miércoles, 23 de noviembre de 2011

El castillo roquero




¿Quién no ha visto alguna vez, al viajar por carretera, la altiva y desafiante silueta de un castillo en la cima de un risco? Quizás más de uno se haya preguntado cómo era posible edificar una fortificación en un sitio tan inaccesible. O incluso la típica cuestión: ¿qué pinta ahí ese castillo, tan lejos de todo, en mitad de la inmensidad? O, picados ya por la curiosidad: ¿cómo puñetas se puede subir a semejante sitio, si no hay ni un mal camino que lleve a la cima? Bueno, intentaremos dilucidar algunas de estas cuestiones...

La orografía peninsular es especialmente abrupta. Salvo en la zona de La Mancha, no creo que haya en toda ella más de 10 ó 20 Km. sin ondulaciones en el terreno. Y, aparte de esto, varias cadenas montañosas actuaban en aquella época como barreras naturales, cuyos accesos eran pocos y bastante escondidos por lo general. Recordemos que los ejércitos de aquellos tiempos no disponían de algo ni remotamente semejante a las actuales redes viarias, y sus desplazamientos debían realizarlos por las añejas vías romanas, aún en uso, y por cordeles y cañadas. Y precisamente para vigilar estos pasos se escogían elevados cerros, donde el campo visual se extendía a más de 20 ó 30 km. en días claros, lo que suponía el poder avistar a una hueste invasora con tiempo de sobra para dar la alarma y comunicar a las fortificaciones y poblaciones cercanas la presencia enemiga. Hay que tener en cuenta que el ritmo de marcha de uno de aquellos ejércitos era de unos 20 km. diarios, dependiendo de las condiciones del terreno y la impedimenta que llevasen consigo.


Así pues, estos castillos actuaban ante todo como atalayas desde las que cubrir visualmente una amplia zona de terreno. Varios de ellos, situados estratégicamente a lo largo de una cadena montañosa y cubriéndose mútuamente los ángulos muertos, podían controlar un área de cientos de kilómetros cuadrados, sin que pasara desapercibido nada que se moviera por la zona. Sus guarniciones, generalmente de pocos efectivos ya que su tamaño tampoco daba para más, no podían detener un ejército enemigo, pero sí controlar las vías de comunicación, cuestión esta que era de vital importancia para una hueste se adentraba en territorio enemigo. Si los caminos no estaban libres no podían hacerles llegar bastimentos y provisiones llegado el caso. De ahí que no les quedase más remedio que intentar apoderarse del castillo de turno y, de no conseguirlo, muchas veces tenían que optar por retirarse. En la foto de la derecha tenemos un ejemplo. La imagen está tomada desde una torre del castillo de Pruna (Sevilla). Dentro del círculo blanco está el de Olvera (Cádiz). En línea recta hay 4.600 metros de distancia, y controlan entre ambos el amplio valle que se abre entre ellos. Todo lo que se mueva en esa zona queda bajo el control visual de ambas fortificaciones.



Su construcción no era fácil. Una vez elegido el lugar, el primer problema con que se enfrentaban sus constructores era la falta de agua. Y no ya para beber, sino para elaborar el mortero. Así pues, tenían solo dos opciones. Una, acarrear agua en jumentos si en las cercanías había algún río, manantial o fuente. O, en caso contrario, no les quedaba otra que fabricar uno o varios aljibes y esperar a que se llenaran antes de comenzar las obras. En cuanto a los materiales, como es obvio, bastaba con cortar la piedra del entorno. En la foto de la izquierda, dentro de los óvalos blancos, podemos ver las marcas de dos cortes en una roca junto al castillo de Espera (Cádiz). Dependiendo del tipo de piedra y su calidad se podía optar por fabricar sillares o, caso contrario, simples cantos para elaborar un mampuesto.



En cuanto al trazado del edificio, había que ceñirse al terreno, intentando aprovechar al máximo la superficie disponible. En muchos casos incluso se aprovechaban las rocas que emergían del suelo para que actuasen como parte de la muralla, siempre y cuando estas ofrecieran una superficie prácticamente vertical. Podréis ver incluso simples paños de muralla cerrando el espacio entre dos rocas, convirtiendo esa zona en infranqueable. La superficie interior de la fortificación se allanaba si era posible, aprovechando de paso la piedra para la construcción del edificio. Pero en muchos casos podréis ver patios de armas en los que por todas partes afloran enormes rocas que lo hacen difícilmente transitable, y dejando apenas espacio para las mínimas dependencias con que contaban en su interior, como podemos ver en la foto de la derecha.



