Hay bastantes tópicos extendidos entre los ciudadanos interesados en cuestiones equino-militares que no se molestan en profundizar en el conocimiento del tema, y que radican por lo general en una serie de estereotipos que, como suele pasar casi siempre, han sido propalados por la literatura o el cine. Este último medio, el cual siempre he considerado como un nefasto propalador de camelos en vez de una eficaz herramienta para divulgar conocimientos a la par que solaz y entretenimiento al personal, ha buscado ante todo la vistosidad del espectáculo antes que el rigor histórico, y de ahí precisamente la creación de esa serie de tópicos que siguen pululando por las mentes de las "personas humanas" que gustan de estos temas.
Como es de todos sabido, la caballería se instituyó como el arma decisiva durante la Baja Edad Media. La evolución del jinete hacia un caballero pesadamente armado y adiestrado ex-profeso para combatir a caballo- según vimos en la entrada dedicada al origen de esta fuerza militar- se convirtió en algo tan devastadoramente eficaz que nada era capaz de hacerle frente. Ello se debía, más que a la potencia en sí de los poderosos bridones y a la destreza de sus jinetes, a la falta de profesionalidad de la infantería de la época. Estos infantes, guerreros de circunstancias que combatían como milicianos conforme a las leyes de la época, eran simples labriegos y campesinos que eran llamados a la guerra por sus señores y que acudían a la misma mal armados y con escasa o ninguna preparación. Si nos ponemos en el lugar de uno de estos milicianos, no hace falta hacer un gran esfuerzo imaginativo para intuir lo que debían sentir al verse venir sobre ellos cien o doscientos caballos enormes cargando estribo contra estribo y cabalgados por profesionales de la guerra provistos de un armamento defensivo y una destreza en su oficio a años luz de la que tenían ellos. Obviamente, salvo que la carga se dirigiera contra mesnadas nutridas por mercenarios o milicianos muy disciplinados y con un nivel de entrenamiento adecuado, el empuje de los caballos coraza desbarataría a la infantería en un periquete y saldrían echando leches del campo del honor como si vieran aparecer en casa un domingo por la mañana al cuñado acompañado de toda la prole incluyendo a su mamá y al chucho adoptado por aquello de la solidaridad con los animalitos. Terrorífico, ¿no?
El mosquete provisto de una larga bayoneta convirtió al piquero y al arcabucero en un solo hombre |
Bien, como ya sabemos, el Renacimiento trajo consigo la profesionalización de los ejércitos y, con ello, el comienzo del declive de la caballería como arma definitiva, retornando la infantería a su antiguo papel de reina de los campos de batalla. Pero el punto de inflexión llegó a partir del siglo XVIII, cuando las batallas las reñían ejércitos de miles de hombres, y los estrategas ya no podían basar el éxito de la jornada en un movimiento fulgurante de sus tropas y sanseacabó. Antes al contrario, las batallas se convirtieron en verdaderas partidas de ajedrez que duraban horas y horas y en las que un error a la hora de mover una determinada unidad en el tablero podía costar muy caro. Y en ese maremagno de tropas distribuidas en una extensión de terreno enorme estaba la gloriosa y gallarda caballería la cual, muy a pesar suyo, ya no tenía el protagonismo de antaño a pesar de que se suele pensar lo contrario. Así pues, ¿cómo y bajo qué premisas se decidía llevar a cabo una carga? A ello vamos...
Coraceros españoles |
Hay que tener en cuenta que en cuanto el enemigo se percatase de que la caballería maniobraba para iniciar una carga, obviamente dirigirían sus recursos contra ellos en forma de disparos de artillería -con balas, granadas o bien con botes de metralla-, lanzando a su propia caballería mediante una contracarga y, naturalmente, un nutrido fuego de fusilería que también hacía estragos entre los jinetes que avanzaban a pecho descubierto y que no podrían ofender al enemigo hasta llegar al contacto. Pero hasta que ese momento llegase muchos caballos volverían de vacío a las líneas de partida, y hablamos de verdaderas escabechinas a veces. Un ejemplo bastante gráfico lo tenemos en la imagen de la derecha, que muestra la famosa coraza del carabinero Antoine Favreau, cuya caja torácica sufrió ciertos desperfectos en Waterloo cuando una bala de cañón puso a prueba la resistencia de la elegante coraza de latón que cubría su cuerpo.
Por otro lado, es también inexacta la creencia de que los escuadrones atacaban por norma en masa, formando un amplio frente. En realidad, la distribución de las tropas sobre el campo de batalla estaba condicionada ante todo por el terreno, que podría permitir o no determinados despliegues. En caso de tener ante sí un espacio lo suficientemente amplio sí se cargaba formando líneas y estribo contra estribo, pero si el espacio disponible era inferior se podía optar por disponer los escuadrones de forma escalonada de forma que actuaran en oleadas consecutivas. Al ofrecer una línea más reducida se perdía poder de choque, pero se compensaba con cargas sucesivas, o bien los escuadrones que marchaban tras el que abría la formación se encargaban de intentar envolver al enemigo por los flancos mientras estos estaban ocupados en detener la carga central. En fin, tácticas había muchas, y cada comandante elegía la que podría convenirle en cada momento. Lo que sí debe quedar claro es que la caballería pesada no atacaba en plan masa enloquecida sin orden ni concierto como sale en las pelis porque, y eso se pudo comprobar en su día más de una vez, cargar así era totalmente inútil contra cuadros de infantería que iniciaban un devastador fuego de fusilería en cuanto los tuvieran a tiro. Un jinete aislado no tenía absolutamente nada que hacer contra las bayonetas que erizaban los cuadros de infantes y que se clavarían tanto en él como en su montura nada más llegar al contacto.
