jueves, 25 de agosto de 2022

TROPAS OBSOLETAS DE LA GRAN GUERRA. LA CABALLERÍA ALEMANA

 

Ulano alemán, distinguible de otras unidades por su característico tschapka y su casaca con dos hileras de botones. Hasta la unificación del ejército alemán, eran las únicas unidades de caballería que usaban lanza

En los albores del siglo XX y al igual que en todos los estados mayores de Occidente, en Alemania aún se tenía claro que la caballería era un arma de vital importancia en cualquier ejército decente. En sus juegos de guerra librados en las salas de banderas, la caballería era más polivalente que una navaja suiza: podía irrumpir de forma inesperada al inicio de la batalla y sembrar el desconcierto en las filas enemigas, podían realizar fulgurantes maniobras envolventes para atacar de flanco a la infantería o cortar sus líneas de abastecimiento, podía- y ese era quizás su principal cometido- llevar a cabo labores de exploración cuyo resultado sería determinante a la hora de decidir el despliegue táctico de las tropas propias y, por supuesto, podían y debían perseguir al enemigo en fuga para exterminarlos bonitamente y para que los supervivientes contaran a sus cuñados el mal rato que habían pasado, y que lo más sensato era largarse con viento fresco. Está de más decir que todas esas teorías se fueron al garete en agosto de 1914, cuando las nuevas armas dejaron claro que la época de las cargas gloriosas y de la gallarda caballería acababa de entrar en un ocaso que, sin prisa pero sin pausa, daría término al arma más temida y decisiva en los campos de batalla durante siglos.

Tras la Unificación de Alemania en 1871, una veintena de estados residuo del antiguo Sacro Imperio acordaron formar una nueva y poderosa nación bajo la égida del reino más importante de todos, Prusia, que además era el que traía consigo la tradición militar de mayor peso. Con el nuevo país surgió un nuevo ejército que, por razones obvias, había que reorganizar de cabo a rabo bajo un solo mando y con el mismo reglamento y armamento para todos. A la derecha podemos ver la gran extensión del nuevo imperio, que se vio aumentado por la anexión de Alsacia y Lorena tras la aplastante derrota que infligieron a los gabachos (Dios maldiga al enano corso) en la breve Guerra Franco-Prusiana, en la que a los tedescos les bastaron diez meses para poner las peras a cuarto al en teoría mejor ejército de Europa. Tras la Gran Guerra perdieron parte de Silesia y parte de Prusia, y tras la 2ª Guerra Mundial vieron como las dos terceras partes de Prusia Oriental fueron a parar a manos de los polacos.

De izquierda a derecha, los cuatro tipos de jinetes del ejército
alemán: Coracero, ulano, dragón y húsar. Todos conservaron sus
uniformes, distintivos y demás zarandajas, pero tanto el armamento
como su despliegue en el campo de batalla sería idéntico para todos
El nuevo Ejército Imperial traía tras de sí una larga y gloriosa tradición en lo concerniente a la caballería. Desde tiempos de los reitres en el siglo XVII, en todas las guerras que estos belicosos homínidos mantuvieron por toda la Europa dejaron bien claro que sus habilidades ecuestres no tenían nada que envidiar a las del resto del continente incluyendo la formidable caballería del enano corso (Dios lo maldiga una vez más) durante el nefasto período en que semejante mini-psicópata ostentó el poder, llevando consigo la muerte y la destrucción a todas partes. Y, como las demás naciones de la época, disponía de regimientos de caballería de línea formados por coraceros y ulanos, así como de caballería ligera con dragones y húsares. Los primeros estaban destinados ante todo a llevar a cabo cargas en orden cerrado armados con espadas y lanzas respectivamente contra cuadros de infantería, mientras que a los segundos se les confió la misión de acudir velozmente a prestar ayuda a unidades comprometidas, echando pie a tierra y combatiendo con armas de fuego, y a los húsares la exploración, labores como mensajeros y persecución del enemigo. Sus armas eran el sable y la tercerola. Por lo demás, siendo la caballería el arma aristocrática por excelencia, su oficialidad procedía principalmente de la nobleza tedesca, a la que eso de luchar a pie se le antojaba una vulgaridad y tal. 

