jueves, 31 de enero de 2013

Curiosidades: Los insultos en la Edad Media


El insulto es genético en el mundo hispano. De hecho, creo que el español es el idioma con el más amplio surtidos de denuestos que existe para ofender o provocar al personal, tocando la fibra sensible del prójimo de las formas más variadas y prolijas. Y como en todos los idiomas, los insultos también han tenido su evolución a lo largo del tiempo. Es evidente pues que hace cinco siglos un carretero no ponía a caldo a un jinete alocado tachándolo de gilipollas o de mamahostias. Otros insultos, sin embargo, han perdurado a lo largo de los tiempos como nuestro ancestral y querido "hijo de puta", que eso de cuestionar la decencia de la autora de nuestros días siempre ha existido. Finalmente, hay otra serie de insultos que, o han caído en el olvido o bien si se usan hoy día ya han perdido la carga ofensiva de antaño, que solo con mencionarlos era motivo de meter mano a la espada. Veamos algunos ejemplos que me vienen a la memoria...

Puerco o marrano. Hoy día se suele usar más el término cerdo para ofender al personal cuya higiene es cuestionable. Sin embargo, antaño eran más usados éstos dos epítetos que, para colmo, era como se solían denominar de forma despectiva a los judíos o a los conversos. Así pues, llamarlo a uno puerco o marrano suponía, además de tacharlo de cochino, una insinuación que se ponía en duda la pureza de sangre del adversario. Y si algo ponía de los nervios a un español era cuestionar sus orígenes de cristiano viejo. Eso de inducir a la más mínima sospecha de que uno descendía de judíos o moriscos era uno de los peores insultos que se podían oír, y causa de más de una riña que acababa a cuchilladas. Recordemos que los judíos, aparte de ser considerados enemigos de Cristo, eran habitualmente acusados de practicar todo tipo de infamias, como profanar la Sagrada Hostia o llevar a cabo sacrificios rituales con críos cristianos.

Perro. Al igual que los anteriores, tachar a uno de perro era una grave afrenta. Curiosamente y a pesar de que los perros simbolizaban la fidelidad y podemos verlos a los pies de no pocas estatuas yacentes, también era considerado un animal tan despreciable como para usarlo para ofender a la peña. Generalmente, como casi todos habrá oído o leído alguna vez, se acompañaba el epíteto con la condición del insultado: perro judío, perro infiel, hijo de perra judía, etc. Hoy día es un insulto casi inexistente, igual por aquello de que son unos animalitos muy cariñosos y tal. Por cierto que uno de los peores insultos que podían hacerse, y concretamente entre marinos, era el de perro malsín.  Un malsín era un chivato, y eso de andar delatando al personal estaba muy mal visto.

Cornudo. En aquellos tiempos, los cornudos eran sinónimos de consentidores. Hoy día se identifica al cornudo a todo aquel cuya mujer se la pega con otro, pero en la época que tratamos eran los consentidores de mancebías (véase más abajo). El término cornudo fue sustituido hace tiempo por cabrón, pero en realidad un cabrón es asimilado un sujeto con especial mala leche. Al parecer, proviene de un marino del siglo XV llamado Juan Hernández Cabrón, que aún siendo castellano sirvió como mercenario y corsario. Su conducta nada caballerosa y tal hizo que su apellido se convirtiera en sinónimo de eso, de ser un cabrón.

Puta, puta vieja, alcahueta/e. El añejo oficio femenino siempre ha sido objeto de insulto. El primero está absolutamente vigente, pero no así el segundo. Las alcahuetas eran las putas que, por su edad, ya no ejercían y se dedicaban a buscar clientes, concertar citas con sus pupilas o como encubridora de relaciones amorosas adúlteras. El origen del término puta es bastante ignoto. Aunque procede indudablemente del latín, su etimología no está clara si bien me inclino a pensar que proviene de putta, muchacha. Es la más lógica, ¿no? En cuanto al término alcahueta, procede del árabe al-qawwâd, que significa intermediario. Éste oficio, considerado como inmoral, estaba penado con vergüenza pública y tanda de latigazos en los lomos, por indecente. Por cierto que de esos hay muchos hoy día que pasean maletines llenos de billetes.

Rufián, consentidor. El rufián era lo mismo que alcahuete. Pero un consentidor, o consentidor de mancebías era mucho peor tanto en cuanto era lo que hoy de denomina como cabrón consentido, o sea, el marido que permite a su mujer ejercer la prostitución y actúa como su chulo. Por cierto que el término chulo, procedente del árabe chaul, no era en aquellos tiempos un macarra, sino un tipo pendenciero a secas. Por lo demás, la rufianería era un grave delito por el que enviaban al consentidor a deslomarse diez años dándole al remo en las galeras del rey, siendo previamente expuestos a la vergüenza pública paseados en un pollino con unos cuernos en la cabeza y recibiendo una tanda de cien azotes mientras el pregonero clamaba su infamia.


Ramera. Sinónimo de puta con la diferencia de que las rameras ejercían su oficio en los caminos, y para protegerse de la intemperie, así como para fornicar de forma discreta, se hacían unas chozas con ramas, de donde proviene el adjetivo. Echarse a los caminos, frase muy habitual en aquellos tiempos, implicaba pues meterse a puta vial, uno de los más bajos escalafones del puterío. Sirva como ejemplo lo que exclama uno de los capitanes que raptan a las hijas de Pedro Crespo, el alcalde de Zalamea, cuando las abandonan en mitad del campo como venganza tras darles promesa de matrimonio: ¡Ahí vos quedad, como rameras! O sea, que además de engañarlas y dejarlas tiradas las llaman putas. Qué cabritos, ¿no?

Puto, bujarrón, sodomita. Los putos, del latín putus (muchachito) ya eran en Roma conocidos por ser efebos que vendían sus favores a los que gustaban de los culitos prietos y lampiños. El término bujarrón proviene del italiano buggere y supongo que lo traerían los soldados de los tercios de Nápoles. Buggere significa mentir, engañar. Obviamente, se refiere a que un homosexual es uno que "miente" sobre su condición varonil. En cuanto a sodomita, forma habitual de denominar a los homosexuales antes de que se pusieran de moda los actuales marica o maricón, ya sabemos su origen: Sodoma. Por cierto que, curiosamente, los de Gomorra nunca han sido tachados de maricas. Serían gomorritas, supongo. Bueno, la cosa es que la sodomía era, además de pecado nefando, un grave delito por el que uno podía acabar en la hoguera. En Centroeuropa, y eso que siempre nos han tachado a los hispanos de más crueles que nadie, los aserraban a lo largo del cuerpo empezando por las ingles y colgado cabeza abajo, tal como vemos en el grabado de la derecha. De esa forma, al estar la cabeza más irrigada, el reo sobrevivía más tiempo a tan espantosa muerte. 

