sábado, 5 de septiembre de 2020

ASESINATOS: ISOROKU YAMAMOTO 1ª parte


"Mission Accomplished", impactante obra de Roy Grinell que muestra los instantes previos a la caída en plena jungla
del bombardero Mitsubishi G4M donde viaja el almirante Yamamoto tras ser ametrallado sañudamente por el
P-38 "Miss Virginia" pilotado por el teniente Rex Theodore Barber. Al fondo se atisban los tres Zero que escoltan
al almirante intentando dar caza al yankee, pero ya era demasiado tarde. Yamamoto ya era historia

Los yankees (Dios maldiga a Hearst) se la tenían jurada al ciudadano Yamamoto. De hecho, les caía fatal. Ser el cerebro del sorpresivo y humillante ataque a Pearl Harbor era más de lo que un anglosajón protestante y de raza blanca podía digerir, y más viniendo de un sujeto de piel cetrina, bajito, feucho y que, para colmo, se llamaba Cincuenta y Seis. Sí, no es coña. Se llamaba Cincuenta y Seis Yamamoto porque su progenitor,  Sadayoshi Takano, un maestro de escuela descendiente del clan samurai Echigo, lo engendró con 56 años, lo que por lo visto consideró una hazaña y por ello no se le ocurrió ponerle al crío Casimiro o Luis Alberto, sino la edad con la que llevó a cabo la proeza. Colijo que este buen hombre, que siendo un samurai pobretón y habiendo fabricado anteriormente cinco nenes, no debía estar en sus cabales para andar padreando con 56 tacos pero bueno, cosas más raras se ven. En fin, el ciudadano Yamamoto tuvo que arrostrar toda su vida la mofa y befa de sus amiguitos cuando era crío y de sus compañeros cuando fue a la academia naval. Cuando se convirtió en almirante ya nadie se cachondeaba de él, pero supondría que a sus espaldas sacarían chistes de todo tipo a causa del nefasto nombre.

Una inusual imagen de Yamamoto de paisano. Obsérvese
como en su mano izquierda faltan los dedos índice y
corazón, perdidos cuando servía en el crucero Nisshin,
durante la guerra Ruso-Japonesa
El asesinato de Yamamoto, aunque hoy día pueda parecer una chorrada, dio que pensar en su momento a los mandamases yankees. En aquella época, eso de cargarse a un alto mando por muy enemigo que fuese no se consideraba ético conforme a los usos de la guerra, y más en este caso en que no fue una bala perdida o un general que se arriesga demasiado acercándose a primera línea. Fueron a por él porque sabían dónde estaría en un momento determinado, o sea, una auténtica operación de búsqueda y destrucción que, actualmente, no solo se considera legítima, sino obligada para quitar de en medio al causante de los males propios, y si no que se lo digan al extinto Sadam y su diabólica prole de psicópatas. Pero Yamamoto, aunque enemigo mortal, era considerado un militar respetable y un estratega de primera clase y, además, de los pocos altos mandos del ejército japonés que no le hizo ni pizca de gracia meterse en follones con los yankees si bien su rango le obligó a planificar el ataque con el que Japón y los Estados Unidos se sumaron a la 2ª Guerra Mundial. Sea como fuere, lo cierto es que la muerte del almirante fue un duro golpe para el Japón y, sobre todo, para sus conmilitones que jamás pudieron imaginar que fueron ellos los que le pusieron en bandeja a su amado comandante en jefe. ¿Qué cómo fue eso posible? Pues a ello vamos...

Herbert Yardley (1889-1958)
Los japoneses nunca supieron que sus códigos de cifrado habían sido vulnerados desde hacía la torta de años, incluso cuando tras la Gran Guerra eran en teoría países aliados. El germen del servicio criptográfico yankee fue Herbert Osborn Yardley, un telegrafista del Departamento de Estado que tuvo la idea de crear una oficina de cifrado supeditada a la división de inteligencia para, posteriormente, unirse al Cuerpo de Señales del Ejército a lo largo de la Gran Guerra. Como la radiotelegrafía era susceptible de ser interceptada, era evidente que había que transmitir los mensajes con códigos cada vez más abstrusos para impedir que el enemigo los leyera como quien se lee las esquelas del ABC desayunando por la mañana en el bar. Para ello, se creó el Servicio de Inteligencia Militar que, aunque disuelto al término del conflicto, aún perduró unas de sus secciones, la Oficina de Código y Solución de Cifrado. Su misión no era otra que penetrar en las claves de todos los países habidos y por haber, tanto amigos como enemigos porque ya sabemos que la información vale su peso en oro.

