lunes, 25 de noviembre de 2013

Hombres de armas. La guarnición de un castillo de frontera



La guarnición de un castillo se rinde a los sitiadores

No viene mal, aparte de descansar un poco de tanta fortificación, repasar lo concerniente a los hombres que guarnecían los castillos de aquella época, así como los diferentes grados o cometidos que tenían. Veamos pues...

Documento fechado en 1474 en el
que se especifica la fórmula de juramento
 que debían prestar los alcaides
El número de integrantes de la guarnición de una fortaleza era de lo más dispar. O sea, no había ningún tipo de normativa que regulase la cantidad de efectivos que debían componerla. Eran las necesidades del momento las que dictaban cuántos hombres debían nutrir la guarnición, y era la corona o el concejo de los que dependía los que tenían la obligación de enviarlos. Así pues, en tiempos de paz una guarnición podía ser tan mínima como el alcaide y un par de hombres o, en caso de guerra, una treintena de caballeros u hombres de armas y otros tantos peones. En todo caso, lo que si hay que olvidar son esas guarniciones de decenas y decenas de hombres que salen en las películas.

Por lo general, los hombres que debían servir en tal o cual castillo procedían de las poblaciones que guardaba. Salvo los profesionales de la guerra, como los caballeros o los hombres de armas, el resto del personal eran gente normal y corriente: artesanos, labriegos, ganaderos, etc., los cuales tenían la opción de formar parte de la guarnición a cambio de un estipendio abonado por el alcaide. Caso de que en las poblaciones cercanas al castillo no hubiera los suficientes hombres capacitados para el servicio de las armas, el concejo del que dependía el castillo, el tenente del mismo o la corona se encargaban de enviarlos procedentes de otros lugares. Lo importante era "...tener en el castillo tantos omes e tales con que lo pueda bien guardar", así que se buscaban donde fuera necesario. Dicho esto, los componentes de las guarniciones eran los siguientes:

La torre del homenaje, residencia del alcaide y símbolo
del poder
Los alcaides. Término procedente del árabe qâ'id, caudillo. Los alcaides eran los encargados de la custodia de la fortaleza y el jefe militar de la guarnición. Tenían a veces otras atribuciones referentes a cuestiones de tipo jurídico y/o civil en la o las villas que estaban bajo la protección del castillo. Eran nombrados por los reyes, los tenentes o los concejos, según de quien dependiera la fortaleza, y su estipendio lo recibían trimestralmente. Se requería de ellos que fuesen hombres rectos, de probada lealtad y, si era posible, que dispusieran de medios económicos para que no cayeran en la tentación de apropiarse de los dineros enviados para los gastos de mantenimiento y demás de la fortaleza. El salario de un alcaide iba en función de la importancia del castillo al que era destinado. De ese modo y para hacernos una idea, en el siglo XIV la cifra podía oscilar entre los 600 maravedises para una alcaidía lejana a la frontera a los 3.000 de una situada en algún castillo fronterizo, como los de la Banda Gallega o la Morisca. En el siglo siguiente, dichos salarios aumentaron de forma notable debido a que las alcaidías ya no eran concedidas a simples infanzones, sino a nobles o miembros de los concejos de las ciudades importantes. Así pues, había alcaidías que a finales del siglo XV percibían más de 350.000 maravedises, si bien en ese dinero se incluía a veces el salario de la guarnición o posibles gastos para reparos en el castillo. Cuando los viejos castillos hispanos perdieron su uso militar, en muchos casos se siguió nombrado alcaides para los mismos, aunque estaban abandonados y camino a la ruina, como cargo honorífico. De hecho, hubo castillos con su alcaide hasta los años 20 del pasado siglo, y el alcázar de Segovia aún lo mantiene.

Hombre de armas
Los caballeros y hombres de armas. Estos profesionales de la guerra eran vasallos de las casas nobiliarias que detentaban las tenencias, o bien se ponían al servicio de los concejos o eran vasallos del rey. Su misión como militares cualificados los hacía sumamente importantes ya que, por razones obvias, eran lo que menos tendencia tenían a largarse en caso de ponerse las cosas chungas y, por otro lado, no se veían coartados por cuestiones derivadas de otros oficios y de la atención que requerían los mismos como ocurría con los agricultores o los ganaderos. Por lo general y tanto en cuanto eran militares profesionales, el armamento que usaban era de su propiedad, no recibiendo compensación económica por ello ya que su salario era superior al de los peones.

