Es más que evidente que la disciplina ha sido, es y será absolutamente indispensable en los ejércitos de todos los tiempos y civilizaciones. Si no hay disciplina, la tropa se torna disoluta, perezosa, no obedece las órdenes y, lo que es peor, pasan de morir gloriosamente por la patria y se largan a su casa antes de entrar en batalla. O sea, un cachondeo. Y como la milicia es una cosa muy seria y si hay que combatir hasta el final pues se combate con denuedo, es obvio que hay que imponer un sistema disciplinario que haga que el soldado más apocado se convierta en una despiadada máquina de matar, capaz de degollar a su abuela si se lo ordenan.
El pillaje, algo bastante castigado |
Dos marino pillados con una cogorza, por lo que han sido engrilletados a la espera de castigo |
1. El fustuarium: Era un castigo aplicado en el ejército romano a desertores o a aquellos por cuya acción ponían en peligro la vida de sus compañeros, como por ejemplo quedarse dormido en una guardia. Consistía en golpear con bastones al culpable hasta la muerte, siendo los verdugos sus mismos camaradas cuyas vidas había puesto en peligro el culpable.
2. La decimatio: Castigo que conocemos actualmente como diezmar, era aplicado a unidades enteras en casos de cobardía ante el enemigo o amotinamiento. A la legión, cohortes o cohorte culpable del delito castigadas con la decimatio se las obligaba a echar a suertes quién pagaba el pato en grupos de diez hombres, uno de los cuales moriría a manos del resto de sus compañeros lapidado o a bastonazos. De ese modo, si era una legión la que recibía el castigo hablamos de unos 600 hombres eliminados, o sea, más de los efectivos una cohorte (una cohorte se componía de 480 hombres).
3. La carrera de baquetas: Este castigo estuvo bastante en boga durante el siglo XVIII y comienzos del XIX. El invento parecer que surgió del en aquellos tiempos cruento y bastante sádico sistema del ejército prusiano, famoso por imponer una férrea disciplina capaz de inculcar tal terror a la oficialidad entre la tropa que estos preferían mil veces enfrentarse al peor de los enemigos antes que vérselas con sus mandos. Como vemos en la imagen, el castigo consistía en pasar entre dos filas de sus mismos camaradas los cuales descargaban en los lomos del reo un baquetazo. Dichas baquetas eran de acero, no de madera, con lo que podemos imaginar el daño que harían. Para impedir que apretara el paso y el castigo fuese menor, ante el reo va un soldado marchando a paso lento con el mosquete bajo el brazo y la bayoneta apuntándole al pecho. También solía usarse un espontón si el que iba delante era un suboficial. De ese modo, cada soldado podía tomarse su tiempo en descargar el baquetazo a conciencia. Hubo muchos que tras sufrir este castigo la palmaron porque, dependiendo del delito o falta, se obligaba al reo a pasar un determinado número de veces entre las dos filas. El resultado podían ser cientos de baquetazos.
4. El caballo de madera: Se trata de otro invento prusiano, que en estos temas eran al parecer de lo más creativos. Como vemos en la foto, el castigo consistía en permanecer varias horas aupado en ese chisme cuyo travesaño, para más inri, podía tener forma triangular de forma que se clavaba en los bajos de forma inmisericorde. En un alarde de sadismo, a veces se colgaban sacos terreros de los tobillos del reo para aumentar el peso que debía soportar y, por ello, el travesaño se clavaba aún más. Supongo que igual valía también para curar las hemorroides, quién sabe...
5. Los azotes: Este era sin duda el castigo más extendido y desde tiempos inmemoriales sirvió para dejar en los lomos del personal la marca indeleble de las consecuencias de su rebeldía. Pero si en un cuerpo ha sido especialmente usado ha sido en las armadas de los países occidentales y, dentro de estas, en la inglesa. El famoso gato de 9 colas, llamado así por ser un látigo compuesto de tres cuerdas que, a su vez, estaban formadas por tres trenzados que al abrirse formaban nueve ramales, estuvo oficialmente vigente en la armada de su graciosa majestad hasta 1949, si bien dejó de usarse en 1881 excepto en las prisiones militares. El número de azotes iba en función de la falta, pudiendo llegar a la escalofriante cifra de 48 latigazos (se contabilizaban por medias docenas). Estos se propinaban con el reo sujeto a un enrejado o sobre un cañón, tras lo cual se arrojaba agua salada en la parte herida para limpiarla, siendo el encargado de infligir el castigo el contramaestre. En los adultos se aplicaba este castigo en la espalda, mientras que a los menores de 18 años, como grumetes y guardiamarinas, se daban los latigazos en las nalgas (no sé qué es peor, la verdad). Como dato curioso, añadir que cada 12 latigazos se daba agua al reo, y que el término "canear" que usamos hoy día cuando nos referimos a dar una paliza a alguien es un anglicismo proveniente del inglés "cane", que era como denominaban a un bastón, también para propinar azotes, elaborado con una vara de ratán de un metro de longitud y unos 2 cm. de grosor.
