinea. Los aviones consumirían en primer lugar el combustible de los depósitos desechables que, si los cálculos de Mitchell no fallaban, llegarían agotados al punto de interceptación, momento en que se soltarían para disponer de mayor maniobrabilidad y menor peso. A partir de ahí los P-38 solo disponían de los 306 galones de gasofa de los depósitos internos para volver, teniendo en cuenta que no sabían cuánto combustible podrían consumir en la ejecución en sí de la misión más el retorno, quizás perseguidos por los Zero procedentes de Kahili, donde disponían de 75 o 100 aparatos. En todo caso, la orden era que una vez cumplida la misión nadie debía comprometerse en combates con aviones enemigos. Tenían el combustible justo para volver y la única opción para no quedarse en el camino era salir echando leches en dirección a Guadalcanal.


En cuanto al armamento, los P-38 estaban equipados con cuatro ametralladoras Browning de calibre 12'70 mm. y un cañón Hispano de 20 mm. que, para la ocasión, se cargarían de la siguiente forma: el Hispano con munición de alto explosivo incendiaria capaz de machacar el motor de un avión enemigo, y las Browning con una combinación de trazadoras, perforantes incendiarias y munición blindada convencional. Como vemos, una potencia de fuego de lo más contundente que suponía que en una ráfaga de tres segundos dispararía contra el enemigo 144 proyectiles de 12'70 y 30 de 20 mm. O sea, 10,4 kilos de metal ardiente penetrando por la fina chapa de aluminio del Betty donde viajaría el ciudadano Yamamoto, que a esas horas no podría imaginar que le quedaba menos vida que a un pavo en Navidad. Pero lo más significativo no era el poderoso armamento del P-38, sino su ubicación en el mismo. Lo habitual era verlo en las alas, o combinando un par de armas en el morro y el resto en las alas. En este caso no era así. Todo estaba situado en el morro, por lo que la concentración de fuego era bestial. Por buscarle una comparación facilona, era como un trabucazo de posta lobera aérea cuyos efectos eran demoledores. En la foto podemos ver su distribución, así como las tolvas y las ventanas de expulsión de las vainas servidas.


Yamamoto saluda a los pilotos de Rabaul. Al parecer, es la última foto que
se tomó antes de partir en su vuelo sin retorno
¿Y qué pasaba mientras tanto en Rabaul? Pues que todo el personal menos Yamamoto estaba con la mosca detrás de la oreja. Los mandamases se habían enterado del prolijo mensaje radiado por Watanabe y no paraban de insistir en que cancelase el viaje o, al menos, que fuera escoltado por un número mayor de cazas. Pero el almirante no escuchaba a nadie. Ni quería más aviones ni mucho menos dejaría de efectuar su viaje. No obstante, y por seguridad, solo después de las 21:00 horas del 17 fue cuando el capitán Yukie Konishi, del 705 kokutai, informó a los pilotos de los bombarderos quiénes serían sus pasajeros y cuál era el destino de los mismos. El bombardero 323, asignado a Yamamoto, iría pilotado por el suboficial mayor de vuelo Takeo Kotani, y el 326 donde viajaría Ugaki, por el suboficial de vuelo de 2ª clase Hiroshi Hayashi. Además de los siete tripulantes de cada bombardero, en el 323 viajarían  junto a Yamamoto el contraalmirante Rokuro Takada, cirujano jefe de la flota, y los comodoros Noburu Fukusaki, ayudante de Yamamoto, y Kurio Toibana, del estado mayor. En el 326 acompañarían a Ugaki el capitán Motoharu Kitamura y los comodoros Rinji Tomoro, Suteji Muroi y Kaoni Imananka. Todos debieron alegar un severo ataque de almorranas o algo por el estilo y quedarse en Rabaul, pero el deber es el deber, qué carajo.


