Feldgendarm a punto de darle boleta a un desertor. Estos probos y a la par implacables policías no se cortaban un pelo a la hora de cortar de raíz cualquier tipo de acción contraria a la disciplina |
De todas las policías militares habidas y por haber en la galaxia, juraría por mis egregias barbas que los feldgendarmen han tenido el dudoso honor de ser los más aborrecidos por la tropa. De hecho, hasta han sido siempre los malos malosos en las entretenidas novelas de Sven Hassel o en las escasas películas tedescas ambientadas en la Segunda Guerra Mundial, como la exitosa "Stalingrado" (1993) de Fedor Bondarchuck o "El puente" (1959) de Bernhard Wicki. Conviene reseñar que en esta última no solo no aparecen los tedescos como perversos psicópatas sino que, por el contrario, son unos desdichados héroes adolescentes que luchan honorablemente por su patria. No obstante, lo cierto es que la Feldgendarmerie que todos conocemos, o sea, la creada a raíz del comienzo de dicho conflicto, hizo méritos sobrados para ganarse el odio acérrimo del personal. Buena prueba de lo detestables que resultaban eran los motes que recibieron, Kopf Jägers, "cazadores de cabezas" y Kettenhund, "perros encadenados" en referencia a sus características Ringkragen (golas) cuya visión solía producir repentinas ganas de hacer pipí e incluso a veces también caquita en los atribulados tedescos al servicio del ciudadano Adolf. Pero dicha animadversión no solo era producida por su estricto sentido de la disciplina ni por los expeditivos medios que empleaban para imponerla, sino por su participación en acciones represivas de lo más diverso, desde la caza y captura de desertores y prisioneros de guerra fugados a la entusiasta colaboración con los Einsatzgruppen para eliminar de "enemigos del estado" los territorios ocupados.
Sargento de la Feldgendarmerie de la 250º División, más conocida como Blau División. En la manga se aprecia su emblema, la bandera española |
Por otro lado, la Feldgendarmerie no solo era la típica policía militar bajo el control del ejército sino que, como todo cuando se trata de tedescos, era una organización con infinidad de ramificaciones ya que cada cuerpo tenía su propia policía incluyendo las unidades de ejércitos aliados, desde italianos que servían en el ejército alemán a valones, húngaros, la Kriegsmarine, la Luftwaffe, las mismas SS e incluso la División Azul, que hizo uso de miembros de la Benemérita para dicha finalidad, trocándoles el tricornio por la gola. De hecho, en julio de 1939 y por orden del entonces Generaloberst Keitel hasta se creó una Geheime Feldgendarmerie, una policía militar secreta destinada ante todo a misiones de inteligencia que, si la ocasión lo requería, podían incluso operar vestidos de paisano. En resumen, la Feldgendarmerie iba mucho más allá del policía que abronca con denuedo al guripa que lleva un botón de la guerrera desabrochado o escolta a los desertores, malsines, rebeldes, mangantes y demás morralla militar a los temibles Strafbataillone (batallones de castigo) donde tenían ocasión de redimirse combatiendo en los sitios más asquerosos para demostrar que eran buenos alemanes dignos de servir al Reich y al ciudadano Adolf. Pero esta temible unidad policial no surgió de la nada, sino que ya tenía tras de sí un historial más extenso de lo que muchos imaginan. Veamos pues cuáles fueron sus orígenes.
El concepto de policía militar es más antiguo que la tos. Los componentes de una mesnada o una hueste, en su mayoría pecheros llamados a filas con el mismo concepto de la disciplina que un jíbaro amazónico, eran muy susceptibles de largarse a casa a las primeras de cambio si las cosas se ponían difíciles. Las leyes de la época eran similares en todos los países europeos, y obligaban al personal a estar sujetos a filas durante 40 días que, en pleno estío, suponía dejar las cosechas sin recoger y, por ende, tener garantizado un invierno de hambre aunque no todos los varones estaban obligados a marchar precisamente para no dejar las tierras sin mano de obra. Pero a nadie le gustaba eso de ir a palmarla arrollado por un poderoso bridón, y menos aún sentir como una maza blandida por un caballero o un hombre de armas le convertía el cerebro en comida para gatos. Así pues, era necesario crear una fuerza policial que impusiera un mínimo de disciplina.