Laurance Safford (1893-1973)
A finales de 1923, la Armada creó su propio departamento de investigación dentro de la Sección de Códigos y Señales de la Oficina de Comunicaciones Navales que, ante todo, se dedicaban a mantener a salvo sus propios sistema de cifrado hasta que recibieron la orden de intentar penetrar en el japonés. Para ello se contrató a unos cuantos criptógrafos civiles que formaron la primera Oficina de Cifrado de la marina, apodada "Black Chamber", la Cámara Negra, al mando del teniente Laurance Safford. Para poder interceptar el mayor número de transmisiones japonesas, Safford logró que le permitieran instalar estaciones de escucha en lugares concretos donde era más fácil captar las señales de radio procedentes del Japón. La primera se ubicó en Guam, y posteriormente dos más en Shangai y Filipinas. Como vemos, los honolables guelelos del mikado estaban en Babia, enviando mensajes a destajo sin tener la más remota idea de que absolutamente todos iban a parar a las polvorientas mesas de los criptógrafos yankees.


William Friedmann (1891-1969) con su máquina de
cifrado
Lo de la criptografía se lo tomaron muy en serio, por lo que en 1929 se creó el Servicio de Inteligencia de Señales del ejército dirigido por William Friedmann, que tres años más tarde inventó un sistema de criptografía que acabó siendo el dispositivo de cifrado más empleado en la guerra, así como una máquina que incluía un sistema de autentificación de mensajes y que fue la primera en usar tarjetas IBM de codificación criptográfica. Los nipones también se devanaban los sesos ideando chismes capaces de crear cifras más misteriosas que la letra menuda de un contrato de telefonía móvil, para lo que contaban con la enrevesada sesera del capitán de la Armada Imperial Ito Jinsaburo, que ideó inicialmente la denominada como Máquina A, que los yankees denominaron como Roja y, en 1939, la Máquina B, que recibió el nombre de Púrpura. Pero los sobrinos del tío Sam siempre parecía que iban un paso por delante, si bien, curiosamente, no fueron capaces de anticiparse al ataque de Pearl Harbor a pesar de que todos los códigos japoneses- del ejército, de la Armada e incluso los del canal diplomático- habían sido vulnerados. 

Máquina tipo B diseñada por el capitán Jinsaburo
Este fallo garrafal, aunque no esté relacionado directamente con el tema que nos ocupa, fue debido a la pésima comunicación entre las distintas oficinas de criptografía, que cada cual iba a su bola y transmitiendo la información en mano o mediante un guripa pedaleando en bici de un sitio a otro. Hubo casos en los que incluso un departamento no informaba a otro de que habían logrado romper un código, pero no por mala fe ni por competencia entre unos y otros, sino por su deficiente organización. De hecho, cuando el día 3 de diciembre se enteraron de que los japoneses habían recibido la orden de que destruyeran los códigos en todas sus delegaciones diplomáticas, los yankees se quedaron como pasmarotes sin saber de qué iba la cosa hasta que cuatro días más tarde, el 7 de diciembre, los despertaron de una forma muy desagradable a base de torpedos aéreos y bombas. Obviamente, aprendieron la lección y optaron por métodos de trabajo más eficientes para que los malvados y alevosos nipones no aparecieran un mal día en la costa este descabezando a sus nenes rubitos y ahítos de pastel de manzana.


Cartel de propaganda clamando venganza por el
ataque a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941
Bien, este introito nos sirve para, de forma muy resumida, comprender cómo fue posible que la ruta y los horarios de una visita de inspección permitieran preparar un ataque con dos fines: uno, vengarse del autor de la derrota de Pearl Harbor, y dos, descabezar a la Armada Imperial. Como comentábamos al principio, los yankees llevaban años vulnerando los sistemas de encriptado japoneses, y en cuanto tuvieron la ocasión propicia no la desaprovecharon. Vaya que no...