Jalar las barbas. En la Edad Media, tirar de las barbas de un hombre era el peor insulto y humillación posibles. La barba, considerado desde tiempos inmemoriales como el atributo viril por excelencia, era algo intocable. Hasta se juraba por las barbas del abuelo si hacía falta para dar contundencia a una afirmación. Rodrigo Díaz, nuestro héroe por antonomasia, se dedicó a ese menester con los atributos capilares del conde de Barcelona y sus más allegados vasallos tras darles para el pelo tras una batalla. Y en una ocasión en que fue llamado a la curia regia cuando estaba a malas con Alfonso VI, hasta tuvo la precaución de anudarse las suyas con una cinta y ocultarlas bajo el almófar para impedir que cualquiera se las intentara jalar.  

Mamón. Éste término es mucho más añejo de lo que la gente imagina. En Roma ya se insultaban unos a otros con el término fellator, que ya podemos imaginar su significado. Aunque la homosexualidad en Roma estaba al cabo de la calle, sus prácticas resultaban abominables y de ahí que una felación entre hombres resultara bastante asquerosa, hasta el extremo de ser un insulto el acusar a otro de felador de pichas, aunque fuesen senatoriales. 

Traidor, alevoso, felón. Todos vienen a significar lo mismo. Hoy día no es que no se usen, es que además, si se usan, el personal se queda tan pancho porque han perdido su carga ofensiva. Pero en la Edad Media, ser tachado de traidor era gravísimo tanto en cuanto se valoraba la lealtad por encima de todo. Por desgracia, hoy día hay tal cantidad de alevosos y felones que pocos se sienten ya insultados por ser tachados como tales.

Bellaco. Un bellaco era un tipo ruin, un bribón. Solía ir acompañado de algún epíteto más para darle más fuerza al insulto: bellaco hijo de mil padres, bellaco traidor...

Villano. Un villano era pertenecer a un determinado estamento social. Eran, como se puede suponer, los habitantes de las villas, o sea, plebeyos libres, el germen de la burguesía. Sin embargo, ser tachado de villano siendo uno de hidalgo para arriba era un grave insulto tanto en cuanto se cuestionaba su nobleza. Obviamente, éste insulto era para ser usado entre nobles ya que si a un villano le llamaban villano se quedaba frío. Es como si hoy día le pretenden insultar a uno tachándolo de ciudadano o de contribuyente. 

Bruja. Ser tachada de bruja era, aparte de insultante, peligrosísimo. Ya sabemos que el Santo Oficio no tenía problemas en indagar sobre la espiritualidad de la peña, y ser sospechosa de brujería podía tener consecuencias nefastas. No obstante, cierto es que en España las condenas por brujería fueron muy escasas, y no por ejercer la brujería tal como la entendemos, sino por practicar abortos y, por sus conocimientos en herboristería, preparar tósigos para darle boleta al cuñado odioso o al acreedor que ya nos amenaza con rompernos las piernas si no le pagamos. Por el contrario, en Alemania y entre los puritanos anglo-sajones se perpetraron decenas de miles de ejecuciones de mujeres acusadas de brujería. Sin embargo, la eficaz leyenda negra es la que nos pone como campeones de perseguidores de brujas.

Hereje. Lo mismo que lo anterior. Además, en un pueblo archicatólico como el español, cuestionar la fe de uno era considerado como una grave afrenta ya que, aparte de ponerse en entredicho la religiosidad del insultado, era como compararlo a los despreciados luteranos de la época o a judíos y moriscos. Podía acompañarse con el título de perro, que así quedaba como más contundente: sois un perro hereje y un enemigo de Dios, maldito rufián... En un país con el catolicismo arraigado hasta el tuétano, ser tachado de hereje era ponerlo en el punto de mira socialmente hablando ya que nadie quería tratar con uno de ellos ni para darle los buenos días. Además, considerándonos como los principales defensores de la fe católica no íbamos a pasar por alto la heterodoxia religiosa del personal, naturalmente. Al mismo tiempo, la carga ofensiva se veía aumentada tanto en cuanto el mayor enemigo de España era precisamente un país cuya religión estaba considerada como herética: Inglaterra (Dios  maldiga a Nelson).

Hideputa, hydeputa o fideputa. Forma arcaica de nuestro ancestral hijo de puta, que todos usamos varias veces al día: cuando vemos la tele, cuando leemos el periódico, cuando nos adelanta un niñato, cuando esperamos en la cola del banco, cuando hablamos de la familia política, cuando nos referimos al jefe y sus pelotas, etc., etc., etc... Ser tachado de hijo espurio siempre ha sentado como una patada en el hígado al personal, y más si se tiene constancia de que mamá era o es una santa que jamás puso los cuernos a papá a pesar de lo golfo que era o es. Hacer uso del hideputa estaba por encima de la educación recibida o de las clases sociales. Hasta el glorioso emperador Carlos, cuando se largó a Yuste a ponerse en paz con Dios antes del último viaje, tachaba de "hideputa bermejo" al fraile que desafinara en el coro cuando se realizaban los oficios. Lo de bermejo supongo que sería una especie de referencia a Caín. En aquella época se creía que Caín había sido pelirrojo y todos los que tenían el pelo de ese color, muy raro en un país de morenos como España, eran considerados como descendientes suyos. Así pues, llamar a uno bermejo era como decirle hijo de Caín. 

Raspamonedas. En aquella época, como sabemos, los cambistas estaban por todas partes. Uno de sus vicios era limar un poco el canto de las monedas de oro y plata de forma que, aunque no se notara apenas, a base de limar se robaban gramos o kilos del noble material al cabo del tiempo. Como es de todos sabido, éste oficio era desempeñado esencialmente por judíos, así que tachar a alguien de raspamonedas era, aparte de llamarle ladrón y cicatero, ponerlo de hijo de David. 

Astroso. Aunque hoy día se suele entender como alguien poco cuidadoso con su aspecto personal, antiguamente era sinónimo de desgraciado. Astroso venía a querer decir tener mala estrella.

Babieca. Parece ser que tiene su mismo origen que estar en Babia, villa de la provincia de León. Ignoro si sus habitantes eran tontos, pero en aquella época ya se llamaba babieca a los memos de solemnidad. Ya en el siglo XI, cuando a Rodrigo Díaz lo armaron caballero, un tío suyo le ofreció regalarle el bridón, pasándolo a sus cuadras e invitándolo a elegir uno. Nuestro héroe se fijó en un penco de penoso aspecto y lo señaló, ante lo cual su tío dijo: Babieca habéis de ser para elegir un caballo tan malo... Por cierto que, según ésta leyenda, es de donde tomó el nombre el caballo, ya que respondió: Pues Babieca será su nombre, y yo haré que sea bien conocido. Y vaya si lo fue. Aún se habla del dichoso caballo diez siglos después...

Tiñoso-a. La tiña es una enfermedad provocada por un hongo y que afecta principalmente al pelo y las uñas. Obviamente, los que la padecían tomaban un aspecto un tanto desagradable, sobre todo porque el pelo se les caía a mechones. De ahí que fuera usado como insulto por comparación.

Malandrín. Proviene de una variedad de lepra denominada en latín como malandria, siendo denominados los que la padecían malandrines. Es de todos sabido que la lepra era considerada en la Edad Media como una enfermedad terrible y abominable, y los que la padecían eran segregados de la sociedad. Como muchos sabrán, hasta los obligaban a ir tocando una campanilla cuando iban por los caminos para avisar al personal de su presencia y se pudieran alejar para evitar el contagio.