En los ejércitos imperiales, y tengamos en cuenta que en la Edad Media Alemania no existía como tal, ya en el siglo XIV se había creado un personaje cuya misión era precisamente la de mantener la disciplina, castigar a los malsines y ladrones y, por supuesto, perseguir y castigar de forma expeditiva a los desertores. Hablamos del mariscal o marschall, palabro surgido de dos términos germánicos: marah y schalk, que significan respectivamente caballo y sirviente. Así pues, el marschall era en principio el encargado del cuidado, mantenimiento y requisa de caballos para el ejército. El 1312 se sumó a esta responsabilidad las de llevar las cuestiones administrativas y disciplinarias de la hueste, por lo que podemos decir que fue en ese momento cuando tomó forma el concepto de policía militar. Ojo, esto no quiere decir que los tedescos inventaran ese cuerpo ya que en Francia o Inglaterra también se creó la figura de un encargado del orden, pero en el caso que nos ocupa fue el germen de lo que siglos más tarde sería la temible Feldgendarmerie.
En Francia apareció el grado de preboste o prévôt, término proveniente del latín PRÆPOSITVS, con el que en aquella época se solían designar a las personas encargadas de llevar a cabo determinadas funciones tanto públicas como clericales. En el caso que nos ocupa hoy, el preboste tenía el mismo cometido que el marschall tedesco: mantener a raya al personal. Curiosamente, en el siglo XVI ese rango lo tomaron los alemanes, desechando el de mariscal para quedarse con el de profos, el cual se hacía acompañar por un selecto grupo de hombres de armas con la misión de castigar a los rebeldes, pícaros, ladrones, malsines y demás morralla, teniendo además potestad para juzgar y ejecutar el castigo que considerase oportuno. O sea, que no tenía lugar una investigación y un proceso previo al castigo, sino que todo se consumaba en el acto. Si el delito era merecedor de una tanda de latigazos, pues al acusado le dejaban los lomos en carne viva allí mismo, y si la cosa era más grave pues lo ahorcaban sobre la marcha, dejándolo colgado de una rama como escarmiento para que sus compadres y cuñados no sacasen los pies del tiesto.
Y si ya en aquella época se hizo imperioso crear la figura del preboste para tener a raya al personal, las interminables guerra de religión que convirtieron Centroeuropa en un matadero obligó a formar unidades de tropas que controlaran no solo a los ejércitos regulares, sino también a las partidas de mercenarios que cambiaban de bando siete veces a la semana, a los saqueadores y, en resumen, a toda la chusma armada hasta los dientes que solo tenía una finalidad: robar, matar y violar. Y a toda esa serie de desastres debemos sumar los motines, irritantemente frecuentes debido a la tardanza en pagar a las tropas, lo que solía poner al personal de los nervios hasta entregarse a los mayores desmanes con los probos ciudadanos que caían en sus sangrientas manos. Eso sí, si la disciplina había sido anteriormente muy estricta, a raíz de estos conflictos fue tan brutal y determinante como la que ejercieron sus sucesores durante y, sobre todo, al final de la 2ª Guerra Mundial. Para ello, en 1577 el emperador emitió una orden mediante la cual se debían formar en los territorios comprendidos en sus dominios una serie de unidades a caballo que, en función de la naturaleza de sus efectivos, tomaron diversos nombres tales como polizei-husaren (húsares policías), polizei-dragonen (dragones ídem) y polizei-jäger (cazadores ídem de ídem).
