Hagamos un breve receso con el tema de los barreminas, que tampoco viene bien saturarnos de lo mismo durante mucho tiempo y, al final, acaba uno aburrido. Por lo tanto, antes de culminar la pequeña monografía minera con el Crab, vamos a dedicarle un articulillo a este chisme, que desde siempre me ha llamado poderosamente la atención, el Flammpanzer III o, dicho con propiedad, el Panzerkampfwagen III (Flamm) Sd.Kfz.141/3. Por cierto, aprovecho para aclarar un detalle chorra, pero que muchos desconocen: el acrónimo ese de Sd.Kfz. que suele aparecer al final de cualquier vehículo tedesco. Son simplemente las iniciales de Sonderkraftfahrzeug, un palabro impronunciable que viene a querer decir "vehículo para usos especiales" y que el ejército alemán asignaba a todo aquello que tuviera de dos ruedas en adelante. O sea, que independientemente de su denominación oficial, como en este caso, tenía una numeración aparte ya fuera una moto, un camión con o sin orugas, un carro de combate, etc.
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Sherman desincrustando a los honolables guelelos del mikado de sus posiciones en Okinawa. Los yankees también captaron rápidamente la utilidad de estos chismes para acabar con enemigos especialmente correosos |
Bien, como ya vimos en los artículos que se han dedicado a los lanzallamas, desde que se empezaron a emplear en la Gran Guerra de la mano de los tedescos fueron ganando popularidad, sobre todo entre los yankees. Como ya se comentó en su momento, los lanzallamas no solo ejercen un poderoso efecto psicológico entre los enemigos porque, animales que somos al fin y al cabo, el fuego nos produce un temor instintivo, y más cuando sabemos encima que palmarla achicharrado es sumamente desagradable. A ello debemos sumar su indudable eficacia sobre tropas protegidas por pequeñas fortificaciones, búnkeres o incluso trincheras. Un proyectil impacta sobre ellos y, salvo que sea de grueso calibre, no les hace ni cosquillas. Acertar a tiros por las estrechas troneras de un bunker no es fácil, y puedes matar o herir a un enemigo, pero no a todos. Una bala no puede trazar una elegante curva en el aire como la "bala mágica" de Kennedy para colarse en una trinchera, pero una llamarada entra por todas partes, se introduce por todos los recovecos y no hace falta que alcance al enemigo y lo mate por la acción directa del fuego. Si penetra en un bunker, aunque sea espacioso y disponga de más de una cámara de combate, la temperatura que alcanza la llama puede cocer literalmente a sus ocupantes en un periquete, y si no los mata cocidos o quemados los mata por asfixia, pero no por el humo, sino porque el fuego quema el oxígeno que hay en el interior, dejándolo sin aire respirable el tiempo suficiente para sofocar al personal. Por lo tanto, nada mejor que un lanzallamas para eliminar o, al menos, hacer huir a los defensores de una posición especialmente correosa que, ante la presencia de atacantes con lanzallamas, decidían que ese día no tocaba verse convertido en una momia carbonizada y se largaban echando leches.
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Bunker del frente de Madrid. La única forma de desalojar a sus defensores era arrojando una o varias granadas por la tronera o achicharrándolos con una lengua de fuego que les calcinaría hasta los botones de las braguetas |
La 2ª Guerra Mundial dejaría atrás la guerra de posiciones estáticas del conflicto anterior y, al mismo tiempo, las fortificaciones de campaña se habían perfeccionado de forma incomparable. Los viejos refugios a base de troncos y/o raíles de ferrocarril cubiertos de tierra o sacos terreros no serían nada comparados con las poderosas casamatas de hormigón, y salvo el héroe que sale en las pelis arrastrándose como un gusano mientras las balas silban sobre su persona hasta que, finalmente, logra lanzar dentro una granada o un paquete explosivo, sería un poco bastante complicado neutralizar a los defensores de la fortificación. Por otro lado, el zapador no solo lo tenía igualmente difícil, sino que su sola presencia en el frente lo convertían de inmediato en el objetivo preferente de los tiradores enemigos, por lo que la mejor forma de cercenar la amenaza de la fortificación era instalar el lanzallamas dentro de un carro de combate, invulnerable a las armas ligeras de la infantería y que solo con cañones anticarro podía ser detenido... si el enemigo disponía de ellos en aquel momento, naturalmente.
