Hacia el último cuarto del siglo XV, la artillería pirobalística se imponía a pasos agigantados en los asedios. Los añejos ingenios que durante siglos habían sido los protagonistas de la expugnación castral quedaron obsoletos, y las nuevas armas de fuego fueron sustituyéndolos en cuestión de pocas décadas. Y, al mismo tiempo, fue necesario artillar los castillos de la época tanto para defenderse de las piezas enemigas como para aumentar su poder disuasorio ante posibles atacantes.
Pero estos castillos no estaban concebidos para albergar en su interior piezas de artillería. Sus torres eran demasiado altas para dar a las bocas de fuego emplazadas en sus azoteas un ángulo de tiro eficaz ante un enemigo cada vez más próximo y, además, su reducida superficie no daba cabida a las bombardas y culebrinas al uso. En los adarves tampoco había sitio para emplazar ninguna de ellas, y lo más que se podían permitir eran arcabuces o mosquetes, que no eran en modo alguno eficaces contra una masa de atacantes y, menos aún, contra la artillería enemiga. Así pues, fue necesario dotarlos de fortificaciones anejas capaces de dar cabida a un determinado número de bocas de fuego con las que protegerse tanto la aproximación enemiga como de su artillería. Así nacieron los cubetes artilleros, una solución de circunstancias mientras las antiguas fortificaciones góticas eran readaptadas en profundidad al uso de la pirobalística, o se edificaban nuevos castillos ya diseñados específicamente para tal fin, los castillos abaluartados.
El cubete artillero era una pequeña fortificación aneja al recinto principal con planta circular, más adecuada para repeler los disparos de la artillería enemiga. Los ejemplos que se conservan tienen una traza bastante similar: una planta inferior en talud, apta para deflectar hacia arriba los bolaños y pelotas del enemigo, y una superior dotada de parapeto y almenado con troneras para arcabucería. En todos los casos, el acceso a los mismos no se realizaba directamente desde la fortaleza, sino a través de los fosos o incluso desde el exterior. Esto podría hacerse por dos motivos: uno, impedir que, caso de ser ocupados por los asaltantes, el cubete se convirtiera en un coladero de enemigos. El otro, que creo más lógico, era por algo tan simple como evitar obras complejas para unir el castillo con la nueva obra. En cualquier caso, si su guarnición se veía desbordada, siempre podían clavar los cañones y abandonarlo, refugiándose en la fortaleza.
El ejemplar considerado como de datación más antigua es el cubete edificado en el ángulo NO del alcázar de Arriba, en Carmona (Sevilla), construido, según Mora Figueroa, hacia 1486 bajo la traza de Francisco Ramírez, capitán mayor de la artillería. En la imagen de la izquierda podemos ver el plano de planta del mismo. Esta pequeña fortificación, exenta del recinto principal, cubría la zona más expuesta del mismo, pudiendo batir de flanco las cortinas norte y oeste, así como la campaña que se extendía ante la misma. A tal fin, dispone en su planta inferior de ocho cañoneras ubicadas bajo una cubierta abovedada para preservarlas de las inclemencias del tiempo. Así mismo, cuenta con una escalera de acceso a la batería superior que, aunque actualmente está prácticamente derruida, se distinguen aún sus merlones para, desde ellos, poder disparar tanto con arcabuces como con ballestas. Lo que en el plano figura como un pozo creo que más bien era el pañol. Un recinto exento como éste debía disponer forzosamente de un repuesto de munición para poder desplegar la potencia de fuego adecuada. A ambos lados cuenta con dos puertas que, posiblemente, daban acceso al foso, en el que se abre una galería que pudiera servir de entrada a su guarnición en caso de necesidad.
En la foto de la derecha tenemos una vista superior del cubete en cuestión. Se aprecia perfectamente el pequeño talud, la puerta de acceso oeste y el patio interior con la zona cubierta donde se encuentran las cámaras artilleras. Su escasa altura sobre el nivel del suelo hacía posible quedar prácticamente desenfilado respecto a la artillería enemiga. Conviene concretar un detalle para que no haya lugar a confusión, y es que, aunque parezca que ante el cubete hay un foso, no es tal. El desnivel se debe al recrecimiento de las calles a lo largo del tiempo. En su día, el cubete estaba al nivel del suelo del entorno. Como se ve, su estado de conservación es más bien lamentable. Esperemos que un siglo de estos se animen a restaurarlo y le devuelvan su aspecto original, pero sin puertas de cristal y cubiertas de plexiglás.
Como características genéricas de estas plataformas artilleras, podemos decir que, por norma, estaban fabricadas con potente sillería, mucho más adecuada que otros materiales para resistir los disparos de la artillería enemiga. La base en talud, tanto para deflectar proyectiles como para engrosarla y hacerla más resistente. Y, finalmente, son edificios añadidos a otros ya existentes y, a veces, exentos, como el caso del cubete del alcázar de Arriba.
Los cubetes no subsistieron mucho tiempo. Las reformas realizadas en los castillos anteriores a la aparición de la pirobalística y la construcción ex novo de otros diseñados ya expresamente para el uso de la artillería, hicieron que hacia mediados del siglo XVI ya no tuvieran razón de ser. Hoy día quedan muy pocos ejemplares de estas peculiares fortificaciones, dejadas de lado en el momento en que los castillos abaluartados se impusieron para, poco después, dar paso a las fortificaciones de traza italiana. En todo caso, no debemos confundir los cubetes con los bastiones, torres circulares aptas para el emplazamiento de artillería, pero que forman parte solidaria de la fortaleza.
Bueno, explicado está.
Hale, he dicho
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