Sin embargo, en 1890 los mandamases dieron un giro radical al concepto táctico de la caballería. A partir de aquel momento, todos los regimientos serían válidos para cumplir cualquier misión, ya fuese propia de caballería de línea o de caballería ligera, y todos estarían dotados del mismo armamento. Así pues, mientras que los demás ejércitos seguían manteniendo el uso táctico tradicional de cada unidad y sus respectivas panoplias, los tedescos optaron por unificar toda la caballería. La idea, que en sí era totalmente revolucionaria, permitía no depender de la presencia de tal o cual regimiento para una misión concreta, sino que cualquiera de ellos podría desempeñar cualquier acción sin problema. Y para ello, nada mejor que dotar a sus regimientos de una panoplia más extensa posible, con la lanza como arma principal y la espada y la carabina como secundarias. ¿Qué por qué la lanza, un arma casi olvidada por aquella época que solo seguían usando los regimientos de ulanos? Ahora lo veremos.

Tres Jäger a principios de la guerra. En la espalda portan sus carabinas
Mauser 1898AZ, y como prenda de cabeza usan sus característicos
tschako. Sus uniformes, como era tradicional, eran de color verde
en vez del gris de campaña del resto del ejército
En todo caso, la cuestión es que el nuevo concepto pergeñado por las eminencias grises del Ejército Imperial, la caballería "... debe buscar resolver sus misiones de manera ofensiva, y solo cuando la lanza esté fuera de lugar se recurrirá a la carabina." A esa agresiva doctrina habría que añadir que "ningún escuadrón debe esperar a ser atacado, sino que siempre debe atacar al enemigo primero". No obstante, el entrenamiento de los jinetes para combatir a pie y al uso de armas de fuego iba poco más allá de lo testimonial, centrándose ante todo en el manejo de la lanza y de la espada. Como complemento en el caso de precisar de tropas de apoyo a pie se agregó a cada división de caballería un batallón de Jäger (cazadores), tropas de uso mixto que ya eran usadas desde mucho tiempo atrás por todos los ejércitos de Europa y cuyo uso táctico consistía en emplear sus pencos para trasladarse rápidamente donde fuera necesario y, una vez allí, descabalgar y combatir como si de infantería se tratase. O sea, que se podría decir que en realidad eran infantería a caballo que usaban a estos animalitos para tener más flexibilidad y rapidez de movimiento.

Atípica imagen de un grupo de húsares con lanzas durante la
Kaisermanöver celebrada en 1913, en la que los tedescos, en vista
de que la cosa se estaba poniendo calentita, quisieron mostrar a los 
observadores militares foráneos que estaban preparados para la fiesta
Bien, la cuestión es que, como hemos dicho, la lanza se convirtió en el arma principal de la caballería. Esto convertía a todos los regimientos en unidades de ulanos independientemente de que conservaran sus uniformes y demás atributos, pero el uso de la lanza fue impuesto por Prusia conforme a su nueva doctrina de crear una caballería todo-uso, la Einheitskavallerie (literalmente, unidad de caballería), considerando la lanza como un arma mucho más eficiente de cara al tipo de combate planteado en los manuales y que, al menos en teoría, daría una clara ventaja contra tropas a caballo armadas con espadas o sables, así como de infantería con fusiles y bayonetas. Para ello se introdujo un nuevo modelo que mandó al trastero de las maestranzas militares todos los modelos que estaban en servicio hasta el momento, dando lugar a la Stahlrohrlanze 1890 (lanza de tubo de acero 1890), una soberbia pieza obtenida de un tubo sin soldaduras de una sola pieza como la que posteriormente adoptó el ejército español, precisamente basado en este modelo. En la foto inferior podemos ver el resultado de las modificaciones efectuadas en 1893, que fue la que se convirtió en el arma definitiva:



En la parte superior tenemos una vista general de la lanza, que tenía una longitud total de 320 cm., de los que 12'6 correspondían a la moharra con forma de pirámide cuadrangular, lo que la hacía especialmente sólida. Su peso era de 2'12 kg., y en la parte central del asta se aprecia un encordado de cáñamo para facilitar el agarre, así como un disco que actuaba como tope para la mano. Sin embargo, este tipo de punta estaba más bien concebida para penetrar en corazas de jinetes y, al carecer de filos, no resultaba tan eficaz como pueda parecer contra una infantería cuya ropa y correajes podían desviarla. Con todo, es evidente que un lanzazo de lleno en el cuerpo a toda velocidad convertía al enemigo en un pinchito moruno. Más abajo podemos ver la punta y los cáncamos para fijar el gallardete- seis inicialmente y luego reducidos a cuatro- que se fijaba mediante unos ojales y una corregüela consistente en un simple cordón anudado en los extremos, como podemos observar en el detalle de la izquierda. Por último, en la parte inferior tenemos un primer plano de la punta. Los gallardetes, aunque tradicionalmente se usaban en combate, a aquellas alturas habían quedado relegados a las paradas y entrenamientos. A la hora de batirse el cobre eran desmontados. Por otro lado, los cáncamos resultaron ser en todo momento un inconveniente ya que actuaban como un arpón al penetrar en el cuerpo de los enemigos, dificultando en muchos casos la extracción del arma que, a plena carrera, podía significar perderla o verse con el hombro dislocado. Por lo demás, la lanza estaba provista de un regatón que durante las marchas reposaba en uno de los dos porta-regatones fijados en cada estribo (foto A), mientras el brazo reposaba en el portalanza (foto B). Debajo vemos las distintas banderolas de diversas unidades que, como los uniformes e insignias, siguieron conservando durante todo el conflicto.