Como ya vimos en su momento, la idea de instalar un lanzallamas en un carro de combate fue de los italianos. El ciudadano Benito los estrenó en su grandiosa hazaña de Etiopía en 1936- en aquella época, las actuales Etiopía, Somalia y Eritrea- derrotando a cuantiosos y fieros guerreros melaninos del rey de reyes armados con lanzas y demás armamento de última generación. Tras la gloriosa empresa etíope fueron enviados a la guerra española, donde en vez de guerreros melaninos había españoles descoloridos que, en vez de lanzas, usaban armas modernas, si bien la aparición de aquel chisme causó furor, eso es innegable. Los tedescos no tardaron mucho en coger uno de los PzKpfw I enviados con la Legión Cóndor al mando del cuadriculado coronel Wilhelm, ritter Von Thoma y acoplarle un lanzallamas portátil, concretamente un Kleine Flammenwerfer sustituyendo la ametralladora derecha. Obviamente, aquel chisme no podía competir con el CV-33 LF italiano (foto superior derecha), provisto de un depósito remolcado con capacidad para 520 litros de mezcla inflamable, así que la cosa no fue a más. En todo caso, los tedescos ya habían captado la idea, y tras el intento de apaño de circunstancias fallido no tardaron mucho en desarrollar algo más eficaz.
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PzKpfw I del Panzergruppe Drohne repartiendo calor en algún lugar de la cálida España |
No habían pasado ni dos meses del regreso de la Legión Cóndor a Alemania cuando ya estaba rumiando como adaptar carros de combate convencionales para su uso como lanzallamas. El que marcó, por decirlo de algún modo, la doctrina de estas máquinas fue el teniente coronel de Ingenieros Olbrich, del Departamento de Diseño Automotor del Ejército, que en un informe emitido en junio de 1939 ya analizaba concienzudamente todos los pormenores que debían tenerse en cuenta para hacer que uno de estos chismes diera un resultado satisfactorio e incinerase al mayor número posible de ciudadanos enemigos. Básicamente, los aspectos a tener en cuenta eran la morfología de la boca del lanzador, el caudal de combustible, la dirección y velocidad del viento en el momento de lanzar el chorro, la relación entre el diámetro y la longitud del tubo que llevaba el combustible desde el depósito al lanzador y la parábola que describía el chorro ardiente desde que salía del lanzallamas hasta tocar el suelo. Aunque esto pueda parecernos hoy de una obviedad palmaria, hace 80 años no estaba tan claro. De hecho, ya vemos como la tortilla de patatas tiene más años que el hilo negro y aún se debate intensamente si debe o no llevar cebolla, así que con los pormenores de un arma novedosa, pues más motivos de controversia, como está mandado.
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Uno de los primeros carros lanzallamas eficaces: el PzKpfw II (F), un enano con más peligro que un cuñado sediento. Obsérvense los lanzadores orientables situados a ambos lados de la proa del vehículo, con capacidad para efectuar unos 80 lanzamientos de 2 o 3 segundos de duración |
En las pruebas que se llevaron a cabo a lo largo de aquel año llegaron a conclusiones bastante determinantes. La más elemental era que para evitar pérdida de presión por posibles fugas desde el depósito de propelente al de combustible, lo mejor era que ambos estuvieran lo más cerca posible el uno del otro. Por otro lado, pudieron comprobar que insuflar más presión solo servía para aumentar la velocidad del chorro, pero no su alcance, que estaba condicionado por el diámetro de la boca del lanzador. Finalmente, les quedó claro que más alcance implicaba un notable gasto de combustible que limitaba sobremanera la autonomía operativa del vehículo y, de hecho, en las pruebas realizadas comprobaron que no había forma de superar los 80 metros de distancia en condiciones óptimas, o sea, sin viento que desviase o frenase el chorro de combustible y disparando cuando el vehículo estaba detenido ya que, de lo contrario, el alcance podía verse reducido un 50%. Tras devanarse adecuadamente la sesera, llegaron a la conclusión de que lo más racional era instalar depósitos del mayor tamaño posible, de forma que les dieran una autonomía capaz de efectuar el máximo posible de lanzamientos de unos 50 metros de distancia. A medida que fuesen mostrando sus prestaciones, ya irían haciendo las modificaciones oportunas para mejorar el rendimiento en lo posible.