Follón. Aunque hoy día es sinónimo de lío tremendo, en aquellos tiempos se tachaba de follones a los sujetos dados a la pendencia y con bastante tendencia a la cólera más desmedida. 

Fementido. Mentiroso contumaz que por norma falta a la verdad.

Bueno, no me acuerdo de más. De todas formas, ya dejo ahí un buen repertorio para aquellos que quieran insultar impunemente sin que les partan la jeta, ya que, en algunos casos, el insultado no tendrá ni idea de lo que escucha.

Hale, he dicho

lunes, 28 de enero de 2013

Curiosidades funerarias del mundo romano II



Bueno, tras el lapso findesemanero, en los que siempre conviene evadirse un poco con actividades lúdicas que nos solacen cuerpo y mente (léase no dar un palo al agua), retomamos el hilo de la entrada anterior y proseguiremos dando un repasillo al curioso mundo funerario romano. Por cierto que se me acaba de venir a la memoria una anécdota referente al tema tanatorio, concretamente de cuando mi venerable abuelo paterno tuvo a bien poner término a su estancia mundana a la avanzada edad de ciento y tres años nada menos. Cuando el fulano de la funeraria apareció para darnos el sablazo con las pompas y demás gastos del entierro, a la vista de lo oneroso de féretro elegido por la familia (medio kilo de las antiguas pesetas), comenté que más cuenta traía fabricarse uno mismo el pijama de madera y guardarlo a la espera del deceso. El funerario, cuyo aspecto era innegablemente el de un asalariado de una de estas modernas casas de la muerte, me informó muy serio que si tal cosa hacía, no me enterraban al fiambre. O sea, que te retratabas o te dejaban al abuelo en casa para que te lo comieras con tomate. Éste vil negocio de la muerte lleva ya varios miles de años rindiendo jugosos beneficios a los que a ello se dedican, de lo que coligo que he marrado mis pasos en ésta vida y que me habría ido mucho mejor si me hubiese dedicado a ayuda de cámara mortuorio. En fin, al grano...

Es más que evidente que los romanos tampoco se libraban del gasto funerario, y que debían pagar a plañideras, al de la flores (también ponían a los difuntos floreados, como hacemos nosotros), al marmolista, al de la madera para la pira, al de los ungüentos, y al que cavaba el hoyo, naturalmente. Vaya, que sale uno más caro al dejar el mundo que al llegar al mismo. 

Los romanos, dependiendo de la época, eran incinerados o enterrados, y dentro de cada método también había diversas variantes en función de la categoría social del muerto y del poder adquisitivo de sus deudos. Los únicos que salían prácticamente gratis eran los pobres de solemnidad y los esclavos, para los cuales bastaba un simple agujero en el suelo y ahí te pudras. Veamos con detalle el ritual en cada caso...

LA CREMACIÓN

Éste uso fue heredado del mundo helenístico. Hasta el siglo I d.C se practicaba con una frecuencia similar a los enterramientos, si bien a inicios de ese siglo se generalizó mucho más hasta hasta finales del siglo II. La llegada del cristianismo mandó al olvido las incineraciones tanto en cuanto contravenían su doctrina: el cuerpo debe conservarse para que el día del Juicio Final pueda uno encarnarse de nuevo.

En cuanto al método seguido para cremar cadáveres, había dos, el BVSTVM y el VSTRINVM. Veamos sus diferencias:

El BVSTVM  consistía en enterrar el cuerpo en el mismo lugar donde se llevaba a cabo la cremación. Para ello, abrían una fosa de poca profundidad en la que se apilaba leña y, tras arder, las cenizas eran simplemente enterradas in situ junto a su ajuar funerario. El BVSTVM  era por lo general el método aplicado a las clases menos pudientes ya que era mucho más económico. Sobre la tumba, como era habitual, se colocaba una lápida, un cipo o lo que la familia se pudiera permitir.

El VSTRINVM era el sistema habitual en las clases más pudientes. Tras la cremación, las cenizas y los restos óseos que no se habían carbonizado por completo eran recogidos y depositados en una urna, la cual era a continuación enterrada junto al ajuar en una tumba aparte o enviada a un columbario familiar. Básicamente, el VSTRINVM era un quemadero reutilizable tanto en cuanto sólo servía para disponer la pira, quedando limpio el lugar tras su uso. Es habitual en las necrópolis ver el emplazamiento de estos quemaderos, que generalmente lo conforman una pequeña depresión en el terreno rodeada por un círculo de ladrillos. 

El ritual

Tras colocar el cadáver encima de la pira, el hijo mayor o el pariente más allegado prendía fuego a la misma volviendo el rostro. A la pira se añadían los cadáveres de los animales sacrificados en honor al difunto, y se vertían ungüentos y resinas aromáticas a fin a aminorar el hedor proveniente de la carne quemada. Una vez consumida la pira, los restos se apagaban con leche y vino y se cubrían con tierra, caso de ser un BVSTVM, o bien se recogían las cenizas y se depositaban en una urna cineraria la cual, como se ha dicho anteriormente, podía ser enterrada o colocada en un columbario. Antes de retirarse los asistentes, estos se purificaban con agua. Recordemos que los romanos consideraban los cadáveres como algo impuro, y debían eliminar todo resto de contaminación en sus personas.

El enterramiento de las cenizas

Tégula
Caso de ser enterradas, podía serlo en una fosa normal o una CISTA, que consistía en un hoyo revestido interiormente de piedra o ladrillo y cubierto con el mismo material o con TEGVLA, las grandes tejas cuadradas romanas. En la ilustración de abajo podemos ver un BVSTVM, una CISTA y un columbario. El columbario era generalmente un subterráneo al que se accedía mediante una escala de mano por un angosto pozo. En las paredes se abrían pequeñas hornacinas donde eran depositadas las urnas junto con sus ofrendas. Estos columbarios no sólo podían ser familiares, sino también gremiales. Las fosas las veremos en el apartado de los enterramientos, ya que eran las mismas que en éste caso. 




Las urnas podían ser de diversas formas y materiales, tal como podemos ver en las fotos de abajo. De izquierda a derecha tenemos una urna de piedra, cuya tapa podía ser plana o prismática, de vidrio, de cerámica o de plomo.




LA EPIGRAFÍA LAPIDARIA

Nos centraremos en la forma más habitual, o sea, la usada por la inmensa mayoría de la gente. Los romanos eran bastante escuetos en éste tema, grabando en sus lápidas una serie de fórmulas rituales en forma epigráfica y acompañados del nombre del difunto, su edad, la persona que había mandado hacer la lápida y algún adjetivo elogiando alguna virtud, como fidelísimo, amantísimo, piadoso, etc. A veces también se añadía el oficio. Tanto lápidas como grabados solían ser un tanto toscos por lo general, y en ocasiones ni siquiera guardaban un interlineado convencional.