Varios Zero procedentes del portaaviones Zuikaku y destinados a Buin
en enero de 1943 para reforzar la zona. En el caso que nos ocupa no
sirvieron de gran cosa 
Y por fin llegamos al día 18 de abril. Puntual como un cuñado al ágape de un bodorrio, a las 06:00 horas los dos Betty despegan con rumbo a Ballale. Ya en vuelo se les unen los seis Zero de escolta pertenecientes al 204º Kaigun Kokutai. Estos se dividen en dos grupos de tres cazas en formación en V flanqueando los bombarderos, que se elevaron hasta una altura de crucero de 6.500 pies (1.981 metros), mientras que los Zero ascienden hasta los 8.200 (2.500 metros) y vuelan una milla más atrás. Aunque la superioridad aérea japonesa en la zona no hacía presagiar ningún sobresalto, lo cierto es que las medidas de seguridad que se tomaron fueron un birria. De entrada, los cazas de la escolta fueron despojados de los equipos de radios para aligerarlos de peso y aumentar la autonomía, por lo que volaban incomunicados con su base y con los bombarderos. Por otro lado, el 326 había sido armado con solo una cinta de munición por arma, también para no sobrecargarlo, mientras que el 323 de Yamamoto había sido enteramente desarmado. En resumen, estaban literalmente vendidos. A las 06:05 horas el comandante de la base de Rabaul envió un mensaje a Ballale dando cuenta de la partida del almirante y su séquito, y que llegarían en el horario previsto. Empezaba la cacería.


Instalando una alfombra Marston. Ese sistema de planchas troqueladas
permitía fabricar una pista de 200 metros de ancho y 1.500 de largo
en solo dos días. Aún hay mogollón de zonas en Asia donde perduran
en viviendas particulares para construir vallas, corrales, etc.
Y en el Campo Henderson tenía lugar una escena similar. Los P-38 del 347º Escuadrón se ponen en marcha para darle al ciudadano Yamamoto el último gran susto de su vida, pero a la gente de Mitchell las cosas le empezaron con mal fario. Cuando carreteaba para ponerse en posición de despegue, el "Lady Luck" del teniente McLanahan tuvo muy mala luck porque un borde afilado de la alfombra Marston con que estaba fabricada la pista reventó una rueda, por lo que tuvo que quedarse en tierra. Una vez todos en el aire, el teniente Moore conectó los depósitos desechables conforme a la instrucciones recibidas, pero un fallo en la bomba de combustible hizo que el avión se calara y tuviera que volver a conectar los depósitos internos, así que también tuvo que dar media vuelta y volver a la base. Ambos formaban parte del cuarteto asesino, por lo que los dos suplentes, Holmes y Hine, tuvieron que ocupar sus puestos. Así pues, el grupo de cobertura se quedaba con 14 cazas que, no obstante, se consideraban válidos para rechazar o, al menos contener, un posible ataque japonés. A la hora prevista ya estaba todo el escuadrón reunido y rumbo a Bougainville.

El trayecto se llevó a cabo sin novedad. Aburridos como galápagos, agobiados por el calor y dando collejas a las gaviotas, Mitchell marcaba con la precisión de un cronómetro suizo la ruta a seguir sin perder de vista la bitácora naval y el reloj que le marcaría el momento exacto para cambiar de rumbo. Y, como no podía ser menos, a las 09:34, un minuto antes de la hora prevista, el 347º Escuadrón llegó a destino en el preciso instante en que los sobrevolaban los bombarderos japoneses. Qué emocionante, ¿no? El primero en avistar al enemigo fue el teniente Douglas Strickland Canning, dando la voz de alarma y rompiendo el silencio de radio:


Rematando al 323 de Yamamoto
Bogeys! ¡A las once en punto!- exclamó. "Bogey" es un término que usan los pilotos anglosajones para designar aviones enemigos.

Roger, los tengo!- respondió Mitchell en cuanto vio, además de los bombarderos, los seis Zero de escolta.

En ese momento dio orden de soltar los depósitos, pero los de Holmes, el suplente del grupo asesino, se atascaron. Avisó por radio a Lanphier, pero este estaría emocionado pensando en anotarse la victoria sobre el ciudadano Yamamoto. Cabreado, giró y aceleró inclinando el morro para intentar desprender los puñeteros depósitos ayudado por la fuerza del viento. Hine lo siguió para no dejar a su compañero tirado, por lo que la operación que tan bien iba parecía que iba a torcerse en el momento decisivo. Mitchell y el grupo de cobertura se elevaron según el plan previsto, por lo que en aquel momento solo disponía de dos P-38 para derribar a sendos bombarderos sin saber en cuál volaba el almirante y, además, para enfrentarse a los cazas de escolta porque daba por hecho que, en breve, mogollón de Zero procedentes de Kahili harían acto de presencia para proteger a su amado comandante en jefe. A partir de ahí los testimonios sobre cómo se desarrolló la interceptación son bastante confusos. Veamos el mapa inferior...





