Bueno, no eran exactamente castillos tal como los imaginamos, sino más bien una táctica usada en el este de Europa a finales de la Edad Media y que, ciertamente, dio unos resultados francamente satisfactorios. Pero para entender mejor de qué va la cosa, lo suyo es ponernos en contexto. Veamos...
Ese señor que aparece en la iluminación de la derecha y que es el principal protagonista de la barbacoa que están preparando dos sayones es, por así decirlo, el origen de estos castillos portátiles. Pero no porque fuese el que tuvo la idea de crearlos ni nada semejante, sino por ser metamorfoseado en torrezno, lo que dio lugar a un largo conflicto civil en Bohemia que duró desde 1419 hasta 1434. Me refiero, naturalmente a Jan Huss, un clérigo, teólogo y filósofo de Bohemia el cual fue un precursor de las ideas de Lutero un siglo después, las cuales no eran precisamente del agrado de la Iglesia ni del emperador Segismundo, que no dudó en mandarlo quemar en Constanza en julio de 1415. ¿Que qué tienen que ver el culo con las témporas, y este cura herético con los castillos? Ahora lo veremos, tranquilos...
La ejecución de Huss no sentó nada bien ni a la población ni a la nobleza de Bohemia, que ya se habían convertido en fieles seguidores de las ideas del clérigo cremado, y enviaron al emperador una misiva en unos términos digamosss...poco diplomáticos, lo cual sentó como una patada en el páncreas al emperador Segismundo, el cual les devolvió la pelota jurando por sus barbas que no dejaría un husita vivo. Y la cosa empezó a ponerse peligrosamente tensa hasta el extremo de que en julio de 1419, justamente cuatro años después de la ejecución de Huss, un grupo de husitas capitaneados por un tal Jan Želivský arrojaron por las ventanas del ayuntamiento de Praga a los enviados imperiales. Ese acto de violencia, el cual pasó a la historia como la "Defenestración de Praga", fue la chispa que acabó desencadenando el conflicto, el cual contó con el apoyo de Roma al obtener bula de Cruzada contra los herejes bohemios.
Bien. Estos son los antecedentes, así que ya podemos explicar de qué iba la cosa esa de los castillos portátiles. Uno de los principales líderes del movimiento husita fue éste señor de aspecto severo, provisto de un imponente mostacho y que porta en su mano derecha una maza que lo caracterizó durante todo el conflicto. Se trata de Jan Žižka, un miembro de la baja nobleza bohemia que dedicó su vida a la milicia, sirviendo como mercenario en Polonia y que se vio convertido a los 59 años de edad en uno de los más preclaros líderes de los seguidores de Jan Huss. Y fueron precisamente sus conocimientos y experiencia militares los que le hicieron tener muy claro desde el primer momento que un ejército formado en su mayoría por labriegos, granjeros y burgueses no tenía absolutamente nada que hacer contra las tropas imperiales, cuya caballería, como era normal en la época, estaba nutrida por nobles y hombres de armas que podían barrer literalmente del campo de batalla a su gente en un santiamén.
Así pues, aparte de crear una especie de ordenanzas militares y de preocuparse de entrenar a sus bisoñas tropas en las que, además de hombres en edad militar, figuraban los críos, mujeres y viejos de muchas poblaciones, tuvo una idea bastante curiosa para la época basada en los gulyay gorod rusos. Gulyay gorod significa "ciudad ambulante" y, como se ve en la foto de la derecha, no eran más que unos enormes manteletes provistos de ruedas y con troneras que, unidos unos a otros o con estacadas o caballos de frisia entre ellos, se convertían literalmente en un muro con los que podían fortificar rápida y fácilmente sus campamentos y, de ese modo, resguardarse de posibles ataques por sorpresa por parte del enemigo.
Columna de vagones de guerra y de carros normales |
Pero Žižka fue bastante más allá de estos muros portátiles. Se le ocurrió llevar a cabo una serie de modificaciones en simples carros de granja propios de su tierra, inspirado en parte en el uso que se hacía de los carromatos que seguían a los ejércitos con toda la impedimenta, bastimentos, etc. O sea, unir el concepto de movilidad de los carros con la defensa que ofrecían los gulyay gorod contra los ejércitos enemigos, especialmente la arrolladora caballería de la época. El resultado fue lo que se dio en llamar "vagón de guerra", y se convirtieron en el símbolo de las tropas husitas hasta nuestros días.
Ahí tenemos una magnífica réplica que se puede admirar en el castillo de Visegrad (Hungría), basada en numerosas representaciones gráficas de la época y que nos permitirá conocer a fondo este peculiar carro con el que Žižka y su ejército de husitas pudieron, no solo enfrentarse a las tropas imperiales, sino incluso infligirles varias derrotas. Como vemos, es en apariencia un carromato propio de granjeros, de esos en los que se apilaban enormes cantidades de paja o heno. Era un vehículo robusto, reforzado con flejes de hierro en esquinas y zonas más susceptibles de sufrir daños. Para mejorar su capacidad de maniobra, el armazón del carro tenía una pequeña capacidad de giro, y sus laterales inclinados hacia fuera permitía, como se ve en la foto, adosar gruesos tablones como protección adicional sin que estorbaran las ruedas. Podían igualmente añadírseles parapetos en el lado derecho, que era por norma el que se ofrecía al enemigo, provistos de troneras de forma triangular para disparar los rudimentarios truenos de mano de la época y que, por cierto, fueron profusamente usadas en aquel conflicto.