Ballestero cargando una
ballesta de torno
Los ballesteros y lanceros. Por lo general procedían de la villa que dependía del castillo de turno, y así constaban en los padrones. Eran vecinos con cierta cualificación militar que eran requeridos para el servicio por un determinado período de tiempo según las necesidades del momento. Su salario lo percibían por lo general antes de partir, si bien en caso de que el servicio durase menos de lo esperado debían reembolsar la diferencia del dinero percibido (imagino que con el cabreo consiguiente). Con todo, también podía estipularse que el cobro fuera al terminar el contrato. El pago lo efectuaba bien el concejo del que dependían, o bien la o las villas guardadas por el castillo. Caso de no haber dineros en ese momento, el alcaide lo adelantaba de su estipendio y le era reembolsado más tarde. El armamento que usaban era el disponible en el castillo salvo ocasiones en que por circunstancias diversas se ordenaba que acudieran con armamento propio. Lo mismo ocurría con las raciones de comida necesarias para cubrir el viaje hasta el castillo, si bien por lo general les era abonado un dinero en concepto de dietas, como diríamos hoy día. Una vez terminado el servicio les era entregado un albalá firmado por el alcaide a modo de justificante, el cual debían mostrar si se les era requerido para no ser tenidos por traidores y desertores.

Espingarderos
Los espingarderos. Este tipo de tropas surgió a finales del siglo XV en las zonas de frontera debido a la aparición de las armas de fuego. Su armamento, obviamente caro, era entregado a los espingarderos en los castillos, así como la pólvora y las pelotas de plomo. Por lo demás, sus condiciones de servicio y económicas eran las mismas que las de los ballesteros y lanceros.

Bien, estos eran los hombres que componían una guarnición pero, ¿cuáles eran sus cometidos? Veámoslos...

Aparte de guardar el recinto fortificado en sí mismo, había otra serie de obligaciones que debían atender. O sea, que no se limitaban a vigilar que nadie entrara en el castillo, lo que no era excesivamente complejo ya que bastaba cerrar y atrancar las puertas. Así pues, había otros servicios de gran importancia que no solo debían impedir la invasión del recinto, sino posibles movimientos de tropas enemigas en las cercanías. Veamos pues las distintas obligaciones de la guarnición:

Los adarves, donde se realizaban las velas y las guardas
Las guardas. Eran el servicio básico, que consistía en vigilar durante el día que nadie se acercase al recinto o intentase alguna maniobra hostil contra el mismo.

Las velas. Lo mismo que las guardas, pero durante la noche. Había ocasiones en que se requerían los servicios de hombres de las poblaciones cercanas solo para efectuar las velas, pudiendo así la guarnición regular descansar sin problema. Estas velas eran pagadas aparte como un servicio especial y, en todo caso, eran encomendadas a hombres de total confianza por ser la noche la hora más comprometida. De hecho, en algunas Partidas se encomendaban las velas a los caballeros y hombres de armas por ser considerados como más adecuados que los simples peones.

Las rondas. Consistía en la vigilancia exterior del recinto, si bien sin alejarse mucho del mismo. Su cometido no era otro que controlar posibles infiltraciones o descubrir a escuchas del enemigo que podían dar información sobre el castillo.

Los escuchas. Eran los encargados de adentrarse en territorio enemigo para recabar información sobre sus movimientos a fin de aprestarse a la defensa. Obviamente, debían ser hombres muy bragados, ágiles y dispuestos a cualquier cosa para volver vivos y enteros a su castillo.

Atalaya
Los atalayas. Eran hombres de la guarnición o enviados desde los pueblos cercanos a las torres de vigía con el fin de avistar el territorio circundante y avisar al castillo y poblaciones cercanas del peligro, bien con ahumadas o con candelas. Estos atalayas o torreros no tenían sentido más que en épocas de guerra, y su salario solía ser abonado por las poblaciones caso de no formar parte de la guarnición.

Y como colofón, ¿qué ganaban estos hombres? Pues unos salarios ligeramente superiores a los de cualquier artesano por lo general. Veamos algunos ejemplos comparativos del último cuarto del siglo XV...

Un esquilador cobraba 22 maravedises al día, y era un sueldo bastante decente comparado con otros ya que, por ejemplo, un podador cobraba 15 y un pisador de uva 14. Sin embargo, un peón (ballestero o lancero) ganaba en esa época entre 25 y 30 maravedises diarios, lo que suponían entre 750 y 900 maravedises al mes, que era una cifra superior a la que cobraba un cerrajero o un armero (500 mrs.). Los caballeros y hombres de armas ganaban más, si bien en esa época los salarios se habían equiparado bastante, cobrando diariamente entre 30 y 55 mrs. Los espingarderos ganaban unos 30 mrs. diarios, lo que suponía un salario superior al de un peón. 

Bueno, así estaban las cosas en aquella turbulenta época. En todo caso, intuyo que más de uno tenía una idea bastante diferente a la realidad, de modo que celebraré haberle esclarecido este tema.

Es hora de la sacrosanta merienda, así que me piro.

Hale, he dicho



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