El tema de la construcción de aljibes era a veces un verdadero reto. Excavar varios metros cúbicos de roca no era tarea fácil, y más si la piedra era granítica. Así pues, en muchas ocasiones optaban por fabricar albercas. O sea, se limitaban a cavar un metro o dos en la roca (o en la tierra hasta llegar a la roca) y luego, para aumentar su capacidad, fabricaban un muro alrededor, como si de una piscina se tratara. Luego la cubrían con una bóveda o, simplemente la dejaban al descubierto. A la izquierda podemos ver un ejemplo de este tipo de aljibes, en este caso pertenecientes al castillo de Cote (Sevilla). Como se ve, fabricaron dos para asegurarse el suministro de agua. En el de la izquierda, el más grande, aún quedan restos del muro que se elevaba sobre el nivel del suelo para aumentar su capacidad. Para asegurar la recogida de agua, se distribuían por todo el recinto canalizaciones que iban a parar a los aljibes, como ya se explicó en la entrada referente a las mismas. En otros casos optaban por lo más fácil, fabricar el aljibe en el interior de la torre del homenaje.


En lo referente a sus accesos, hoy día casi ninguno conserva los senderos que conducían a la cima. La erosión, la vegetación y los materiales que caen por las laderas los han cegado. O sea, que en muchas ocasiones cuesta verdadero trabajo intuir cual es el mejor camino para acceder a uno de estos castillos. En más de una ocasión he tenido que dar media vuelta y probar por otra parte de la montaña. En todo caso, estos senderos no estaban en modo alguno desprotegidos. En las laderas en las que se asientan estos castillos, a veces, podréis ver restos de muros, barbacanas o torres que cerraban el paso, de forma que para llegar al castillo habían que franquear previamente una o varias puertas. Si a esto unimos el hecho de que, por lo general, estos senderos se abrían en la única zona practicable de la ladera, se comprenderá como con guarniciones de apenas 20 ó 30 hombres podían hacer inexpugnables estos castillos para ejércitos cien veces superiores en número. En la foto de la derecha podemos ver, señalada con una flecha blanca, la barbacana que defendía el camino de acceso al castillo de Zahara (Cádiz). Como se ve, es un complejo entramado de torres y muros, que, unidos a lo sinuoso de la ladera, hace prácticamente imposible su expugnación.

Y para cercarlos, la cosa se ponía verdaderamente complicada. Era imposible adosar a sus murallas máquinas como arietes o bastidas. Era imposible minarlos porque estaban cimentados sobre la misma montaña. Quedaban fuera del ángulo de tiro de ingenios como fundíbulos o manganas situadas al pie de la ladera. O sea, que para conquistarlos solo había dos opciones: una, tomarlos por asalto. Dos, cercarlos hasta que la guarnición se quedara sin agua ni provisiones. Lo primero solía tener éxito en contadísimas ocasiones. Tan contadas que constan muy pocas. Y lo segundo, casi siempre era el ejército sitiador el que se quedaba sin nada que echarse a la boca y con la estación invernal casi encima, lo que los obligaba a desistir. Muchos de estos castillos jamás fueron tomados por fuerza. Otros, a base de cercos implacables podían finalmente obligar a la guarnición a rendirse. Y algunos, gracias a la traición de alguno de sus defensores que franqueaba el acceso a los atacantes, caían en manos enemigas.


Cuando he visitado este tipo de castillos, siempre me ha acometido el mismo pensamiento mientras echaba literalmente el bofe durante la subida: si yo, cargado solo con la cámara, estoy que me va a dar un síncope, ¿qué clase de hombres eran los que, armados de punta en blanco y cargados con escalas subían a toda velocidad en mitad de la noche para, una vez arriba, iniciar el asalto y, con ello, un feroz combate? Obviamente, eran de otra madera, distinta a la nuestra.

Hale, he dicho...


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