Bien, así se mantuvo la disciplina militar hasta 1740, cuando ascendió al trono Federico II, el esmirriado pero belicoso rey de Prusia que marcó un antes y un después en la cosa bélica. Su padre, Federico Guillermo I había mantenido una policía a caballo nutrida por húsares con la finalidad de dar caza a los desertores, pero no tenían ya nada que ver con los feroces prebostes que colgaban a su abuelo si se había pasado de la raya. Su hijo, Federico, tuvo las cosas más claras y creó una serie de unidades policiales con fines muy específicos, propios de la mentalidad militar prusiana que empezaba a surgir. En aquel mismo año se formó el Feldjägerkorps zu Pferd (Cuerpo de Cazadores de Campaña a caballo), que poco después fue rebautizado como Reitendes Feldjägerkorps (Cuerpo de Jinetes Cazadores de Campaña o sea, lo mismo que antes pero con otras palabras). Este cuerpo se dividía a su vez en diferentes unidades, cada una con una misión específica. Por un lado estaban los Kolonnenjäger (escuadrón de cazadores), destinados a vigilar los caminos; los Kurierjäger (cazadores mensajeros), encargados de llevar y traer mensajes de importancia y, finalmente, los Furierjäger (cazadores fieros), una guardia de corps encargada de dar escolta y protección a la familia real. Como complemento, al años siguiente se creó una unidad similar, pero de infantería: el Feldjägerkorps zu Fuss. Estos cuerpos, aunque militares, se dedicaban también a labores policiales en tiempo de paz, que no era plan de quedarse en sus acuartelamientos rascándose el ombligo y cobrando una paga por no hacer nada.
De ahí que, ya en el siglo XIX, se formase una nueva unidad que, ya de forma específica, quedaría bajo las autoridades civiles de cada distrito salvo en caso de guerra, que era cuando servirían exclusivamente a las órdenes de un general del ejército. Recibió el nombre de Landgendarmerie, o sea, gendarmería territorial, que en 1813 vio aumentados sus efectivos a raíz de la unión de Prusia y Baviera, formándose la Gendarmerie im Felde (gendarmería de campaña) y que, esta vez sí, estaba destinada íntegramente a cuestiones militares, desempeñando un importante papel durante las guerras contra el enano corso (Dios lo maldiga por los siglos de los siglos, amén). Esta unidad perduró hasta la unificación alemana, cuando fue sustituida en 1870 por la Feldgendarmerie a raíz del estallido de la guerra franco-prusiana aquel mismo año. Ya había nacido la policía de campaña que todos conocemos y que durante aquella breve pero intensa guerra tuvo un gran número de misiones: mantenimiento del orden en acuartelamientos y acantonamientos, búsqueda de poblados y/o edificios para alojamiento de la tropa durante el avance, mantenimiento del orden en las zonas ocupadas para impedir violencias y saqueos contra la población civil, requisa de animales y víveres, protección y escolta de las columnas de suministros, control y vigilancia de caminos y puentes y, naturalmente búsqueda y captura de desertores y espías enemigos, así como su traslado a los tribunales de campaña y, llegado el caso, su ejecución. En resumen, una policía militar tal como la que actúa en nuestros días.
Con el término de la guerra se procedió a disolver la Feldgendarmerie ya que todos sus cometidos estaban fuera de lugar en tiempos de paz. Pero el ser humano tiene la desagradable costumbre de no poder estar mucho tiempo sin pasar el rato matándose unos a otros, así que el estallido de la Gran Guerra obligó a formar una vez más la Feldgendarmerie que, con la prontitud y eficacia propia de los tedescos, en apenas dos meses ya tenían 33 compañías nutridas por 60 hombres con las mismas obligaciones que sus antecesores de la guerra franco-prusiana. Para llevar a cabo sus labores de vigilancia se dividían en Streifen, grupos de tres hombres formados por un sargento y dos clases, bien suboficiales o bien cabos por aquello de imponer autoridad a la tropa rasa. Para formar estas Feldgendarmerie Truppen se recurrió a oficiales y suboficiales del ejército, especialmente de unidades de caballería, y alrededor de un tercio eran suboficiales y agentes procedentes de la policía civil. A medida que avanzaba la contienda y, con ello, el número de efectivos en liza, hubo que ir aumentando igualmente las unidades de policía militar, de modo que al final de la guerra las 33 compañías iniciales se habían convertido en 115. Al final de la guerra, el número total de unidades Feldgendarmerie había aumentado a 115 a los que había que sumar cinco escuadrones de caballería para misiones especiales.