La lanza no era en sí un arma más letal que una espada. Al cabo, producía una herida punzante similar con la diferencia de que, en el caso de la lanza, no se producía la temible curvatura de la hoja de la espada que, al penetrar en el cuerpo de la víctima, producía unos destrozos tremebundos en el interior del cuerpo. Por lo tanto, en puridad, una estocada era de facto incluso más mortífera que un lanzazo. Sin embargo, la lanza tenía dos ventajas: era un arma más sólida y con un alcance mayor. Su desventaja principal salía a relucir cuando los jinetes se veían envueltos en una mêlée, bien con infantería, bien con otros jinetes, pero en ese momento siempre se podía mandar la lanza a hacer puñetas y meter mano a la espada.

Las nuevas Einheitskavallerie de los tedescos se olvidaron de los sables y adoptaron únicamente espadas si bien se emplearon dos modelos. A los coraceros se les asignó la Pallasch modelo 1883 (foto A), un arma con una hoja de 82 cm. provista de dos acanaladuras que se extendían hasta la punta de la misma. La longitud total era de 110 cm. Su empuñadura de bronce (foto superior izqda.) estaba provista de tres generosos gavilanes para proteger la mano del jinete, y para facilitar su agarre estaba fabricada de cuero encordado con un torzal de alambre. Disponía de una lazada de cuero para asegurar el dedo índice, y un guardapolvo de ante en la parte inferior de la empuñadura. La vaina, fabricada enteramente de acero pavonado, tenía una única abrazadera con una argolla.



Al resto de unidades- dragones, húsares y ulanos- las equiparon con la formidable Kavalleriedegen 1889 (espada de caballería, foto B), un arma de aspecto masivo con una hoja de 82 cm., una longitud total de 95 cm. y un peso de 900 gramos, pero provista de una peculiar hoja con la punta en forma de pluma, especialmente concebida para estoquear sañudamente al personal. La empuñadura (foto de la izquierda), estaba fabricada de baquelita y se fijaba mediante dos tornillos pasantes. La espiga iba remachada en la monterilla. Las guarniciones eran de acero, formando una cazoleta con el águila prusiana decorando el conjunto. Tenía un apoyo para el pulgar y en la empuñadura un rebaje para afianzar el dedo índice, y en las guarniciones se colocaba el fiador formado por una cinta de lona beige con seis listas marrones rematada por una borla blanca. Su misma morfología, con esa acusada curvatura, indica que estaba diseñada para enfilarla hacia los enemigos sin tener que forzar la muñeca. Por lo demás, en la base de la empuñadura vemos el guardapolvo. La vaina era igual a la del otro modelo. 

Cuando no se llevaba colgando del prendedor del uniforme, la espada era asegurada en un tahalí en la montura. En la foto de la derecha podemos ver su aspecto. Tras ella se ve perfectamente la bolsa de herrajes habitual en los pertrechos de la caballería, conteniendo herraduras de repuesto y los clavos para las mismas.

Sin embargo, y a pesar de que su uso como arma secundaria hacía a la espada en teoría un arma recomendable, lo cierto es que su uso fue tan residual que a partir de julio de 1915 empezaron a ser retiradas del servicio. La cuestión es que las espadas, aunque inmejorables a la hora de llevar a cabo una carga en masa, no eran especialmente útiles cuando se formaba una mêlée, donde era más fácil descargar tajos cuando los enemigos estaban literalmente encima. Una estocada era más difícil de propinar por falta de espacio, mientras que un sablazo de arriba abajo sobre la cabeza del infante pegajoso era definitivo. De hecho, parece ser que muchas unidades optaron por afilar sus espadas sin más historias. Por otro lado, muchos jinetes procuraban agenciarse una pistola que, aunque no formaba parte de su armamento reglamentario, a la hora de verse comprometidos en un combate cerrado era un arma mucho más adecuada y resolutiva: un balazo en plena jeta y a otra cosa, mariposa. 