Ante todo, una observación: cuando se hace una búsqueda sobre este suceso solemos encontrarnos con el término "Operación Venganza" u "Operation Vengeance" si la hacemos en la repulsiva lengua de los british (Dios maldiga a Nelson). Sin embargo, en las tres fuentes en las que me he basado para elaborar este artículo, solo en una aparece dicha expresión, y más bien como una designación hecha a toro pasado ya que en ningún momento se hace referencia a ella durante los preparativos. O sea, que da la impresión de que la bautizaron de ese modo a posteriori, porque cargarse un almirante sin estar respaldados por una operación con un nombre de elevada carga dramática parece que resta categoría al evento. Sea como fuere, he querido dejar este punto claro porque parece ser que dicha operación se planificó con tan escaso margen de tiempo que no tuvieron ni ocasión de ponerle el nombre adecuado. No obstante, si alguien tiene constancia de que, en efecto, fue bautizada así y el nombre del oficial que tuvo la ocurrencia, sírvase informarnos. Y dicho esto, comencemos.

Matome Ugaki (1890-1945)
Como hemos dicho, la oportunidad para liquidar a Yamamoto fue algo totalmente inesperado. Como ya se ha explicado, los yankees llevaban años teniendo en todo momento información sobre los movimientos de sus enemigos por lo que en no mucho tiempo pudieron igualar la balanza y empezar a tomar la iniciativa. El punto de inflexión tuvo lugar entre los días 3 y 4 de marzo de 1943, cuando los aviones yankees perpetraron una escabechina suntuosa en el Mar de Bismarck. En esos dos días destruyeron ocho transportes de tropas procedentes de Rabaul, en la isla de Nueva Bretaña, con destino a Nueva Guinea. Pero además de hundirles los barcos con sus atribulados tripulantes, también les echaron a pique cuatro de los ocho destructores que los escoltaban. A este desastre se le fueron añadiendo más interceptaciones en los días siguientes, lo que empezó a inquietar sobremanera a los honolables guelelos del mikado, como es lógico. Yamamoto, cuyo cuartel general estaba en el atolón de Truk, en la Islas Carolinas, vio al personal tan mohíno que decidió hacerse cargo personalmente de las operaciones de la Armada Imperial en aquel sector. Así pues, abandonó su refugio secreto- los yankees aún desconocían el emplazamiento de la base de la flota japonesa a pesar de tener rotos los códigos- y se largó a Rabaul junto a su jefe de estado mayor, el almirante Matome Ugaki y demás personal a su servicio. El 3 de abril se realizó el viaje en dos potentes hidroaviones Kawanishi H8K, Emily según el código de identificación de los aliados.


Un Kawanishi H8K amerizando. ¿O está despegando?
Para elevar la moral e intentar recuperar la iniciativa, Yamamoto diseñó la Operación I-Go Sakusen, consistente en lanzar ataques aéreos en masa contra Guadalcanal y Nueva Guinea. Esta operación tenía mucha más importancia de lo que el personal subalterno imaginaba ya que, de no salir bien, las otrora imparables fuerzas navales del Japón se acabarían encallando para, finalmente, verse poco a poco rechazadas por los yankees. Los honolables guelelos del mikado no eran tontos, y sabían que el tiempo corría en su contra. El poder económico, industrial y en materias primas de los yankees era determinante, y en el momento en que estuvieran funcionando a pleno rendimiento les sería muy difícil, por no decir imposible, alcanzar la victoria.


Varios Zero en pleno vuelo. La joya de la corona aérea del mikado, sin los
cuales poco habrían podido hacer contra la poderosa aviación yankee
El 6 de abril se les presentó a los japoneses la ocasión para tomarse cumplida venganza de la escabechina del Mar de Bismarck. Una flotilla compuesta por destructores y cruceros se dirigirían a Munda, al oeste de Nueva Georgia, o la isla de Kolombangara, a escasa distancia al norte de la anterior. Sin perder un momento, el almirante Ugaki ordenó preparar 67 bombarderos escoltados por 117 cazas para triturar bonitamente a los malvados WASP. Pero los WASP ya habían tomado nota de los preparativos de Ugaki, así que dispusieron un grupo formado por 36 F4F, 9 F4U, 12 P-38, 13 P-39 y 6 P-40 para fastidiarles el día a los honolables guelelos del mikado. Aunque inferiores en número, 76 contra 117, la contundente potencia de fuego de los cazas yankees podía, y de hecho pudo, ser determinante. Hacia las 14:00 horas se avistaron ambas fuerzas y comenzó un breve pero violento cambio de impresiones. El lance se saldó con el hundimiento del destructor USS Aaron Ward, del dragaminas neozelandés HMNZS Moa y un petrolero. Pero el costo fue muy elevado porque, mientras los bombarderos japoneses se abalanzaban contra la flotilla, los Zero tuvieron que contener a los pesados cazas yankees que iban atiborrados de ametralladoras