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B2 (F) en acción |
Así pues, y tras emplear los PzKpfw I y II (ya hablaremos de esos un año de estos), en mayo de 1941 se planteó al mismísimo ciudadano Adolf la posibilidad de usar carros gabachos B1 bis (Dios maldiga al enano corso), unos vehículos potentes, protegidos por un grueso blindaje y muy bien armados que habían caído ante los Panzer tedescos por algo tan chorra como por el hecho de que los gabachos seguían anclados en el concepto de la Gran Guerra basado en el binomio infante-carro de apoyo, mientras que los alemanes pasaban de esperar a la infantería y penetraban a toda velocidad en las posiciones enemigas. Sea como fuere, lo cierto es que la Wehrmacht se apoderó de ciertas cantidades de carros gabachos de todo tipo, desde los B1 bis a los Somua o los R-35 que, está de más decirlo, fueron incorporados a su parque acorazado. El ciudadano Adolf había ordenado que 24 unidades del B1 bis, denominados por sus nuevos dueños como PzKpfw B2, serían recicladas en B2 Flamme-Wagen, palabro abreviado con una (F), formando dos compañías, cada una de las cuales contaba con tres unidades del B1 convencional como apoyo artillero. Estas dos unidades, formadas el 20 de junio, serían enviadas al Frente Oriental de inmediato para que no se perdieran la inauguración de la Operación Barbarroja.
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Un B2 (F) inutilizado cerca de Arnhem, en Holanda, en septiembre de 1944 |
El B2 (F) era un vehículo ciertamente poderoso a pesar de su aspecto un tanto desfasado y ser feo de castigo. El lanzallamas había sido instalado en la barbeta donde llevaba emplazado el cañón principal de 75 mm., pero el carro seguía manteniendo una capacidad defensiva y ofensiva más que aceptable gracias al cañón secundario de 47 mm. y la ametralladora coaxial instalados en la torreta. Su blindaje frontal oscilaba entre los 40 y 60 mm., 60 mm. en los costados y 55 mm. en la parte trasera. El de la torreta no se quedaba atrás: 55 mm. en el frontal- más el espesor del escudo del cañón- y 45 mm. en los costados y la parte trasera. Aunque inicialmente el lanzamiento se efectuaba mediante un depósito de nitrógeno comprimido, posteriormente se sustituyó por una bomba accionada por un motor de dos tiempos J10 en base a un detalle muy importante pero que hasta el momento nadie parecía haber considerado: a medida que el depósito de propelente se iba vaciando, por razones obvias la presión disminuía, ergo el alcance del chorro también. Por el contrario, una bomba impulsaba el líquido a la misma presión en todo momento, por lo que mandaron los depósitos de nitrógeno a hacer puñetas ya que, además, eran susceptibles de sufrir fugas. Tengamos en cuenta que las juntas tóricas actuales no son las de 80 años. Finalmente, se equipó al carro con un lanzallamas instalado por la firma Koebe y un depósito de combustible blindado de 30 mm. de espesor cuyo contenido era a base de, posiblemente, petróleo espesado con alquitrán. Situado en la parte trasera del casco, debía tener capacidad para efectuar al menos 200 lanzamientos de una distancia entre 40 y 45 metros. En total se fabricaron 60 unidades del B2 (F) provisto con bomba de presión, y estuvieron dando guerra hasta prácticamente el final de la ídem.
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Vista superior del casco de un modelo M. La flecha señala las pletinas que mantenían separado el Vorpanzer del casco para aumentar su eficacia. El sistema para el escudo del cañón era parecido
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Bien, estos son los antecedentes del protagonista del articulillo de hoy. El Flammpanzer III (lo denominaremos de ese modo para evitarnos palabros interminables y siglas incomprensibles) estaba basado en el PzKpfw III Ausfürung M, un vehículo que, en sí, era una mejora de la versión anterior, la L, y que había sido adaptado para aumentar la capacidad de vadeo hasta los 130 cm. (medio metro más de las versiones anteriores) mediante la colocación de un nuevo tubo escape provisto de una válvula que impedía la entrada de agua. Así mismo, se habían añadido juntas tóricas de goma en periscopios, escotillas, la junta de la antena abatible situada en el costado derecho, los MP-Klappen, unos portillos para disparar armas ligeras situados en la parte trasera de la torreta y, en resumen, cualquier sitio por donde pudiera filtrarse agua, especialmente los que antes no se habían tenido en cuenta si estaban justo por encima del nivel de vadeo máximo de 80 cm. de los modelos anteriores.