Vista del morro del Miss Virginia que pilotó Barber en esta misión
Los pilotos de los Zero, que volaban a una cota superior y por detrás de los bombarderos, solo se dan cuenta de que estos son atacados cuando los P-38 están prácticamente encima. Al estar ya cercanos a su destino iban más pendientes de la maniobra de aproximación que de repeler un ataque que ni podían imaginar. Los dos bombarderos inician una maniobra de evasión. El 323 gira hacia el este mientras que el 326 hace lo mismo en sentido opuesto. Lanphier se abalanza contra los tres Zero que escoltan a Yamamoto, los dispersa y vuelve al ataque. Mientras tanto, Barber ya ha abierto fuego contra él a pesar de que tiene a sus seis en punto a los otros tres cazas. A Ukagi, que le den morcillas, que a quien hay que proteger es al jefazo. Lanphier se une a Barber y también abre fuego. El 323, con un motor en bandera y otro echando humo, pierde altura mientras gira lentamente hacia su izquierda.


Rex Theodor Barber (1917-2001)
Mientras esto ocurre, Holmes logra por fin deshacerse de los depósitos y, seguido por Hine, atacan al 326. Barber, que ya ha visto caer al 323, se une a sus compañeros y acribillan al avión de Ukagi, que como no tenía bastante con el dengue se le añadió un ataque de plomitis galopante. Como el 326 va armado, los artilleros intentan defenderse de los tres P-38 que los acosan sin piedad, pero uno tras otro la implacable artillería yankee los va acallando. Una de las ráfagas destroza los alerones del 326 que, finalmente, cae al agua a unos 100 metros de la Punta Moila. Según el sufrido Ukagi, "...todo se volvió negro. Sentí la fuerza aplastante del agua salada vertiéndose en el fuselaje y casi de inmediato estuvimos debajo de la superficie". Hiroshi Hayashi, el piloto, solo quedó atontado unos instantes por el impacto y pudo salir del avión junto con Ugaki y el capitán Kitamura y, agarrados a un cacho de avión, lograron alcanzar la orilla. Hayashi solo tenía magulladuras y moretones, pero Ugaki se vio con una fractura abierta en el brazo derecho y la arteria radial rota. Hayashi había sido herido en el cuello, mostrando un siniestro boquete. Al cabo de poco tiempo fueron rescatados por una lancha motora y puestos a salvo.


Los tres supervivientes del grupo asesino. De izquierda a derecha vemos
a Lanphier, Holmes y Barber ante uno de los P-38 del escuadrón
Con los dos bombarderos abatidos, Mitchell da la misión por concluida y da orden de largarse de allí a toda pastilla. Todos los P-38 se dispersan e inician el viaje de retorno con los Zero de la escolta tras ellos aunque era inútil porque la velocidad de ascenso de los cazas yankees era muy superior a la de los nipones, así que se tuvieron que chinchar y dar media vuelta. No obstante, faltaba un caza, el de Hine. Tampoco estuvo claro qué fue lo que ocurrió con él porque ninguno de los tres miembros restantes del grupo asesino estaba en otra cosa que no fuera disparar con saña bíblica a los bombarderos. Alguno de los del grupo de cobertura dijo que pudo ser alcanzado por un Zero y lo vio alejarse en dirección este. El suboficial de vuelo Kenji Yaganiya, que pilotaba uno de los Zero de escolta, declaró que abrió fuego contra un P-38 del que salió, no supo distinguirlo bien, vapor o gasolina, pero que no lo siguió para rematarlo, sino que se dirigió a Kahili. Sea como fuere, lo cierto es que el teniente Hine fue el único que no volvió de la misión. Era la primera vez que pilotaba un P-38.


El teniente Raymond Hine
En fin, así acabó el almirante Isoroku Yamamoto. El destino es así de malvado, porque si hubiese viajado en el 326, o si su piloto hubiese tomado el rumbo de este, quizás habría salvado el pellejo como lo salvó Ugaki. Pero estaba escrito que el ciudadano Yamamoto pasaría a la historia el 18 de abril de 1943. Pero, ¿quién lo derribó? No se sabe ni a estas alturas se sabrá jamás. Lanphier, en un acto de chulería imprudente, cuando daban el RECON obligatorio a medida que se aproximaban a la base dando su número de aparato, etc., queriéndose atribuir el derribo antes que nadie le faltó tiempo para graznar:

-¡Tengo a Yamamoto! ¡Tengo al hijo de puta! ¡Ya no dictará condiciones a la Casa Blanca!- berreó por el micro.