Veamos la lápida de la derecha, que nos servirá como ejemplo básico: 

En primer lugar vemos las siguientes iniciales: D.M.S., que significa DIS MANIBVS SACRVM, o sea, consagrado a los dioses manes. A continuación, el nombre del difunto, en éste caso una mujer llamada Dasumia Procne. Luego tenemos su edad, 40 años. En la última línea tenemos PIA IN SVIS, piadosa con los suyos, y otra serie de iniciales: H.S.E.S.T.T.L. que significan HIC SITVS EST SIT TIBI TERRA LEVIS, o sea: aquí yace, te sea la tierra leve. Ésta fórmula, junto a la inicial, son siempre el encabezamiento y el final de la práctica totalidad de las lápidas romanas.

Concluyo la entrada comentando algo que he observado en muchas ocasiones, y es la gran cantidad de lápidas en la que se observa, cuando se trata de mujeres, que murieron muy jóvenes, entre los 20 y los 25 años. Coligo que serían víctimas de los partos, que hasta hace relativamente pocos años eran causa de multitud de fallecimientos entre las féminas. Pobrecitas, ¿no?

Bueno, ya seguiremos.

Hale, he dicho

viernes, 25 de enero de 2013

Curiosidades funerarias del mundo romano I



Mausoleo familiar en la necrópolis de Carmona
Los romanos, como está mandado, también estiraban la pata una vez pasado un tiempo prudencial en éste mundo y aunque eso de morirse es de lo más desagradable, es una costumbre de la que, mal que nos pese a todos, no podemos desprendernos. Pero la muerte, algo tan inherente en el ser humano como la vida, ha sido, es y será toda una forma de cultura en los diferentes pueblos y civilizaciones que han pasado y pasan por el mundo, y los usos y costumbres de cada uno de ellos es motivo de estudio tanto en cuanto reflejan la espiritualidad del personal.

Estela funeraria del legionario
Gaio Valerio Crispo, perteneciente a

la VIII LEGIO AVGVSTA 



El mundo funerario romano fue bastante complejo. Dependiendo de la época estuvieron en uso diversas formas de enterramiento o de incineración, así como de ritos, pompas, etc. Así pues, iré dedicando algunas entradas para dar a conocer ésta interesante temática que, además, nos permitirán fardar ante el cuñado listillo o asombrar a la parienta cuando visitemos un museo arqueológico o una necrópolis. Nada mejor para callar al cuñado plasta que demostrarle nuestros conocimientos sobre la materia, lo que hará que, humillado, posiblemente no se enganche a nuestras excursiones culturales y se quede en su casa viendo partidos de la liga andorrana, que deben ser apasionantes. Bien, vamos al grano...




Tumbas al pie de una vía romana
Por norma, en el mundo romano no se llevaban a cabo enterramientos en el interior de las ciudades por meras cuestiones de tipo higiénico, norma ésta que, si nos fijamos, ha perdurado hasta nuestros días. Lo habitual era enterrar o depositar las cenizas del difunto a lo largo de las vías que conducían a la ciudad, decorándolas con cipos, lápidas o estelas en función del poder adquisitivo de la familia y de la categoría del personaje. Así mismo, podían ir a parar a tumbas familiares para no aburrirse durante la eternidad, permaneciendo junto a la esposa amada, los hijos puñeteros o el padre añorado. Ésta costumbre obedecía ante todo a la creencia de que el alma del difunto perviviría mientras se le recordase. Así pues, estando al borde de los caminos, los viandantes podían leer sus epitafios o los saludos grabados en la lápida en las que, por lo general, se rogaba una oración o un recuerdo para el muerto. Pero para acabar en un sitio semejante, primero era necesario morirse y llevar a cabo una serie de rituales.  Veamos cuáles eran...

Una vez que el ciudadano tenía a bien morirse, se iniciaba todo un ritual que comenzaba por cerrarle los ojos y aspirarle en la boca, ya que se creía que el alma salía del cuerpo por la misma. De esa forma se le ayudaba a abandonar el cuerpo. A continuación, como se sigue haciendo con los pontífices hoy día, se pronunciaba tres veces el nombre del difunto (CONCLAMATIO) a modo de corroboración de que, en efecto, ya estaba muerto. Se le ponía una moneda debajo de la lengua para pagar al barquero Caronte, que era el que cruzaba el alma del difunto al Averno a través de la laguna Estigia, se contrataban plañideras y se lavaba y ungía el cuerpo, tras lo cual era vestido con su toga y expuesto sobre una litera en el ATRIVM de la vivienda para que familiares, amigos y clientes pudieran ir a presentarle sus respetos. Se quemaban en pebeteros maderas aromáticas y resinas a fin de ir atenuando el mal olor que desprendería al cabo de un día o dos, ya que era costumbre tener al difunto expuesto entre tres y siete días. Era costumbre también sacar una mascarilla funeraria en cera para portarla durante el cortejo fúnebre, así como para conservarla como modelo para posteriores esculturas en su honor, o para colocarla en un lugar preferente en la casa dentro de una hornacina. El funeral se llevaba a cabo durante la noche ya que se consideraba todo lo referente a la muerte como algo impuro que debía tratarse sin ver la luz del día.

Comitiva fúnebre
Tras el funeral se colocaba al muerto en unas parihuelas y, acompañado de todo el séquito formado por la familia, amigos y las lloronas, se llevaba el cuerpo al lugar de cremación o enterramiento, poniendo buen cuidado en que el cadáver saliera de la casa con los pies por delante (de donde por cierto viene la famosa frase). En el camino, la comitiva se detenía en el foro para escuchar el elogio fúnebre pronunciado por el hijo mayor o, en su defecto, un pariente cercano y en el que se proclamaban las virtudes del muerto. Curiosamente, basta con palmarla para pasar de ser un hideputa a un hombre maravilloso, norma ésta que perdura en nuestros días. Una vez concluido el elogio, que podía durar un largo rato, la comitiva se ponía nuevamente en marcha acompañada de las exclamaciones y llantos de las plañideras hasta el lugar de reposo definitivo. Curiosamente, los elogios fúnebres no se realizaban con las mujeres jóvenes, siendo César el primero que quebró dicha costumbre al dedicar una sentida elegía  a su primera mujer, Cornelia Cina.

Estela funeraria
Una vez concluida la cremación o inhumación del cuerpo se purificaba a los asistentes a la ceremonia con agua y se colocaba una lápida, un pequeño altar o un cipo funerario, dependiendo de la moda de la época y del poder adquisitivo de la familia, o bien era depositado en el mausoleo familiar. Durante los nueve días posteriores al deceso se llevaban a cabo una serie de rituales y sacrificios en su memoria que concluían con un ágape funerario y se purificaba la casa ya que los romanos consideraban los cadáveres como algo impuro y capaz de contaminar tanto a la vivienda como a los que ella habitaban. O sea, que a partir de ahí el muerto al hoyo y el vivo al bollo. Generalmente, en los aniversarios de la defunción se llevaban a cabo banquetes en memoria del difunto a fin de que su recuerdo perdurara en todos y de esa forma su alma se mantuviera viva en el Averno. Otras fechas en que se honraba la memoria del difunto eran las PARENTALIAS, que tenían lugar entre los días 13 y 21 de febrero. Los críos pequeños, los suicidas, los pobres y los esclavos se veían privados de exequias. Es pues curioso el segundo caso ya que, al igual que sucede en el cristianismo, el suicidio se consideraba como un pecado contra los dioses, y sus almas se veían condenadas a vagar eternamente sin reposo. En cuanto al luto, duraba diez meses en los cuales la familia no podía hacer ostentación de adornos en su persona ni participar en ningún tipo de festejos, como hemos hecho aquí hasta hace muy pocos años.