La uniformidad de la Feldgendarmerie se diferenciaba del resto del ejército, en algunos detalles, como está mandado. El que vemos en la imagen de la derecha, que corresponde al reglamentario antes del estallido de la guerra, era de color verde oscuro con los puños y el cuello azul claro y con galones amarillos. Este uniforme fue cambiado por el gris reglamentario del ejército en agosto de 1916 porque eso de pasearse con una indumentaria tan vistosa se había vuelto bastante peligroso. El casco era el Pickelhaube modelo 1871 usado por las unidades de dragones con el águila prusiana en el frontal. El barboquejo no era el típico de cuero, sino de cuero forrado con escamas de latón. Y al cuello su objeto más emblemático e inconfundible, la gola.
El tema de las puñeteras golas daría para una entrada monográfica, así que nos limitaremos a dar en esta ocasión los detalles más significativos. Básicamente era la típica media luna que, al comienzo de la guerra, se fabricaban mediante estampación en acero pulido si bien he podido ver ejemplares de latón. Las compañías prusianas llevaban a cada lado un águila y las bávaras un león. En el centro, en números romanos, el número del cuerpo de ejército donde estaba destinada la compañía, y en cifras arábigas el número personal de su portador, ambos de latón. La evidente vistosidad de este emblema obligó en 1915 a pintarlos de gris mate para que los francotiradores dieran matarile a los probos feldgendarmen. Se colgaba del cuello mediante una cadena de eslabones planos que se enganchaba en una presilla que, en vez de estar colocada en la parte trasera, quedaba a la vista tal como vemos en la foto. Imagino que sería para impedir que se girase con el movimiento. No obstante, había diversos modelos en los que se indicaba el nombre del regimiento o, en el caso de la Gardekorps, solo aparecía el número personal del feldgendarm según podemos ver en la foto inferior.
El término de la contienda implicó de nuevo la disolución de la Feldgendarmerie. El exiguo ejército de apenas cien mil hombres que el Tratado de Versalles permitía a la nueva República de Weimar no daba para dividirlo en demasiadas unidades como no fuesen totalmente imprescindibles, así que la policía de campaña desapareció del organigrama militar hasta que en 1939 el ciudadano Adolf la hizo resucitar, y esta vez con más mala leche, más virulenta y con más poder del que jamás había tenido. Pero eso ya lo contaremos otro día, que por hoy ya me he enrollado bastante.
Hale, he dicho
El concepto de policía militar es más antiguo que la tos. Los componentes de una mesnada o una hueste, en su mayoría pecheros llamados a filas con el mismo concepto de la disciplina que un jíbaro amazónico, eran muy susceptibles de largarse a casa a las primeras de cambio si las cosas se ponían difíciles. Las leyes de la época eran similares en todos los países europeos, y obligaban al personal a estar sujetos a filas durante 40 días que, en pleno estío, suponía dejar las cosechas sin recoger y, por ende, tener garantizado un invierno de hambre aunque no todos los varones estaban obligados a marchar precisamente para no dejar las tierras sin mano de obra. Pero a nadie le gustaba eso de ir a palmarla arrollado por un poderoso bridón, y menos aún sentir como una maza blandida por un caballero o un hombre de armas le convertía el cerebro en comida para gatos. Así pues, era necesario crear una fuerza policial que impusiera un mínimo de disciplina.