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Vistas delantera y trasera de un PzKpfw III Ausf. M. En la foto superior vemos como la parte baja de la proa estaba protegida por un fragmento de cadena, como era habitual en los carros alemanes. En el Vorpanzer que rodea el visor del piloto podemos ver el rebaje para el visor KFF 2. En la foto inferior tenemos un primer plano del nuevo tubo de escape que permitía vadear un 50% más de profundidad
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Primer plano de la torreta que nos permite ver con detalle el Vorpanzer del casco y el escudo del cañón, así como los tubos lanza-humos |
A ello había que añadir que el modelo M estaba armado con el excelente cañón Kw.K 39 L/60 de 50 mm. y seis tubos para botes de humo (tres a cada lado de la torreta) y, lo más importante, al igual que su predecesor, el modelo L, el escudo del cañón y la parte superior de la proa habían sido reforzados con el Vorpanzer, una plancha de blindaje extra de 20 mm. de espesor que convertía esas zonas en impenetrables para la munición perforante de hasta 75 mm. a distancias normales de combate. Pero la aportación verdaderamente importante del Vorpanzer es que partía del concepto de blindaje espaciado, o sea, separado unos centímetros del vehículo, lo que impedía que las cada vez más eficaces cargas huecas pudieran penetrar en el interior del mismo con su chorro de gas que lo calcinaba absolutamente todo. Así, la carga detonaba contra el Vorpanzer, pero el chorro de gas era detenido por el blindaje del carro. Con el mismo fin, también era habitual añadirles el Schürzen, unos faldones de 5 mm. de espesor que se colgaban los costados y los laterales y la trasera de la torreta con unos soportes.
Más aún, el Panzer III era una máquina que casi desde sus comienzos había sido dotada de chorraditas de las que carecían otros carros enemigos. Por ejemplo, el piloto contaba con un visor convencional de ranura, pero protegida por un grueso cristal antibalas (fig. A). Si las cosas se ponían verdaderamente chungas y un proyectil o un fragmento de metralla impactaba contra el cristal y lo astillaba, dificultando o impidiendo la visión, el piloto cerraba la mirilla y recurría al Kampfwagen Fahrer Fernrohr 2 (fig. B) o, en plan abreviado, KFF 2 (periscopio para conductor de vehículos de combate), un sistema de prismáticos binoculares sin aumentos que proporcionaban un campo visual de 65º. El KFF 2 son esos dos orificios que se ven sobre el visor normal del piloto y que puede que muchos cuñados se mueran de ganas por saber para qué leches servían. Por lo demás, el Vorpanzer tenía este accesorio en cuenta y estaba recortado de forma que no impedía su uso. Del mismo modo, el ametrallador también tenía un visor de puntería que es el orificio similar que vemos en la rótula donde se instalaba la MG-34 de proa. Se trata del Kugel Zielfernrohr 2 (visor telescópico para rótula) o KZF 2 (fig. C), un visor prismático de 1'8 aumentos con capacidad de graduación de hasta 200 metros. Su campo de visión era de 18º y, al contrario de como tenían que apuntar otros artilleros de proa, no se tenían que guiar por la munición trazadora, sino que podía apuntar con precisión hacia cualquier objetivo. En la figura D vemos el retículo del visor. Por cierto, esto tampoco creo que sea del dominio de sus hermanos políticos, así que no tengan piedad.