Bien, ésto era, grosso modo, todo lo que ocurría desde la defunción al término de los funerales y demás ritos. Toca pues entrar en detalles interesantes sobre lo hablado.

EL AJUAR FUNERARIO

Desde los tiempos más remotos, en todas las civilizaciones se ha tenido la costumbre de depositar junto al cadáver objetos de todo tipo para que le acompañaran al Más Allá. Incluso hoy día solemos enterrar a nuestros seres queridos con algo como recuerdo, o algún objeto que le era muy querido o de tipo religioso, como un rosario o una cruz en sus manos.  En el mundo romano, como ya podemos suponer, ésta costumbre también estaba muy presente en sus enterramientos, ya fuesen del cuerpo o de sus cenizas. Así pues, tras depositar los restos en la tumba, se colocaban junto al mismo objetos como los siguientes:





Los VNGVENTARIA. Vasijas de vidrio o cerámica e incluso de alabastro o plata de pequeño tamaño para contener ungüentos, resinas aromáticas o incienso. Eran de formas diversas: fusiformes, piriformes o de base cónica. Existe la creencia de que también eran usados como lacrimario, donde se habían recogido las lágrimas de la familia y las plañideras, si bien no hay certeza absoluta sobre ésta costumbre. Éstas pequeñas vasijas, de unos 8 o 10 cm. de alto, eran un artículo de uso común en todas las familias ya que eran usadas para contener aceites y substancias destinadas a la elaboración de cosméticos




Las lucernas. En las tumbas eran depositadas una o varias lucernas a fin de que el difunto pudiera disponer de luz para alumbrarse durante su viaje a la ultratumba. La lucerna, para los que no lo sepan, eran un recipiente como el que aparece en la imagen derecha que contenía aceite de oliva o grasa animal en caso de tener pocos medios económicos. Por la abertura delantera salía una mecha que, impregnada en el aceite, ardía como la de una vela. Hubo infinidad de diseños, a cual más simple o más sofisticado. Dependiendo de la tipología, las lucernas son una espléndida fuente para datar tumbas, ya que según la época tenían un diseño determinado.

Objetos cerámicos. Era habitual el depositar con el muerto algún plato, vasijas, copas y vasos para su uso en el reino de los muertos. Dependiendo del poder adquisitivo de la familia eran de cerámica basta o de SIGILLATA, una cerámica fina de color rojo y generalmente decorada. Al igual que con las lucernas, la cerámica de los ajuares funerarios tienen especial valor a la hora de datar la tumba.

Objetos personales. Anillos, pendientes, fíbulas, alfileres para el pelo, etc. Gran parte de este tipo de objetos que podemos ver en los museos proceden precisamente de ajuares funerarios. Solían ser depositados en alguna de las vasijas de cerámica que vemos en la foto anterior. También se depositaban amuletos y objetos de tipo religioso.

Todo el ajuar se disponía cerca de la cabeza del difunto y a lo largo del cuerpo. Caso de haber sido incinerado el cadáver, se colocaban junto a la urna cineraria, bien en el columbario donde era depositaba, bien en la tumba donde quedaba enterrada.

Bueno, con ésto vale por hoy. Para la próxima entrada detallaremos todo lo concerniente a los diferentes tipos de enterramiento, epigrafía funeraria y demás cosas curiosas.

Hale, he dicho

Para continuar a la segunda parte, un pinchazo sin piedad AQUÍ

Los pretorianos




Hay términos que, a lo largo de la historia, hacen fortuna y acaban aplicándose por sistema a cosas con las que se pretende asemejarlos. Uno de ellos es precisamente éste, pretorianos, que casi siempre por desconocimiento  se asocia a regímenes tiránicos ya que en el imaginario popular están unidos a los emperadores más degenerados y como fríos ejecutores de sus matanzas. Hasta hay libros dedicados a las SS alemanas en los que se asocia al siniestro cuerpo negro con estos guardias palaciegos. Y el cine, como siempre, también ha puesto su granito de arena para causar esta confusión. ¿Quién no recuerda al malvado Tigelino de QVO VADIS, con su anacrónica perilla y haciéndole la pelota a todas horas a Nerón? Pero, en realidad, los guardias pretorianos lograron convertirse por sí mismos en una fuerza determinante en cuestiones políticas y, más que ser cómplices del capricho y las arbitrariedades de determinados emperadores, fueron en muchos casos los causantes y protagonistas de multitud de vicisitudes que influyeron en el curso de la historia, incluyendo el asesinato de no pocos césares.

Octavio Augusto
Sin embargo, el origen de esta unidad no fue la de guardia personal de los emperadores. Al parecer, fue a lo largo del siglo I a.C. cuando se crearon grupos de guardias seleccionados entre los componentes del ejército para proteger a los PRÆTORES, de donde tomaron el nombre. En los difíciles años en que Roma se vio sumida en guerras civiles, no era precisamente una insensatez rodearse de una guardia de hombres fieles. Con todo, fue Augusto el que decidió que ese tipo de unidad era bastante aconsejable de potenciar y mantener para vigilar su palacio y disponer en la ciudad de una fuerza militar selecta para casos de necesidad. Recordemos que, ya desde tiempos de la República, la presencia de tropas armadas dentro del núcleo urbano estaba terminantemente prohibida. 


Constantino


Así pues, los pretorianos formaron parte de la historia de Roma variando el número de cohortes en servicio dependiendo del emperador de turno hasta que Constantino los disolvió en el año 312 tras la batalla junto al puente del río Milvio, en la que derrotó a Majencio y sus pretorianos tras tener una visión celestial que le dijo aquello de IN HOC SIGNO VINCES (Con éste signo vencerás, lo que hizo convertirse al cristianismo al emperador, como todos ya sabrán). Tras su victoria acabó con la controvertida y selecta unidad y mandó derribar la muralla oeste del CASTRA PRÆTORIA, un descomunal campamento amurallado ubicado al nordeste de la población, junto al Campo de Marte.