6. Marcar a fuego: Eso de dejar al personal marcado a fuego de por vida como si se tratara de una res también ha tenido su aplicación militar, faltaría más. Concrétamente en Inglaterra se marcaba con una D a los desertores (en inglés deserter). Este doloroso y denigrante castigo era acompañado de un embreado y posterior emplumado para mayor mofa, befa y escarnio, tras lo cual el reo era expulsado del ejército. Naturalmente, en tiempos de guerra la cosa era peor: se pasaba por las armas al culpable. Por cierto que eso de ser embreado, aparte de pringoso, no era ninguna tontería. La brea se derrite entre los 45 y los 50º aproximadamente, por lo que sería lo mismo que verse uno bajo una ducha de agua que le escalda literalmente el pellejo.
7. Pasar por la quilla: Castigo obviamente reservado exclusivamente a las armadas porque en los ejércitos de tierra no se dispone ni que agua ni que quillas para ello. Consistía en lanzar al reo al agua y, tirando de una soga, hacerlo pasar por debajo del buque. Aparte de la posibilidad de ahogarse o de la sensación de asfixia, el desgraciado de turno se venía terriblemente lacerado por la broma adherida a la obra viva del navío. Para que me entiendan los que ignoran los temas náuticos: las lapas y demás fauna parasitaria marina que se pegan al casco del barco lo dejaban completamente desollado.
Bueno, con los expuestos creo que queda claro que no se andaban con tonterías en los ejércitos de antaño. Solo añadir, aún a costa de poder ser tachado de patriotero, que en los Tercios españoles y en tiempos posteriores no ha cuajado el tema de los castigos físicos como en otros países por dos motivos: uno, porque la innata soberbia y el orgullo hispano ha sido suficiente acicate para empujar a la batalla al personal. O sea, que combatían hasta las últimas consecuencias más por chulos que por miedo a los oficiales o a posibles castigos. El elevado concepto de sí mismo y de su honor, así como un arraigado espíritu de cuerpo han servido en diversas ocasiones para que historiadores de todas las épocas hayan señalado el desprecio a la muerte y el arrojo temerario de los habitantes de la piel de toro, empezando por los romanos y acabando con el mismo Hitler en referencia a la división de voluntarios en Rusia. Y por otro tenemos el elevado número de miembros de la hidalguía que nutrían nuestros ejércitos. Un hidalgo español prefería mil veces tirarse de cabeza él solo contra un muro de picas antes de pasar por la humillación de ser castigado, y más públicamente. Esto no quita que, llegado el caso, un maestre de campo mandase ahorcar a los cabecillas de un motín, pero una cosa era ser colgado por un delito evidente y otra muy distinta ser azotado por cualquier arbitrariedad, ya que en semejante supuesto más de un soldado se liaba a puñaladas con su cabo, sargento o capitán aunque luego acabara colgado de una rama como una morcilla.
Bueno, con esto concluyo.
Hale, he dicho...
3. La carrera de baquetas: Este castigo estuvo bastante en boga durante el siglo XVIII y comienzos del XIX. El invento parecer que surgió del en aquellos tiempos cruento y bastante sádico sistema del ejército prusiano, famoso por imponer una férrea disciplina capaz de inculcar tal terror a la oficialidad entre la tropa que estos preferían mil veces enfrentarse al peor de los enemigos antes que vérselas con sus mandos. Como vemos en la imagen, el castigo consistía en pasar entre dos filas de sus mismos camaradas los cuales descargaban en los lomos del reo un baquetazo. Dichas baquetas eran de acero, no de madera, con lo que podemos imaginar el daño que harían. Para impedir que apretara el paso y el castigo fuese menor, ante el reo va un soldado marchando a paso lento con el mosquete bajo el brazo y la bayoneta apuntándole al pecho. También solía usarse un espontón si el que iba delante era un suboficial. De ese modo, cada soldado podía tomarse su tiempo en descargar el baquetazo a conciencia. Hubo muchos que tras sufrir este castigo la palmaron porque, dependiendo del delito o falta, se obligaba al reo a pasar un determinado número de veces entre las dos filas. El resultado podían ser cientos de baquetazos.
4. El caballo de madera: Se trata de otro invento prusiano, que en estos temas eran al parecer de lo más creativos. Como vemos en la foto, el castigo consistía en permanecer varias horas aupado en ese chisme cuyo travesaño, para más inri, podía tener forma triangular de forma que se clavaba en los bajos de forma inmisericorde. En un alarde de sadismo, a veces se colgaban sacos terreros de los tobillos del reo para aumentar el peso que debía soportar y, por ello, el travesaño se clavaba aún más. Supongo que igual valía también para curar las hemorroides, quién sabe...