El teniente Canning, el primero que avistó los aviones japoneses
Aquello fue una estupidez por varios motivos: ante todo, al afirmar que había derribado a Yamamoto estaba informando a los japoneses, que podrían estar escuchando, que el escuadrón yankee sabía dónde iba y a quién buscaban, por lo que estaba claro que sus códigos había sido rotos. Pero es que, además, era absurdo atribuirse el derribo porque en aquel momento nadie sabía en qué avión viajaba el almirante. Sí, los dos bombarderos había sido abatidos, pero podría haber supervivientes como de hecho los hubo. Está de más decir que Barber también se arrogó la victoria, y no hubo forma de dirimir quién fue el que consiguió acabar con el 323. Aunque algunos autores han aceptado que fue Barber el que logró la hazaña, la Armada nunca admitió de forma irrefutable los testimonios de ambos pilotos, así que optaron por la solución habitual cuando dos o más se atribuye una victoria: compartirla a medias. Así pues, al día de hoy Yamamoto fue derribado por el capitán Lanphier y el teniente Barber, y así seguirá para siempre porque ambos llevan la torta de años criando malvas y ya nadie va a cambiar eso salvo que la phantasma de Yamamoto se aparezca en el Pentágono y cuente la verdad, cosa que se me antoja un poco complicada.

19 de abril, el día después


Así debió quedar el 326 de Ugaki hasta que se terminó de hundir. Se
intentó recuperar, pero no fue posible
Mientras que los yankees celebraban la victoria y Lanphier y Barber seguían discutiendo quién había mandado al garete al ciudadano Yamamoto, Watanabe había salido muy temprano hacia Bougainville junto al capitán médico Okubo. Antes de nada visitó a Ugaki, que le exhortó a que buscara sin demora el paradero del 323. Al cabo, si él había sobrevivido el almirante también podría haber salido vivo del brete. Así pues, Watanabe se hizo con un hidroavión de reconocimiento y se puso a dar vueltas por la zona en busca del avión derribado, lo que no era fácil porque la jungla era espesa como la pelambre de un oso polar. A la búsqueda se unieron dos grupos por tierra, uno al mando del teniente Furukawa y otro con el teniente Hamasuna, que a duras penas se iban internando en una espesura donde apenas se veía a pocos metros. Por la tarde aún no habían dado con los restos del 323 hasta que un soldado del grupo de Hamasuna, que debía tener un olfato prodigioso, notó el penetrante olor de la gasofa del avión. Siguiendo a su napia como un bretón pistea a una perdiz, llegaron a un claro producido por la combustión de la gasolina que quedaba en los depósitos. En realidad no estaba lejos, a apenas 4 km. de la única carretera de la isla que unía Buin con Buka, al noroeste, y lo primero que vio fue el timón de cola del 323 donde, además, aparecía claramente pintado el número para que no hubiera dudas.


Cola del 323 tal como la encontró el teniente Hamasuna
El avión se había partido en dos, quedando la parte delantera del fuselaje a varias decenas de metros de distancia de la cola. Las alas se habían medio desintegrado con el impacto. Tras una rápida inspección quedó claro que allí no quedaba nadie vivo. La mayor parte de los cadáveres estaban carbonizados, salvo uno que vestía un uniforme blanco y que estaba tumbado entre los dos fragmentos del aparato. A poca distancia había otro que permanecía sentado con el cinturón de seguridad abrochado. Parecía dormido, con la mano derecha apoyada en la pierna y la izquierda agarrando firmemente su espada. La cabeza estaba inclinada hacia adelante, y estaba llena de sangre. Hamasuna se acercó y vio en las hombreras las tres flores de cerezo que anunciaban que era el almirante, lo que se vio corroborado por el guante blanco que aún calzaba en la mano izquierda y que tenía cosidos los dedos que le faltaban para que no se viera feo cuando gesticulaba o agarraba algo. Era Yamamoto, y estaba más muerto que Carracuca.