RECLUTAMIENTO


CASTRA PRÆTORIA
Servir en una cohorte pretoriana era especialmente atractivo ya que, aparte de tener mejor paga que un legionario, no se veían obligados a tener que largarse de Roma durante años o, posiblemente, de por vida. Por otro lado, lógicamente, era mucho más apetecible hacer guardias en palacio a verle la jeta pintada de azul a un britano cabreado que estaba deseoso de rebanar pescuezos romanos. Para acceder a la guardia pretoriana era preciso cumplir los mismos requisitos físicos que para ingresar en el ejército (véase la entrada sobre el reclutamiento), firmando un compromiso de 16 años y con un STIPENDIVM de 720 denarios anuales, o sea, más del triple de lo que ganaba un legionario. Aparte de su paga estaban, como ya se comentó, las gratificaciones o DONATIVVM que les hacían algunos emperadores al llegar al poder para ganarse su fidelidad, o bien cuando las cosas se ponían un poco complicadas y había que aplacar los belicosos ánimos del personal. Por otro lado, la gratificación que recibían al cumplir sus años de servicio también era superior a la del ejército regular, alcanzando los 5.000 denarios contra los 3.000 de un legionario. 

Como ya se puede suponer, había bofetadas para ingresar en el cuerpo, y no sólo por hombres naturales de Roma, sino también de la Hispania, de Etruria, la Umbría, el Lacio, Macedonia, etc. Por lo tanto, era necesario ir muy bien recomendado o pertenecer a un estrato social alto. Una vez admitido pasaba a ser un PROBATVS y debía pasar por el mismo periodo de instrucción que en el ejército, tras lo cual era destinado a una cohorte y empezaba a desempeñar su oficio. 

EL EQUIPO MILITAR


SIGNIFER y CORNICEM pretorianos
Aunque se les suele representar con el yelmo ático y coraza musculada, como se ve en la foto de cabecera, parece ser que esto es más bien producto de una cuestión estética al estilo helenístico, dando así una imagen idealizada de estas tropas cuando se les representaba en monumentos y demás. En realidad, su equipamiento era el mismo que el del ejército, usando el mismo tipo de yelmos, lorigas, etc. que los legionarios. En lo único que se diferenciaban de éstos era en que los SIFNIFERI (abanderados) y los CORNICINES (cornetas) llevaban sobre el yelmo una cabeza de león en vez de las de oso o de lobo habituales en las legiones. Por otro lado, cuando escoltaban al emperador en el interior de la urbe iban vestidos de paisano con la habitual TOGA ALBA, portando una espada discretamente oculta bajo la toga. 



EL SERVICIO

OPTIO y pretoriano
Las perspectivas de ascenso iban en función de los méritos y las influencias de cada cual. A lo primero que podía llegar era a INMVNE, cargo que se lograba tras unos pocos años de servicio. Ser INMVNE implicaba ejercer trabajos de tipo administrativo, olvidándose así de las pesadas guardias y las escoltas. A continuación estaban los grados que podríamos comparar con el de los actuales suboficiales, y cuyo STIPENDIVM era el doble: OPTIO, el ayudante del centurión, TESSERARIVS, el encargado de recibir la contraseña, la cual era dada personalmente por el mismo emperador, SIGNIFER, o PRINCIPALIS. Éstos últimos recibían al término de su compromiso el rango de EVOCATI AVGVSTI, lo que les permitía dos opciones: una, pasar a formar parte del funcionariado civil, desempeñando cargos administrativos en la ciudad. Y la otra, ascender a centurión y ser trasladado a una legión del ejército regular. Como podemos ver, las salidas laborales de los pretorianos eran siempre mucho más jugosas que los miembros de las legiones, por lo que se comprenderá el interés del personal en formar parte de esta elitista unidad.

Insignia de la guardia pretoriana.
El escorpión lo tomaron como
emblema por ser el signo del
zodiaco de Tiberio
Otros, obviamente con muchísima más influencia que el resto, lograban ascender a centurión dentro del mismo cuerpo. Pero el sueño dorado de cualquiera era lograr la prefectura, cargo éste que, además de estar reservado para los hombres más influyentes y con más apoyos de tipo político, era optativo sólo para los EQVITES. Como es lógico, ser el prefecto del pretorio era algo que quedaba reservado para los estamentos superiores, que no era plan de poner a un bárbaro a desempeñar semejante cargo. Sirva como ejemplo Lucio Ælio Sejano que, nombrado por Tiberio, se convirtió prácticamente en el mandamás de Roma cuando el emperador se largó a Capri a bañarse en su piscina con críos a su alrededor. Eso sí, Sejano se pasó siete pueblos y acabó fatal. 



DIPLOMA
Como colofón a éste breve resumen, ya que para ahondar en el tema habría que hablar de las distribución de la guardia pretoriana a lo largo de los mandatos de cada emperador, comentar que a la lista de privilegios que tenían habría que añadir el que, cuando se retiraban, se les entregaba un DIPLOMA, documento comparable a la cartilla militar que te daban al licenciarte, y que consistía en dos láminas de bronce. En dicho DIPLOMA, aparte de la consideración de licenciado, se concedía al poseedor la legalización del matrimonio con su pareja, así como el reconocimiento de los hijos habidos con ella. Recordemos que a los legionarios les estaba vedado casarse, pero los pretorianos, aunque vivían en su campamento, tenían permitido de forma tácita tener familia ya que, además, habitaban en la misma Roma. 

Bueno, ya está.

Hale, he dicho

miércoles, 23 de enero de 2013

Asesinatos 6. Lope Díaz de Haro



Blasón de la
Casa de Haro
Si algo ha sido característico en la nobleza hispana ha sido sus ansias de poder y su afán de dominio. Basta leer la antigua fórmula del Fuero de Sobarbe para hacerse una idea del elevado concepto que la aristocracia tenía de sí misma cuando proclamaban esta frase ante el monarca en ciernes:

Nos, que cada uno de nosotros somos igual que vos y todos juntos más que vos, te fazemos rey si cumples nuestros fueros y los fazes cumplir, si no, no

Y uno de los más preclaros ejemplos de esta levantisca y altiva nobleza fue Lope Díaz de Haro III, VIII señor de Vizcaya,  miembro de la linajuda y poderosa Casa de Haro, los cuales habían estado desde tiempos de la reina doña Urraca muy vinculados con la corona. Diego López de Haro, padre del protagonista de la entrada de hoy, había sido alférez real al servicio de Fernando III, participando en el cerco de Sevilla. Pero los Haro tenían un grave problema, y es que eran un linaje de hombres ambiciosos, desmedidos y con más ínfulas que un infante de León. De hecho, al mismo tiempo que sirvieron a la corona también se rebelaron contra ella cada dos por tres. Y en el caso de don Lope, acabaron tan hartos de él que optaron por darle el finiquito por la vía rápida. Veamos como fue la cosa...


Don Sancho IV de Castilla

Durante los conflictos sucesorios entre Alfonso X y su hijo Sancho, futuro Sancho IV, Lope Díaz se puso de parte del infante, lo que le supuso obtener la privanza del mismo. De hecho, el clan de los Haro había incluso emparentado con la corona mediante el matrimonio del hermano de Lope Díaz, Diego López de Haro, con Violante, hermana del monarca. Por otro lado, una hija suya, María Díaz, se había casado con el infante don Juan, hermano de Sancho IV. Así pues, en 1287 era nombrado Mayordomo Mayor y Alférez del reino, obteniendo además la tenencia de los castillos de realengo y el título de conde de Haro. Para entendernos: por encima de él ya solo estaba el mismo rey. Esto no sentó nada bien entre los miembros de la curia regia, que veían que el poder de Lope Díaz podía incluso poner en aprietos a la misma corona, y más tratándose de un hombre dominado por la ambición más absoluta.



