Al hilo de la entrada de ayer, y a fin de dejar más claros cuales eran los puntos débiles de las armaduras, vamos a dedicar esta entrada a concretarlos con más detenimiento. Antes de nada, conviene reparar en una cuestión que ayer no se mencionó, y es la fuerte presión psicológica que sufría el peón a la hora de tener que hacer frente a un hombre de armas blindado de pies a cabeza que, además, era muchísimo más diestro que él en el uso de las armas y, para remate, cabalgando sobre un poderoso bridón de más de 700 kg. de peso cuyo solo empuje bastaba para arrollarlo. Obviamente, el caballero sabía que jugaba con ese factor a favor suyo, y lo sabía aprovechar. Pero quizás esa misma superioridad era la que, caso de ofrecer por un instante el más mínimo signo de debilidad o de vulnerabilidad, se volvía en su contra a la hora de pedir cuartel, y los peones se ensañaban con ellos, vengándose con una mezcla de ira e impotencia contenida por su ventaja en el combate. Dicho esto, vamos al grano...
En la foto de la derecha tenemos un hombre de armas con la típica armadura del siglo mediados del siglo XIV al XV. Su cabeza va protegida por un bacinete de pico de gorrión al cual va unido un camal de malla. Como es evidente, si caía al suelo bastaría con levantarle el visor para asestarle un puñalada en un ojo o en el cuello para finiquitarlo, ya que la zona de la garganta no llevaba protección adicional bajo el camal. Recordemos que este tipo de yelmo no iba provisto de ningún mecanismo de bloqueo del visor al casco, por lo que levantarlo era muy fácil. La zona sombreada en azul muestra la parte desprovista de protección en forma de placas, por lo que también era vulnerable a los golpes de armas contundentes, como mazas o martillos. Un golpe en la garganta podía pues resultar letal.
En cuanto al cuerpo, el jubón rojo que viste nos marca precisamente las zonas que quedan desprovistas de placas: cara interna de brazos y codos, bajo vientre, zona púbica e ingles. Obviamente, lo habitual era llevarlas protegidas por una malla pero, como ya se ha comentado varias veces, la malla era perforable por las picas de alabardas, bisarmas, etc., y su flexibilidad permitía que los golpes propinados por armas contundentes produjesen lesiones óseas o, al menos, roturas musculares. Todo esto es extensivo a la cara trasera de los muslos y las nalgas. En cuanto a las ingles, eran el punto más vulnerable del caballero caído y, además, una zona por la que corren arterias y venas importantes. Una femoral o una safena seccionada lo aliñaba a uno en pocos minutos.
Para descabalgarlo, bastaba hacer presa en el cuello o la unión de la hombrera con el peto, al que iba unido sólo por una correa. Debido a que las sillas de arzón alto al uso complicaban tirar del jinete hacia atrás o hacia adelante, lo más fácil era tirar por el costado. Aunque apoyara el pie en el estribo para impedirlo, la tracción ejercida desde el suelo por uno o varios peones darían en tierra con él sin problema. Por otro lado, era habitual que, una vez deshecha la carga, los peones se colaran bajo los caballos para, bien destriparlos, cortarles los tendones de las patas o la cincha, con lo cual el jinete daba con sus huesos en el suelo con silla incluida, lo que le dificultaba aún más levantarse.
A la derecha tenemos un caballero armado con una armadura del siglo XVI, concretamente de las llamadas "maximilianas", puestas del moda por el emperador homónimo y que se caracterizaban por las acanaladura longitudinales en petos y escarcelas principalmente. Las zonas sombreadas en azul muestran las zonas vulnerables que, a pesar del avance experimentado respecto al tipo anterior, seguían teniendo. Empecemos por la foto de la izquierda:
A: Ocularia del visor. Como ya se ha comentado varias veces, esas estrechas rendijas eran el objetivo principal de los puñales de misericordia al uso en la época. De hojas estrechas y muy aguzadas, se colaban sin problemas para clavarse en un ojo y llegar al cerebro. Los visores de los almetes sí iban provistos de cierres que, aunque fácilmente practicables, siempre suponían una pérdida de tiempo. Así que puñalada por la ocularia y santas pascuas. Para impedir eso, algunos yelmos llevaban la ocularia barrada en sentido transversal, pero no era habitual debido a que restringían aún más a la de por sí mínima capacidad visual disponible.
B: Si se observa una armadura de este tipo, veremos que la hombrera izquierda es mucho más amplia que la derecha. Ello se debía a que la mano izquierda, la que manejaba las riendas, precisaba de menos movilidad que la derecha, que manejaba las armas. Eso suponía que, por lo general, quedara una abertura entre la hombrera de ese lado y el peto que, aunque cubierta de malla por debajo como vimos en la entrada anterior, era un punto vulnerable para las picas y desmalladores del enemigo.
C: Cara interna de brazos. No eran el sitio óptimo para dejar fuera de combate a un hombre de armas, pero las axilas sí. Desde una axila se llegaba perfectamente a los pulmones, o se podía seccionar algún vaso sanguíneo importante.
D: Cara interna de muslos. Aparte de lo comentado arriba, un ataque por la zaga en esa zona podía ser fatal. Bastaba un golpe de mangual, maza o, peor aún, un hachazo, para producir una herida muy grave, que podía ir desde una fractura del fémur a una rotura de tendones. Un caballero cojo en un campo de batalla estaba perdido.
Veamos ahora la foto central:
E: Esa pieza circular recibe el nombre de varaescudo. Iba unida al peto mediante una correa de cuero o un cordón, de forma que, al levantar el brazo para golpear, protegiera la axila. Sin embargo, al ser una pieza móvil, su fiabilidad no era en modo alguno absoluta.
F: Zona púbica. Como vimos en la entrada anterior, esa zona solía ir protegida por un calzón de malla o la falda de una camisa del mismo material. Sin embargo, su verdadera protección era el arzón de la silla cuando se cabalgaba. Combatiendo pie en tierra, el empuje de la pica de una alabarda podía perforarla. Y si el caballero caía, se podía introducir un puñal hacia arriba, entre el peto y el calzón, buscando el bajo vientre, o apuñalar en la ingle o los testículos.
Ahora, la foto de la derecha:
G: Nalgas. Para esta zona, aplicar los mismos inconvenientes que los comentados en D.
H: Esa aleta que sobresale de la rodillera tenía como fin proteger las corvas cuando se cabalgaba. Pie en tierra siempre podían detener un golpe de filo contra esa zona, pero no un puntazo de espada o lanza, y menos aún un golpe de arma contundente. Las articulaciones son unos de los puntos más delicados de la anatomía humana y, por ende, los más buscados para producir fracturas que inutilizan el miembro. Además, en aquella época tenían muy mala cura. No había forma de recomponer los huesos dañados, así que se limitaban a entablillar el miembro tras lo cual, casi siempre, éste quedaba inútil de por vida. En la foto de la derecha tenemos una prueba palmaria, que muestra un fémur soldado sin haber sido previamente unido por la parte rota, lo que supuso una pérdida de más de 10 cm. de longitud en la pierna afectada.
En fin, como vamos viendo, no eran tan invulnerables como nos hace suponer su blindaje personal. Pero eso supuso un acicate a los armeros de la época para afinar más sus diseños, y crear piezas capaces de cubrir hasta el más mínimo resquicio para no ofrecer al enemigo un solo punto por donde poder herirles. Pero eso lo veremos mañana, que por hoy ya vale.
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