Yamamoto saludando a los pilotos que partían de la
base de Rabaul. Muchos de ellos no volvían
En días posteriores tuvieron lugar encuentros similares. Pequeñas escabechinas de corta duración pero saldadas también a un precio muy elevado y teniendo que asumir la pérdida de cazas y pilotos que cada vez escaseaban más, mientras que los malvados WASP parecían no acusar nada su bajas y, como cabeza de hidra, por cada caza que derribaban surgían más. Yamamoto, muy en su papel, cada vez que un grupo de aviones partía de Rabaul se despedía de ellos junto a la pista de despegue vestido con su inmaculado uniforme blanco y agitando la gorra. El día 16 de abril decidió dar por concluida la Operación I-Go Sakusen vendiéndola como un éxito de cara a la galería, pero la realidad era muy distinta. De hecho, la reunión que mantuvo con Ugaki y demás honolables guelelos del mikado fue bastante pesimista, sobre todo porque las pérdidas en aparatos y pilotos fue abrumadora. Para redondear el clima de desesperanza, los mandamases estaban casi todos bastante chungos debido a las enfermedades tropicales. Ugaki había contraído dengue, el comandante de la Flota del Área Sudeste, el vicealmirante Jin'ichi Kusaka se iba por la pata abajo a causa de una disentería feroz, y el mismo Yamamoto tenía beriberi. En fin, el panorama no era precisamente alentador.

En el centro vemos a Yamamoto bicheando un mapa en el acorazado
Nagato, en 1940. A la derecha se asoma el comandante Watanabe, que
nunca imaginaría que su exceso de diligencia le costaría la vida a su jefe
Sin embargo, el día 13 nuestro hombre ya había previsto llevar a cabo una visita de inspección a Buin, en la isla de Bougainville, y a las islas de Ballale y Shortland, al sur de la primera, para felicitar a los sufridos pilotos que habían quedado intactos tras la pseudo-exitosa Operación I-Go. Aunque el evento duraría apenas medio día, sus problemas con el beriberi, que le producían ciertos desvaríos mentales y le obligaban a cambiarse de zapatos hasta cinco veces al día a causa de la hinchazón en los tobillos, hacían desaconsejable dicha visita, pero Yamamoto no era de los que cancelaran un viaje de trabajo salvo que palmara o que el mikado le sugiriera que se quedase en casa. Así pues, su oficial administrativo, el comandante Yasuji Watanabe, recibió el encargo de confeccionar el itinerario y entregarlo al vicealmirante Tomoshiga Samejima, comandante de la Octava Flota Aérea para enviarlo a las bases de destino.

Dicho itinerario consistía, de forma resumida, en las siguientes etapas:


El 18 de abril, el Comandante en Jefe de la Flota Combinada inspeccionará Ballale, Shortland y Buin de la siguiente manera:

1. Salir de Rabaul a las 06:00 en un avión de ataque medio escoltado por seis cazas, llegar a Ballale a las 08:00. Salir inmediatamente en un cazasubmarinos para llegar a Shortland a las 08:40. Salir de Shortland a las 09:45 en un cazasubmarinos para llegar a Ballale a las 10:30. Salir de Ballale en avión para llegar a Buin a las 11:10. Almuerzo en Buin. Salida de Buin a las 14:00 en avión para llegar a Rabaul a las 15:40.

