sábado, 4 de abril de 2015

Hisn al-Faraŷ, el guardián de Sevilla 1ª parte


Resto de las murallas que sirven de tapia trasera a las
viviendas que ocupan lo que fue el interior del recinto
Muchos sevillanos no serían capaces de identificar esta fortaleza por su nombre árabe, aunque si les decimos que nos estamos refiriendo al castillo de Aznalfarache, corrupción fonética de hisn al-Faraŷ, entonces lo conocerán hasta los cuñados más incultos. En todo caso, aún a los que les suene su denominación original es más que probable que no tengan ni idea de que, en su día, fue el castillo más grande de España e incluso de Europa, puesto que actualmente goza el otrora poderoso castillo de Gormaz (Soria). Y no hablamos de diferencias nimias en lo tocante a dimensiones ya que este último, que se yergue a lo largo de un estrecho risco, tiene un perímetro amurallado de 840 metros y ocupa una superficie de 1,2 Ha., mientras que nuestro protagonista alcanzaba los 1.250 metros de perímetro y nada menos que 8 Ha. de extensión. Por añadir algún dato más, que al personal suele gustarle conocer estos detalles para apabullar a sus cuñados, el castillo de Gormaz tiene una longitud de 375 metros entre sus extremos más alejados, alcanzando la fortaleza hispalense cien metros más. Ojo, estas mediciones no son rigurosamente exactas ya que han sido tomadas con el Sig-Pac, pero hablamos de errores de un par de metros arriba o abajo; o sea, una nimiedad considerando el tamaño de ambas fortificaciones. 

No obstante, colijo que el castillo de al-Faraŷ aún debería conservar su posición en la lista de fortalezas enormes ya que, aunque muy mermado en sus defensas, aún existe y quedan bastantes restos visibles más lo que está -y me temo que estará para siempre- bajo tierra. Es a todas luces el desconocimiento que se tiene sobre esta fortificación lo que la ha condenado al olvido y de ahí el motivo de esta entrada ya que, aunque su vida operativa fue mucho más breve que la de su "compañero de armas" del arrabal trianero, su importancia estratégica fue muy relevante, especialmente durante el férreo cerco al que Fernando III sometió a la Ixbiliya andalusí. Así pues y para irnos poniendo en situación, hagamos un poco de historia. 

ANTECEDENTES

Lo que queda de Hisn al-Faraŷ se encuentra en la población de San Juan de Aznalfarache, en el extremo meridional del Aljarafe, la ubérrima comarca situada al oeste de la ciudad que albergó cientos de alquerías, machares y, naturalmente, munias de los ricachones andalusíes que se largaban allí a pasar los asfixiantes estíos hispalenses rodeados de fuentes, parras, olivos, naranjos y, por supuesto, de huríes de carnes prietas como las de jugosas batecas de pulpa bermeja. Vivían del carajo, juro a Dios. Precisamente fue la inagotable fertilidad de sus tierras y lo agradable de su clima lo que hizo que la zona estuviera habitada desde los tiempos más remotos, habiendo constancia de un oppidum ibero por nombre Osset, si bien aún se mantiene cierto debate sobre si ocupaba el emplazamiento que tratamos u otros cercanos en el mismo Aljarafe. En cualquier caso y obviando el mentado debate, se da por sentado de forma mayoritaria que Osset se encontraba en el cerro  de Chavoya, una meseta de forma alargada en sentido norte-sur situada en la orilla derecha del Guadalquivir que se prestaba a la perfección para una buena defensa contra posibles enemigos. La ocupación romana transmutó la Osset ibera en IVLIA CONSTANTIA, la cual tomó el nombre de Julio César, que le dio la condición de municipio. Estudios llevados a cabo recientemente han permitido ubicar ambas poblaciones, una sobre otra, en el extremo septentrional del cerro de la Chavoya, concretamente en la zona marcada en rojo en la foto cenital que vemos arriba. La parte verde es la conocida como Barrio Bajo, que es la zona que se pobló tras la Reconquista, y en azul tenemos el Barrio Alto, que es la parte moderna de la ciudad.