Traslado de las cenizas del almirante al acorazado Mushashi
Como ya era prácticamente de noche, Hamasuna ordenó construir un vivac para que los once cadáveres de los tripulantes del 323 no permanecieran a la intemperie. Tras dejarlos decorosamente protegidos se largaron para informar del hallazgo y volver al día siguiente con medios para evacuar los cadáveres. El día 20, los hombres de los grupos de Furukawa y Hamasuna rescataron los cuerpos y se los llevaron en camillas hacia Ako. El cadáver de Yamamoto, junto a lo restos de los demás tripulantes, fue enviado a un dragaminas para hacerle una autopsia preliminar que dejó a la vista dos heridas. Según el capitán Okumo, Yamamoto mostraba un orificio del diámetro de un dedo meñique que penetró en sentido ascendente por el omóplato izquierdo sin orificio de salida. Presentaba otro similar en la mandíbula izquierda con orificio de salida en la sien derecha, justo encima del ojo y que obviamente era el que lo había matado en el acto. Tras llegar a tierra los cadáveres fueron metidos en ataúdes y enviados en camión a Kahili, donde se le practicó una segunda autopsia, esta vez por el comandante Gisaburo Tabuchi que confirmó la anterior si bien quedó claro que al almirante no lo habían matado balas, sino fragmentos de estas ya que, de haber sido alcanzado por un proyectil de cualquier arma de un P-38, la herida de la espalda le habría reventado la caja torácica, y la de la mandíbula se habría llevado por delante toda la cabeza. De hecho, se observó que había un impacto en la estructura metálica del asiento donde viajaba, lo que produjo la fragmentación de un proyectil cuyos trozos salieron despedidos hacia arriba y que, además de la herida del omóplato, también pudo ser el causante de la herida fatal en la cabeza.


Funerales de estado en honor del almirante celebrados en Tokio el 5 de junio
siguiente. Antes que a él solo se había concedido ese honor a once plebeyos
Tras la autopsia se cavaron diez pozos para incinerar los restos, más uno un poco apartado del resto para el almirante. Se procedió a la cremación y se dejó una guardia toda la noche mientras las piras se consumían poco a poco. A primera hora de la tarde del día siguiente se pudieron recoger las cenizas, que a falta de otra cosa se depositaron en cajas de madera y se envolvieron con una tela blanca. Una etiqueta permitía reconocer quién era el que habitaba dentro de cada caja en forma de pavesas. En los pozos se plantaron árboles según era costumbre en estos plobos guelelos del mikado, y en el de Yamamoto se plantó una papaya, fruta por la que al parecer sentía especial deleite. En la tarde del día 22, Watanabe llegó a Rabaul con las once cajas- los cuerpos de los tripulantes muertos en el 326 no se pudieron rescatar-, desde donde fueron enviadas a Truk, el cuartel general de la Armada Imperial, y de allí embarcados en el acorazado Musashi para devolverlo a la tierra del Sol Naciente.

Los restos del 323 aún permanecen donde cayó, si bien durante todos estos años la gente que ha visitado el lugar se ha llevado el cacho de recuerdo, como está mandado. Por lo visto, actualmente el dueño del terreno permite el paso pero no el expolio. Aparte de eso, un ala del avión fue llevada a Japón donde se expone en el Museo de la Familia de Isoroku Yamamoto, en Nagaoka. Ah, por cierto, los honolables guelelos del mikado, a pesar de tener clarísimo que sus enemigos habían roto sus códigos, ni señalaron a Watanabe como el causante del desastre ni los cambiaron. Así les lució el pelo, manda cojones.

Para terminar, este es el texto que Roosevelt envió a la viuda de Yamamoto, lo que denota el despreciable carácter y la absoluta falta de moralidad de los anglosajones ya que Yamamoto era un militar honorable que cumplió lo que le ordenaron, atacar la flota en Pearl Harbor. Por cierto, el tullido este parece que había olvidado cómo nos atacaron alevosamente en Cuba y cómo fueron capaces de hundir un barco de su flota con tal de tener una excusa para invadir territorio español:


El tiempo es un gran nivelador y de alguna manera nunca esperé ver al viejo muchacho en la Casa Blanca. Siento no poder asistir al funeral porque lo apruebo. Esperando que esté donde sabemos que no está, muy sinceramente suyo, Franklin Delano Roosevelt "


Lo dicho, ¿qué se puede esperar de un anglosajón?

Bueno, ya'tá. No creo que haya cuñado que se les resista con este relato, así que me los ametrallen sin piedad.

Hale, he dicho

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Restos del 323 en la actualidad. Obsérvese que la chapa con el número del aparato no está. A saber desde cuándo
adorna el salón de algún coleccionista. La gente no respeta nada, carajo...

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