Ahí tenemos una vista de la parte trasera del carro. En la parte inferior, entre las ruedas, se aprecia un tablón con varias troneras triangulares, destinado a impedir que los enemigos intentaran trepar al carro, así como a mantener a distancia a los mismos con fuego de cañones de mano o de ballesta sin quedar expuestos. El cubo que cuelga es uno de los dos con que contaba cada vehículo, y estaban destinados tanto a dar de beber a los caballos como a apagar fuegos en caso de necesidad. Conviene aclarar que cada carro contaba con una dotación de armas y útiles con los que hacer frente a cualquier situación tanto en combate como durante las marchas o a la hora de plantar el campamento. Así, además de los dos cubos, cara carro iba provisto de dos espadas, dos picos, dos azadones, palas, dos lanzas con ganchos y una cadena usada para unir los carros en las acampadas o en batalla. Caso de ser un carro destinado a artilleros, se le añadía la munición y la pólvora necesaria. Además, en todos los vehículos se instalaba un cajón adosado al lado derecho que contenía piedras para lanzar contra el enemigo, como cuando intentaban escalar por una muralla.
En el lateral izquierdo se abría una puerta que, al bascular, formaba una rampa por la que los hombres de la tripulación podían acceder al carro, tal como vemos en el dibujo de la derecha. También podemos apreciar los postes que servían de protección a las ruedas, los cuales podemos verlos unidos desde el cubo hasta la parte superior del vehículo. La tripulación de cada carro estaba formada por dos conductores, los cuales no eran combatientes ya que su misión en batalla era permanecer al cuidado de los cuatro caballos que tiraban del vehículo. La tropa asignada a cada carro se componía de seis ballesteros, dos artilleros y catorce peones armados con mayales, hoces de guerra y morgenstern principalmente, así como otras armas enastadas como alabardas, guadañas de guerra, etc. A todos ellos, añadir dos paveseros (portadores de paveses) cuyo cometido era proteger a los ballesteros caso de tener algunos de ellos que combatir al descubierto. Obviamente, todos no combatían dentro del vagón de guerra simplemente porque no cabían. Lo habitual era que los ballesteros y artilleros lo hicieran dentro, mientras que los peones se colocaran entre los carros. Las rudimentarias bombardas se emplazaban también en los espacios libres entre cada carro.
Bien, con lo que hemos visto ya creo que queda claro qué eran y para qué servían estos peculiares vehículos. En lo tocante a su empleo táctico, que es lo que da título a la entrada, la idea de Žižka no era otra que distribuirlos en el campo de determinadas maneras según las circunstancias. En el grabado de la izquierda podremos verlo con más claridad: se trata de un verdadero castillo rodeado por un foso y en cuyo interior evolucionan las tropas que se protegen gracias a sus defensas. En este caso se trata de un campamento, pero en plena batalla podían maniobrar para lograr una formación similar o conforme a la orografía del terreno. En cuanto tenían noticia de que el enemigo se aproximaba, se ordenaba a los capitanes (cada carro tenía el suyo propio) a través del zeilmeistern (jefes de línea que mandaba una columna de entre 50 y 100 carros), que se dispusieran al combate y formaran los vehículos de tal o cual manera en función del terreno.
Rápidamente se desenganchaban los caballos, que eran retirados al interior, y se distribuían las tropas conforme la misión asignada a cada uno. En la ilustración de la derecha tenemos un ejemplo: dos artilleros están terminando de emplazar una bombarda entre dos vagones. Apoyado en una rueda tenemos un juego de armas formado por una cuchara para la pólvora y dos atacadores. Bajo la bombarda se ven algunos bolaños, que en esa época aún no se usaban las balas de hierro.
Y cuando el combate terminaba, o bien se volvía a formar la columna y proseguían su camino, o bien instalaban un campamento como el que vemos en el grabado inferior. En el mismo podemos observar como los carros forman dos círculos concéntricos entre los que se distribuyen las tiendas de campaña, quedando la parte central reservada, como es lógico, para el comandante del ejército y los personajes más relevantes. En el ángulo inferior izquierdo podemos ver la rudimentaria puerta de acceso a la fortificación, así como algunas bocas de fuego dispuestas a entrar en acción en caso de un ataque por sorpresa.
Mayales, hoces y horca de guerra usados por los husitas |
Bien, estos eran los castillos portátiles. Los vagones de guerra permitieron a un ejército sin apenas preparación militar y armados en su inmensa mayoría con armas de circunstancias enfrentarse de forma exitosa a la selecta caballería imperial, que una y otra vez chocaron contra un muro que, de forma similar a los castillos de piedra, se convirtieron en fortificaciones casi inexpugnables desde las que los husitas se podían permitir machacar bonitamente las nobles testas de la nobleza del imperio germánico. En todo caso, a pesar de que la idea fue bastante buena, los ejércitos occidentales no la explotaron y optaron por seguir triturándose en campo abierto que, al parecer, les daba más morbo y tal. O igual era porque si ambas partes se encastillaban en sus carros de guerra, ¿quién leches combatía? Se quedarían mirándose unos a otros separados a una distancia prudencial, esperando que la tierra se abriera de repente y se tragara al enemigo.
Bueno, con esto vale por ahora mientras termino de preparar lo de los martillos.
Hale, he dicho
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