Anverso y reverso del sello de Lope Díaz de Haro.
En el mismo se lee: Sigillum Lupi Didaci de Faro
No tardó mucho el rey don Sancho en empezar a hartarse de su privado el cual, además de hacerse el dueño del cotarro, había propiciado con su nombramiento el ver a la corona constantemente acuciada por las quejas de los demás nobles encabezados por Álvar Núñez de Lara. La gota que colmó el vaso se debió al fallo de un pleito entre dos judíos, uno de los cuales era protegido de Lope Díaz y el otro del rey Sancho. En dicho pleito, en el que actuaba como juez real Martín González, obispo de Astorga, éste falló en contra del judío colaborador del vizcaíno. Y se agarró tal cabreo que tiempo le faltó para encararse con el obispo, "...e con grand saña que ovo con él denostolo de denuestos malos é feos, é fue muy airado contra él diciéndole que se maravillaba porque le non sacaba el alma a espoladas". Como vemos, Lope Díaz no estaba dotado de un carácter especialmente templado. Pero no supo medir el alcance de sus palabras, y eso de querer matar a golpes de espuela a un obispo que, encima, era un íntimo allegado al rey, estaba muy, pero que muy feo. Así pues, don Sancho, al tener noticia del suceso, decidió ver la forma de dar término con la privanza de Lope Díaz. 

Y más méritos fue acumulando nuestro hombre, ya que se dedicó a conspirar a troche y moche para aumentar aún más su enorme poder, y eso que el rey intentó en todo momento aplacar las iras de la nobleza que se veía cada vez más abrumada por las intrigas del privado. El detonante final fue debido a la alianza entre Castilla y Francia, a la cual nuestro hombre era contrario, estando a favor de establecer vínculos con la corona aragonesa. Para concretar todos los detalles concernientes a la nueva alianza, el rey convocó en Alfaro a todos sus consejeros, entre los que se encontraban, naturalmente, Lope Díaz. Éste se presentó acompañado de su primo, Diego López de Campos, y de su yerno y compinche de conspiraciones, el infante don Juan. En la tarde del 8 de junio de 1288, apenas año y medio después de alcanzar el cénit de su gloria, estaba a punto de dar comienzo su rápido y traumático ocaso. Lope Díaz, con su habitual arrogancia, se levantó de su sitial en pleno debate y abandonó la reunión diciendo:

- Fincad vos aquí en acuerdo, ca luego me verné para vos e decirme edes lo que ovieredes acordado.

Aquel desplante y aquella chulería colmó la paciencia del monarca, que quedó humillado ante toda la curia. Bramando de cólera, tras abandonar el vizcaíno la sala dijo:

- Nunca yo tal tiempo tuve commo agora para vengarme destos que tanto mal me han fecho é en tanto mal me andan.

Así pues, en cuando Lope Díaz retornó, tiempo le faltó al rey para provocarlo, reclamándole las tenencias de los castillos de realengo que le habían sido entregados, a lo que añadió que de allí no saldrían ni él ni sus acompañantes hasta que satisficiese su demanda. Y la provocación surtió efecto en el colérico y arrogante conde, el cual, dominado por la ira, exclamó delante de todos:

-¿Presos? ¿Cómo? ¡A la mierda! ¡A mí, los míos!

Dª María de Molina defendiendo a su cuñado,
el infante don Juan de Castilla
Y tal como berreaba echó mano a su daga y se abalanzó contra el rey dispuesto a segarle la vida. Pero los demás presentes no desaprovecharon la ocasión de dar término a la privanza del despótico noble, y uno de ellos, desenvainando su espada, le lanzó un tajo a la mano armada del conde, la cual cayó límpiamente amputada empuñando aún la daga. Un macero de la guardia real lo acabó propinándole un mazazo en el cráneo que lo dejó fulminado. El infante don Juan, que también había metido mano a la espada, no acabó como el conde porque la mujer del rey, María de Molina, se interpuso para que no tuviera lugar un fratricidio, y el primo del vizcaíno fue muerto por el mismo rey el cual, antes de acuchillarlo, se encaró con él reprochándole que se dedicó a llevar a cabo algaras dentro del mismo reino:

-¿Qué vos merescé por que me acorredes la mi tierra, seyendo mi vasallo?- le preguntó. Y al no obtener respuesta por parte de Diego López de Campos lo mató allí mismo.

Un año, seis meses y ocho días duró la privanza de Lope Díaz de Haro, tras lo cual las aguas volvieron a su cauce, los nobles de la curia se aplacaron y el monarca se percató de que el que debía ejercer el poder era él mismo, y no un privado con ardientes deseos de ser un rey en la sombra. Sin embargo, la muerte de Lope Díaz no aplacó a los Haro. Su hijo Diego López tardó menos que canta un gallo en hacer la guerra al rey Sancho, pero eso ya es otra historia.

Hale, he dicho 

martes, 22 de enero de 2013

La espada-sable Puerto Seguro


Carga del Rgto. de Caballería Alcántara en el Rif. Los jinetes empuñan la espada Puerto-Seguro, ideal para convertir a los moros en pinchitos morunos. El cuadro es obra de Ferre Clauzel




Antes de comenzar la lectura, sírvanse vuecedes picar en el fondo musical para darle ambientillo a la cosa. Es el toque a degüello de la caballería española, usado para hacer saber al hideputa del enemigo que no habría piedad, y que nuestros jinetes les rebanarían el cuello bonitamente y los patearían a su sabor con sus briosos corceles. ¿Ya? Acojona, ¿eh? Pues más debían acojonarse los moros cuando lo escuchaban y veían a nuestra caballería abalanzarse sobre ellos en Marruecos, formando una masa aullante armada con el arma protagonista de ésta entrada, la espada Puerto Seguro.

Y digo espada porque eso de espada-sable es una auténtica memez que por algún ignoto motivo le fue asignada. El arma que nos ocupa tenía una hoja recta como un huso, así que era una espada. Bueno, al grano...

En primer lugar conviene hablar de su creador y de la curiosa historia sobre su invento. Hablamos de un aristócrata del más rancio abolengo hispano. Se trataba del capitán de caballería don Luis María de Carvajal y Melgarejo, Grande de España, III duque de Aveyro, XII marqués de Puerto Seguro, XI marqués de Goubea, XII conde de Portalegre, XV conde de Bailén, I conde de Cabrillas e incluso diputado a Cortes por Vitigudino. Todo eso, sí. Nuestro hombre tenía la sangre más azul que la bandera de la Unión Europea. Pero la cosa es que, además de linajudo, era un experto en su oficio. De hecho, escribió dos libros sobre el tema: "Cosas de espadas", publicado en 1904, y "La espada en la actualidad" en 1910. Así pues, a comienzos del siglo XX nuestro marqués tenía claro un concepto, y es que no era nada conveniente mantener la enorme cantidad de modelos de armas blancas en servicio, cada una distinta en función del instituto montado. Por lo tanto, preparó un proyecto que, en su momento, sería presentado a la Junta Consultiva de Guerra y en el que presentaba las conclusiones de sus profundas meditaciones espaderas.