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Flammpanzer III en prácticas. Como salta a la vista, la densa humareda negra delataba su posición ipso-facto |
Bien, este modelo es el que continuaría la saga de carros lanzallamas tedescos. El origen del modelo M data de 1942, cuando se decidió cancelar la producción del modelo K y, a cambio, mejorar las prestaciones del modelo L que hemos comentado más arriba. Su precio, sin contar el armamento, ascendía a 96.183 marcos, lo que lo convertía en una máquina bastante asequible. Aquel mismo año, la factoría MIAG, de Braunsweig, envió un centenar de carros desarmados a la Waggonfabrik Wegmann AG de Kassel-Rothenditmold para su conversión en carros lanzallamas y el propósito de enviarlos a cremar hijos del padrecito Iósif en Stalingrado. El proyecto estuvo a punto de irse al garete porque en enero de 1943 y con la industria armera desbordada de trabajo, el bien amado Ministro de Armamento Albert Speer le dijo al ciudadano Adolf que era más que probable que los plazos de entrega y la misma conclusión de los vehículos estaba más que complicada, por no decir cuasi imposible. De hecho, para aquel mismo mes estaba comprometida la entrega de las 20 primeras unidades, seguidas de 45 en febrero y 35 en marzo. Sin embargo, alguien debió apretar las clavijas al personal porque, aunque con un mes de retraso, en febrero se entregaron 65 unidades, o sea, las comprometidas en enero más las del mes en curso, otras 34 en marzo y una más en el mes de abril que se debió quedar despistada.
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Para resultar efectivo, un Flammpanzer debía aproximarse a unos de 40 metros del objetivo, y colijo que los defensores de un bunker debían decidir que lo mejor era largarse antes de que esa máquina los calcinase con su lengua de fuego porque las armas de las que disponían no servían de nada contra el monstruo |
Los cambios que experimentó el carro fueron lógicamente notables, sobre todo en el interior ya que su aspecto externo había sido sutilmente disfrazado, ocultando la boquilla del lanzador dentro de un tubo de 150 cm. de largo y 12 de diámetro, lo que lo hacía pasar por su cañón de 50 mm. reglamentario. El armamento secundario, las dos MG-34 coaxial y de proa, permanecieron tal cual con una dotación de 3.750 cartuchos distribuidos en 25 bolsas con cintas de 150 cartuchos perforantes SmK, por lo que además de perforar pellejos de ciudadanos enemigos podía perforar el delgado blindaje de algunos vehículos ligeros. Por cierto que, en vista de que el carro iría petado de mezcla inflamable, aumentaron la provisión de extintores de tres a cinco, dos en el exterior y tres en el interior, aunque colijo que si esa porquería echaba a arder no la apagaba ni todo lo que cayó en el Diluvio de golpe. Por lo demás, la tripulación del casco permaneció inalterable: el piloto y el ametrallador, que además manejaba un aparato de radio Funkgërat 5.
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Flammpanzer perteneciente a la 26ª División Acorazada capturado por los yankees en Italia en 1943. Como podemos apreciar, solo estando muy cerca se puede ver que no se trata de un carro normal |
Obviamente, el cambio radical se efectuó en la torreta, cuyos tres tripulantes desaparecieron para dejar solo al comandante del carro que, además, asumía la misión de manejar el lanzallamas y la ametralladora coaxial. Este se alimentaba mediante dos depósitos de 510 litros situados en la base de la torreta, adaptándose al perfil de la misma para dejar libre el espacio central donde el comandante del carro se situaba para manejarlo. Para ello disponía de una manivela que permitía el movimiento vertical del lanzador de entre -10º y +20º y otra para el giro manual de la torreta, que lógicamente era de 360º. Esto permitía abarcar todo el perímetro alrededor del carro, y no verse limitado, como el caso del Panzer II a 180º o, en el del B2, al mínimo ángulo que le permitía su posición en la barbeta de proa. Además, facilitaba una técnica que ya se comentó en su día, y era rociar de mezcla inflamable el objetivo para no delatar sus intenciones y, a continuación, bastaba una breve llamarada para desencadenar el infierno.
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Flammpanzer III agazapado en un bosque. Como vemos, está equipado con un Schürzen que protege sus costados. La flecha señala la varilla de puntería, que podemos ver algo mejor en el detalle. No obstante, con estos chismes tampoco hacía falta alardear de una precisión prodigiosa |
El lanzallamas, instalado por la Koebe, así cómo el sistema de conexión con el depósito, era el mismo del B2. Un pedal liberaba la salida del chorro a través de una boquilla de 14 mm., impulsado por un motor de dos tiempos con una potencia de 28 CV Auto Union ZW1101 fabricado por la DKW y que generaba una presión de entre 15 y 17 atmósferas. El consumo era de 7'8 litros por segundo, y la mezcla se inflamaba mediante bujías incandescentes Smit o, si quieren apabullar a quien ya sabemos, Smitskerzen. Para apuntar, inicialmente se colocó sobre el manguito del falso cañón una chapa en forma de V que, posteriormente, se sustituyó por una varilla con marcaciones que el tirador podía calcular alineándolas con una escala pintada en el cristal del visor frontal de la cúpula. El alcance del chorro era de entre 50 y 60 metros dependiendo de la temperatura del combustible, independientemente de que si las condiciones externas no eran propicias podía ser menor.
