miércoles, 1 de febrero de 2012

Mitos y leyendas: La invulnerabilidad del caballero 3ª parte




Como conclusión a esta serie de entradas, vamos a ver los intentos que se llevaron a cabo en las postrimerías de la armadura de placas por retrasar lo inevitable, que no era otra cosa que su desaparición de los campos de batalla.

Las causas serían varias, como su elevadísimo precio, o las cada vez más precisas y potentes armas de fuego. Sin embargo, siempre he creído que la causa fundamental no fue otra que la profesionalización de los ejércitos. A lo largo del siglo XVI y los comienzos del XVII, la otrora poderosa y nobiliaria caballería ya no se enfrentaba a peones y milicianos, soldados de circunstancias que, por unas semanas, trocaban el arado, la forja o el torno por las armas. No eran hombres a los que la sola presencia de caballería pesada en el campo de batalla ya les dejaba la moral por los suelos y les sobrevenían unas ganas tremendas de salir de allí a toda velocidad. En esa época, la infantería acabó para siempre con el dominio de la caballería como arma decisiva en los campos de batalla, cuando bastaba una sola carga, rotunda y contundente, para poner en fuga al enemigo. Así pues, una nueva infantería formada por tropas profesionales acabó con el ancestral mito. Ya no eran hombres que salían corriendo ante la terrorífica visión de un caballero enfundado en su lustrosa armadura, sino gente preparada, que combatía a sueldo y, quizás lo más importante, sabedores de que con decisión y sangre fría era posible vencerlos. Así pues, la "temible caballería" dio paso a la "temible infantería", que se convirtió para siempre en la reina de las batallas. Bueno, vamos al grano...

En la foto de la derecha tenemos un arnés que perteneció a Enrique VIII. Es todo un alarde de tecnología de la época. Los habituales puntos vulnerables comentados en la entrada anterior han sido sellados a base de una elaboradísima combinación de launas que, cubriendo por completo las caras internas de las articulaciones, no por ello restaba movilidad a su usuario. Si observamos las zonas sombreadas en azul, vemos que la cara interna de los codos están totalmente protegidas. Lo mismo ocurre en las piernas, llegando incluso a proteger totalmente las nalgas a base de estas launas perfectamente articuladas. Pero quizás lo más significativo sea como se aumentó la protección en la zona más vulnerable para el caballero que combatía a pie, y es la zona púbica. Este arnés, en vez de las habituales escarcelas que colgaban del peto, lleva también unas launas articuladas que llegan hasta los quijotes. Digamos que sería la forma precursora de la armadura de fajas espesas. También se añadió una pieza denominada bragueta, cuya ubicación y morfología salta a la vista. Con todo, esta virguería férrea fue diseñada para una justa a pie que ni siquiera llegó a usarse, de modo que el oneroso "prototipo" se quedó en una meda curiosidad acerca del talento de los armeros isleños.


En esa otra pieza podemos ver, sombreadas en azul, como se desarrollaron en las hombreras unas aletas destinadas a detener los tajos o golpes dirigidos al cuello. Hay que considerar que esta parte del cuerpo, aunque protegida por la gorguera del yelmo, podía ser vulnerada por un hachazo o un tajo de alabarda o el pico de un martillo de mango largo. Así pues, se les dotó de las mencionadas aletas que, por lo general, sólo solían ir en la hombrera izquierda, que es de donde provendrían los golpes propinados por un enemigo diestro. Sin embargo, más de uno, como el dueño de este arnés, se planteó el tema de la igualdad y tal y, con muy buen sentido, pensó también en que en el ejército enemigo podía haber zurdos. Curiosamente, y como dando por sentado que hay más diestros que zurdos, la aleta derecha es más pequeña que la izquierda. En cuanto a las piernas, como en el ejemplo anterior, vemos como las escarcelas han sido definitivamente olvidadas y sustituidas por launas metálicas que, aparte de mejorar la movilidad, proporcionaban una mejor protección tanto en cuanto no eran dos meras chapas colgando que cualquiera podía levantar para herir, sino parte integrante del conjunto, uniendo peto con quijotes sólidamente.



A la derecha vemos una armadura de fajas espesas. Como se puede observar, los quijotes tradicionales han desaparecido, dando lugar a una pieza formada enteramente por launas que van desde el peto a las rodilleras. Aunque en teoría perdía la solidez que proporcionaba una protección de una sola pieza, las mejoras en la metalurgia lo compensaban con creces, ya que en esta época ya no hablamos de arneses de hierro, sino de hierro acerado mucho más resistente lo que, además, reducía notablemente su peso y, por ende, mejoraba la movilidad. Hay que reparar en las zonas sombreadas de azul. Son las hombreras que, como vemos, también han dejado de ser de una sola pieza, lo que permitía a los brazos moverse prácticamente en cualquier dirección. Las hombreras antiguas los limitaban mucho, especialmente el izquierdo, a la hora de moverlo de adelante hacia atrás y de arriba abajo. Al ser el brazo que manejaba el caballo, preferían darle más protección a cambio de menos movilidad.


Como hemos visto, esta serie de mejoras supusieron el cénit en lo referente a la perfección técnica de las armaduras. Sin embargo, al mismo tiempo llegó su ocaso. En el siglo XVII, los arneses completos dieron paso a las medias armaduras de la caballería pesada para, poco después, verse reducidos a meros petos para proteger el cuerpo de las bayonetas enemigas. Al cabo, tras siglos de evolución, de mejoras y de perfección técnica, las armaduras nunca consiguieron proteger al 100% a sus dueños. En realidad, ni siquiera en los torneos, donde se tenía más consideración con el adversario que en los campos de batalla, impidieron que muchos altivos nobles acabaran sus días tullidos por una mala caída o un lanzazo en mal sitio.

Bueno, ya está.

Hale, he dicho




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