EL ORIGEN DE LA FORTALEZA ANDALUSÍ

En ese fragmento de un grabado de Hoefnagel que muestra la ciudad de
Sevilla podemos ver sombreado en rojo el emplazamiento de Itálica. Sobre
el mismo tenemos en anfiteatro romano, que nunca llegó a quedar oculto,
y en el ángulo derecho las murallas de Sevilla
Osset debió convertirse con el tiempo en una fortificación de cierta relevancia, perdiendo quizás su condición de poblamiento en favor de la cercana Caura (Coria del Río), un lugar más favorable para la agricultura y el comercio tanto en cuanto la abundancia de agua y su situación a orillas del caudaloso Bætis lo debían hacer muy atractivo para llevar una existencia razonablemente decente. No obstante, la posición estratégica de Osset era tan evidente que perduró tras la desaparición del Imperio Romano ya que se encontraba justo encima de un meandro del río y, por ese motivo, no solo podía controlar el tráfico fluvial sino incluso cortarlo si se terciaba. Debemos tener en cuenta que, en aquella época, el Guadalquivir era navegable hasta Córdoba. Una reseña sobre el uso militar del antiguo oppidum nos la da Gregorio de Tours (538-594), que narra como el rey Leovigildo sitió Sevilla en el contexto de la guerra civil que mantenía con su hijo Hermenegildo. Este rebelde príncipe, habiéndose hecho fuerte en la ciudad, tuvo que ver como su padre le impuso un férreo bloqueo por el río Bætis gracias a la posesión de Osset, ocupado en 583, y de Itálica, situada al norte y muy cerca de la orilla derecha del río. Ojo, Itálica ya era una ciudad fantasma en tiempos de los visigodos, pero Leovigildo reconstruyó sus murallas para tener un enclave fortificado desde donde podía controlar la zona septentrional de Sevilla. Así, con el paso cerrado al norte y al sur de la populosa Híspalis, Hermenegildo tuvo que doblegarse y ver su principesca testa separada de su cuerpo.

HISN AL-ZĀHIR

Aspecto de la muralla durante la primera mitad del siglo XX. El edificio
que descolla sobre ella es un convento de la Orden Tercera construido
en 1708 sobre los restos de uno anterior del 1400
La llegada de los musulmanes debió relegar al olvido al otrora importante enclave de Osset. Con prácticamente toda la península ocupada y el enemigo cristiano muy lejos, no debía tener mucho sentido mantener una fortificación con el gasto que ello conllevaba, y más si tenemos en cuenta que Ixbiliya ya contaba con sus propias defensas. Así pues, no volvemos a tener noticia del mismo hasta que el lugar fue aprovechado por el poético emir Muhammad ibn ‘Abbad al-Mu’tamid (1040-1095) el cual, desde su taifa sevillana, se deleitaba en componer poemas, aspirar el aroma del arrayán, el azahar y demás caprichitos mientras contemplaba el asombroso paisaje que se divisaba desde la cima del cerro de Chavoya, donde se mandó construir el castillo Brillante o hisn al-Zāhir. Hay cierta controversia en las crónicas de la época ya que incluso los mismos cronistas andalusíes no se ponen de acuerdo. Por ejemplo, Șalih ibn Sayyid afirmaba que al-Mu'tamid reconstruyó hisn al-Faraŷ entre 1078 y 1080; sin embargo, el mismo emir no menciona dicho suceso durante su añorante destierro en Agmat (Marruecos), cuando los almorávides al mando de Yusuf ibn Texufin lo mandaron a hacer gárgaras y le arrebataron su adorada taifa en 1090 mientras que, por el contrario, sí hace constantes referencias a su querido castillo Brillante. Irónicamente, fue el mismo emir el que los hizo venir desde África para intentar detener a los cada vez más pujantes castellanos, especialmente al belicoso Rodrigo Díaz, el terrorífico y feroz Ludrik al-Kabatayur que no paraba de hacerles la puñeta y derrotarlos bonitamente una vez tras otra.