5. Los azotes: Este era sin duda el castigo más extendido y desde tiempos inmemoriales sirvió para dejar en los lomos del personal la marca indeleble de las consecuencias de su rebeldía. Pero si en un cuerpo ha sido especialmente usado ha sido en las armadas de los países occidentales y, dentro de estas, en la inglesa. El famoso gato de 9 colas, llamado así por ser un látigo compuesto de tres cuerdas que, a su vez, estaban formadas por tres trenzados que al abrirse formaban nueve ramales, estuvo oficialmente vigente en la armada de su graciosa majestad hasta 1949, si bien dejó de usarse en 1881 excepto en las prisiones militares. El número de azotes iba en función de la falta, pudiendo llegar a la escalofriante cifra de 48 latigazos (se contabilizaban por medias docenas). Estos se propinaban con el reo sujeto a un enrejado o sobre un cañón, tras lo cual se arrojaba agua salada en la parte herida para limpiarla, siendo el encargado de infligir el castigo el contramaestre. En los adultos se aplicaba este castigo en la espalda, mientras que a los menores de 18 años, como grumetes y guardiamarinas, se daban los latigazos en las nalgas (no sé qué es peor, la verdad). Como dato curioso, añadir que cada 12 latigazos se daba agua al reo, y que el término "canear" que usamos hoy día cuando nos referimos a dar una paliza a alguien es un anglicismo proveniente del inglés "cane", que era como denominaban a un bastón, también para propinar azotes, elaborado con una vara de ratán de un metro de longitud y unos 2 cm. de grosor.
6. Marcar a fuego: Eso de dejar al personal marcado a fuego de por vida como si se tratara de una res también ha tenido su aplicación militar, faltaría más. Concrétamente en Inglaterra se marcaba con una D a los desertores (en inglés deserter). Este doloroso y denigrante castigo era acompañado de un embreado y posterior emplumado para mayor mofa, befa y escarnio, tras lo cual el reo era expulsado del ejército. Naturalmente, en tiempos de guerra la cosa era peor: se pasaba por las armas al culpable. Por cierto que eso de ser embreado, aparte de pringoso, no era ninguna tontería. La brea se derrite entre los 45 y los 50º aproximadamente, por lo que sería lo mismo que verse uno bajo una ducha de agua que le escalda literalmente el pellejo.
7. Pasar por la quilla: Castigo obviamente reservado exclusivamente a las armadas porque en los ejércitos de tierra no se dispone ni que agua ni que quillas para ello. Consistía en lanzar al reo al agua y, tirando de una soga, hacerlo pasar por debajo del buque. Aparte de la posibilidad de ahogarse o de la sensación de asfixia, el desgraciado de turno se venía terriblemente lacerado por la broma adherida a la obra viva del navío. Para que me entiendan los que ignoran los temas náuticos: las lapas y demás fauna parasitaria marina que se pegan al casco del barco lo dejaban completamente desollado.
Bueno, con los expuestos creo que queda claro que no se andaban con tonterías en los ejércitos de antaño. Solo añadir, aún a costa de poder ser tachado de patriotero, que en los Tercios españoles y en tiempos posteriores no ha cuajado el tema de los castigos físicos como en otros países por dos motivos: uno, porque la innata soberbia y el orgullo hispano ha sido suficiente acicate para empujar a la batalla al personal. O sea, que combatían hasta las últimas consecuencias más por chulos que por miedo a los oficiales o a posibles castigos. El elevado concepto de sí mismo y de su honor, así como un arraigado espíritu de cuerpo han servido en diversas ocasiones para que historiadores de todas las épocas hayan señalado el desprecio a la muerte y el arrojo temerario de los habitantes de la piel de toro, empezando por los romanos y acabando con el mismo Hitler en referencia a la división de voluntarios en Rusia. Y por otro tenemos el elevado número de miembros de la hidalguía que nutrían nuestros ejércitos. Un hidalgo español prefería mil veces tirarse de cabeza él solo contra un muro de picas antes de pasar por la humillación de ser castigado, y más públicamente. Esto no quita que, llegado el caso, un maestre de campo mandase ahorcar a los cabecillas de un motín, pero una cosa era ser colgado por un delito evidente y otra muy distinta ser azotado por cualquier arbitrariedad, ya que en semejante supuesto más de un soldado se liaba a puñaladas con su cabo, sargento o capitán aunque luego acabara colgado de una rama como una morcilla.
Bueno, con esto concluyo.
Hale, he dicho...
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