Un Mitsubishi G4M. Sus prestaciones eran similares a las de un He-111,
por lo que ya podemos imaginar las posibilidades que tenían de sobrevivir
a un ataque llevado a cabo por varios P-38, que eran unas malas bestias
Watanabe no incluyó el color de los gayumbos que llevaría Yamamoto ese día, pero sí se preocupó de, por ejemplo, que la indumentaria de la oficialidad que recibiría al almirante sería "...el uniforme de diario, excepto el oficial al mando de las distintas unidades que estará con uniforme de combate con condecoraciones”.  El puntilloso y metódico ciudadano Watanabe hasta tuvo en cuenta el posible retraso en el horario a causa de la marea durante los desplazamientos por mar, y solo omitió un detalle de importancia: en prevención de un ataque, una avería o cualquier incidente, Yamamoto viajaría en un Mitsubishi G4M- Betty según el código aliado-, y Ugaki en otro. Con todo, y previendo una posible interceptación del mensaje, Watanabe ordenó que el mensaje se radiara en el código JN-25 de la Armada, que consideraba más seguro, siendo emitido a última hora de la tarde. Sin embargo, posteriormente se supo que los radiotelegrafistas lo habían mandado encriptado por el sistema de la Armada, pero también por el del ejército, y ese sí pudo ser descifrado sin problemas porque estaba ya anticuado. De hecho, dejó de ser válido el 14 de febrero de ese año, pero parece ser que se usaba en Ballale porque aún no habían recibido el código que lo sustituía. Sea como fuere, lo cierto es que la meticulosidad nipona del probo Watanabe condenó a su jefe sin quererlo por pasarse de ordenancista.

El mensaje emitido por Watanabe. A la izquierda ya descifrado, y a la derecha
transcrito al inglés. El memo que lo mandó con el código del ejército debió
hacerse el hara-kiri como poco
Obviamente, la posibilidad de acabar con Yamamoto puso muy contentitos a los yankees. Sin embargo, los ánimos se enfriaron un poco cuando el almirante Chester Nimitz planteó tres cuestiones que, con la euforia inicial, nadie había tenido en cuenta. La primera era, como ya anticipamos al comienzo del artículo, si era ético ir literalmente a cazar a un individuo en concreto que, además, era un alto mando. Algunos, en aquella época, podrían considerarlo no como una acción de guerra, sino una forma de asesinato por motivaciones políticas. Otra pega era el sustituto de Yamamoto. Podrían poner en su lugar a un almirante más cualificado o más agresivo, aparte de que aumentaría las ansias de vengar su muerte en todo el Japón. Y, finalmente, lo más peliagudo era el hecho de que matar a Yamamoto en un viaje de inspección descubriría ante sus enemigos que sus códigos estaban comprometidos, por lo que el chollo de seguir descifrando todos los mensajes emitidos se terminaría ipso-facto. Los honolables guelelos del mikado tardarían dos segundos en cambiar todo su sistema de encriptación que, esa vez, ya no sería vulnerado como si tal cosa. 


Edwin Thomas Layton (1903-1984)
El que acabó con las dudas fue el comandante Edwin Layton, mandamás de inteligencia en el estado mayor de Nimitz alegando que Yamamoto era insustituible, y que el riesgo de perder la ventaja de conocer sus códigos se vería compensada sobradamente con la eliminación del japonés. Sin más dilación, porque apenas quedaban cuatro días para preparar el ataque, Nimitz puso en manos del almirante William Halsey la organización de la fiesta ya que esta tendría lugar en un sector bajo su mando. En el mensaje que recibió, Nimitz daba cuenta de forma muy resumida y escueta de la información recibida, pero añadió una nota final en la que dejaba clara su postura al respecto: Talleyho, let's get the bastard ("Talleyho", vamos a por el bastardo). El palabro rarito, mal escrito por cierto seguramente por desconocimiento del chupatintas que transcribió el mensaje, era en realidad "tally-ho!", una exclamación usada en las cacerías del zorro de los british que grita el primero que avista a la presa. En todo caso, Nimitz fue bastante gráfico.

Para el ciudadano Yamamoto, la cuenta atrás había comenzado.

Y basta por hoy, que a mí sí que me han atacado mis malvadas enemigas cogoteras de tanto darle a la puñetera tecla. En la próxima entrada continuaremos narrando cómo se planificó y se llevó a cabo el ataque contra el tercer hombre más odiado entre los yankees tras Hiro-Hito y el general Hideki Tōjō.

Hale, he dicho

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ASESINATOS: ISOROKU YAMAMOTO 2ª parte

POST SCRIPTVM: Hagan el favor de no hacerme spoilers de esos, leches. O sea, que no me comenten nada que adelante a lo narrado hoy porque no voy a publicarlo hasta que proceda.


Yamamoto junto a su estado mayor en Rabaul durante las postrimerías de la Operación I-Go Sakusen. Su sentido del
deber y su puntualidad obsesiva fueron su perdición

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