Ulano empuñando su espada modelo 1889. Tras su muslo vemos
la carabina enfundada y protegida por una cubierta que impedía
tanto la entrada de agua o suciedad como que se cayera por algún
motivo. La soga que la rodea es la cuerda de amarre propia de
las unidades de caballería para que los pencos no se largaran con
viento fresco en cuando les quitaban el cabezal y el bocado
En cuanto al arma de fuego auxiliar, inicialmente se adoptó la carabina Mauser modelo 1888 en calibre 8x57 mm. (abajo, foto superior), un arma derivada del fusil que fue la primera arma de repetición alemana. Con una capacidad de 5 cartuchos, fue introducida en noviembre de 1891 como carabina para unidades de caballería tras la fusión de todas las unidades de dicha arma. El sistema de carga era mediante clips que, una vez agotados, caían por la parte inferior del cargador de forma similar al Carcano 1891, y su diseño estaba claramente indicado para ser usado por jinetes. Su longitud era de 94'5 cm., y el cañón quedaba totalmente oculto por un guardamanos que se prolongaba hasta la boca del mismo. La palanca del cerrojo carecía de la típica bola, y tenía una forma aplanada para evitar enganchones a la hora de manejar el arma a caballo. Era transportada en una funda de cuero en el lado derecho de la silla, si bien este accesorio fue desapareciendo hasta que lo habitual era ver al personal con la carabina terciada a la espalda, para lo cual disponían de una correa que permitía ajustarla al cuerpo y no fuese golpeando los lomos. El jinete llevaba seis cartucheras con capacidad para cuatro clips, lo que suponía una dotación de 120 cartuchos.


Dos jinetes del Landwehr patrullando en algún lugar de la
retaguardia. Ambos muestran sendas carabinas modelo 88
La sustitución del modelo 1888 por el mucho más eficiente Geherh 1898 supuso la introducción de la carabina 1898 AZ (arriba, foto inferior), acrónimo de algo tan absolutamente impronunciable como Aufpflanz und Zusammensetzvorrichtung, que traducido sin que a uno se le colapse la lengua viene a querer decir "con raíl para bayoneta y gancho de apilar". En este caso, apilar quiere decir formar pabellones. La bayoneta de dotación era el modelo 1884/98 que vemos debajo del arma. Esta carabina, de donde luego surgió la archifamosísima a nivel galáctico KAR 98 K, tenía una longitud de 109 cm., un peso de 3'5 kg. y se alimentaba mediante peines de 5 cartuchos del mismo calibre que el modelo anterior. No obstante, la carabina 88 no desapareció del mapa. A lo largo de todo el conflicto, muchas unidades de segundo escalón, del Landwehr, el Landsturm y la Ersatz la siguieron manteniendo en dotación, que las más modernas eran para los que estaban en el frente, como está mandado. Por cierto, para aquellos a los que esos palabros les suenen a chino o, mejor dicho, a alemán, el Landwehr era la milicia nacional nutrida por reservistas, el Landsturm lo formaban unidades de segundo escalón, o sea, algo así como el batallón de los torpes hispanos, y la Ersatz se nutría de hombres en edad militar pero que por cuestiones de tipo familiar, económico o lesiones que no eran totalmente incapacitantes quedaban como reserva.

Un Zug del 1er. Rgto. de Dragones de la Guardia en el campo
de maniobras
Bien, esta era la caballería con que contaba Alemania en 1914. Cuando empezó la fiesta, el Ejército Imperial disponía de 146 regimientos de los que 110 estaban operativos, 33 de reserva, 2 pertenecían al Landwehr y uno de Ersatz. De los 110 regimientos en activo, 66 se distribuyeron para formar 33 brigadas de caballería que, a su vez, formaron 11 divisiones bajo la denominación de Höerer Kavallerie-Kommandeur (Comando Superior de Caballería) que, obviamente, carecían de unidades de apoyo convencionales, por lo que se les agregaron a cada una un batallón de Jäger como fuerza de apoyo de infantería con una compañía de ametralladoras, una Artillerie Abteilung (Sección de Artillería) formada por tres baterías de seis cañones de campaña de 7,7 cm. cada una más las unidades habituales de apoyo de cualquier unidad moderna: transmisiones, ingenieros, transportes, etc. En cuanto a los efectivos por regimiento, eran de 36 oficiales, 688 suboficiales, clases y tropa, 709 caballos y otros 60 para tirar de toda la impedimenta, que iba desde un carro médico a los destinados al forraje para darle a los pencos gasofa en forma de paja y grano. Cada regimiento estaba formado por cuatro escuadrones en activo más uno que permanecía acantonado en Alemania para cuestiones administrativas y de instrucción. Cada escuadrón estaba formado por cuatro Züge (pelotones), siendo pues la unidad básica el Zug formado por entre 22 y 24 hombres al mando de un teniente. El escuadrón lo mandaba un rittmeister ( capitán de caballería. Literalmente, experto en caballos).