En ese momento es cuando se espoleaba a las monturas y se avanzaba a galope tendido extendiendo el brazo que portaba la espada, porque, y ese es otro tópico, mantener la espada con el brazo extendido un rato cansa una burrada. Y si no, prueben vuecedes a mantener apenas un kilo de peso en la mano durante dos o tres minutos y ya me dirán. Había que reservar las fuerzas para el momento supremo tanto en hombres como en caballos, y agotar a ambos antes de tiempo para que quedase la cosa bonita es el enésimo tópico chorra. Además, eso de que todo el escuadrón cargaba enfilando las espadas es otro camelo. De hecho, solo los componentes de la primera línea apuntaban con sus armas al enemigo. Las líneas que marchaban detrás las mantenían en posición vertical hasta el contacto. Por cierto que los húsares, que como se ha dicho iban armados con sables en vez de con espadas, en vez en enfilar los mismos hacia el enemigo los enarbolaban sobre sus cabezas ya que eran armas para herir de filo, por lo que tras el contacto lo que harían sería golpear a arriba abajo, y no herir de punta como un coracero armado con una espada.
Así pues, y resumiendo, las fases de una carga serían así: tras disponer a las tropas se ordenaba desenvainar la espada. Ojo, no se extraía sin más de la vaina, sino que se aseguraba a la muñeca mediante un fiador como el que vemos en la foto de la izquierda. El fiador era un cordón más o menos decorado provisto de un nudo corredizo y cuya finalidad no era otra que impedir la pérdida de la espada. Tras desenvainar y afianzar el arma se iniciaba el avance al trote. A unos 180-200 metros, el corneta tocaba a carga y del trote se pasaba a un galope sostenido procurando mantener el orden en la formación. Finalmente, a unos 50 metros, el comandante del escuadrón enarbolaba su espada, ordenaba cargar a viva voz y se lanzaban los caballos a galope tendido hasta llegar al contacto.
En fin, como hemos visto las verdaderas cargas se alejan un tanto de las que suelen figurar en el imaginario popular. Ni eran tan caóticas, ni galopaban cientos de metros antes del contacto, ni iba cada uno a su bola. Antes al contrario, se intentaba mantener el orden en las filas, no se enarbolaban las espadas dos horas antes de usarlas, se galopaba lo justo e incluso se distribuían en la formación a los suboficiales para que el personal no se largara antes de tiempo o se despistara porque, por ejemplo, en las cargas en línea era habitual que los situados en los extremos tendieran a abrirse más de la cuenta perdiendo incluso el contacto con la formación. Así pues, colocaban en los extremos a los sargentos que, como hombres más experimentados, guardaban mejor el orden cerrado. Resumiendo: ojo con los tópicos, que suelen despistar a cualquiera y luego queda uno fatal cuando discute acaloradamente con el cuñado que, de forma despiadada, te acaba demostrando que estabas en un error.
Bueno, vale por hoy.
Carga en línea |
Toque de carga, comienza la fiesta |
Así pues, y resumiendo, las fases de una carga serían así: tras disponer a las tropas se ordenaba desenvainar la espada. Ojo, no se extraía sin más de la vaina, sino que se aseguraba a la muñeca mediante un fiador como el que vemos en la foto de la izquierda. El fiador era un cordón más o menos decorado provisto de un nudo corredizo y cuya finalidad no era otra que impedir la pérdida de la espada. Tras desenvainar y afianzar el arma se iniciaba el avance al trote. A unos 180-200 metros, el corneta tocaba a carga y del trote se pasaba a un galope sostenido procurando mantener el orden en la formación. Finalmente, a unos 50 metros, el comandante del escuadrón enarbolaba su espada, ordenaba cargar a viva voz y se lanzaban los caballos a galope tendido hasta llegar al contacto.
En fin, como hemos visto las verdaderas cargas se alejan un tanto de las que suelen figurar en el imaginario popular. Ni eran tan caóticas, ni galopaban cientos de metros antes del contacto, ni iba cada uno a su bola. Antes al contrario, se intentaba mantener el orden en las filas, no se enarbolaban las espadas dos horas antes de usarlas, se galopaba lo justo e incluso se distribuían en la formación a los suboficiales para que el personal no se largara antes de tiempo o se despistara porque, por ejemplo, en las cargas en línea era habitual que los situados en los extremos tendieran a abrirse más de la cuenta perdiendo incluso el contacto con la formación. Así pues, colocaban en los extremos a los sargentos que, como hombres más experimentados, guardaban mejor el orden cerrado. Resumiendo: ojo con los tópicos, que suelen despistar a cualquiera y luego queda uno fatal cuando discute acaloradamente con el cuñado que, de forma despiadada, te acaba demostrando que estabas en un error.
Bueno, vale por hoy.
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