Sin embargo, el geógrafo andalusí Muhammad al-Idrīsī (1100-1165) parece dejar claro que el castillo Brillante de al-Mu'tamid se encontraba en el mismo emplazamiento que la añeja fortaleza de Osset ya que especifica que, en la ruta fluvial desde Sevilla hasta Cádiz, la última estación era  hisn al-Zāhir, o sea, la mencionada OssetEl hisn al-Zāhir de las crónicas musulmanas debió ser un qașr, o sea, un palacio fortificado en el que el emir organizaba sus recitales, sus saraos veraniegos y disfrutaba como un enano, tirado en su estrado sobre una montaña de cojines mientras que donosas cantoras y bailarinas lo deleitaban a base de bien con sus cánticos y meneos corporales y poniéndose hasta las cejas de pastelitos, almendras garrapiñadas y vino dulce de las cepas aljarafeñas (sí, los andalusíes de esa época bebían vino, lo que indica que no eran precisamente unos memos como los puritanos de los almorávides o los almohades).

El imperio almohade a comienzos del siglo XIII
Pero los almorávides acabaron con los saraos, las bayaderas y el cachondeo e impusieron su estricto sentido de la fe islámica, por lo que el castillo Brillante fue relegado al olvido y su uso militar perdió relevancia ya que, una vez eliminados los reyezuelos de las taifas, el Andalus volvía a estar nuevamente unificado. Pero como la buena vida ablanda hasta al más correoso, pues los almorávides también se fueron volviendo permisivos, por lo que en 1145 vieron llegar a los almohades, unos moros de la tribu bereber de los zenatas aún más fanáticos y estrictos que los primitivos almorávides. Tras expulsarlos, formaron el conocido como imperio almohade, que ocupaba aproximadamente la mitad de la Península y todo el norte del Maghreb desde la costa atlántica hasta Trípoli. Y en ese momento de la historia es cuando surge nuestro protagonista.

HISN AL-FARAŶ

Batalla de Alarcos
Los almohades fueron grandes constructores. De hecho, su legado forma parte de lo más selecto que la ocupación musulmana dejó en la Hispania, siendo Sevilla una de las más favorecidas en este aspecto ya que construyeron la muralla de la que aún se conservan grande fragmentos, la Torre del Oro, la archifamosa Giralda y, naturalmente, el castillo al que dedicamos la entrada de hoy. El artífice de tanto fervor constructivo fue el califa Abū Yūsuf Ya'qūb ibn 'Abd al-Mu'min (1160-1199), al que hay que añadirle a su larga lista de nombres el mote de al-Mansūr (el victorioso) tras darle para el pelo a Alfonso VIII en la nefasta jornada de Alarcos (1195). Según Ibn Idārī, fue en 1193 cuando el califa Abū Yūsuf , que debió percatarse de que la pujanza de castellanos y portugueses era cada vez más peligrosa, ordenó la construcción de hisn al-Faraŷ para albergar en el mismo a contingentes "...de campeones de la guerra santa...", así como para "...poner pavor en las almas de los infieles". Los moros, como vemos, siempre han tenido especial predilección en eso de acojonar al personal que no siga los preceptos de su profeta.  Así pues, lo que posiblemente serían un montón de ruinas, restos del delicioso castillo Brillante del poético al-Mu'tamid, fue convertido en la fortaleza más poderosa de toda la Península. Y no anduvo desacertado el califa cuando ordenó su construcción ya que el castillo del Mirador, que es la traducción que se acepta para hisn al-Faraŷ, tuvo un papel muy relevante en los sucesos que acontecerían medio siglo más tarde, cuando el belicoso Fernando III puso los ojos en la esplendorosa Ixbiliya tras haberse apoderado antes de Córdoba y Jaén. 