Previamente, dos oficiales de caballería, el teniente coronel Valdés y el comandante Planas habían presentado sendos proyectos en una línea similar a lo que el marqués tenía in mente si bien no fueron tenidos en cuenta y en los que se propugnaba precisamente lo mismo que sugería nuestro hombre, y es que la futura arma en servicio para todas las unidades a caballo debía tener la hoja recta, desechando los típicos sables al uso en casi todos ellos en aquella época. Sin embargo, el marqués era hombre de recursos así que, al parecer, se largó de viaje por Francia y adquirió una hoja del modelo 1896 para dragones y coraceros y el cual podemos ver en la foto de la izquierda. En 1903, don Luis presentó su proyecto al ministerio de la Guerra que, tras pasarlo al órgano correspondiente, se temieron que la espada en cuestión era un plagio como una catedral. La hoja era de procedencia francesa, las guarniciones similares a las presentadas en su momento por el teniente coronel Valdés y las cachas, fabricadas en madera, eran una opción ya en uso desde mucho antes, ideada por el capitán de artillería Robert y aplicada al sable modelo 1895. La única innovación que aportaba el arma presentada por don Luis era simplemente que la espiga, en vez de ir remachada de la forma convencional al pomo, iba atornillada. 

Total, que a pesar de la gran cantidad de pegas que le puso la Junta Consultiva, el arma fue aceptada. ¿Por qué? Pues muy sencillo. Porque nuestro hombre era un aristócrata y, lo más importante quizás, gozaba de una muy buena amistad con el rey Don Alfonso XIII. Así pues, el plagio del marqués se convirtió en la espada-sable Puerto Seguro modelo 1907-18 de la cual se fabricaron diversas variantes según el cuerpo o grado donde servirían, dando pie a todo un sistema de armas que ha perdurado hasta nuestros días. Con variaciones en lo tocante a las guarniciones, materiales de las cachas y largo de la hoja, esta espada lleva ya más de un siglo en el ejército español. Pero yo me limitaré a profundizar en la verdadera arma de caballería y no en los diferentes modelos creados para oficiales como espada de ceñir, y la cual podemos ver en la foto inferior. Si la comparamos con el modelo francés visto más arriba, salvo en las guarniciones las similitudes son bastante, digamosss... irritantes. Con todo, las cosas como son, es una espada bonita.


Así pues, en un Real Decreto aprobado el 23 de septiembre de 1908, se declaraba como reglamentaria la espada-sable modelo Puerto Seguro, con la única diferencia respecto al prototipo original en que la vaina debía ir recubierta con cuero color avellana, medida ésta destinada a impedir la oxidación de la vaina metálica así como los destellos que reflejarían en su superficie pulida a espejo y niquelada. Para paradas y demás actos castrenses se podía quitar la funda de cuero y dejar la vaina original a la vista, que quedaba más molona. Veamos el arma con más detalle...

A la derecha tenemos las guarniciones. Están formadas por una cazoleta de acero reforzada en todo su perímetro por un reborde. Como se ve, lleva cincelado el escudo del arma de caballería rematado por la corona real. La cachas están fabricadas de madera cuadrillada, lo que se consideraba poco menos que una herejía a pesar de que el sable Robert mod. 1985 ya había adoptado esa solución, como se comentó más arriba. La tradición dictaba que la empuñadura debía ser de una pieza, envuelta en piel de lija y recubierta con un torzal de alambre. Sin embargo, el marqués optó más por lo funcional y, de paso, más económico. Hay que reconocer que en eso tenía razón. Dichas cachas iban fijadas a una espiga plana mediante tornillos. La cazoleta iba soldada a la espiga, y sobre el conjunto llevaba una monterilla la cual se atornillaba al mismo. El resultado era una espada robusta, provista de una hoja de 90 cm. de longitud y apenas 29 mm. de ancho, con vaceos a lo largo de casi toda la hoja. El peso total de la espada era de 1.110 gramos, y su longitud de 1.050 mm. En la unión de la hoja con la cazoleta llevaba un guardapolvos de piel de ante. En cuanto a la vaina, estaba fabricada con acero niquelado. Por dentro llevaba unas costillas de madera para darle más consistencia. Iba provista de un batiente al final de la misma y de dos presillas con una anilla para fijarla al cinturón. En la cazoleta se anudaba un fiador de pelo de cabra rematado por una bellota de hilos de oro. Para los que desconozcan eso del fiador, sepan que era un simple cordón con un nudo corredizo que se aseguraba en la muñeca tras desenvainar el arma a fin de no perderla en combate.

Húsar de Pavía
Como ya se comentó en la entrada referente a las espadas para caballería de línea y cuya lectura recomiendo para mejor entendimiento de éste detalle, estas armas eran terriblemente efectivas, siendo mucho más mortíferas que los sables a pesar de que se suele pensar lo contrario. De hecho, incluso las unidades de húsares del ejército español dijeron adiós a sus tradicionales sables para verlos sustituidos por la espada Puerto Seguro. Y aunque su diseño estaba encaminado para herir de punta, un golpe de filo en la cabeza del enemigo podía romperle el cráneo tranquilamente. Basta ver la foto de la izquierda para imaginar la energía que desarrollaría esa espada en manos de un jinete lanzado como una tromba contra el enemigo. Combatieron satisfactoriamente durante la guerra de Marruecos, donde alcanzó la gloria y la inmortalidad el Regimiento de Cazadores de Alcántara cuando, cubriendo la retirada de las tropas españolas en Dar Drius, llevaron a cabo nada menos que ocho cargas contra los rifeños, sufriendo un 90% de bajas. Años más tarde vieron su ocaso en la guerra civil, en la que tuvieron lugar las últimas cargas de caballería. A partir de ese momento, la espada quedó relegada a arma de ceñir por parte de la oficialidad en paradas y desfiles, así como las usadas por los escuadrones de caballería de la Guardia Real y la Guardia Civil. Estos ejemplares ya carecen de los acabados y calidades del modelo original ya que, obviamente, jamás entrarán en combate.

Así pues, a la espada plagiada del marqués de Puerto Seguro le cupo el honor de ser la última espada de caballería que blandieron nuestros jinetes antes de pasar a ser un glorioso recuerdo.

Hale, he dicho


POST SCRIPTVM: Para contemplar la imagen de cierre y sentir como el vello se les pone de punta, deléitense vuecedes con la misma mientras escuchan la marcha que aparece arriba.


Cuadro del genial Ferrer Dalmau que recrea la carga del Río Igan, en la que el Rgto. de Cazadores de Alcántara Nº 14 fue más allá del heroísmo. Al mando del teniente coronel Don Fernando Primo de Rivera, lograron proteger la retirada del maltrecho ejército español en Annual a cambio de dejar en el campo un 90% de sus efectivos. Pero para cojones, los nuestros, qué carajo...