lunes, 19 de diciembre de 2011

Armamento del mundo antiguo: los puñales iberos 1ª parte. El puñal de frontón


Los puñales eran un importante complemento en la panoplia de los nuestros belicosos ancestros. Además de las falcatas, de las que ya hemos hablado largo y tendido, en los ajuares funerarios que han ido apareciendo a lo largo del tiempo en nuestra geografía han sido halladas muchas de estas armas, de diversa tipología, acompañando al difunto a su viaje al Más Allá después de darle buen uso en el Más Acá.

Por otro lado, su calidad y nivel de acabado era similar al de las falcatas. Los conocimientos metalúrgicos de los iberos, como ya se ha comentado en entradas anteriores, estaban muy por delante de otras culturas de la época y, por supuesto, de los entonces aún primitivos romanos. Así pues, vamos a hablar en esta entrada sobre una de las tipologías más arcaicas que se conocen, y cuyos ejemplares están datados entre los siglos V y IV a.C. Hablamos de los puñales de frontón, denominación esta que se les ha dado por la forma de sus pomos semicirculares. Veamos algunos ejemplos...



En la ilustración de la derecha tenemos la morfología más habitual. Lo más reseñable de ellos es que la hoja era enteriza, al igual que las falcatas. O sea, que la empuñadura y la hoja estaban fabricadas de una sola pieza, lo que les daba una solidez muy superior a la del sistema de espiga. A la izquierda de la imagen vemos la pieza con la cruceta ya montada. La empuñadura, de forma romboidal, permitía un agarre firme, muy válido para apuñalar. Obsérvense las lengüetas de su parte superior, donde iba fijado el pomo que, al igual que las cachas, estaba formado por dos mitades y unido a la empuñadura mediante dos remaches, generalmente de bronce. El nivel de acabado llegaba al extremo de que todo el contorno de la empuñadura iba provisto de un resalte de alrededor de 1 mm. de grueso para que las cachas quedasen embutidas en la misma. Estas estaban fabricadas con materiales orgánicos, como hueso, asta o madera.

En cuanto a la cruceta, las había de varios tipos. En la ilustración vemos uno de ellos, consistente en un simple rectángulo de hierro con un rebaje de la misma forma en su parte interior. Sin embargo, es en la hoja donde de verdad puede admirarse el nivel de acabado de estas armas. Obsérvense el gran número de acanaladuras y estrías que recorren la hoja, en este caso paralelas al filo. Esto haría que sólo la parte de los mismos libres de dichas acanaladuras podría ir afilado, mientras que el último cuarto de la hoja estaba destinado exclusivamente a clavar. La sección de estas hojas, así como la calidad de su acero, hacen indudable que debían ser capaces de perforar las armas de defensa pasiva que portaban los guerreros de la época. De forma genérica, la longitud de las mismas oscilaba entre los 20 y los 25 cm., su anchura máxima de entre 4 y 6 cm. aproximadamente, y su espesor debía oscilar por los 5/7 mm. punto este que no se puede concretar con exactitud debido a que la corrosión en los ejemplares que se conservan actualmente les debe haber hecho perder parte del material. En todo caso, es evidente que eran hojas muy fuertes, más incluso que una bayoneta moderna o un cuchillo de remate de caza mayor.

En segundo lugar empezando por la derecha podemos ver el puñal terminado y, al lado, la vaina. En estas se ve también el esmero con que los armeros cuidaban hasta el más mínimo detalle. La vaina va provista de dos abrazaderas, generalmente de bronce, remachadas a las dos cañas que, a modo de refuerzo, recorren todo el contorno de la misma y daban más solidez a la unión de las dos mitades de madera de que constaba la pieza. El conjunto estaba rematado por un contera de bronce o hierro.  En cuanto a las anillas, en este caso vemos que lleva dos a un lado y solo una al otro. El motivo de esta distribución queda claro en los dos detalles que aparecen a la derecha de la imagen: en el superior vemos el arma sujeta al cinturón, de forma que queda horizontal. Abajo, en diagonal. De esa forma, el guerrero podía portarla como mejor le conviniera. En ambos casos, es evidente que la intención era poder agarrar el puñal como un picahielos de forma rápida y precisa, extraerlo de la vaina y apuñalar al enemigo. Estas armas no se portaban colgando de un tahalí cruzado por el pecho, sino al parecer de un cinturón independiente del que soportaba la espada.



A la izquierda tenemos otro tipo de hoja. En este caso, las acanaladuras convergen en el centro, sobre una nervadura central. Esto le permite disponer de filo en todo su contorno, si bien las acanaladuras le dan la suficiente rigidez como para poder atravesar cualquier cosa. La cruceta muestra un aspecto distinto a la que hemos visto anteriormente. En este caso lleva en su parte superior un resalte en forma de palmeta. En su zona inferior, una pequeña muesca semicircular. La vaina es similar a la anterior, si bien esta pieza lleva solo dos anillas, lo que obligaría a su portador a llevarla siempre horizontal al cuerpo.



Finalmente, a la derecha vemos un híbrido de frontón con biglobular, una morfología posterior de la que ya hablaremos en una próxima entrada. Como se ve, conserva el pomo semicircular, pero la empuñadura ya no tiene la típica forma romboidal, sino rectangular con un resalte circular en el centro. Las cachas, del mismo material que las anteriores, están aseguradas mediante cuatro remaches. La cruceta, en este caso, es un tipo bastante básico de forma rectangular. Debe hacerse constar que estas piezas podían ir ricamente decoradas con grabados e incrustaciones de bronce y/o plata, generalmente con patrones geométricos.

La vaina también tiene algunas diferencias respecto a las anteriores. En este caso, he representado una que permite portar el arma con cierto grado de inclinación y la contera es globular. Hay que tener en cuenta que la posición de las anillas era algo personal, al gusto del usuario. Por otro lado, las láminas de madera que la conforman podían ser metálicas y ricamente decoradas. Siempre, como está mandado, en función del poder adquisitivo del propietario.

Como colofón a esta entrada, convendría resaltar un detalle respecto a la pasión que sentían los iberos por sus armas y caballos, cuyos arreos también forman parte habitual en los ajuares funerarios. Aunque aún se desconocen muchos aspectos de su conformación social, la gran cantidad de armas que aparecen en las tumbas de esta cultura dejan muy claro que, aparte de ser hombres libres, valoraban especialmente las armas como herramientas para mantener dicha libertad contra sus enemigos. La frase más lapidaria al respecto nos la legó Marco Juniano Justino en su epítome sobre parte de la obra perdida de Gneo Pompeyo Trogo, un historiador galo-romano del siglo I a.C.: EQVI ET ARMA SANGVINEM IPSORVM CARIORA (Los caballos y las armas les eran más queridos que su propia sangre)

Bueno, ya seguiremos.

Hale, he dicho...