Preboste alemán. Grabado obra de Hans Brun (c. 1559) |
Ejemplo bastante gráfico de lo que sería la expeditiva pero eficiente justicia de los prebostes |
Y si ya en aquella época se hizo imperioso crear la figura del preboste para tener a raya al personal, las interminables guerra de religión que convirtieron Centroeuropa en un matadero obligó a formar unidades de tropas que controlaran no solo a los ejércitos regulares, sino también a las partidas de mercenarios que cambiaban de bando siete veces a la semana, a los saqueadores y, en resumen, a toda la chusma armada hasta los dientes que solo tenía una finalidad: robar, matar y violar. Y a toda esa serie de desastres debemos sumar los motines, irritantemente frecuentes debido a la tardanza en pagar a las tropas, lo que solía poner al personal de los nervios hasta entregarse a los mayores desmanes con los probos ciudadanos que caían en sus sangrientas manos. Eso sí, si la disciplina había sido anteriormente muy estricta, a raíz de estos conflictos fue tan brutal y determinante como la que ejercieron sus sucesores durante y, sobre todo, al final de la 2ª Guerra Mundial. Para ello, en 1577 el emperador emitió una orden mediante la cual se debían formar en los territorios comprendidos en sus dominios una serie de unidades a caballo que, en función de la naturaleza de sus efectivos, tomaron diversos nombres tales como polizei-husaren (húsares policías), polizei-dragonen (dragones ídem) y polizei-jäger (cazadores ídem de ídem).
Soldados y oficiales del Feldjägerkorps zu Pferd |
Sonrientes tedescos con sus Dreyse al hombro camino del frente para mearse en las miserables calaveras gabachas |
Feldgendarm a caballo chorreando seguridad en sí mismo como buen prusiano. En el cuello luce la gola que tan siniestra fama ganó con el tiempo |
La uniformidad de la Feldgendarmerie se diferenciaba del resto del ejército, en algunos detalles, como está mandado. El que vemos en la imagen de la derecha, que corresponde al reglamentario antes del estallido de la guerra, era de color verde oscuro con los puños y el cuello azul claro y con galones amarillos. Este uniforme fue cambiado por el gris reglamentario del ejército en agosto de 1916 porque eso de pasearse con una indumentaria tan vistosa se había vuelto bastante peligroso. El casco era el Pickelhaube modelo 1871 usado por las unidades de dragones con el águila prusiana en el frontal. El barboquejo no era el típico de cuero, sino de cuero forrado con escamas de latón. Y al cuello su objeto más emblemático e inconfundible, la gola.
El tema de las puñeteras golas daría para una entrada monográfica, así que nos limitaremos a dar en esta ocasión los detalles más significativos. Básicamente era la típica media luna que, al comienzo de la guerra, se fabricaban mediante estampación en acero pulido si bien he podido ver ejemplares de latón. Las compañías prusianas llevaban a cada lado un águila y las bávaras un león. En el centro, en números romanos, el número del cuerpo de ejército donde estaba destinada la compañía, y en cifras arábigas el número personal de su portador, ambos de latón. La evidente vistosidad de este emblema obligó en 1915 a pintarlos de gris mate para que los francotiradores dieran matarile a los probos feldgendarmen. Se colgaba del cuello mediante una cadena de eslabones planos que se enganchaba en una presilla que, en vez de estar colocada en la parte trasera, quedaba a la vista tal como vemos en la foto. Imagino que sería para impedir que se girase con el movimiento. No obstante, había diversos modelos en los que se indicaba el nombre del regimiento o, en el caso de la Gardekorps, solo aparecía el número personal del feldgendarm según podemos ver en la foto inferior.
El término de la contienda implicó de nuevo la disolución de la Feldgendarmerie. El exiguo ejército de apenas cien mil hombres que el Tratado de Versalles permitía a la nueva República de Weimar no daba para dividirlo en demasiadas unidades como no fuesen totalmente imprescindibles, así que la policía de campaña desapareció del organigrama militar hasta que en 1939 el ciudadano Adolf la hizo resucitar, y esta vez con más mala leche, más virulenta y con más poder del que jamás había tenido. Pero eso ya lo contaremos otro día, que por hoy ya me he enrollado bastante.
Hale, he dicho
Feldgendarmen durante la campaña de Polonia, donde ya empezaron a ganarse su siniestra fama |
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