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En esta foto podemos apreciar el aspecto del chorro ardiente con toda claridad, si la típica humareda negra |
Una vez que las cien unidades fueron entregadas se distribuyeron conforme a una directiva emitida el 25 de enero de 1943 por la que los carros lanzallamas se incorporarían a una división como una Panzer-Abteilung Stabskompanie normal si bien en este caso se les conocía como Panzer-Flamm-Zug. Anteriormente eran agrupados en batallones independientes que eran enviados donde se consideraba oportuno, cumplían su misión y se largaban. Sin embargo, bajo esta nueva distribución las divisiones que lograran hacerse con estos vehículos dispondrían de secciones formadas por siete carros. A principios de mayo se llevó a cabo el reparto de la siguiente forma: 28 unidades fueron destinadas a la 28ª División Grossdeutschland, 15 a la 6ª División Acorazada, 14 a las divisiones acorazadas 1ª, 24ª y 26ª, y 7 unidades a las divisiones acorazadas 14ª y 16ª. Se dejó una unidad para prácticas, y siete de los enviados a la 1ª División Acorazada se retiraron al ejército de reserva el 31 de octubre de 1943, mientras que trece de los asignados a la Grossdeutschland se mandaron a la 11ª División Acorazada entre mayo y junio de aquel mismo año, que había que repartir con equidad y no dejarles por norma el mejor bocado a las élites.
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Solo cuando lograban acercarse a su objetivo es cuando estas máquinas eran absolutamente terroríficas. El problema era avanzar en un frente donde el enemigo hubiese podido desplegar carros de combate, porque en ese caso lo tenían crudo |
Bueno, criaturas, así se crearon estas peculiares máquinas que, todo hay que decirlo, ni remotamente pudieron cambiar el curso de la guerra ni de nada. De hecho, sus bajas a lo largo de 1943 fue bastante inquietantes, nada menos que 60 unidades entre marzo y diciembre de ese año, cuando aún tenían por delante otro año y medio de guerra y sin posibilidad de reponer la pérdidas. Su actuación en Italia y el Frente Oriental no fue especialmente brillante porque tenían que operar por sistema bajo la protección de otros carros y siempre y cuando el terreno les fuera propicio, y mientras que los alemanes destruían un Sherman o un T-34, sus enemigos construían 50, pero para ellos la pérdida de un Tiger o un Panther ya era motivo de duelo. Por otro lado, con este tipo de armas suele pasar lo mismo: una vez superado el efecto sorpresa, salvo que se disponga de un número muy elevado de ellas para mantener la presión no se tarda mucho en encontrarles los puntos flacos y diezmarlas. Más posibilidades tuvieron los carros lanzallamas yankees en el Pacífico, donde los carros de los honolables guelelos del mikado eran escasos y malos y no eran rivales para los Sherman. En resumen, el Flammpanzer III fue un arma a mi entender demasiado limitada por las condiciones del frente en Europa, y contra enemigos con una capacidad industrial tan abrumadora que hoy día sigue siendo para mí un misterio misterioso cómo no pudieron acabar con el ciudadano Adolf mucho antes. Sea como fuere la última acción donde fueron vistos fue en Budapest, donde la Flamm-Panzer-Kompanie 351 formada por 10 carros actuó desde el 6 de enero hasta el 10 de abril de 1945, momento en el que apenas les quedaban cuatro unidades operativas y una averiada. Las opciones del Flammpanzer III las retrató de forma escueta pero contundente el mismo Guderian: "Reconociendo sus pocas posibilidades de uso, especialmente en el sector meridional del Frente Oriental, el regimiento está utilizando principalmente los Flammpanzer restantes para la guarnición de poblaciones, junto a otros carros armados con cañones". En resumen, acojonar, acojonaban una cosa mala, pero sus resultados no fueron ni remotamente los esperados.
Se acabó lo que se daba.
Hale, he dicho
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Dos tripulantes de un Flammpanzer III bicheando en el interior del vehículo. Obsérvese la varilla de puntería sobre el manguito del falso cañón |
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