Escuadrón de dragones aprendiendo a partirse la crisma con estilo.
El dominio de la hípica era tan importante como el de las armas, y
los jinetes practicaban continuamente para saltar obstáculos, zanjas
o desenvolverse subiendo o bajando terraplenes
En cuanto al personal, como ya comentamos más arriba, la oficialidad se nutría ante todo de hombres pertenecientes a la aristocracia. De hecho, la caballería y la marina de guerra acaparaban la mayor parte de los jóvenes de la nobleza deseosos de palmarla como auténticos y verdaderos héroes germanos. Recordemos que, por ejemplo, el archifamoso freiherr Von Richthofen era rittmeister de un regimiento de ulanos, y siempre lució su uniforme con dos hileras de botones aunque trocase su corcel de carne y hueso por un Pegaso de madera y tela. El resto- suboficiales, clases y tropa- procedían de los quintos que, por razones obvias, eran seleccionados entre los hombres criados en ambientes rurales porque los capitalinos no sabían ni por qué lado del caballo había que auparse, con lo que se ahorraban tiempo de adiestramiento. La edad para ingresar a filas era a partir de los 20 años y la duración del servicio de tres, o sea, uno más que en cualquier otra arma o cuerpo. El motivo era evidente: el período de adiestramiento de un jinete era superior al de un infante o un artillero, por lo que su aprovechamiento debía extenderse para que fuese rentable. Tras licenciarse quedaba agregado durante otros cuatro años en la reserva, y finalmente eran incluidos en el Landwehr que le correspondiese hasta los 45 años.

Un jinete alemán hacia 1917. Como vemos, ya no lleva espada,
y la funda de la carabina ha sido eliminada
Cuando empezó la fiesta, la caballería tenía asignado un protagonismo de primera clase en el Plan Schlieffen. Basándose en su potencia y movilidad, su misión consistía en flanquear por el ala izquierda al ejército gabacho penetrando por Bélgica con la intervención de cuatro Höerer Kavallerie-Kommandeur. Lo malo es que cuando el sesudo Alfred, graf Von Schlieffen trazó su minucioso plan para barrer del mapa a los odiados y odiosos gabachos aún no se concebía que la guerra tradicional estaba a punto de pasar a la historia. De hecho, Schlieffen palmó año y medio ante de empezar la guerra, así que solo podía transmitir cambios en su plan invocando su belicoso espíritu con una ouija de esas que aún estaban por inventar. Las acciones de guerra de la caballería como tal fueron menguando a medida que avanzaba el tiempo, y al decir avanzar el tiempo hablamos de meses. Poco a poco, tal como ocurrió con la caballería gabacha, los gallardos jinetes fueron apeados de sus pencos, les plantaron en el cráneo un casco que no tenía nada que ver con sus elegantes tocados de coraceros, ulanos y húsares, y los metieron en zanjas fangosas a pegar tiros. El resto, cada vez menos, fueron destinados a misiones de exploración, mensajería, vigilancia en la retaguardia, conducción de prisioneros y, en resumen, nada que ver con eso de pinchar enemigos con sus magníficas lanzas.

Un regimiento de coraceros parte hacia el frente en agosto
de 1914 jaleados por la multitud, que los animaba a convertir
a los gabachos en brochetas. No habría muchas más despedidas
similares, y los caballos acabarían en muchos casos en las
cocinas de los regimientos para suplir la falta de carne
En fin, los jinetes tedescos sufrieron el mismo destino de sus colegas de otros ejércitos. No obstante, se resistieron heroicamente a pasar a la historia por mucha artillería y muchas ametralladoras que se desplegaran en los campos de batalla, y en la siguiente matanza mundial aún tuvieron ocasión de probar su valor en no pocas ocasiones. Pero la caballería ya estaba condenada a la extinción. Para curar a un caballo hace falta un veterinario, mientras que para reparar un camión solo hace falta un manitas si la avería no es muy chunga. Un caballo necesita forraje, grano y cuidados, y un vehículo se conforma con gasofa y echarle aceite de vez en cuando. En fin, que los animales ya iban sobrando, y tardaron en desaparecer de los ejércitos el tiempo que tardó la tecnología en buscarles un sustituto.

Hale, he dicho

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