De hecho, el califa mostró verdadera prisa por ver culminar las obras ya que, siempre a caballo entre Marrākuš- la actual Marrakech- e Ixbiliya, cada vez que paraba en su capital andalusí se acercaba a ver los avances llevados a cabo en la fortaleza. Buena prueba de ello es que en junio de 1095 lo primero que hizo fue inspeccionar el castillo para, a continuación, marchar a Córdoba camino de su gran victoria de Alarcos, librada el 18 de julio siguiente; regresó el 7 de agosto y, nuevamente, fue a celebrar la victoria precisamente a hisn al-Faraŷ, pasando allí el invierno de 1095-1096 para ver como hacia el verano del año siguiente la obras quedaban concluidas. Y se conoce que el lugar debió seducirle como sedujo a su predecesor al-Mu'tamin ya que mandó cultivar huertas al pie de la ladera del cerro, así como construir norias para su regadío. De hecho, allí permaneció hasta su retorno a Marrākuš a finales de marzo de 1198 tras sellar una tregua con Alfonso VIII que, a pesar de darle para el pelo en Alarcos, lo traía por la calle de la amargura y sabía que antes o después le daría un berrinche de los gordos. Pero su marcha a África fue sin billete de vuelta porque el califa palmó en su capital magrebí el 23 de enero de 1199.

Batalla de Las Navas de Tolosa, en la que Alfonso VIII se
tomó cumplida venganza de la derrota sufrida en Alarcos
17 años antes.
En 1212, la aplastante derrota sufrida por los almohades en la gloriosa jornada de Las Navas supuso el principio del fin del dominio peninsular de estos puritanos bereberes. Por no alargarme en este tema que tampoco viene mucho al caso, baste decir que Ixbiliya tomó camino por su cuenta tras un periodo de alevosías, chaqueteo y rebeliones que culminó en 1238, cuando la populosa urbe se puso bajo el dominio nominal del emir  de Túnez Abū Zakariyyā Yahyā I, antiguo gobernador almohade de Ifriqiya que optó por mandar a paseo a sus señores bereberes y montarse su reino particular. Esta decisión solo obedecía al deseo de los próceres andalusíes por sentirse protegidos al ser vasallos de un poderoso señor, si bien los sevillanos actuaban a su antojo conforme a sus normas. Así pues, aunque el emir envió a un  tal Abū Fāris como gobernador, el que cortaba el bacalao era Abū 'Amr ibn al-Ŷadd, un aristócrata sevillano que se mantuvo en el poder hasta que fue asesinado en 1246 durante un complot encabezado por el Guardián de la Fronteras, el arráez al-Saqqäf. El motivo no fue otro que la actitud poco beligerante de al-Ŷadd y ser partidario de pactar con el rey de Castilla con tal de que no los echaran a patadas de su ciudad (los que hayan leído mi novela podrán deleitarse con esta jugosa historia).

Llano de Tablada actualmente. La franja que lo atraviesa
es la antigua pista de aterrizaje de la Base Aérea de
Tablada. En tiempos de la reconquista debió estar muy
poblado de arboleda.
Estos hechos allanaron el camino del belicoso monarca para hacerse con la esplendorosa ciudad ya que Abū Zakariyyā no movió un dedo para ayudar a sus veleidosos vasallos, así que en el verano de 1247 la hueste castellana se plantó en Tablada dispuesta a apoderarse tanto de la ciudad como del riquísimo iqlīm al-Šaraf - el Aljarafe-, que solo en producción olivarera valía un emporio. Y fue en esta campaña donde el castillo de al-Faraŷ protagonizó su postrera acción militar. Tras plantar su pendón en el llano de Tablada en agosto de 1247, el rey Fernando no podía completar el cerco debido a que numerosos contingentes de sus ricoshombres y milicias concejiles estaban aún en camino, así que se limitó a montar el campamento a una distancia segura de la ciudad y a fortificarlo para evitar sorpresas por parte de mesnadas que salieran de la misma en espolonada. 

                 A: Sevilla
                 B: Alcázar, unida a la torre del Oro

                 C: Castillo de Triana

                 D: Castillo de al-Faraŷ
La llegada de las galeras de Ramón de Bonifaz permitieron pasar a la orilla opuesta a un contingente de 280 hombres entre freyres y hombres de armas al mando del maestre de Santiago, el portugués Pelayo Pérez Correa, a fin de impedir que la guarnición de hisn al-Faraŷ cortara el paso del río a las naves castellanas cuya misión  era precisamente bloquear la entrada de provisiones procedentes del Aljarafe. Si observamos el gráfico de la derecha, vemos que el Guadalquivir y el Tagarete actuaban como fosos naturales de la ciudad, siendo esta solo accesible por el norte. No obstante, en los planes del monarca castellano no entraba el tomarla por asalto ya que no disponía del suficiente número de efectivos para intentarlo contra una ciudad rodeada por más de siete km. de muralla y defendida por 166 torres. Así pues, mientras don Fernando aguardaba la llegada del resto de su ejército, el maestre de Santiago acampó junto a la ladera sur del castillo (véase el gráfico) y se dedicó a contener las espolonadas que constantemente salían de hisn al-Faraŷ para intentar bloquear por completo a la flota castellana como en su día ya hizo el visigodo Leovigildo. Debemos recordar que dicho bloqueo ya lo habían establecido a medias en el puente de barcas que unía el arrabal de Triana con la ciudad tendiendo una gruesa cadena que no puso ser destruida hasta mayo del año siguiente. 

Otra vista de Tablada. La mancha roja señala el
emplazamiento aproximado del real castellano, protegido
por el meandro del río. Señalado con una flecha vemos
el lugar donde se yergue hisn al-Faraŷ
Aunque la guarnición de hisn al-Faraŷ no debía ser muy cuantiosa- no hay datos al respecto, pero si lo hubiera sido no habrían tenido problemas para expulsar de allí al contingente castellano-, la pequeña mesnada de Pelayo Pérez las pasaba canutas para contener constantemente sus salidas, así que don Fernando envió un refuerzo de 300 hombres más en cuanto pudo disponer de más tropas. Eran gente de Rodrigo Froilaz, Alfonso Téllez y Fernando Yáñez y, al parecer, especialmente bragados porque ya antes habían sido usados como tropas de choque de forma bastante exitosa. De hecho, el aumento de efectivos al mando del santiaguista permitió no solo obligar a la guarnición de hisn al-Faraŷ a encerrarse tras sus murallas, sino que incluso aprovecharon para darse un garbeo a Gelves y Coria para dejar ambas poblaciones convertidas en sendos solares ya que, desde ellas, los pobladores hostigaban las galeras castellanas cada vez que remontaban el río. Y a tan gratificante pasatiempo debemos añadir las constantes cabalgadas contra el Aljarafe en las que se talaron y quemaron miles y miles de olivos, higueras y naranjos, así como muchas fanegas de tierras de pan y sembrados de todas clases, lo cual perjudicaba enormemente a los defensores de Sevilla ya que de esa despensa dependían para poder resistir.

Pero la ruptura del puente de barcas y la falta de ayuda exterior acabaron con la resistencia tanto de los vecinos como de las guarniciones de la ciudad y los castillos que la defendían, por lo que la vida operativa de hisn al-Faraŷ concluyó el 23 de noviembre de 1248, cuando al-Saqqäf rindió la ciudad y sus pobladores tuvieron que abandonarla conforme a lo estipulado en la capitulación. El castillo, desalojado por su guarnición, quedó a la espera de su nuevo destino, pero eso lo veremos en la próxima entrada porque ya he escrito bastante por hoy y, además, es hora de echarle algo al buche. Así pues,

hale, he dicho...


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